Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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La amenaza (muy real) de los ciberparásitos

Por: | 28 de abril de 2013

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Carátula del film, La Red. Cortesía Sony /Columbia Pictures

 

Una de las películas que más me gustaron en la década de los noventa es La Red, de Irwin Wrinkle, estrenada en 1995. En ella, Angela Bennett, una programadora de ordenadores (Sandra Bullock) se ve envuelta en una conspiración en la que un grupo de ciberterroristas, los pretorianos, se dedican a sabotear los sistemas informáticos de los institutos públicos para poder vender al gobierno estadounidense un programa de protección contra los virus llamado Gatekeeper. Su objetivo no es solo forrarse: el software tiene un troyano –una "puerta" llamada "pi", que no es otra cosa que la manera de colarse en cualquier lugar para robar todos los datos.Información es poder.

Bullock es una mujer extravagante, un poco friki (derivado del término inglés freak, extravagante); no vive para otra cosa que los ordenadores, apenas tiene amigos, y en sus vacaciones en México se lleva a la playa su ordenador portátil. Allí conoce a un joven que aparentemente es como ella, pero que en realidad trata de matarla. Todo gira por supuesto alrededor de un pequeño disquete –un minidisco optico– que un amigo de Bullock le envió por correo, comentándole ese signo "pi" del dichoso programa en una de las esquinas. 

Los ciberterroristas tratan de matar a Bullock y de apoderarse del disco. En un mundo analógico de televisores de tubo donde los ordenadores eran trastos de oficina, borran el perfil de Angela Bennett e incluyen una ficha criminal con su foto en los ordenadores de la policía, creando una falsa identidad; la desposeen de sus fondos y tarjetas de créditos; manejan los historiales clínicos de hospitales para que las enfermeras suministren de forma letal y sin saberlo penicilina a uno de los pocos amigos de Bullock que es alergico a ella. Y hasta son capaces de paralizar el sistema informático de un aeropuerto.

Todo transcurría en una sociedad americana que se despertaba a Internet, cuando estaba aún en estado prehistórico aquí en España. Ahora, y solo trece años después, en un mundo de tabletas y teléfonos inteligentes, lo raro es encontrar a alguien en los aeropuertos que mire al frente y de cara sin la testuz doblada hacia abajo, donde esta la pantallita de marras. Mucha gente se ha convertido en frikis: caminantes magnetizados por sus trastos electrónicos enganchados a la red.

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El mundo de Sandra Bullock en La Red: ordenadores de tubo y disquetes. Sony/Columbia pictures.

 El propio Clint Eastwood decía en una entrevista con El País Semanal que todavía pertenecía a ese tipo de ser humano capaz de levantar la vista y ver el mundo real, llevando además un libro en la mano. Y me acuerdo de haber leído no hace mucho un artículo de The New York Times en el que el autor confesaba emocionado que había contemplado una puesta de sol espectacular, perdiendo la oportunidad de fotografiarlo con su iPhone. ¡Recomendaba a los lectores que experimentasen algo así!

Aparte de la progresión geométrica de miopes – para regocijo de los ópticos–lo que me pregunto es: ¿hasta qué punto los peligros expuestos en La Red se están cumpliendo en esta sociedad que no puede concebir las cosas sin internet?

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Los poderes científicos de Superman

Por: | 21 de abril de 2013

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Christopher Reeve en Superman (1978). Cortesía de Warner Bros.

Confieso que Superman no es mi héroe favorito, precisamente porque es demasiado súper: un tipo prácticamente indestructible, capaz de volar como un rayo, con una súper-fuerza de no te menees. Además, no sólo posee visión de rayos X, sino que escupe rayos láser por los ojos. Y súper-aliento puede ser abrasador o lo suficientemente gélido como para congelar un lago. Por no tener además un súper-oído capaz de escuchar el más mínimo susurro.

Pero hay una serie de aspectos fascinantes que ilustran los 75 años desde su creación por Jerome Siegel y el dibujante Joe Shuster: los poderes de Superman, que se han ido añadiendo al personaje desde su creación en 1933 (por lo visto, en la primera historia original, Superman era un villano telepático con el aspecto de Lex Luthor). En las primeras viñetas, el héroe pegaba unos brincos impresionantes, pero no volaba.Y posteriormente, en los años sesenta, Superman desarrolló visión láser en los ojos.

