Todavía hay clases entre los brontosaurios del rock. Y diferentes ritmos productivos. Comparen, por favor. Led Zeppelin ha tardado cinco años en editar Celebration day, el disco y el DVD de lo que puede ser su último concierto, en el O2 Arena londinense, el 10 de diciembre de 2007. ¡Cinco años!
Por el contrario, sólo en los últimos doce meses, los Rolling Stones han publicado la edición ampliada de Some girls y el recopilatorio GRRR!, con dos canciones nuevas, aparte de una jam con Muddy Waters. Más un libro oficial de pasta dura (The Rolling Stones 50), una biografía audiovisual (Crossfire hurricane) y un documental perdido de 1965. Ah, también han hecho algunas actuaciones de baja intensidad, de calentamiento para los conciertos en grandes recintos.
Aviso que no cabe deducir una superioridad moral (¡o estética!) a partir de un mayor output. Cada uno tiene su estrategia de mercadotecnia. Mientras Led Zeppelin está escindido en dos posturas, los Stones son una empresa que explota metódicamente su leyenda y su legado. Sacan tanto “producto” al mercado que es perfectamente posible que pase desapercibido el obje to más revelador que han editado.
Me refiero a Charlie is my darling. Ireland, 1965, una pieza de cinéma vérité rodada en tres días. Los melenudos de Londres volvían a la Isla Esmeralda para dos conciertos, en Dublín y Belfast. Convocaron a un cineasta guerrillero, Peter Whitehead, que lo filmaría todo con una cámara, respaldado únicamente por Glyn Johns grabando sonido.
De aquella expedición se hicieron dos montajes, el de Whitehead y el del productor, Andrew Loog Oldham, también manager de los Stones. Ninguno recibió el visto bueno para su exhibición y la película quedó archivada hasta ahora. ¿Las razones? Fáciles de imaginar: los protagonistas no se veían reflejados satisfactoriamente. No lucían cool. Especialmente, en un año tan vertiginoso como sería el siguiente: 1966.
Ahora, Charlie is my darling aparece en DVD a través de Universal: se incluyen los dos montajes desechados y una nueva versión extensa, con imagen y sonido restaurados, enriquecida por una mágica sesión de composición en un hotel. Allí se ve a Mick Jagger y Keith Richards dando forma a un tema hoy olvidado, “Sittin’ on a fence”. Asombra la facilidad del proceso, deleita ese momento en que se ponen a cantar piezas de los Beatles, entre la admiración y la burla.
El trailer!
El punto es que Charlie is my darling retrata el momento en que los Stones salen de la crisálida de misioneros del blues y se preparan para volar. Les impulsa su gran mazazo universal, “(I can’t get no) satisfaction” y están preparando su primer elepé totalmente original, Aftermath, del que se escuchan adelantos sobre imágenes de la gira.
Pero su directo de 1965 es una oferta musical mucho menos representativa. Los Stones se dedican esencialmente a tocar temas ajenos. Y no es sólo el repertorio: escénicamente, Jagger se muestra como alumno aventajado de los cantantes de soul que ha visto en Estados Unidos. El público no se fija en tales detalles: se trata de gritar y, a la primera oportunidad, invadir el escenario.
En ese sentido, Charlie is my darling capta el último esplendor del ardor teen. Chicas y chicos aprenderán a disimular su histeria. Mejorará el sistema de control de multitudes. Pronto crecerá el equipo de amplificación y los Stones dejaran de utilizar esos micrófonos que parecen flexos.
La sorpresa del espectador de 2012 también deriva de ver a unos Stones que viajan sin protección. En el aeropuerto, unas fans arrancan por sorpresa un pelo tras otro a Keith Richards; éste solo puede alejarse refunfuñando. Su reputación pública puede ser la de “chicos malos” pero alguna anciana se acerca a pedir autógrafos. Están comiendo y un puñado de señoras les contemplan detrás del cristal; la situación se resuelve con humor por ambas partes.
El realizador no se priva de ejercer de antropólogo: rueda a los carros dublineses movidos por caballos, se fija en borrachines de caras arrugadas. Se palpa el aire de superioridad de unos londinenses hip que quieren burlarse del poder de la Iglesia Católica sobre los corazones y mentes de los irlandeses. Cuando se encuentran con un reverendo, que acude al concierto con su alzacuellos, descubren que el hombre respeta a los Stones y asegura que los deseos impuros están en sus espectadores.
Tengo la sospecha de que el aparcamiento de Charlie is my darling obedeció más bien al poco brillante papel de algunos Stones en las distancias cortas. Whitehead da carrete a Brian Jones, que declara estar empeñado en rodar una película algo “surrealista”. El realizador le pregunta entonces por su definición de “surrealismo” y sigue un penoso silencio. A Brian no le encaja el manto de “líder juvenil”: empieza sugiriendo las ventajas de instaurar un matrimonio de prueba, que dure un año, antes de recordar que está ideológicamente en contra de ese tipo de contratos.
