Gabo y el acordeón del Diablo

Por: | 20 de abril de 2014

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De acuerdo, lo de reducir Cien años de soledad a un vallenato es una boutade, aunque tiene su fuerza publicitaria. En realidad, según confesión del autor, la novela se escribió mientras en el tocadiscos sonaban los Preludios de Debussy, A hard day’s night, de los Beatles, y ¿qué más?. Pero la frase de García Márquez sirve básicamente como rotunda declaración de amor por la música de su tierra, incluso de asunción de sus técnicas narrativas.

El boomPermítanme un inciso, ya que la mención al grupo de Liverpool puede chocar. Del impacto de los Beatles, Gabo dejó constancia en un texto de 1980, Sí: la nostalgia sigue siendo igual que antes, facturado inmediatamente después del asesinato de John Lennon (y atribuyendo, ay, al difunto alguno de los temas de McCartney, pero eso ocurre frecuentemente). Evocaba así García Márquez el cambio de paradigmas: “esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de otras drogas para soñar.”  

Volvamos a los vallenatos. Se supone que brotaron en el siglo XIX, como crónicas que recogían sucedidos en los departamentos colombianos cercanos al Caribe. Unas tonadas que fueron espesando musicalmente con la entrada de los tambores africanos, la guacharaca de los indígenas y, atención, el acordeón europeo.

En Cien años de soledad, el acordeón es el símbolo de la perdición. Por lo menos, eso cree Úrsula Igurán, la matriarca. Para ella, el acordeón es “propio de vagabundos herederos de Francisco el Hombre”. No se pierdan ese apodo, que volverá a reaparecer. Aureliano Segundo, ya convertido en un anciano melancólico, toca las canciones de parranda “en un acordeón asmático”

Se menciona a Rafael Escalona, un hacendado con enorme ingenio para componer vallenatos y al que ya alababa por escrito en 1950. De su mano, García Márquez conocería a los ilustres del género: Alejo Durán, Leandro Díaz, Luis Enrique Martínez. Otra presencia fugaz en Cien años de soledad: Francisco el Hombre, una figura envuelta en las nieblas del pasado (y tanto: en el libro se le atribuye una edad cercana a los 200 años). En el siguiente reportaje, se nos cuenta que se llamaba Francisco Moscote Guerra.

  

Atentos al encuentro del trovador con el Diablo, que nos lleva inmediatamente a recordar el famoso pacto de Robert Johnson en el cruce de caminos. Aún en diferentes países, la mitología de ambos creadores recurría a un sustrato común de leyendas, seguramente de origen africano. 

El siguiente corto, de hechura más casera, también insiste en su identificación con Francisco Moscote. Merece verse por incluir un duelo de acordeonistas y por trazar el arco de difusión del vallenato, hasta su internacionalización en la voz desapasionada de Julio Iglesias.

  

Pero, ay, existen otros candidatos. En 2000, el realizador alemán Stefan Schwietert conoció a un trovador de 92 años, Francisco Rada Batista, que vivía en extrema pobreza y aún se permitía juegos semánticos: “¿mi pensión? Es pensar que tendré mañana para comer”. Un hombre lúcido que Schwiert aceptó como el verdadero Francisco el Hombre. Y le rodó un espléndido documental de 83 minutos, El acordeón del diablo.

Una película que conviene ver atentamente por las pinceladas sociales (la ascensión de los marimberos, los cultivadores y negociantes de marihuana) y las sorpresas musicales, como el uso del yodel centroeuropeo. Se nos da una diferente versión del encuentro con El Maligno, hacía el minuto 60. Cuando se nos explica la vida amorosa de Rada (y la abundancia de descendientes), entendemos que Cien años de soledad tiene mucho de retrato social.

  

Respecto a la multiplicidad de Franciscos, nada que deba sorprendernos. Muchos de los primeros creadores del vallenato vivieron en la era preindustrial y no entraron en la gran industria del espectáculo. Recuerden el caso de Lorenzo Morales, Moralito, que terminó viviendo en las montañas. Cuando bajó, se pasmó al enterarse que era conocido mundialmente, y no como un triunfador: según “La gota fría”, había perdido una piquería con Emiliano Zuleta, que era el autor de la canción que fascinaba, entre millones, a García Márquez.

GGM no era un esnob musical. Le encantaba epatar a los intelectuales old school, al enseñar orgulloso su colección de discos, “tengo incluso más que libros”. Era bastante completa en música clásica pero, como insistía en señalar, lo importante estaba en la selección  de músicas populares, “todo lo que venía después de la V de Vivaldi”.

Tampoco alardeaba de rarezas. Le gustaban los grandes éxitos, los temas redondos, los aciertos universales. Seguramente, lo único en lo que coincidió con Guillermo Cabrera Infante, situado en sus antípodas políticas, fue en la admiración total por “Pedro Navaja”, de Rubén Blades. El tipo de piruetas que le divertían: un personaje de Bertolt Brecht trasplantado al Nueva York latino.

  

Pero no se precisa erudición de connoisseur para gozar. GGM amaba las canciones de pasión, esas que quiebran sutilmente el orden social con su exageración, con su impertinencia. Daba igual que fueran boleros, tangos o rancheras. Músicas de luz roja, redimibles por sus funciones terapéuticas, como afirmaba el doctor Juvenal Urbino en El amor en los tiempos del cólera. 

Ahora nos llegan en tromba las anécdotas musiqueras, extraídas de sus memorias o las de sus amigos. Pero me quedo con aquellas frases compartidas con el periodista cubano Rafael Lam: “cuando estoy con mis amigos íntimos no hay nada que me guste más que hablar de música. Soy un melómano empedernido. Siempre digo mi lema: 'Lo único mejor que la música, es hablar de música'”. Uno de los nuestros, sin duda.     

Gabriel-garcia-marquez en familia
 

Hay 4 Comentarios

Disculpas, el texto se escribió el Viernes Santo, al ver que los obituarios olvidaban o caricaturizaban la pasión musical de GGM. Estaba además la intriga de la doble identificación de Francisco El Hombre....

Ome, don Diego, abrs un inciso para hablar de vallenato y no recuerdas ni por un segundo a un personaje, muerto recientemente, de agitada vida musical y amorosa y que, aunque era relativamente reciente, representaba ese microcosmos del vallenato, Diomedes Diaz?

Su ritmo en cada novela tiene todos los tonos del Caribe, aquellos que se han apagado un rato con su pérdida y, el mismo día, con el del gran Cheo Feliciano.

http://casaquerida.com/2014/04/19/dos-lagrimas-caribenas/

Don Diego, dos aclaraciones sobre Cien años de soledad: Aureliano Segundo no es hijo de Úrsula Iguarán, sino bisnieto. Tampoco este personaje se lanza a la vida bohemia y tarda en volver a Macondo. De hecho se convierte en el hombre más rico del pueblo y sólo lo abandona en una ocasión, para ir a buscar a la mujer con la que se casa.

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¡Tanta música, tan poco tiempo! Este blog quiere ofrecerte pistas, aclarar misterios, iluminar rincones oscuros, averiguar las claves de la pasión que nos mueve. Que es arte pero, atención, también negocio.

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Diego A. Manrique

, en contra del tópico que persigue a los críticos, nunca quiso ser músico. En su salón hay un bonito piano pero está tapado por montañas de discos, libros, revistas. Sus amigos músicos se enfadan mucho.

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