Incluso en la ultima revisión cinematográfica de Bryan Singer (que personalmente me encantó, aunque fue un semifiasco de taquilla), nuestro héroe era capaz de vitaminarse absorbiendo toda la energía posible del Sol, subiendo hasta la estratosfera.

¿Puede la ciencia explicar estos poderes?

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Alfred Hitchcock y el caso del cerebro transparente

Por: | 17 de abril de 2013

 

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Una escena del reciente film Hitchcock, protagonizado por Anthony Hopkins, en la que se recrea el rodaje de Psicosis. Jessica Biels grita al descubrir la madre de Norman Bates. Cortesía de 20th Century Fox.


Recuerdo con toda claridad la primera película que vi en la televisión en su totalidad, cuando era niño. Fue Cortina Rasgada, de Alfred Hitchcock. Narraba la historia de un científico, el profesor Armstrong (interpretado por Paul Newman) que tenía que viajar a la Alemania del este para robar una fórmula del cerebro de otro científico. Jamás hasta ese día había sido capaz de quedarme delante del televisor para ver una película de principio a fin. Eran otros tiempos en los que la pantalla me parecía algo tremendamente aburrido. Hasta que Hitchcock me atrapó.

La impresión fue tan vívida que llegué a pensar que la televisión era una fuente increíble de experiencias, que todas las películas que echaban te mantenían quieto en el sofá y con los ojos de plato. ¡Pueden creerlo! Por supuesto, la decepción no tardó en llegar.

Claro que Cortina Rasgada, para muchos cinéfilos, no resultaba ni mucho menos el mejor film del maestro –se la ha definido como un saco de trucos. ¿Por qué se me quedó grabada? Mucho tiempo después, pensé que Hitchcock podría ayudar a los estudiosos del cerebro humano a comprender mejor su funcionamiento.

La escena en la que Paul Newman (el físico Armstrong) usa un horno de gas para asesinar a Gromek, el esbirro que las autoridades de la Alemania oriental han puesto para vigilarle, es una de mis favoritas. Y tenía que tener alguna explicación en lenguaje de neuronas. El suspense que se desencadena cuando los alemanes descubren que el profesor Armstrong es un espía antes de que Newman sea consciente de ello es como un escalofrío delicioso y provoca una sensación casi adictiva. Algo así debe tener por fuerza un retrato en la bioquímica de nuestra cabeza. ¿No les parece?

Ahora, un grupo de científicos del City Collegue de Nueva York ha dado con la respuesta. ¡Eureka!

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Los simios viajeros del tiempo

Por: | 14 de abril de 2013

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Una escena de el Planeta de los Simios, con Charlon Heston. Cortesía de 20th Century Fox

Seguro que han visto El planeta de los Simios, y la monumental sorpresa que se lleva Charlon Heston cuando descubre que el planeta en el que ha aterrizado esta dominado por los monos. Pero pueden que no se acuerden del principio, cuando Heston, a bordo de su nave y antes de hibernar, reflexiona sobre el tiempo, la relatividad y Einstein.

Nuestro astronauta lleva seis meses viajando en el profundo espacio, mientras que la Tierra ¡ha envejecido 700 años! Una vez dormido –y me he molestado en hacer los cálculos por lo que señalaba el reloj de la nave cuando Heston se acostó y en el momento del aterrizaje– nuestro astronauta viaja unos 1305 años años antes de aterrizar en un planeta que no sabe que es la Tierra. Voy a intentar explicarles en menos de dos párrafos lo que es la relatividad especial de Einstein, y por favor, ¡no salgan corriendo! ya que si tienen un poquito de paciencia, comprenderán que los viajes en el tiempo no son del todo ciencia ficción.

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El profesor Bacterio y la tercera ley de Newton

Por: | 11 de abril de 2013

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Una de las mejores portadas de Francisco Ibañez, album publicado por Editorial Bruguera. 

