La isla de los discos sensuales

Por: | 28 de mayo de 2012

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El sound system de Duke Reid a finales de los cincuenta (adviertan que solo hay un plato)

 

Cada uno tiene sus candidatas el título de Isla de la Música. Los hispanos tienden a inclinarse por la lujuriosa Cuba; los anglos se admiran ante la fertilidad de Irlanda. Al otro lado del globo, apuestan por Okinawa o Hawai, aunque me parece que carecen del impacto universal de las anteriores. Pero no hay dudas respecto a la isla más prolífica en grabaciones. En 1997, la Rough Guide calculaba que Jamaica había generado unos cien mil discos en los últimos 45 años. Considerando su abrumadora pobreza y el hecho de que su población todavía no alcanza los tres millones, se trata de una productividad deslumbrante, pasmosa, inabarcable.


       Fruto, todo hay que decirlo, de una aplicación tropical del capitalismo salvaje. Los discos no estaban pensados, inicialmente,  para el gran público, que no podía permitirselos: eran los propietarios de los sound systems (discotecas móviles) quienes encargaban o realizaban placas exclusivas, para frustrar a sus competidores. Cuando llegaron los microsurcos y se formó una masa de consumidores, esta demostró una avidez por la novedad Jamaica labelsque ha sido motor de cambios en música y letras. Suele ocurrir que, cuando el público occidental ha asumido un sonido jamaicano, en la isla el gusto popular ha cambiado radicalmente. De hecho, cada vez es menos exportable, por su mecanización sonora y por sus letras ininteligibles, ocasionalmente homófobas. Pero esa es otra historia.

     La clave de la abundancia jamaicana está en la explotación intensiva y despiadada del talento. Se acostumbraron a editar singles con una sola canción: en la cara B estaba una version, la toma instrumental del tema principal. Una práctica que desembocó en una revolución conceptual, el dub, la manipulación de los masters mediante la mesa de mezclas. Todo vale, todo es reciclable: un riddim, un feliz hallazgo rítmico, sea humano o digital, sirve para docenas de títulos.

 


     Los productores isleños llegaron por su cuenta a la praxis de la cadena de montaje a lo Motown. Pero no se preocupaban por enseñar coreografía o buenos modales, como exigía Berry Gordy, Jr. Se trataba de factorías de canciones, funcionando a destajo; solo los instrumentistas estaban en nómina. Los cantantes eran esenciales pero reemplazables: no solían firmar contratos de “artistas exclusivos” dado que grababan para diferentes productores y, en muchos casos, montaban discográficas propias, generalmente de escasa vida. Podían ser famosos en Jamaica y pasar hambre: no había circuito de directos, fuera de las zonas turísticas. Nadie se hacía rico grabando discos, que usualmente tenían tiradas mínimas, aunque todo cambió cuando el mercado exterior se hizo tentador, gracias al trampolín de Inglaterra.

      Arthur "Duke" Reid era uno de los capataces de aquella plantación musical. Un hombre intimidante, con un historial de diez años en la policía de Kingston. Colega de muchos malotes, exhibía sus pistolas, su rifle; era leyenda que, alguna vez, disparaba al techo, para que sus trabajadores se pusieran las pilas. El estudio, hecho de madera sobre la licorería que regentaba su mujer, tenía buena acústica.  Para sus súbditos, era tan tacaño como los demás: cinco o diez libras por disco. Aunque Brent Dowe, el líder de los Melodians, recuerda que les pagó 30  libras por dos canciones, mientras que Clement Dodd no pasaba de las diez libras. De ahi que el argumento de The harder they come (aquí, Caiga quién caiga) resultara tan auténtico.

 


      El problema de Duke era su testarudez. Así, rechazaba la temática rasta, lo que explica que se perdiera el exitazo de los citados Melodians, Rivers of Babylon. Mantenía una estética clara: amaba las grandes melodías, especialmente si venían de EEUU; simpatizaba con los ritmos latinos (paladeen la versión de Perfidia, a cargo de Phyllis Dillon). Respetaba a los vocalistas expresivos, lo que explica que grabara tantos tríos y cuartetos:  Paragons, Techniques, Jamaicans, Silvertones, Three Tops, Justin Hinds & the Dominoes. Más vocalistas -¡y compositores!- tan soberbios como Alton Ellis y John Holt.

      Treasure Isle era su sello principal, aunque también contaba con otras etiquetas: Dutchess, Duke, Doctor Bird, Trojan. Esta última, que sirvió para bautizar a la principal distribuidora de música jamaicana en el Reino Unido,se refería a su sound system, que se movía sobre un camión marca Trojan. De alguna manera, el mito de Trojan ha eclipsado a Treasure Isle, sin olvidar el hecho de que Duke murió prematuramente, en 1975, tras vender su negocio.

 


     Ahora, Universal enfatiza su asombroso legado con una campaña de reediciones: habrá box set, vinilos y, de momento, tres dobles CDs deslumbrantes, cada uno con cuarenta canciones. Los documentados Rock Steadyvolúmenes de Treasure Isle presents... se centran en el ska (portada roja), el rock steady (azul) y el reggae (morada). Se venden a un precio tan razonable –alrededor de los diez euros- que seguramente pasarán desapercibidos.

      Oiga, casi mejor: este mundo no se merece una belleza tan barata. La escucha de Treasure Isle presents rock steady sugiere una museo de mariposas en ámbar: frágiles canciones de amor, ralentizadas tras el frenesí del ska, antes de que cristalizara el empuje del reggae.  Sublimes cantantes cabalgando sobre los ritmos seguros de una banda dirigida por el saxofonista Tommy McCook. Producciones elementales pero dotadas de una sensualidad inmortal: trece años después, Blondie transformaría en éxito mundial The tide is high, de los Paragons. Pero, a finales de los sesenta, nadie pensaba en los derechos de autor. Cuando la cosa salía bien, Duke Reid se mostraba generoso: cerveza para todos. Al día siguiente, volvían a la lucha por la vida.

 

Hay 5 Comentarios

Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Gracias Diego: 'Tres dobles CDs deslumbrantes'. Los acabo de escuchar en Amazon con la función de 'Preview all songs'. Me han parecido fascinantes. Al coleto por 25 leureles. De nuevo te doy las gracias por tu sabia recomendación. Un saludo, ignacio.

Yo también me sumo al apauso, Monsieur Manrique. Un post sencillamente fabuloso. Como fabuloso fue su "amplificador" de hace un tiempo dedicado a los sonidos de Jamaica. Dicho lo cual voy a poner a dar vueltas a un disco de Treasure Isle. Por ejemplo... el "Plus" de The Skatalites para celebrarlo.

Me van a llamar retrógrado pero es una delicia escuchar a estos cantantes en comparación con los Buju Banton y demás tipos de ahora dedicados al narco y al odio al gay y a las lesbianas

Enhorabuena, Monsieur Manrique.
Es difícil leer un artículo sobre la música jamaicana sin que recurra a los tópicos recurrentes, que haga ver que existía música antes de Bob Marley y endulzado con la Dillon.
Nada más que decir ni que añadir.
Un Big Up agradecido!!

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¡Tanta música, tan poco tiempo! Este blog quiere ofrecerte pistas, aclarar misterios, iluminar rincones oscuros, averiguar las claves de la pasión que nos mueve. Que es arte pero, atención, también negocio.

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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