Una escena de 1984, el film de Michael Radford. MGM Pictures.
En estos días de noticias sobre espionaje, escuchas y vigilancia en la red, hay tres películas de ciencia ficción que muestran tres futuros alternativos nada deseables, y que sin embargo contienen algunos elementos tan reales como preocupantes.
La primera es Matrix: una matriz virtual tan perfecta que logra que los humanos, prisioneros desde nuestra concepción, vivamos en un mundo fingido. En una de sus mejores escenas, un rebelde que está dispuesto a traicionar a los suyos a las Inteligencias Artificiales (IA) negocia las condiciones de su traición con una de estos agentes informáticos, el señor Smith, mientras se zampa un filete. “Sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo meto en la boca, Matrix le está diciendo a mi cerebro es bueno, y jugoso”. Y tras saborearlo, concluye: Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? La ignorancia es la felicidad”.
Poster de Matrix, el film protagonizado por Kenau Reeves.
La segunda es una secuela cinematográfica de Star Trek, Primer Contacto, en la que Jean-Luc Picard y su tripulación del Enterprise debe de hacer frente a la peor amenaza posible: los Borg. Una raza de alienígenas cuya expansión se basa en la asimilación de otras civilizaciones para convertirlas en seres cibernéticos sin emociones, al servicio de un colectivo, como una colmena de insectos. Los Borg son tan poderosos, que la resistencia es inútil.
Estas dos historias me llevan directamente a 1984, la película de Michael Radford basada en la novela de George Orwell, protagonizada por John Hurt y Richard Burton. El film es un pálido reflejo de una novela brutal, genial y terrorífica. La alteración del pasado para eliminar el presente –y asegurar de paso un futuro de diseño.
Es la narración de un pueblo sin historia, dirigido por gobernantes que buscan la total eliminación psicológica del individuo, la desintegración de su personalidad, de sus lazos familiares y emocionales, de la capacidad de pensar, de la libertad y riqueza del lenguaje; gobernantes que buscan la manera de eliminar el crimen mental, la manipulación absoluta del pensamiento del individuo para que acepte su ejecución sin rebeldía, para que abrace el vaciado de su memoria y su relleno que lo transformará en un peón al servicio de una causa política basada en el más puro terror.
Una sociedad –el pueblo de Oceanía y sus dirigentes–en la que los niños no dudan en denunciar a sus padres, en la que todo el mundo abraza una neolengua perversa y manipuladora. Todo eso lo padece Winston, su protagonista.
Richard Burton y John Hurt en 1984. MGM Pictures.
Orwell se inspiró en el régimen de Stalin para escribir su obra maestra. Películas como Matrix siguen la tradición cinematográfica por la que los seres humanos luchan por su libertad en mundos distópicos, después de algún tipo de Apocalipsis que ha destruido el orden anterior.
En cierto sentido, la red nos ofrece un mundo virtual rico en información, imágenes y sonidos que recuerda a Matrix. Cada vez empleamos más tiempo de nuestra vida en navegar por internet. Cuando pienso en los millones de usuarios que no dudan en desvelar su intimidad, colocando fotografías, indicando los lugares de vacaciones, los gustos culinarios, las aficiones, me asaltan escalofríos. La red se va llenando de trozos de vida de millones y millones de personas. La red , además, crea adictos.
Y cuando leo lo que está sucediendo en China con internet, los escalofríos se intensifican.
No me tachen de extremista. No voy contra la red. Este blog nace gracias a internet, y hace veinte años gasté mi primer sueldo de periodista en un portátil cuando todo el mundo escribía con máquinas y papel de calco. Fui de los primeros en tener mi ordenador Apple conectado a la NASA, en tiempos en los que uno se jactaba de haberse bajado las fotos del telescopio Hubble con una definición extraordinaria.
Con la expansión de la red, llegué a pensar que se acabarían los totalitarismos y los regímenes que aún en el siglo XXI nos siguen recordando a Orwell. Ahora veo que no es así. En absoluto.
Con respecto a China, muchos pensaban que internet terminaría derribando muros. La libre circulación de información tendría en los dirigentes chinos un efecto mucho más poderoso que las balas y los tanques. Tratar de censurar o limitar internet sería como ponerle puertas a un bosque.