Por extraño que parezca no he encontrado apenas estudios académicos que expliquen el éxito y la sociología de Mortadelo y Filemón: 150 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, y traducción a una decena de idiomas. La singular pareja de detectives creada por Francisco Ibáñez cumple 57 años, y el genio, que se define como historietista, no dibujante, simplemente encoge los hombros cuando se le pregunta por ese formidable éxito.

En las entrevistas, Ibáñez aparece como un hombre agarrado al tablero de dibujo que decidió hacer lo que le gustaba desde los tiempos de la posguerra; alguien que se entusiasmaba cuando era niño ante la oportunidad de meter la cabeza debajo de un pliego de tebeos, pliegos que dejaba el quiosquero de la esquina en el portal de su casa para ponerlos a salvo de los ladrones; alguien que decidió dejar su empleo de botones en un banco para dibujar. Cuenta a Juan Ramón Lucas en TVE que sus historias están hechas a base de gags, pero que primero es el guión. Sin guión no hay dibujo.

La producción de Ibañez es enorme y extraordinariamente compleja. Hubo una época en la que dibujantes apócrifos firmaban las historias de estos dos inimitables personajes para aumentar esa producción por imposición de la editorial Bruguera para la que trabajaba. Me acuerdo bien porque yo sabía distinguir los dibujos de Ibáñez de las imitaciones cuando iba a comprarlos al quiosco. Mortadelo y Filemón es todo un universo. Hay contabilizados 10.000 disfraces de Mortadelo, de acuerdo con la excelente página web creada por los hermanos Ángel y Alfredo Sánchez (http://mortadelo-filemon.es).

Existe un completísimo diccionario de términos y nombres de personajes: la eslasticina, chiclemicina, o tergiversicina, que aluden, no podía ser de otra forma, a los inventos del profesor Bacterio. Por no mentar cerca de 195 aventuras completas –los números pueden llegar a los 600.

La gran aventura de mortadelo y filemon (2003)

Escenas del film de Javier Fesser, la Gran Aventura de Mortadelo y Filemon, cortesía de Sogecine/Películas Peldeton.


Ibáñez
es probablemente el autor español que más vende y firma en cualquier feria del libro. Hay muchos aspectos fascinantes en el trabajo de este artista, que cautivaron a Javier Fesser –cuya segunda aproximación fílmica a los personajes consistirá en una versión animada en 3D. Uno de ellos es la singular evolución de esta pareja de detectives cuando entran en contacto con un científico, el profesor Bacterio, que se aleja del cliché del sabio excéntrico que trata de dominar al mundo mediante el poder de la ciencia.

Bacterio representa la versión más humorística del siniestro Dr. Moreau, que intentaba encontrar una manera de convertir las bestias en humanos mediante la vivisección y la manipulación biológica. Nuestro barbudo profesor parece seguir la tercera ley de Newton, de acción y reacción: cuando se ejerce fuerza sobre un objeto, éste ejerce una fuerza igual pero en sentido contrario. Todos los inventos de este biólogo tan peculiar tiene la virtud de provocar justamente los resultados opuestos, pero no hay aquí un juicio moral pendiente como el que pesa sobre el personaje creado por H.G. Wells. Simplemente, Bacterio es de una torpeza absoluta, lo que no le quita méritos a su genio.

Así, cuando inyecta al Superintendente Vicente una poción para hacerle más inteligente, lo transforma en un asno (un logro absolutamente impresionante, pero equivocado); cuando el ilustre profesor masajea la melena de un joven Mortadelo con un crecepelo de su invención, asegurándole que a partir de ahora "jamás tendrá que preocuparse por la caída del cabello", el pelo de Mortadelo se desvanece, dejándolo calvo para siempre. Al igual que su creador.

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Gag en el que muestra como peridó el pelo Mortadelo. Dibujos de F. Ibáñez. Ediciones B.


