Abogados, pistolas y dinero: Specialty Records

Por: | 18 de agosto de 2013

  

Buena parte de los Padres Fundadores, los disqueros del rock and roll y el primer rhythm and blues, eran criaturas exuberantes. Con recuerdos nítidos de los sangrientos pogromos de la vieja Europa, ellos o sus padres habían descubierto que, efectivamente, Estados Unidos podía la tierra de las oportunidades. Alardeaban de su buena fortuna, hablaban la jerga afroamericana igual que muchos de sus artistas tendían a vivir peligrosamente.

 

 

ART RUPEArt Rupe era todo lo contrario: cerebral, meticuloso, discreto. Nacido Arthur Goldberg en 1917 (¡y todavía vivo!), llegó a Los Ángeles con sueños de entrar en el cine. A pesar de que Hollywood estaba controlado por tycoons judíos, le resultaron ajenos por sus modos imperiales y su vulgar exhibicionismo. Pero había otros juegos en la ciudad y decidió apostar por los llamados discos raciales. Que era cómo se agrupaba a la música hecha por y para negros. 

Los que hayan leído las novelas de Walter Mosley, protagonizadas por Easy Rawlins, recordarán que la II Guerra Mundial llevó a multitud de negros hasta California, que vivieron años de prosperidad. En el apartado discográfico, la demanda superaba a la oferta. Los racionamientos bélicos, la llamada “huelga de Petrillo”, todo conspiraba contra abrirse paso en ese negocio. 

¿Qué hizo Rupe? Adquirió los discos más populares entre el público negro y lo estudió todo, con cronómetro, metrónomo y cuaderno de notas: letras, ritmos, arreglos, producción. Así desarrolló unas reglas indispensables para tener éxitos, que determinaban incluso la duración ideal (2' 40”). Y se pateó los antros nocturnos de la vertiginosa Central Avenue, buscando artistas sin contrato. Tras algún falso comienzo, fundo Specialty Records. Sus principios pasaban por la organización empresarial, la seriedad profesional y la honradez personal: de Rupe no se cuentan las típicas historias truculentas de prestidigitación con la contabilidad, aunque nadie le podría acusar de extrema generosidad.

El negocio estaba en la editorial, Venice Music, donde el autor sólo recibía un cuarto de los ingresos. Supongo que Rupe se justificaba por su absoluta dedicación a sus artistas. Hoy diríamos que era un workaholic: ninguna casualidad que se casara con sus sucesivas secretarias.  

Specialty grabó algo de jazz y blues profundos (el prolífico John Lee Hooker) pero se especializó en gospel y rhythm and blues. Para Rupe, no debía haber contaminación entre lo religioso y lo profano. Hay cierta confusión respecto a cómo desaprovechó a la voz negra más seductora del siglo XX: la versión simplona insiste en que dejó marchar al Sam Cooke al campo del pop ya que le prefería cantando música de iglesia con los Soul Stirrers. En realidad, fueron conflictos de talante y, aunque parezca mentira, la apuesta de Sam y su productor por arreglos bandos y coros mixtos. Rupe enfatizaba las interpretaciones intensas y el Cooke pop le sonaba excesivamente controlado. Aunque, cuando logró el primer pelotazo con "You send me", ya en el sello Keen, intentó duplicar la fórmula con las cintas que tenía archivadas.

 

Lo que sí entendió Rupe perfectamente fue el desplazamiento de las big bands hacia los grupos pequeños, por imposiciones económicas y por la mayor libertad asumida por por Jimmy Liggins, el exquisito Percy Mayfield o Roy Milton. Este último, baterista y cantante, era un profesional consumado: por las tardes, se moderaba ante públicos; de noche, se desmelenaba en antros de Watts. 

Según entraba en los años cincuenta, Rupe tuvo una intuición genial. Los Ángeles ya rebosaba de discográficas y la competencia era dura. Por el contrario, disfrutaba con los relajados discos que Fats Domino facturaba desde Nueva Orleans y calculó que allí habría talento por descubrir. Viajó a la ciudad en 1952 y encontró todo lo que podía desear: músicos profesionales que sonaban diferentes, el modesto estudio de Cosimo Matassa (como muestra Treme, ahora es una lavandería) y artistas chispeantes, con repertorio propio.

