Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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El fantasma de Orwell aparece...en internet

Por: | 30 de junio de 2013

 

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Una escena de 1984, el film de Michael Radford. MGM Pictures.

En estos días de noticias sobre espionaje, escuchas y vigilancia en la red, hay tres películas de ciencia ficción que muestran tres futuros alternativos nada deseables, y que sin embargo contienen algunos elementos tan reales como preocupantes.

La primera es Matrix: una matriz virtual tan perfecta que logra que los humanos, prisioneros desde nuestra concepción, vivamos en un mundo fingido. En una de sus mejores escenas, un rebelde que está dispuesto a traicionar a los suyos a las Inteligencias Artificiales (IA) negocia las condiciones de su traición con una de estos agentes informáticos, el señor Smith, mientras se zampa un filete. “Sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo meto en la boca, Matrix le está diciendo a mi cerebro es bueno, y jugoso”. Y tras saborearlo, concluye: Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? La ignorancia es la felicidad”.

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Poster de Matrix, el film protagonizado por Kenau Reeves.

La segunda es una secuela cinematográfica de Star Trek, Primer Contacto, en la que Jean-Luc Picard y su tripulación del Enterprise  debe de hacer frente a la peor amenaza posible: los Borg. Una raza de alienígenas cuya expansión se basa en la asimilación de otras civilizaciones para convertirlas en seres cibernéticos sin emociones, al servicio de un colectivo, como una colmena de insectos. Los Borg son tan poderosos, que la resistencia es inútil. 

Estas dos historias me llevan directamente a 1984, la película de Michael Radford basada en la novela de George Orwell, protagonizada por John Hurt y Richard Burton. El film es un pálido reflejo de una novela brutal, genial y terrorífica. La alteración del pasado para eliminar el presente –y asegurar de paso un futuro de diseño. 

Es la narración de un pueblo sin historia, dirigido por gobernantes que buscan la total eliminación psicológica del individuo, la desintegración de su personalidad, de sus lazos familiares y emocionales, de la capacidad de pensar, de la libertad y riqueza del lenguaje; gobernantes que buscan la manera de eliminar el crimen mental, la manipulación absoluta del pensamiento del individuo para que acepte su ejecución sin rebeldía, para que abrace el vaciado de su memoria y su relleno que lo transformará en un peón al servicio de una causa política basada en el más puro terror. 

Una sociedad –el pueblo de Oceanía y sus dirigentes–en la que los niños no dudan en denunciar a sus padres, en la que todo el mundo abraza una neolengua perversa y manipuladora. Todo eso lo padece Winston, su protagonista.

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Richard Burton y John Hurt en 1984. MGM Pictures.

Orwell se inspiró en el régimen de Stalin para escribir su obra maestra. Películas como Matrix siguen la tradición cinematográfica por la que los seres humanos luchan por su libertad en mundos distópicos, después de algún tipo de Apocalipsis que ha destruido el orden anterior. 

En cierto sentido, la red nos ofrece un mundo virtual rico en información, imágenes y sonidos que recuerda a Matrix. Cada vez empleamos más tiempo de nuestra vida en navegar por internet. Cuando pienso en los millones de usuarios que no dudan en desvelar su intimidad, colocando fotografías, indicando los lugares de vacaciones, los gustos culinarios, las aficiones, me asaltan escalofríos. La red se va llenando de trozos de vida de millones y millones de personas. La red , además, crea adictos. 

Y cuando leo lo que está sucediendo en China con internet, los escalofríos se intensifican.

No me tachen de extremista. No voy contra la red. Este blog nace gracias a internet, y hace veinte años gasté mi primer sueldo de periodista en un portátil cuando todo el mundo escribía con máquinas y papel de calco. Fui de los primeros en tener mi ordenador Apple conectado a la NASA, en tiempos en los que uno se jactaba de haberse bajado las fotos del telescopio Hubble con una definición extraordinaria. 

Con la expansión de la red, llegué a pensar que se acabarían los totalitarismos y los regímenes que aún en el siglo XXI nos siguen recordando a Orwell. Ahora veo que no es así. En absoluto.

Con respecto a China, muchos pensaban que internet terminaría derribando muros. La libre circulación de información tendría en los dirigentes chinos un efecto mucho más poderoso que las balas y los tanques. Tratar de censurar o limitar internet sería como ponerle puertas a un bosque.

Ha sucedido lo contrario. Internet no ha cambiado China, sino que el estado ha transformado la red en un instrumento increíblemente poderoso e influyente que sirve a sus intereses. La red ha fortalecido al estado, no lo ha debilitado. 