Sus inventos son prodigiosos siempre en sentido contrario al deseado. El profesor es capaz de lograr que los seres de las pesadillas (Drácula, Frankenstein o Freddy Kruger), cobren vida. El propio Mortadelo llora su muerte ante su tumba en una de estas alucinaciones (ver el album Pesadillas), mientras le comenta al Super que el profesor se llevó allí su último invento para encontrar la paz.  Pero la tumba estalla. La Máquina del Cambiazo del profesor no es otra cosa que una versión moderna del teletransporte de Star Trek, en la que el intercambio de materia nunca sucede bajo las coordenadas establecidas, y siempre se equivoca en la peor de las situaciones. Al igual que la Máquina del Tiempo del profesor, que nunca envía a Mortadelo o a Filemón a la época y la hora establecida.

La tercera ley de Newton funciona estupendamente en el álbum El Tirano, donde Mortadelo y Filemón tienen que infiltrarse en el entorno próximo a un personaje inspirado en Pinochet para aprovechar la oportunidad de eliminarle. La pareja fracasa en cada uno de los intentos (llevándose Filemón la mayoría de los golpes); el tirano sale siempre ileso. Sin embargo, cuando reciben la contraorden de protegerle, al sosías de Pinochet le sucede lo contrario, es masacrado siempre por error.

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Escena en la que se muestra un avión contra las Torres gemelas. F. Ibáñez/Ediciones B.

Este humor inmediato a base de golpes y catástrofes tiene un trasfondo sociológico que no es otra cosa que un retrato picaresco moderno impecable de la sociedad española. Recuerda a El Coloquio de los Perros, de Cervantes, en el que se narra un mundo lleno de aprovechados, sinvergüenzas, pastores mentirosos, prostitutas, políticos y listillos que traman la forma de sacar siempre tajada mediante la estafa y el engaño. Un mundo visto a través de los sentidos de dos canes capaces de hablar.

Con Cervantes, nos entretenemos. Con Ibáñez nos reímos de nosotros mismos. Incluso en los detalles donde los gatos suelen salir casi siempre escaldados por los ratones. En el final de otro álbum que transcurre en Nueva York escrito en los años noventa se visualizan, entre esos detalles, un avión estrellado en una de las torres gemelas, todo un ejemplo de premonición. 

 

No falta la sátira política, llevada a extremos magistrales en figuras hoy veteranas como Felipe González, Miguel Roca o Aznar. Incluso Alfonso Guerra aparece como uno de los frailes ejecutores de la Santa Inquisición.

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Portada del Album Pesadilla, F. Ibáñez /Ediciones B


Pero el mundo de Mortadelo y Filemón no pasa nunca de moda. Los políticos de los años noventa son siempre tan corruptos que se gastarán el dinero en cualquier cosa que les sirva para forrarse y "mover el bigote", mientras que las telarañas se multiplican en la primera piedra del edificio de una biblioteca que tardará lustros en construirse. En Los Espías, el último álbum publicado en 2013, nuestros agentes tienen que hacerse caso de una serie de espionajes a políticos en varios lugares, entre ellos ¡un restaurante de lujo!

Ibáñez convierte nuestros temores y vergüenzas en un motivo para reírnos y exorcisar nuestros demonios. Fredy Krugger huye despavorido cuando un inspector pequeñito, calvo y con gafas al que iba a devorar le enseña su maletín de inspector de hacienda, que es al mismo tiempo el terror de todos los españoles. Ofelia siempre va a la caza de algún esposo. Esta gorda entrañable y con tan malas pulgas es la pesadilla de un españolito estereotipado, deseoso de encontrar la libertad sexual en tiempos de censura.

 La ciencia española tampoco queda muy bien retratada con los proyectos del profesor Bacterio para ir a la Luna. En El Cacao Espacial, los sucesivos cohetes son una chapuza, pero en realidad Ibáñez ironiza con ese sentimiento de inferioridad que siempre ha pesado sobre la psique científica española cuando nos comparamos con los británicos, los rusos, o los norteamericanos.

