Vladimir Putin no es rockero

Por: | 12 de junio de 2012

 

 

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 Desayuno de trabajo chez Dimitri; de fondo, su famoso equipo de sonido


Corría el año 2010 y la foto era transparente: pretendía mostrar el buen rollo entre el presidente de Rusia, Dimitri Medvédev, y su jefe, oficialmente menor en rango, el entonces primer ministro Vladímir Putin. Ya saben la genialidad política de estos mendas: para saltarse las limitaciones constitucionales, se alternaban en lo alto de la pirámide. Medvédev había invitado a Putin a su residencia para desayunar al viejo estilo moscovita, leche con pan negro. Pero lo que llama la atención de la “photo oportunity” es el decorado de fondo: se intuye un equipo de sonido serio. Un insólito signo de ostentación en un país donde los auténticos jefes del cotarro intentan distanciarse del exhibicionista estilo de vida de los oligarcas. Y el recordatorio de que Medvédev es, como diríamos aquí, un “musiquero”, que ejerció de pinchadiscos en sus años de estudiante.

Consulto a amigos audiófilos. Como siempre, no se ponen de acuerdo. Uno muestra respeto y sugiere que allí se invirtieron cerca de 200.000 euros. Otro dice que es un equipo de nuevo rico, donde se ha acudido a marcas británicas y suizas de prestigio más que pensar en el sonido final. Ninguno se explica como es posible adquirir semejante monstruo con un sueldo anual que, hace unos años, se estimaba en 60.000 euros. Pero, ay, en la Rusia de Putin ocurren muchos de esos milagros.

 

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El sound system de Medvédev pudo costar alrededor de 200.000 euros; si siguió el ejemplo de Putin, es posible que no le costara nada

Medvédev es más pequeño que Putin (asunto importante para dictadores bajitos) pero además tiene un pico de oro y engañó a muchos ingenuos pidiendo sugerencias reformistas que nunca pensó en materializar. Alardeaba también de un pasado rockero que le conectaba con millones de rusos que vivieron bajo el comunismo y suspiraban por bandas británicas como Status Quo, Pink Floyd, Black Sabbath, Led Zeppelin y, uh, Smokie.

Alguno susurra que se dedicaba al pirateo, a vender copias de los discos que conseguía. Aunque nadie duda de que posee suficientes elementos de juicio para valorar los méritos de Deep Purple, aparentemente su grupo favorito. Cuando los británicos visitaron Moscú, Medvédev hizo un hueco para darles la bienvenida. Los gustos rockeros, aunque sean tan setenteros,  dan cachet cosmopolita en la Retro-Rusia de Putin. 

 

Medvédev recibe a Deep Purple en su residencia

Poco antes de las últimas elecciones, Medvédev y Putin se encontraron con representantes de las mujeres rusas. Saltó una pregunta que quizás no esperaban: sobre sus gustos musicales. Cabe imaginar el susto de sus asesores pero, tranquilos, ninguno dio nombres comprometedores. Medvédev se escapó confesando una pasión por la world music (“me ayuda a tranquilizarme cuando estoy trabajando”) mientras que a Putin le salió la bestia nacionalista que lleva dentro: “soy ruso y me gusta la música rusa”.

Este es el mismo personaje que, unos años antes, durante un acto benéfico,  había cantado Blueberry Hill, el éxito de Fats Domino, ante la mirada bobalicona de la jet set. Pero mi historia favorita “musical” de Vladímir nos lleva a sus años obscuros, cuando era un operador anónimo de la KGB en Dresde, Alemania Oriental. Lo cuenta una periodista de la oposición, Masha Gessen, en El hombre sin rostro (Debate, 2012).

El-hombre-sin-rostro-el-sorprendente-ascenso-de-vladimir-putin-9788499921426La Gessen lo explica casi de pasada: algunos restos de la RAF (Facción del Ejercito Rojo) entraron en la órbita de la KGB. Uno de ellos viajaba a Dresde para recibir instrucciones. Descubrió allí que Putin, al igual que sus socios de la Stasi, estaba ansioso por aparatos sólo disponibles en Occidente, asi que se preocupó por conseguirlos. A Putin le llevó una potente Grundig Satellit, una radio de onda corta, y un radiocasete Blaupunkt para coche; adviertáse que seguramente pretendía estar bien informado más que escuchar música. Pero el punto de la historia es otro: Los radicales de Alemania Occidental llevaban regalos siempre que iban al Este pero había una diferencia entre cómo los recibian los agentes de la Stasi y la forma en que lo hacía Putin. ‘Los alemanes orientales no daban por hecho que pagaríamos nosotros, así que al menos tenían el gesto de decir: “¿qué te debo?”. A lo que yo respondía: “nada”. Pero Vladímir ni siquiera lo preguntaba.

La teoría de Gessen: lo de Putin no es “cleptomanía” sino “pleonexia”, el deseo insaciable de hacerse con lo que tienen los otros. Una compulsión que disimula bajo su disfraz de funcionario implacable e incorruptible. Mucho miedo.

 

Cocodrilo Putin canta Blueberry Hill para engatusar a los guiris, que aplauden embobados.

Hay 8 Comentarios

Me ha encantado eso de la Retro-Rusia de Putin, cualquiera que haya estado en Moscú o en cualquier ciudad rusa puede ver la grandeza decadente de esta ciudad, no sólo en sus sitios turísticos también en sus zonas de marcha o bares.

Tienen como una especie de impulso de occidentalizarse a todo gas con músicas y estilos muy americanos pero queriendo mantener su línea, a veces el resultado es algo patético... como la famosa estrella roja con la M de MacDonals bajo ella.

Anda, dile a tu amiguito J Planetas que siempre está con Ejercito Rojo que aquellos tipos practicaban el terrorismo a las ordenes del Kremlin

Muy bueno. Son los pequeños detalles los que retratan a estos pequeños dictadores.
´
http://planetamancha.blogspot.com/

Muy buen artículo. Una pequeña objeción: Medvédev es más alto que Putin. Es este último quien sufre el síndrome de Napoleón.

por que no va vestido de cosaco.?.pedazo de gilipolas chovinista

El tipo que le construyó el "tocadisco" a Dimitri es vecino mío!!

Manrique, que malo eres. El tag de "novela negra" le viene perfecto a estos tiparracos.

Total, se ha quedado con Rusia entera y aunque los ciudadanos le pidan cuentas todos los días, él da por hecho que no debe nada.

http://casaquerida.com/2012/06/11/racimos-de-inmundicia/

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¡Tanta música, tan poco tiempo! Este blog quiere ofrecerte pistas, aclarar misterios, iluminar rincones oscuros, averiguar las claves de la pasión que nos mueve. Que es arte pero, atención, también negocio.

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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