Burt Bacharach, las canciones más elegantes del siglo XX

Por: | 08 de diciembre de 2013

  Burt Bacharach Y aNGIE DICKINSON

Con 85 años y todo tipo de honores, Burt Bacharach ya no busca hacer amigos. Su autobiografía, Anyone who had a heart (HarperCollins), comienza con una frase que se atragantará a cualquiera que recuerde los años sesenta: “Llevaba unos nueve meses casado con Angie Dickinson cuando empecé a pensar en divorciarme”. 

Glup. En 1966, la monumental Angie era una de las actrices más queridas de Estados Unidos, muy superior en popularidad a su marido, sumido en el anonimato entonces reservado a los creadores de canciones pop.

  

Sin embargo, el matrimonio duró quince tormentosos años. Les soldó el nacimiento de Nikki, una criatura prematura que enseguida manifestó problemas físicos y mentales. Mientras Angie optó por Burt-bacharach librodesarrollar su carrera en televisión, para trabajar en los estudios de Los Ángeles y evitar alejarse de Nikki, Burt no descuidó sus giras o sus torneos de tenis amateur, ausencias que le permitían ejercer de picaflor.

En el libro, Angie acusa a Burt de presionarla para internar a Nikki en el centro psiquiátrico donde permaneció diez años. En 2007, la desdichada se suicidó. Fue victima, piensan ahora, de la tardanza en identificar su dolencia, el síndrome de Asperger. Pero, insiste la actriz, no ayudó la obsesión de Burt por romper la “excesiva dependencia” entre madre e hija.

Para Angie, que no perdona, Burt es esencialmente un narcisista: “alguien que piensa que siempre hace lo correcto, que no acepta responsabilidad por lo que no salió como estaba planeado”. Su insensibilidad apabulla: "estábamos en The Mike Douglas Show, todo el país viéndonos, y de repente suelta que tal vez deberíamos divorciarnos. Acababa de conocer a Carole Bayer Sager."  

Tampoco era generoso con sus compañeros de viaje. En 1970, cuando recogió dos Oscar y dos Grammy, en ninguna de sus cuatro subidas al escenario tuvo una sola palabra para su esposa. Su relación más fructífera, con el letrista Hal David, se rompió tras una disputa por el reparto de beneficios del remake de Horizontes perdidos (1973), que a la postre resultó un pinchazo. Y formaban el equipo perfecto: David articulaba la contención emocional; Bacharach construía melodías sinuosas, sobre ritmos cautos pero inevitables.

Hablamos de un hombre rico en talento y, muy importante, con extraordinario magnetismo para las mujeres. Elvis Costello, su socio en los noventa, evoca su capacidad para abducir al sexo opuesto: “vas con él y de repente desapareces, dejas de existir cuando se fijan en Burt. Ocurría lo mismo con una modelo que trabajaba de azafata en la ceremonia del Grammy que con la reina de Suecia.”

  

Aparte, despertaba los impulsos maternales. Director musical de Marlene Dietrich durante años, la alemana supervisaba estrechamente sus sucesivas novias. Se sentía propietaria, aunque Burt declinó la oferta de compartir su cama. Bacharach se hacía disculpar las salidas más impertinentes: prohibió que la madre de Carole Bayer Sager, tercera esposa y colaboradora creativa, acudiera a la boda; era “demasiado judía” para un judío nada devoto.

Bacharach argumenta que su necesidad de controlar deriva de demasiadas experiencias negativas en lo profesional. En el texto, explica cómo se grabaron muchas de sus clásicas. Con su perfeccionismo, podía llegar a escuchar hasta mil veces temas para Dionne Warwick tipo “Walk on by” o “I say a little prayer”. Empezaba con los ensayos, seguía con las muchas tomas en el estudio, infinidad de mezclas, hasta probaba diferentes prensajes en fábricas diversas. Desdichadamente, tanta minuciosidad no era recompensada: en sus primeros años, sus obras eran editadas por discográficas pequeñas que pagaban tarde, mal o nunca.

  

Listo para usar: una playlist con 112 de las más populares composiciones de Bacharach

Sí, tenía acceso al mundo de los poderosos pero debió apechugar con situaciones embarazosas. En 1985, invitado a actuar en la Casa Blanca, se encontró con un piano que le obligaba a dar la espalda al público y que ¡no sonaba!. Se arregló pero el anfitrión, Ronald Reagan, se durmió durante su recital. En Filipinas, la primera dama, Imelda Marcos, le convirtió en el animador de una cena: se empeñó en que tocara melodías (¡y no las suyas!), para que ella demostrara lo mal que cantaba.