No se trata de antipatriotismo. Nuestro genuino sentido de la chapuza nos hace más auténticos frente a la prepotencia europea. A pesar de nuestros defectos, salimos mejor librados frente a todos esos estereotipos exagerados que presentan, por ejemplo, a la reina Isabel de Inglaterra dando unos cachetes en el trasero al príncipe Carlos por haberse portado mal. Hay muchas razonas para alabar el trabajo de este genio del comic, pero el hecho de su aceptación internacional –en Alemania disfruta de un gran éxito–demuestra que Ibáñez tenía toda la razón, como en otras tantas cosas, en insistir a sus antiguos editores que debían hacer el esfuerzo de exportar el humor local. Gracias a Mortadelo y Filemón, hemos conseguido españolizar Europa. Justo lo que proponía Unamuno.

 

Infieles casi a la fuerza

Por: | 06 de abril de 2013

 

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Cartel promocional de la película Infiel. Cortesía de Fox 2000 Pictures, Regency Enterprises, Epsilon Motion  Pictures y Unfaithful Filmproduktion GmbH Co.G.

 

En la película Infiel se cuenta una historia tan vieja como el mundo: Richard Gere descubre que su mujer, Diane Lane, tiene un amante. Contrata a un detective, el cual le enseña las fotos que confirman sus peores temores. ¡Incluso los dos van al cine como adolescentes! Gere acude a la casa de Olivier Martínez, quien le ofrece algo de beber, y el protagonista de Pretty Woman sufre una enajenación y lo mata. Se libra del cadáver, le cuenta a su mujer lo que ha sucedido, y tratan de continuar con sus vidas pese a la investigación policial. Pero al final de la película, los dos detienen el coche frente a una comisaria. Gere no puede librarse de los remordimientos de su crimen, y Lane vive torturada por su conciencia, haber sido infiel a su esposo y a los votos del matrimonio. Al mismo tiempo, se siente en parte culpable de su reacción. Su marido no es un asesino, pero ha matado por celos.

Podríamos hacer una lectura moral del filme de Adrian Lyne, un hábil realizador que acostumbra a escandalizarnos con films como 9 semanas y media, Una Proposición indecente o Infiel: todos los protagonistas suelen pagar las consecuencias de haber roto las reglas. Me resulta fascinante ese suave y persistente recordatorio casi religioso que es capaz de imprimir Lyne en nuestra memoria cinematográfia, en el sentido de que los pecados al final nunca quedan sin castigo. Ahora bien, ¿son esos pecados el resultado de prejuicios culturales? En otras palabras, ¿puede la infidelidad funcionar en otras sociedades, como modus operandi?

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En el Nombre del Débil

Por: | 03 de abril de 2013

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Escena del film Margin Call, con 
Demi Moore y su jefe (Simon Baker) Cortesía de Lionsgate Films.

 Margin Call es una magistral película que cuenta las últimas horas de los dirigentes de una gran compañía que está a punto de hundir el mercado vendiendo basura financiera. Germina así el terreno de la zona cero del que surgió la crisis mundial que todavía nos azota. Hay una escena en la que la ejecutiva Demi Moore entra con su jefe en un ascensor, y se topan con la mujer de la limpieza. Los dos tiburones financieros hablan de cómo salvarse el pellejo sin preocuparle en absoluto la presencia de la mujer. Ella no existe. Forma parte del mobiliario. 

En mi opinión, esa escena lo explica todo.

La compañia se deshace de todos sus activos tóxicos mediante engaños. Y después de que se ha perpetrado el hundimiento, Jeremy Irons, el máximo ejecutivo, almuerza temprano con la conciencia tranquila. Respira aliviado. Una conciencia que martiriza a Kevin Spacey.

 

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Jeremy Irons, Kevin Spacey, Stanley Tucci, Paul Bettany, Demi Moore y Zachary Quinto. (Lionsgate Fims).


Irons le insiste: "Es sólo dinero. Se fabrican trozos de papel con fotos para que no tengamos que matarnos por la comida". En el mundo, dice Irons, "habrá el mismo porcentaje de ganadores y perdedores, ricos felices y pobres desgraciados, peces gordos y peces hambrientos".

Vivimos tiempos difíciles. Pero mucho antes del excelente film de J.C. Chandor, hubo un genio en el siglo XIX cuyas obras proyectan un futuro que parece un calco de nuestro presente. ¿Saben de quién hablo?

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El País

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