Ha sucedido lo contrario. Internet no ha cambiado China, sino que el estado ha transformado la red en un instrumento increíblemente poderoso e influyente que sirve a sus intereses. La red ha fortalecido al estado, no lo ha debilitado.
Aspecto de un alienígena cibernético Borg, la version futurista de un regimen totalitario basado en la transformación de un individuo en alguien sin emociones. Paramount Pictures.
De acuerdo con The Economist, el gobierno chino ha dedicado un ejército de ciberpolicías y expertos en hardware que cumplen a la perfección sus objetivos de propaganda. Sumen a ello equipos de piratas especializados en ciberataques para realizar labores de espionaje electrónico a los enemigos tradicionales de China; un ejército de censores, de vigilantes. Y sobre todo, una serie de compañías que proveen los contenidos y que florecen siempre que no se aparten de la línea oficial establecida.
Como resultado, los chinos han desarrollado programas especializados que escanean todo lo que se cuenta y dice en la red. Google, Twitter, Facebook, no operan en China. Hay programas que bloquean directamente la escritura de nombres de disidentes, de forma que nunca llegan a la red.
The Economist cita el caso de Liu Xiaobo, un escritor chino que fue condenado a once años de cárcel por participar en un manifiesto para acabar con una regla que consideraba autoritaria y recabar firmas de apoyo. En el internet chino, las paredes oyen y te vigilan. Trae a la memoria la imagen del dictador que no dejaba de mirar a Winston a través de ese televisor anticuado. Winston, quien se encargaba de borrar y alterar el pasado, por obra y capricho del INGSOC mientras se afanaba en echar documentos al fuego.
Winston se estaba convirtiendo en un criminal mental. Por eso centraba la atención de los dirigentes del partido, que le espiaban y vigilaban, tendiéndole trampas, sin que él lo supiera. Winston vivía en un mundo de propaganda y mentiras, con anuncios constantes de las guerras ficticias que el régimen entablaba contra el resto del mundo, las falsas noticias sobre victorias, los falsos aumentos de producción. Y su vida se iba haciendo cada vez más miserable.
La obra de Orwell deja rastros preocupantes y reconocibles en la red y el uso que se hace de ella. Muchas de las cosas que circulan en internet son mentiras, falsedades, falacias que se repiten, leyendas urbanas.
Es cierto que la libre expresión permite también la difusión incontrolada de información no contrastada. Recientemente, un tribunal de Bruselas dio la razón a Google frente a la demanda de un ciudadano que se vio afectado por un embargo en un momento de apuro económico.
Esta persona reclamaba que, una vez ya solventada su situación financiera, se borrasen esos datos personales, ya que no reflejaban su realidad. Se sentía perjudicado por un pasado que en internet se hace presente. La mentira y la veracidad tienen en internet el mismo valor. ¿Cómo diferenciarlas? ¿Qué esta sucediendo?
Y no es solo China. Gracias a las revelaciones de Edward Snowden, un ex-operario de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), sabemos ahora que Estados Unidos y el Reino Unido se dedican a grabar y a vigilar millones y millones de correos electrónicos, conversaciones, llamadas telefónicas, y un largo etcétera.
Google y la mayoría de las compañías que almacenan datos sobre nuestras vidas como Yahoo, Skype, Microsoft, Facebook, Youtube y Apple –datos que nos han pedido y que les son muy valiosos para conocernos como clientes suyos– no han garantizado la privacidad de esa información. Los gigantes de internet han tenido que desnudar sus servidores frente a las exigencias gubernamentales, en aras de la seguridad nacional.
Como asegura el prestigioso analista e historiador Timothy Garton Ash, son las propias compañías privadas las que se han adueñado de la información que les hemos confiado cuando hacemos clic en el botón de “acepto” sin leer la letra pequeña.
La información de las personas están en manos de gigantes multinacionales de capital privado. Evidentemente, tanto Estados Unidos como el Reino Unido no son estados totalitarios. Pero, ¿quién puede garantizar que aquellos que tienen el poder no van a abusar de esta información privada con la excusa de que esto es un asunto de “seguridad nacional”?
Si eso no es una vuelta de Gran Hermano por la vía privada, ¿qué demonios es?