Dylan y Hemingway a la hora de la verdad: el Premio Nobel

Por: | 27 de mayo de 2013

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Todos los años, cuando se acerca la fecha de anuncio del ganador del Nobel de Literatura, sale a la palestra el fantasma del premio para Bob Dylan. ¿Será finalmente el año de Dylan? Una excusa tonta para rellenar minutos en la radio, para publicar artículos más o menos cogidos por los pelos.

Desde luego, sabemos que sería un disparate. Técnicamente, Dylan solo ha publicado dos libros. Además, tiende a -¿cómo decirlo finamente?- la apropiación de hallazgos ajenos, escudándose en la tradición del reciclaje en el folk process. Me responden que sus letras tienen suficiente estatura como corpus literario y, sin duda, han alcanzado un fenomenal impacto cultural en el último medio siglo.

 

En esas discusiones banales, he lamentado no tener detalles fiables sobre el proceso de selección de los Nobel. Obviamente, las deliberaciones de los académicos son secretas, aunque se hayan colado anécdotas intrigantes. Pero ahora tenemos un retrato bastante revelador de lo ocurrido en 1954, cuando se premió a Ernest Hemingway. 

Ernest con escopetaJeffrey Meyers, laborioso experto neoyorquino en Hemingway, ha tenido acceso al expediente correspondiente que acumulaba polvo en los archivos de la Academia Sueca. Y acaba de publicar en The Times Literary Supplement un extenso texto sobre sus hallazgos, “The swedish thing”, que le deja a uno boquiabierto. 

Se sabe que Alfred Nobel especificó que los autores galardonados deberían tener “una tendencia idealista” (sí, podría encajar el primer Dylan). Pero pesan más los factores extraliterarios. Las circunstancias personales: edad y salud, ideología y, si procede, sufrimiento en cárceles o exilio. Y los elementos geopolíticos, como si fuera el Festival de Eurovisión: los favores debidos, la presión de países poderosos, el noble deseo de reconocer a literaturas previamente ignoradas. Sin olvidar las rencillas históricas: en 1954, el Secretario Permanente de la Academia vetó al principal rival de Hemingway, el islandés Halldór Laxness, por haberse burlado de Olaf II El Santo, rey de Noruega. Que conste que el gran Laxness fue nobelizado al año siguiente.

La investigación del biógrafo de Hemingway pone al descubierto muchas de esas miserias del circo literario que tanto juego le dan a Andrés Trapiello en sus entregas del Salón de pasos perdidos. Por ejemplo, que don Jacinto Benavente, Nobel de 1922, aportó ese año la candidatura de Concha Espina, que seguramente consideraba como una apuesta políticamente correcta en comparación con el expatriado Juan Ramón Jiménez (que finalmente conquistaría el premio en 1956). Y sorpresas, como el hecho de que J. R. R. Tolkien apostara por alguien tan distante de la Tierra Media como E. M. Forster. Que nunca ganó: su popularidad entre el gran público tendría que esperar a los años ochenta, cuando David Lean y James Ivory desarrollaron el potencial cinematográfico de sus novelas.

Asombra saber que el comité del Nobel no mostró un entusiasmo unánime por Hemingway; hubo incluso un intento de rebelión, miembros que plantearon declarar desierto el premio. Eran otros tiempos: la evaluación crítica se difundía lentamente y los académicos no asumían los elementos biográficos de sus libros; fallaba la comprensión del personaje y del autor. Le salvó la popularidad de El viejo y el mar, una fábula sentimental; los informes de sus paladines no mencionaban obras más indiscutibles como Fiesta o Por quien doblan las campanas. Así que ayuda tener un best-seller reciente y, caramba, hace décadas que Dylan renunció a los temas de éxito.  

 

Por pura curiosidad: El viejo y el mar en dibujos animados, obra de Aleksandr Petrov   

Pero no debería asombrarme. En cierta ocasión, serví de jurado para un premio nacional. Y mis recuerdos se tiñen de bochorno. La cabezonería de algunos de los presentes, empeñados en hacer triunfar a su candidato, aunque no encajara exactamente en el perfil requerido. El suave empuje ministerial para que el premiado fuera mediáticamente aceptable. Los pactos implícitos que se formaban y deshacían según avanzaban las votaciones. Vencedor y candidatos hubieran palidecido de haber asistido a la deliberación.

Ernest Hemingway en CubaPara Hemingway, fue el final de una agonía. No aguantaba el suspense de "la cosa sueca". Tampoco hizo campaña ni movilizó apoyos. Resulta que despreciaba a algunos ganadores estadounidenses, de Pearl S. Buck a William Faulkner (“mientras yo viva, tendrá que beber para justificarse ante el hecho de tener el Nobel”). Su ambigüedad se manifestó en la negativa a acudir a Estocolmo a recoger el premio en persona (aunque sí aceptó los 35.000 dólares que endulzaban el trago de vestirse de pinguino). Alegó que estaba en Cuba, recuperándose de dos accidentes aéreos que había sufrido en África. Todo cierto, aunque luego había viajado a España e Italia. Pero su "vivire pericolosamente" influyó en los suecos: se podía matar en cualquier momento y, siendo uno de los escritores más populares del mundo, quedarían en evidencia.

