Hay silencios piadosos. En mayo, hubo gran alboroto cuando se anunció que Neil Young volvía con los bárbaros de Crazy Horse. Habían grabado juntos un álbum titulado Americana, consagrado al cancionero folk estadounidense. ¿Un proyecto perfecto? Resulta que no: el clamor se apagó cuando se pudo escuchar el disco entero. A ver como lo decimos sin molestar demasiado: Americana resulta penoso, el prototipo de idea atractiva malamente materializada, algo que en otra época se hubiera escondido en la cara B de algún single o maxi y a otra cosa, mariposa. No se sabe qué es peor, si las deficiencias vocales (destacadas paradójicamente por una horrible masa coral) o los arreglos planos, rock cazurro en piloto automático.
Los patinazos son muchos y muy evidentes, descendiendo incluso al frikerio: el caprichito de Get a job, el puro delirio de God save the queen (el himno británico, no el tema de los Pistols). Así que permítanme destacar uno de los aciertos: la versión de Oh Susannah (no por casualidad, lo primero que se presentó de Americana). Para el oyente con cultura rockera, una sorpresa: cuando llegan al estribillo, Neil y su Caballo Loco parecen querer tocar el glorioso Venus, del cuarteto holandés Shocking Blue, luego repescado por las tres de Bananarama. Pero no es así. Neil aprovecha para destapar un plagio bastante descarado. Síganme, por favor.