(Somos o seremos) las ratas del periodismo

Por: | 05 de junio de 2012

MaRLISE ELIZABETH KAST
Marlise Elizabeth Kast, cazadora de famosos


A los periodistas, nos encantan los héroes de nuestra profesión. ¡La fábula de David y Goliat! Nos zambullimos en los libros de aquellos que destaparon a los corruptos, que avergonzaron a gobiernos, que contaron las verdades inconvenientes. Debo añadir una pasión particular: junto a los Grandes Éxitos del periodismo bravo, me fascinan las Grandes Cagadas. En tiempos de derrumbe, resulta esencial conocer las segundas: se aproximan más a la experiencia cotidiana del periodismo.  Son el fruto de los trabajos multitarea, las jornadas inacabables, los redactores traicionados por sus directivos.


Hootie en RSEstos días he leido la crónica de la breve temporada de Jim DeRogatis en Rolling Stone. Allá por 1996, el periodista  tenía uno de los puestos clave de la profesión: fue nombrado  deputy music editor  de la revista, con el encargo de ampliar la cobertura de la publicación al rock alternativo. Hasta que ocurre el llamado Hootiegate. Enfrentado de la crítica de Fairweather Johnson, segundo álbum de Hootie and the Blowfish, argumenta que solo merece dos estrellas. Pero Jann Wenner, propietario de la revista, decide que un grupo que ha vendido millones y millones de copias de su anterior entrega no puede ser humillado con dos estrellas. En el último momento, se cambia la crítica de DeRogatis por otra más generosa. Además, el infractor es despedido al estilo clásico: dos seguratas acompañándole para vaciar su mesa y llevarle directo a la calle.

Y luego está Tabloid prodigy (Running Press, 2007). La autora, Marlise Elizabeth Kast, sale de la universidad para colocarse en la redacción de Los Ángeles del Globe, potente semanario dedicado a los escándalos. Lo que allí llaman un “tabloide de supermercado”: se compran –o se ojean- en la cola de las cajas registradoras.  Dos puntos a destacar. Primero, ella no estaba predestinada para semejante trabajo: perteneciente a una familia  de predicadores y misioneros, desconocía el mundo del espectáculo.

Segundo, demostró un raro talento para conseguir la foto clandestina, el reportaje ansiado. Enviada a la boda del actor William Shatner, alias Capitán Kirk, se viste de invitada y se agacha junto a unos matorrales, como si pretendiera orinar; un guardia bienintencionado le sugiere que entre en la zona VIP y vaya a los retretes.  Otras veces no cuela: dispuesta a informar sobre la boda de Sharon Stone, se convierte en una fanática del jogging que engatusa a los vigilantes. Pero no a la actriz, que inmediatamente detecta el truco.

 


Tabloid prodigy  recuerda que esta profesión es adictiva. Marlise no goza un sueldo extraordinario; en un viaje, descubre que la empresa está vendiendo sus textos en el extranjero sin que vea un centavo. Pero la emoción de la caza y la pieza cobrada (o no) compensa todo. Puede que Marlise también se sintiera compensada por acceder al circuito de los famosos de Hollywood, una cara conocida que no necesita esperar en la puerta de las discotecas o pagar las copas.

En realidad, Marlise no bebe alcohol; cuando lo hace, se monta un follón de todos los demonios. Sale constantemente con chicos guapos pero conserva su virginidad. Disfruta de la  suerte de los inocentes: cuenta una fiesta privada a lo gangsta en una mansión de Hollywood, donde tarda en comprender que la mayoría de las invitadas son prostitutas. El anfitrión es Dr. Dre, el productor de hip-hop. Ella y sus amigas salen intactas por pura ingenuidad: “así que eres doctor.¿Cuál es tu especialidad?”.

