
Crédito: Walt Disney Pictures

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Les propongo una aventura. A escasa distancia de la costa de Luarca, se abren gigantescos cañones submarinos que recuerdan un poco la orografía marciana. Es un mundo oscuro, frío, opresivo. Más hostil que el espacio interplanetario. A pocos metros de profundidad, la oscuridad es total. España no dispone de sumergibles ni de batiscafos para explorar este lúgubre mundo, así que, literalmente, este mundo es tan inaccesible para nosotros como Marte. Es nuestro Planeta Prohibido.
Imaginen asombrosas criaturas que medran en un lago de metano submarino y que jamás serán vistas en la superficie. Y ahora imaginen a un fabuloso animal que es capaz de crecer varios metros al año desde que nace. Que tiene ojos gigantes para ver en color a esas profundidades. Que probablemente es rojo. Y que quizá usa la fosforescencia de sus tentáculos como una inusual forma de comunicarse. Ese animal es el invertebrado más grande de la Tierra, y el más desconocido.
Eso es lo que dice la ciencia. A lo que añado en mi película un grado de inteligencia y una feroz capacidad de planificación, un ser que vive a espaldas de los humanos en el inabarcable mundo tridimencional del espacio profundo.Una aventura de un científico que descubre que los hidrocarbonos son primordiales en el interior del lecho submarino asturiano, hidrocarbonos que también se juntaron en el interior de Marte. Hidrocarbonos que a la postre sirven como fuente de energía a extrañísimas formas de vida en el interior de ambos mundos. La ambición por el petróleo a altas profundidades, Marte y el extraño Kraken de las leyendas conforman una aventura a lo James Cameron. ¿No les parece?
Sabemos que el Kraken existe porque sus cadáveres a veces llegan a la costa, arrastrados por las corrientes. Yo mismo me he enfrentado a un Kraken en el terreno literario. Es un personaje que da escalofríos. Es inteligente, una fría consciencia que es dueña de un abismo gélido y oscuro.
Cuando el japonés Tsunemi Kubodera consiguió al fin fotografiarlo y filmarlo en su hábitat natural, a menos de un kilómetro de profundidad en la isla de Ogasawaka, lo primero que hice fue ampliar ese rostro en la pantalla de mi ordenador. Puedo asegurarles que la primera impresión del rostro del gigante ratificó mis temores literarios: una mirada de la que se desprendía una profunda inteligencia, armada casi con un poder físico sobrenatural, con esos brazos llenos de ventosas agitándose en la negrura de un Planeta Prohibido para nosotros. Comprendo si cabe mucho mejor la obsesión de Julio Verne en su obra magna, con ese pulpo –no calamar– con diez brazos y un peso de doscientas toneladas que tendría que haber sido de hierro, y que sin embargo es tan real dentro y fuera de las páginas.
Precisamente Luarca, mi escenario literario para esta aventura submarina, es el lugar del mundo con más "avistamientos" de este tipo de estos calamares gigantes. Así que un buceador experto llamado Luis Laria decide formar en este encantador pueblecito un museo (Cepesma) con ejemplares de calamares gigantes que han asombrado a los norteamericanos y a los curadores del Museo Smithsonian. Luarca presta sus ejemplares a la institución museística más grande de la historia, visitada por millones de turistas todo el año, que se asombran ante estos monstruos marinos de leyenda sumergidos en formol. Pero el pequeño museo educativo asturiano –único en el mundo– sobrevive a duras penas con las donaciones de los particulares, y es ignorado por los políticos y el Principado, sede del premio Príncipe de Asturias. Esto no es una película pero parece ciencia ficción.
El auténtico Planeta Prohibido del calamar gigante es Luarca. Así que desde aquí, invitamos al insigne descubridor japonés a que venga a Asturias. Y a los políticos y autoridades asturianas, a que abran los ojos y miren al mar como una oportunidad para desarrollar nuevas tecnologías y conocimientos, no como una despensa.