Bill Wyman queda como un esnob, nada seguro de que los Stones sean dignos de respeto. Charlie Watts es sometido a un interrogatorio muy incómodo, que evidencia su escasa autoestima musical y el pecado capital de preferir estar en su casa con su esposa en vez de aprovecharse de las maravillas del swinging London. Es monumental su aburrimiento cuando sus socios están componiendo; solo revive cuando se habla de un amigo que tiene obra gráfica.
Tampoco sale bien parado el promotor de la película, Andrew Loog-Oldham. Ya se ha puesto en el disparadero al firmar un documento que permite al letal Allen Klein compartir la representación de los Stones. Además, el carisma amenazador de Andrew se diluye cuando se quita sus gafas obscuras y aparece su carita de niño maravillado por su buena suerte. No asume el rumbo creativo que están tomando sus protegidos: en la película, se escuchan algunas de las grabaciones de su Andrew Oldham Orchestra y suenan convencionales. Está desconectado de ese tren que acelera y que se lleva a sus "protegidos".
Keith empieza tocando "Jeringuilla de la muerte" (¡!), de Bert Jansch
En verdad, solo Mick Jagger sale indemne de la conversación con Whitehead, con opiniones lúcidas sobre el oficio de la estrella del pop y lo-que-quiere-la-juventud. Keith Richards rechaza la entrevista: quizás le preocupa el acné que se tapa justo antes de cada concierto.
Pero Richards destaca cuando hay música por medio. Toca piano en una alcohólica sesión nocturna donde, en compañía de un malvado Jagger, parodian salvajemente a Elvis, Fats Domino o Dion. Desgrana un maravilloso “Needle of death”, de Bert Jansch, con su guitarra acústica. Y participa entusiasmado cuando se atacan canciones gamberras de su infancia, como “Salty dog” o “Maybe it’s because I’m a londoner”.
Los Rolling Stones volverían a ponerse frente a cámaras inquisitivas, manejadas por Godard, Robert Frank o los hermanos Maysles. Pero nunca les veremos tan desnudos, tan indefensos, tan dubitativos como en Charlie is my darling. Nada extraño que prefirieran enterrar este documental, que ahora rescata Abkco, la empresa fundada por aquel depredador neoyorquino llamado Allen Klein.
Esta entrada está dedicada con cariño al gran J. M. Martí Font; uno de sus últimos trabajos para EL PAÍS fue precisamente la crónica (24 de octubre de 2012) del estreno de Charlie is my darling en el In-Edit barcelonés.
Hay 9 Comentarios
Juan José, haces una pregunta y te la respondo educadamente. Puedo estar acertado o no, y tú igualmente puedes estar de acuerdo o no. Pero, ¿es necesario que repliques de manera tan desafortunada? Te pones en evidencia.
Publicado por: Pedro Gas | 23/11/2012 22:34:46
Un nuevo Troll: Juan José.
Los echábamos de menos últimamente.
Esos insultos, esa prepotencia....
Publicado por: Andrew | 23/11/2012 18:42:01
¿"Sitting on a fence" una canción olvidada? Nos ha jodido.
Ah, Pedro, lo que dices es una soplapollez que se desmonta por si sola, a lo que contribuye también el tonillo pedante.
Publicado por: Juan José | 23/11/2012 0:21:47
Juan José, se llama así porque "Stones" es el sustantivo, y "Rolling" es el adjetivo. Y a las cosas se las llama por su nombre.
La generación anterior no sabía inglés y los llamaba así. La generación actual, sabe un poquito más y los llama como debe.
Publicado por: Pedro Gas | 21/11/2012 8:09:46
¿Por qué antes todo el mundo los llamaba los Rollings y ahora todos los pedantes los llaman los Stones?
Publicado por: Juan José | 20/11/2012 20:43:11
La jeringuilla es la syringe de la needle, y tanto Brian como Keith se tocan sospechosamente la nariz. Eso sí, maravilloso fingerpicking.
Publicado por: jose angel | 20/11/2012 18:45:45
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Publicado por: Antonio Corbalan | 20/11/2012 14:01:42
Haces una maravillosa disección de este documento único. Todos hemos dado el salto de la juventud irreflexiva a la madurez...algo menos reflexiva, y los Stones no iban a ser menos. Creo que su visionado es imprescindible, no sólo para fanáticos, cualquier amante del rock y de la música en general debería hacerlo.
Abrazos y gracias por tus historias.
Publicado por: Blue Monday | 20/11/2012 10:20:24
Sepan más sobre estos jovenzuelos Stones en Pop Thing: http://www.popthing.com/pop_thing/noticias/los_stones_en_west_hampstead.php y http://www.popthing.com/zona_pop/max_the_mod_the_detours_y_los_stones_1963.php y http://www.popthing.com/zona_pop/the_rolling_stones_12_x_5_64.php ¡Disfruten!
Publicado por: Rick & Baker | 19/11/2012 12:57:05