 


Leonardo by DavidLaChapelle_ld      Lo extraordinario de Tabloid prodigy es la ausencia de dudas éticas. Investigando la posible bisexualidad de Leonardo DiCaprio, unta a varios empleados de su hotel, que posteriormente son despedidos sin indemnización. Unos días después, se hace "amiga" del hermanastro de Leonardo y entra tan fresca en la suite del Chateau Marmont, donde ocurrieron las supuestas orgías.

      Como ella explica, más que el dinero, la compensación estaba en el riesgo, la adrenalina, la aventura. Marlise es consciente de la indignidad de su trabajo. Como refuerzo de otro compañero, debe recorrer las sex shops de San Francisco, hasta localizar a alguien que conserva pruebas de que Don Johnson compra porno gay. Una experiencia bochornosa, cierto, aunque no tanto como saber que el reportaje final no lleve exclusivamente su firma.

     La capacidad de los periodistas para autoengañarse no es menor que la de otros profesionales. Para cubrirse las espaldas, el Globe exige que las grandes revelaciones estén corroboradas por tres fuentes. Marlise no encuentra raro que esos testimonios sean compensados por dinero y que, a la mínima, se deje de pagar a los implicados. Sus dudas comienzan cuando le encargan un texto sobre el rumor de que Madonna ha ganado unos cuantos kilos. Marlise, igualmente adicta al cuidado de su cuerpo, detecta enseguida que la instantánea correspondiente ha sido manipulada (estamos en tiempos anteriores al reino del photoshop). Debe tragarse sus objeciones y sostener una mentira patente.

   MARLISE LIBRO   Tabloid prodigy tiene una virtud: no es el libro de una arrepentida. Sí, Marlise puede alegar razones morales para romper con el periodismo de celebridades pero lo que transmiten sus páginas es el deleite de, en sus términos, un trabajo bien hecho. Al final, se le funden los plomos pero la crisis parece consecuencia de la sobrecarga de faena y las intrigas de sus superiores.

        Marlise deja el empleo, su novio y hasta California, para ejercer de au pair con una familia de la alta burguesía suiza. Con el tiempo, se convertirá en autora de guías de viaje y especialista en deportes extremos (ah, la adrenalina). Sospecho que no ha llegado a entender el odio que despierta el Globe  y productos similares: en 2001, la central de la editorial, en Boca Ratón (Florida), fue atacada con ántrax. Y no parece que fueran terroristas islámicos; hubo un muerto y las oficinas permanecieron clausuradas tres años. Marlise ni siquiera lo menciona.

Hay 10 Comentarios

Ay, la nostalgia por los libros de texto

Gracias por lo de querida, Cuatrí, mi vida, que rima con pitiminí. Con independencia del amarillismo de la entrada, se espera de un escrito un prólogo, un desarrollo y unas conclusiones. A mí me cuesta identificarlos.

Pues a mí me gusta. Dentro de poco tendremos dos tipos de periodismo: el que cuentas tú y el que escribimos los periodistas para que lo lean otros periodistas. Supongo que en medio quedará algo de periodismo especializado. Para las élites. Sálvese quien pueda (creo que pueden pocos).

Laly, querida, es bueno ver que eres capaz de mandar mensajes por duplicado.Se agradecería que también explicaras lo del los pies y la cabeza, nos dejas intrigados. El mensaje parece que está claro, que el periodismo en general se va pareciendo al de la prensa amarilla.

...y?
No le veo ni pies ni cabeza a esta entrada.

...y?
No le veo ni pies ni cabeza a esta entrada.

El sindrome del tabloide es ahora universal, con los periodistas desarrollando tareas en el papel y en el digital, sin hora de salida, con unos sueldos reducidos mientras sus jefes mantienen sus prebendas.

Amén, Gramaticus

Sin ir más lejos, este periódico, un día referente para muchos miles de lectores, cada vez se parece más a los "tabloides" que critica Manrique. ¡Ay!

Lo siento, pero no le veo el sentido a este articulo. Ni a la mayoria de los que viene publicando ultimamente el autor...

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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