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Aspecto de un alienígena cibernético Borg, la version futurista de un regimen totalitario basado en la transformación de un individuo en alguien sin emociones. Paramount Pictures.

De acuerdo con The Economist, el gobierno chino ha dedicado un ejército de ciberpolicías y expertos en hardware que cumplen a la perfección sus objetivos de propaganda. Sumen a ello equipos de piratas especializados en ciberataques para realizar labores de espionaje electrónico a los enemigos tradicionales de China; un ejército de censores, de vigilantes. Y sobre todo, una serie de compañías que proveen los contenidos y que florecen siempre que no se aparten de la línea oficial establecida.

Como resultado, los chinos han desarrollado programas especializados que escanean todo lo que se cuenta y dice en la red. Google, Twitter, Facebook, no operan en China. Hay programas que bloquean directamente la escritura de nombres de disidentes, de forma que nunca llegan a la red. 

The Economist cita el caso de Liu Xiaobo, un escritor chino que fue condenado a once años de cárcel por participar en un manifiesto para acabar con una regla que consideraba autoritaria y recabar firmas de apoyo. En el internet chino, las paredes oyen y te vigilan. Trae a la memoria la imagen del dictador que no dejaba de mirar a Winston a través de ese televisor anticuado. Winston, quien se encargaba de borrar y alterar el pasado, por obra y capricho del INGSOC mientras se afanaba en echar documentos al fuego.

Winston se estaba convirtiendo en un criminal mental. Por eso centraba la atención de los dirigentes del partido, que le espiaban y vigilaban, tendiéndole trampas, sin que él lo supiera. Winston vivía en un mundo de propaganda y mentiras, con anuncios constantes de las guerras ficticias que el régimen entablaba contra el resto del mundo, las falsas noticias sobre victorias, los falsos aumentos de producción. Y su vida se iba haciendo cada vez más miserable.

La obra de Orwell deja rastros preocupantes y reconocibles en la red y el uso que se hace de ella. Muchas de las cosas que circulan en internet son mentiras, falsedades, falacias que se repiten, leyendas urbanas. 

Es cierto que la libre expresión permite también la difusión incontrolada de información no contrastada. Recientemente, un tribunal de Bruselas dio la razón a Google frente a la demanda de un ciudadano que se vio afectado por un embargo en un momento de apuro económico. 

Esta persona reclamaba que, una vez ya solventada su situación financiera, se borrasen esos datos personales, ya que no reflejaban su realidad. Se sentía perjudicado por un pasado que en internet se hace presente. La mentira y la veracidad tienen en internet el mismo valor. ¿Cómo diferenciarlas? ¿Qué esta sucediendo?

Y no es solo China. Gracias a las revelaciones de Edward Snowden, un ex-operario de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), sabemos ahora que Estados Unidos y el Reino Unido se dedican a grabar y a vigilar millones y millones de correos electrónicos, conversaciones, llamadas telefónicas, y un largo etcétera. 

Google y la mayoría de las compañías que almacenan datos sobre nuestras vidas como Yahoo, Skype, Microsoft, Facebook, Youtube y Apple –datos que nos han pedido y que les son muy valiosos para conocernos como clientes suyos– no han garantizado la privacidad de esa información. Los gigantes de internet han tenido que desnudar sus servidores frente a las exigencias gubernamentales, en aras de la seguridad nacional.

Como asegura el prestigioso analista e historiador Timothy Garton Ash, son las propias compañías privadas las que se han adueñado de la información que les hemos confiado cuando hacemos clic en el botón de “acepto” sin leer la letra pequeña. 

La información de las personas están en manos de gigantes multinacionales de capital privado. Evidentemente, tanto Estados Unidos como el Reino Unido no son estados totalitarios. Pero, ¿quién puede garantizar que aquellos que tienen el poder no van a abusar de esta información privada con la excusa de que esto es un asunto de “seguridad nacional”?

Si eso no es una vuelta de Gran Hermano por la vía privada, ¿qué demonios es?

Monstruos de verdad (no como los del cine)

Por: | 26 de junio de 2013

  Tor Sponga, Bergens Tidende copia

 El Predator X zampándose un pterosaurio, en un fabuloso trabajo artístico, cortesía de Tor Sponga, del Bergens Tidende/Museo Natural de Historia de Oslo

La gente suele tener una idea errónea de los monstruos. Para empezar, ¿qué es exactamente un monstruo? La Real Academia Española de la lengua lo define como una "producción contra el orden regular de la naturaleza". Pero es la primera definición de otras tantas: "un ser fantástico que causa espanto", o una "cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea".

