Cartel promocional del film Wall Street 2. Cortesía de 20th Century Fox.
Es una ciudad cualquiera, año 2025. En un centro especializado en neurología y psiquiatría, Gordon Gecko, el magnate sin escrúpulos de Wall Street, aguarda su inyección semanal. En una sala alejada de su habitación, un científico examina la composición de una sustancia en su pantalla para determinar la dosis adecuada. Después se dirige a la celda donde está confinado para su tratamiento para curar su comportamiento corrupto. Gekko es adicto al poder y al dinero fácil. Ha sido condenado por utilizar información privilegiada, por causar quiebras económicas en otras compañías para enriquecerse, por infringir todas las reglas. Es el perfecto prototipo de los grandes tiburones financieros que originaron la crisis que todos padecemos. Pero dentro de unos meses, su enfermedad habrá sido curada. Podrá reintegrarse en la sociedad.
Claro que ahora no hay que recordar excelentes películas como la de Oliver Stone y su continuación para toparse con individuos como Gekko. Basta encender un televisor o leer un periódico, o escuchar la radio. Los nombres están en boca de la gente. Insignes figuras públicas envueltas en desfalcos de entidades bancarias, estafas a las arcas públicas, cobros de comisiones irregulares...un comportamiento mantenido durante años y años, y como consecuencia, ríos de dinero que fluyen a Suiza o hacia paraísos fiscales. ¿Podría curarse todo eso con una píldora anticorrupción? ¿Podríamos confiar de nuevo en esas personas?
Lo más probable es que esa píldora no sea posible. O quizá sí lo sea.
El doctor Ian Robertson, profesor de psicología del Trinity Collegue en Dublín, es el autor de un libro, The Winner Effect, en el que sugiere que el poder político y la cocaína ejercen efectos similares y adictivos en el cerebro humano. El poder político dispara en hombres y mujeres la producción de testosterona (sí, ellas también tienen esta hormona). El derivado de esta hormona, llamado 3-androstadienol, impacta en una zona de recompensa del cerebro llamada núcleo acumbes, y el cerebro rezuma dopamina, que es muy placentera. La cocaína hace algo parecido. Tras este subidón, el cerebro quiere más. Nuestro político de turno, nuestro especulador financiero Gordon Dekko, se ha hecho adicto al poder.¿Que significa eso? Que hará cualquier cosa con tal de no abandonarlo.
Los estudios con babuinos demuestran que los machos líderes generan más dopamina, y que eso les hace más inteligentes. Aquellos que están en escalones más bajos tienen también menores cantidades, pero si logran ascender, la dopamina baña sus cerebros de líder. Y luego es muy difícil desengancharse. El poder político y la corrupción son casi inevitables. Una cosa lleva a la otra, tarde o temprano.
Robertson cree que hay factores externos que cercan al poder. El primero es la democracia, y el segundo, la prensa libre. ¿Que tal la farmacología? Si el poder deriva en comportamientos corruptos, ¿podríamos cambiar la química del cerebro para evitarlos? No en vano el tratamiento de la depresión y los estados anímicos se combaten ahora con la química. Hace unas cuantas décadas, en los lóbregos tiempos en los que a los enfermos mentales se les trataba con descargas eléctricas y lobotomías cerebrales, la idea de tratar una enfermedad mental con una pastilla era pura ciencia ficción. ¿Por qué no pensar en una píldora para corruptos, o incluso una pastilla preventiva para evitar que se conviertan inevitablemente en lo que serán con los años?
"No creo que sea posible una píldora así", nos responde Robertson. "La corrupción no es sólo cuestión de una mente individual, existe en las relaciones entre la gente". Salvo un tratamiento social masivo, Robertson no ve la vía para que una situación de estas características se medique. Claro que la depresión es una enfermedad muy común. ¿Entonces? Los medicamentos contra ella traen sus propios problemas, asegura este experto.
Todo tiene su contrapartida. Si en el futuro que esbozamos aquí en Planeta Prohibido resulta ser el acertado, ¿coincidiría todo el mundo en una cura para suprimir un comportamiento no aceptado? Imaginen sofisticados cócteles cerebrales para curar los cerebros de los delincuentes, los asesinos, los violadores y pedófilos. Un paso más, y tendríamos tratamientos para los disidentes políticos, los disidentes religiosos. No faltarían voces que clamarían para tratar comportamientos sexuales que no serían los normalmente admitidos: homosexualidad, bisexualidad, lesbianismo...comportamientos que incluso en nuestra sociedad actual han sido enjuiciados y discriminados (y para que conste, y en líneas generales, aborrezco el término enjuiciar).
A pesar de que esta píldora anticorrupción es mera especulación, los estudios de Robertson acerca del poder político y la adicción son muy sugerentes. Si el poder actúa como una droga, se sabe que la mitad de la adicción que tenemos a las drogas tiene una base genética. Y que determinadas mutaciones en los receptores de la dopamina pueden hacer que unas personas sean más susceptibles que otras de caer en el alcoholismo, o la adicción a la cocaína o la heroína (que por cierto, han sido utilizadas profusamente por la medicina en el pasado, sin tanto escándalo). ¿Por qué no en la corrupción?
PD. Por cierto, y para situar las cosas en su contexto. España ocupa el lugar 22 en un ranking de 150 países, donde los primeros son los más honestos (Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia y Suecia entre los cuatro primeros), y los últimos, los más corruptos (Sudán. Afganistán, Somalia y Corea del Norte, en el el último puesto).
Hay 4 Comentarios
Creo que el factor ambiente interfiere mucho con la herencia genética. Para que una persona sea corrupta, a bote pronto se me ocurren un par de condiciones: la acumulación de poder en un puesto relevante, una sociedad que favorezca esa acumulación y una serie de brechas en el sistema administrativo y judicial que omitan esos errores humanos ¿Es la corrupción un producto del cerebro o de la sociedad? Si tenemos una base científica que afirme que sí, podemos concluir que una pastilla que nos curase de esos efectos resultaría de enorme utilidad en la sociedad. Sin embargo, hay un abanico de consecuencias desastrosas implícitas en esa pastilla del futuro, ya que como todos los avances científicos, se intentaría utilizar para combatir aquello que escapa de nuestro libre albedrío: el color de los ojos de los niños, la homosexualidad... La ciencia, como ciencia hecha por humanos y para humanos, tiene que ser responsable.
Publicado por: Fitzgerald | 19/03/2013 20:41:48
Ojala se pudiera, se iban a forrar aquí
Publicado por: Cocinar con-Ciencia | 17/03/2013 23:11:38
La ciencia avanza a pasos agigantados pero no creo que eso sea ni posible ni ético.
Publicado por: pronosticos futbol | 17/03/2013 22:55:21
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Publicado por: Moderna | 17/03/2013 9:16:21