 

Se llamaban Lloyd Price, Larry Williams, Guitar Slim. Aunque todos fueron eclipsados por Little Richard, una loca de Georgia que sólo encontró su onda en Nueva Orleans, con músicos locales y la producción de uno de los pilares de Specialty, Robert Bumps Blackwell. Para entonces, como por arte de magia, el marginado rhythm and blues era universal con la etiqueta de rock and roll.

En el caso de Little Richard, estaba clara la etimología del término: eufemismos para el acto sexual. Su “Tutti frutti” era la versión depurada, por una impertérrita letrista de Nueva Orleans, de una canción francamente obscena. Ya no quedaba tiempo para ensayarla y se grabó en los últimos quince minutos de la sesión, con el propio cantante machacando el piano (hasta entonces, se centraba en cantar).

 

¿Qué podemos decir de Little Richard a estas alturas? Al principio de Mistery train, el libro de Greil Marcus ahora rescatado por Contra, se cuenta una anécdota de un Little Richard desatado, rompiendo el fluir de una discusión en un talk show televisivo y demostrando que era una fuerza de la naturaleza. Y también, ay, un hombre problemático. Volando hacia Australia en 1959, su avión sufrió unas turbulencias que el aterrorizado cantante interpretó como un aviso divino sobre la maldad intrínseca del rock and roll y su desenfrenado estilo de vida. Otra versión habla del terror de Little Richard en Sydney, al vez cruzar al satélite soviétito Sputnik sobre el cielo austral de Sydney. 

Art Rupe Rip it upLa deserción de Little Richard resultó un golpe fatal para Specialty, a sumar a la humillante perdida de Sam Cooke. Y Rupe abandonó la lucha. Una de las explicaciones fue su resistencia a la payola, el soborno de los locutores para pinchar sus discos, aunque un hombre tan metódico como Rupe ya tenía presupuestada una partida para esos molestos gastos.

Después de todo, no le fue mal. Controlaba los derechos editoriales de sus artistas y le cayó el gordo cuando los Beatles registraron varios temas de Larry Williams y Little Richard. También explotó su prodigioso catálogo fonográfico, del que ahora se pueden encontrar muestrarios tan económicos como Rip it up: the Specialty story (Not Now Music), hasta que lo vendió a Fantasy en 1991. Invirtió en yacimientos de petróleo y gas, haciéndose aún más rico. Acepta los honores que le otorgan diferentes instituciones pero se resiste a conceder entrevistas. Cuando se le insiste, sugiere que el periodista se compre In his own words: the story of Specialty Records, un doble disco donde enhebraba sus recuerdos con algunos de sus trepidantes éxitos. Ya no le beneficia directamente pero, caramba, una venta es una venta.

  

Hay 4 Comentarios

La verdad, Curro, es que fue la aparición de las recopilaciones de dominio público lo que me animó a emprender la serie. Eso y el recuerdo de lo que costaba conseguir aquellos vinilos en los "bad old days"...ahora, por 7 o 9 euros, tienes soberbias colecciones de 50 canciones (eso sí, escasas en notas e información)

... lo que da "penita" es el efecto que pueda tener en sellos de reediciones "gourmet" como ace o bear family... aunque bien visto, lo de hodoo, soul jam, not now... es un filón que creo debemos aprovechar los que se inicia, los completistas y los vagos.

Enhorabuena por esta serie... y de rebote un tema interesante, el vencimiento de derechos que ha inundado el mercado con jugosísimas recopilaciones a precio de ganga, que no incluyen "la morralla" de la que nadie se quería ocupar o sesiones menores olvidadas y probablemente pirateadas (en los 80 si no me equivoco se hicieros un montón de edicones bastante cutres de "oldies", seguramente se les daba menos valor que ahora a la música que contenían, en el auge de los sintetizadores y las madonnas, no sé). Un buen tema de debate, digo yo...

Muy interesante. Me gustaría preguntarles a ustedes que opinan sobre la ley antigay?: http://xurl.es/sysnl

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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