Le salvaba su aplomo y, confiesa, los porros de marihuana que, incluso en el palacio presidencial de Manila, aparecían milagrosamente. También le ayudó la capacidad para desconectar de la música. Tras el tenis, eligió un hobby muy oneroso: los caballos de carrera. Tras unos triunfos iniciales, le tocó sufrir: “los caballos lentos comen tanto como los rápidos, y yo llegué a tener 32 en mi cuadra”.

Bacharach caballos

Siempre positivista, extrajo enseñanzas: “los habituales de los hipódromos se enfrentan a las decepciones a lo largo de toda su vida.” En su oficio, lo tradujo como la certeza de que, tras un periodo dorado, todo se enfría: los años baldíos. Sin embargo, han venido a su rescate desde los rincones más inesperados. El disco debut de Oasis, Definitively maybe (1994), tenía en primer plano un retrato de Bacharach: Noel Gallagher era un fan.

Al año siguiente, Bacharach le agradeció el apoyo con una invitación a cantar "This guy's in love with you", en los dos conciertos que tenía programados en el Royal Festival Hall londinense. La primera noche, a pesar del nerviosismo, Noel lo hizo bien. Y se quedó tan satisfecho que se fue de marcha, a celebrarlo. Lo celebró tanto que, la segunda noche, sencillamente no se presentó.

  

Llegaron luego las apariciones en las populares películas de Austin Powers, que parodiaban las primeras entregas de la saga de James Bond. El emparejamiento artístico con Elvis Costello hizo ver al mundo musical que conservaba su gusto por ritmos atípicos, melodías imaginativas, arreglos satinados. En los últimos años, con un catálogo de canciones económicamente vivo, Burt se permite hacer discos por capricho. En 2003, sacó Isley meets Bacharach: Here I am, con Ronald Isley acariciando sus éxitos. Para el siguiente, At this time (2005), llamó incluso al chico prodigio del momento, Rufus Wainwright. Sí, sí: en la tercera edad es cuando Burt ha apreciado las ventajas de lucir cool.

  

También ha surgido un Bacharach comprometido, implicado en las elecciones presidenciales por las odiosas políticas de George W. Bush. En 2011, junto a Hal David, le concedieron el Premio Gershwin, que otorga la Biblioteca del Congreso. Barack Obama les piropeó: “ellos atraparon las emociones de nuestra vida diaria: los buenos momentos, los malos momentos y todo lo que hay entre medio.” Siempre ágil para reconocer una oportunidad, Burt aprovechó para ofrecerle grabar un disco. Obama se sonrió y su invitado le insistió que iba en serio: “usted lo podría hacer bien.”

 

Esta entrada parte de un artículo publicado en octubre en la sección Gente. En abril de 2013, El amplificador estuvo dedicado a temas de Bacharach y David hechos por The Beatles y otros doce artistas británicos o afincados en el Reino Unido.

Hay 3 Comentarios

Sí que es cierto: hoy en día ya no hay compositores ni músicos de la talla de Bacharach o Hazlewood, ni de Brian Wilson o Phil Spector.
Burt Bacharach tiene un algo que no tienen otros compositores: recuerda a una época, pero no lo ves como algo demodé, sino que su música te mete en esa época y es como si lo vivieras en primera persona. Y lo que cuenta o expresa, al ser algo universal (aunque anclado en esa época, insisto), se puede extrapolar a cualquier época del tiempo y edad del oyente.
Otra cosa que me fascina de Bacharach es su manera de componer y arreglar : la manera de empezar una canción, cómo se desarrolla y cómo se adorna, de tal manera que caes rendido ante lo que oyes.
No acabo de entender del todo ni su vida ni su vida laboral (esos pocos discos en solitario, esa ingente cantidad de material cantada por otros), pero supongo que a pesar de toda esa fama, dinero y mujeres que tuvo, seguía siendo un ser humano que se equivoca como el que más.
No sé por qué hablo en pasado: este genio sigue vivo, y con un catálogo que demuestra que The Brill Building fue más, mucho más que un edificio en Broadway.
Pues eso, nadie compone ya estas magníficas sinfonías de bolsillo para adultos. Y el periodo 1966-1972 sigue siendo un faro al que recurro cuando me desespero con la pobreza de talento de la música actual.

Es curioso que tantos y tantos genios de la música tengan una vida personal tan, ahem, cuestionable.

Pero yendo a lo que importa aquí -la música-, hay que reconocer que Bacharach ha demostrado un talento más que apabullante. En la caja recopilatoria "The Look of Love", hay tal cantidad de canciones magníficas que uno no puede evitar volver al viejo cliché, "ya no hay músicos así"… y lo peor es que tal vez sea cierto.

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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