En realidad, lo que le faltaba a Hemingway era voluntad de hacer el paripé. Ahí si que me gustaría imaginar a un Bob Dylan escaqueándose del ritual, como hizo con el Príncipe de Asturias. En verdad, espero que nunca llegue el momento en que deba enfrentarse a esa decisión con el Nobel. El arte de Dylan es otra cosa, diferente de la literatura y tan digna en sus propios términos.

 

    

Mala calidad visual pero llamativo documento de Hemingway hablando sobre el Nobel para la TV cubana

Hay 20 Comentarios

Al final seguro que se lo dan a Sabina.

No seáis malos, se refería a Solzhenitsyn, que empieza por S y termina por N.

Intentando vacilar a uno que creía haber descubierto la pólvora, va el Toni No y la descubre él mismo. Enhorabuena, campeón.

¡Gran noticia esa de que SPRINGSTEEN tiene el Nobel! Y nosotros sin enterarnos. Supongo que mañana estará en portada de todos los periódicos y Manrique tendrá que comerse sus palabras de que una cosa es escribir libros y otra hacer canciones.

“Una excusa tonta para rellenar minutos en la radio, para publicar artículos más o menos cogidos por los pelos”: ahí le duele, al amigo DAM. Además, lo de que técnicamente es imposible es otra chorrada made in Manrique, que el Nobel se lo dieron a gente tan diversa como Springsteen o Churchill.

El Nobel se lo van a dar a Manrique, por sus artículos.

Creo que el artículo necesitaba algo más de extensión, me quedo con la sensación de que hay lagunas y de que lo que haces, Diego, es manifestar exclusivamente una opinión personal y si bien un blog es eso, quizás deberías hacer una exposición más amplia y detallada.

Qué alguien no sepa apreciar un buen vino no quiere decir que éste sea malo.

Vaya, que los premios éstos acaban siendo como los oscares... Y qué pintará Dylan ahí?

Por cierto, hay una erratilla: 'movilizó'!

Los premios son aplaudidos por algunos y denostados por otros.
Lo importante es escribir bien, con convicción, desde el lugar de cada uno.
èpocas de los grandes clásicos-que escribían muy bien- no había premios mundiales.
No creo que a los grandes escritores, que suelen ser buenos lectores, les interese mayormente.
A algunos quizás.
El Nobel es económicamente importante.
Y otorga réditos publicitarios.
Y los escritores son hombres vulnerables, como todos.

Dylan está más que sobrevalorado. Sus discos producen un agudo sopor, sus interpretaciones son por lo general deleznables y sus conciertos son directamente un coñazo. Pero ahí le tienen: símbolo hipster y recurso facilón para cincuentones inmovilistas y cansinos.

Menudo cantamañanas

Dylan es un poeta que pone música y canta sus poesías, como se hizo desde siempre: ahí están los poetas griegos y romanos antiguos, los trovadores medievales y tantos otros, desde Safo a Horacio, desde Joan Airas a Bob Dylan. Lo de los premios como el Nobel, sus políticas, contradicciones, etc., es otro tema. Saludos.

Hemingway está sobrevalorado. He dicho.

Hombre, Diego, que sólo haya publicado dos libros no me vale como argumento. ¿No puede ser una canción un soporte tan válido para la poesía como el papel?

Si le dieron el Nobel de literatura a Winston Churchill, ¿por qué no a Dylan? Zimmerman, al menos, no mandó bombardear Dresden.
¿Qué tiene que ver esto último con la literatura? Nada. Pero, ¿qué tiene que ver el premio Nobel de literatura con la literatura? Tan poco como el de la paz con la paz.

No se merece un Nobel ni de coña. Hay más de una docena de compositores e intérpretes de country que ponen sus botas encima de la mesa y se ríen de las letras y canciones de Dylan, y tampoco ellos se merecen el Nobel.

un premio nobel que ni sabía hablar español después de tanto tiempo en Cuba, lo que era este tío es un descarado, adicto al sexo y alcohólico, vamos el típico turista sexual gringo

Que alguién lea el final de ADIOS A LAS ARMAS y me diga que Ernest no tenía línea directa con el corazón de la humanidad.

HEMMINGWAY FUE UN GRAN ESCRITOR. SUS OBRAS PRINCIPALES... "EL VIEJO Y EL MAR" Y "¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?" YA HABLAN POR SI SOLAS.

HEMMINGWAY ES REPUGNANTE, NO SÉ CÓMO TE PUEDE GUSTAR SEMEJANTE DEPREDADOR…

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¡Tanta música, tan poco tiempo! Este blog quiere ofrecerte pistas, aclarar misterios, iluminar rincones oscuros, averiguar las claves de la pasión que nos mueve. Que es arte pero, atención, también negocio.

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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