Se trata de un subgénero imparable. En mi casa, ya ocupa toda una estantería y comienza a colonizar el espacio vecino. Hablo de las novelas sobre el rock (donde agrupo también la literatura protagonizada por músicos de blues, jazz, country, tango e incluso narcocorridos).
Sin embargo, abundancia no equivale a aciertos. Hasta tiempos recientes, no podía recomendar la mayoría de estos libros a alguien que no estuviera previamente enviciado por estas músicas. Era necesario entender los guiños, paladear los desvíos de la historia oficial y ser capaz de llevarse las manos a la cabeza ante lo simplón del resultado.
Ocurre que, en el Planeta Rock, la realidad es aún más desquiciada que cualquier argumento que puedan tejer los fabuladores. Recuerden: aquel poeta alcohólico que huyó a París, tal vez convencido de ser un miembro tardío de la Generación Perdida. El pionero que reventó, tras demasiados años de hamburguesas y drogas farmacéuticas. La estrella jubilada, anastesiada por su felicidad doméstica, que es ejecutada por un fan rencoroso. El ídolo que no pudo soportar la presión del éxito, la imposición de ejercer como portavoz de su generación
Ahora, sin embargo, te encuentras con narraciones convincentes, que esquivan los tópicos y amplían tu percepción del fenómeno rock. Pienso en El tiempo es un canalla (Minúscula), de Jennifer Egan, y sobre todo en Stone Arabia , de Dana Spiotta, que salió el pasado año y acaba de ser traducida por Blackie Books.
Atención: Stone Arabia no es esencialmente una historia sobre el rock. Pertenece más bien a la categoría de novelas que exploran la cara B del sueño americano. Su protagonista, Denise Kranis, es una inteligente californiana que se descubre pobre y frustrada. Divorciada, tiene un amigo para follar de vez en cuando. Debe ocuparse de su madre y su hermano, aparte de soportar a una hija lejana, aspirante a cineasta indie.
A los 47 años, Denise se plantea el inevitable “¿en qué momento se jodió todo?”. Es hipersensible y su inseguridad aumenta con las noticias que hablan de enfermedades globales, niñas asesinados por desconocidos, de la masacre de la escuela de Beslan, de soldados estadounidenses que disfrutan torturando a prisioneros.
Denise es más cinéfila que musiquera. Pero tiene un hermano mayor, Nik Worth, que se sueña estrella del rock. Y la grandeza de Stone Arabia consiste en retratar la monstruosa minuciosidad con que Nik materializa su sueño.
Nik es otro niño narcisista de los suburbios residenciales californianos, al que su padre regala una guitarra eléctrica de profesional. Nik se hace como músico en los clubes californianos durante la era punk-new wave, con grupos de nombres convincentes (The Fakes, The Demonics). En un momento, aparece un mefistofélico potentado del negocio musical, que le ofrece un trato despiadado. No se llega a un acuerdo y Nik se resigna a una vida anónima, malviviendo como barman de un bar cutre.
En sus horas libres, Nik graba música en solitario, en su cuatro pistas. Y se construye una obra inabarcable, abundante en géneros y experimentaciones. “Recupera” a sus grupos, mantiene un proyecto paralelo (Pearl Poets, folk eléctrico) y desarrolla un trabajo conceptual, Ontology of Worth, con 21 discos cuyas portadas son piezas de un puzzle.
Ahí se reconoce el perfil de esos freaks laboriosos que acumulan inmensas discografías fuera del radar de los medios (mi favorito: Billy Childish). Pero lo de Nik Worth es más grave: rechaza incluso los márgenes de la industria. No edita sus discos; únicamente, manufactura una docena de copias en CD-R que distribuye entre la familia, los amigos y las novias.
A su manera, Nik reivindica la creación fuera de imperativos comerciales pero también quiere el masaje de ego que supone el estrellato. Así que se inventa una vida excitante con sus Crónicas. Álbumes que va rellenando con portadas falsificadas y supuestos recortes de prensa dedicados a su persona. Entrevistas, críticas, textos de contraportada, hasta la reacción de los fans cuando muere su querido perro (que es objeto, naturalmente, de un disco de homenaje). Se ha fabricado incluso su Lester Bangs particular, un crítico musical que se complace en vapulearle regularmente.
Antes incluso de que los blogs ofrecieran el plus de la dimensión pública, Nik decidió convertirse en cronista de su propia vida. Entendió que debía ser el comisario de su epopeya o desaparecer entre los detritos de una sociedad rica. En un momento dado, su hermana se plantea ofrecer una visión alternativa, más ajustada a la realidad.
Denise se preocupa seriamente cuando advierte que Nik está a punto de completar el abrumador ciclo Ontology of Worth y descubre en el último tomo de sus Crónicas que ha añadido un obituario (absolutamente perfecto, en su tono y contenido). Y me callo: no quiero que me llamen spoiler. De todos modos, no ocurre lo que están pensando.
A estas alturas, Dana Spiotta ya nos ha convencido de que Nik Worth es un personaje creíble. Cabe imaginar la prolongación: el documental de su sobrina le convertirá en héroe de culto. Light In The Attic se dedicará a editar sus discos caseros. Beck y Sonic Youth grabaran sus canciones. Omnibus publicará una biografía hiperbólica.
Ceci y John Sebastian en 1969
Y aún así, insisto en que la realidad es más compleja que cualquier delirio que pueda inventar un literato. El sábado leía la columna de Eduardo Jordá, en el Diario de Mallorca. El periodista musical vive ahora en un pueblecito de Pensilvania. Ve un día en una librería el cartel casero que avisa de un concierto de John Sebastian a favor de los veteranos de guerra. Pregunta, naturalmente, si se trata del Sebastian que dirigía los gloriosos Lovin’ Spoonful. El librero dice que no lo cree.
Unos días después, Jordá se entera de que sí, que era el John Sebastian de leyenda, autor de un buen puñado de las canciones más luminosas de los sesenta, estrella del festival de Woodstock, difusor de la moda de las prendas teñidas por anudado. Y uno se pregunta qué compromiso personal lleva a alguien al que suponemos forrado, al menos por los derechos de autor, a cantar en un rincón perdido de Estados Unidos a favor de una causa tan poco glamourosa, ante un público mínimo. Ahí yace un misterio.
La calidad visual es baja pero ahí está John Sebastian en Woodstock, solo con una guitarra ante centenares de miles de espectadores.
Hay 3 Comentarios
Hola. Aunque no es novela, hace tiempo te oí hablar sobre los libros/biografías sobre Bob Dylan y destacabas una de ellas sobre todas. ¿Me podrías decir cual de ellas es y de qué autor?
(Gracias por se parte muy importante del material de mi blog)
Publicado por: Mario A. Rivera | 30/11/2012 14:07:12
La novela de Chuck Klosterman "Pegate un Tiro Para Sobrevivir" no tiene desperdicio. Un viaje a los santuarios donde cayeron estrellas del rock. Muy recomendable.
Saludos.
Publicado por: Jesús | 29/11/2012 13:43:11
Si esta traducido, recomiendo a Diego y otros la novela anterior de Spiotta, Eat the Document en ingles. Una historia de finales 60s mezclado con principios 90s, tiene muchos elementos de musica y cultura popular. Y los detalles musicales salen 100% acertados.
Publicado por: Don Snowden | 26/11/2012 20:01:52