En el cine, los monstruos son bastante variados: desde el alienígena creado por el artista suizo H.R. Giger para Alien, la mejor película de ciencia ficción de Ridley Scott –con permiso de Blade Runner–, hasta el fabuloso Godzilla de Roland Emmerich o la lucha entre el tiranosaurio y el King Kong de Peter Jackson.

También hay algunos ejemplos, no afortunadamente explotados, de monstruos submarinos: el Kraken que aparece en la segunda entrega de Piratas del Caribe o en Furia de Titanes, y, más lejanos y efectivos en el tiempo, la tarántula gigante radiactiva que mostró en director Jack Arnold, o las hormigas gigantes de uno de los films míticos de la ciencia ficción, La Humanidad en peligro, de Gordon Douglas.

 Pero lo cierto es que la evolución ha fabricado monstruos mucho más portentosos que los que ha podido imaginar el cine. La lista que sigue es realmente asombrosa. Sobre todo porque es real.

 El depredador más letal que probablemente ha generado la biología en toda la historia de la Tierra vivió en lo que hoy es la isla noruega de Spitsbergen, dentro del Círculo Polar Ártico. Jorn Hurum de la Universidad de Oslo, desenterró allí los esqueletos parciales de un pliosaurio, un reptil marino gigante que nadó hace 150 millones de años. Lo llaman Monstruo o Depredador X. Con cuatro aletas para propulsarse, medía quince metros y pesaba 45 toneladas. La mordida de esta criatura bestial, cuatro veces más potente que la de un tiranosaurio, bastaría para partir en dos el mayor todoterreno del mercado. ¡Casi nada!

Hay incluso pistas de que hubo pliosaurios mayores, si bien estos datos no están confirmados. En la localidad de Kikanni Chief River, en British Columbia (Canadá), se encontró un ejemplar que podría medir hasta 21 metros. ¿Imaginan las colosales batallas entre pliosaurios en aquellos mares?

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Escena de king Kong, de Peter Jackson. Universal Pictures.

Paul Sereno es uno de los paleontólogos emblemáticos que muestra sus imponentes hallazgos en la National Geographic. Uno de ellos es un cocodrilo gigante, Sarcosuchus, apodado supercroc. Un bólido de diez toneladas de músculo que vivió hace 110 millones de años en ríos y lagos en los que acechaba a sus presas. ¿Qué tipo de presas? Lo que abundaba por entonces eran los dinosaurios. Sereno ha encontrado pruebas de que supercroc se alimentaba de ellos. 

La escena es siniestra. Un grupo de dinosaurios herbívoros se acerca a la orilla para beber, en el margen de un río cuyas aguas quietas incluso mantienen el polvo. El aire húmedo y cálido está atravesado por grandes insectos, y desde el cielo, un pterosaurio de casi cinco metros de envergadura planea sin esfuerzo.

En apenas un segundo, un bólido de diez toneladas emerge del agua y atrapa a una cría entre sus fauces. Los dientes del supercroc son capaces de ejercer una presión de ocho toneladas en una superficie de poco más de un sello de correos. Es como un cepo. La cría está condenada.

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En esta increíble representación del artista español Raul Martín para National Geographic, supercroc ataca a un dinosaurio. (Por gentileza de Raul Martín al que pertenece el copyright de esta imagen, para con este blog)

Hay un cocodrilo gigante que resulta incluso más temible: Deinosuchus. Tenía el morro mucho más ancho y probablemente más potente que el de supercroc, aunque vivió en una etapa posterior, a finales del Cretácico en Norteamérica. Los científicos han descubierto que el monstruo se alimentaba de tortugas, pero también cazaba terópodos carnívoros, dinosaurios de más de nueve metros de longitud. Imaginar una batalla entre estos colosos iguala, o incluso supera, las batallas de Gozdilla contra King Kong en las películas japonesas.

El artista que mejor ha sabido plasmar estas batallas prehistóricas es español. Se llama Raul Martín. Sus increíbles imágenes quitan el hipo. Y no tengo ninguna duda en afirmar que, junto con Mauricio Antón, es el mejor del mundo en su género.

La lista de animales colosales es larga; las llamadas aves del terror, que descendían directamente de los dinosaurios, alcanzaban una altura de tres metros y no volaban. Corrían a cincuenta kilómetros por hora y destrozaban a sus presas con sus picos. Surgieron hace sesenta millones de años, poco después de la desaparición de los dinosaurios, y sus representantes se extinguieron hace unos dos millones de años. Tenemos serpientes como Titanoboa que alcanzaban trece metros de longitud y pesaban una tonelada –frente al récord actual de una pitón con solo 183 kilos. Roedores con una cabeza que medía medio metro; y escorpiones de mar cuyas pinzas tenían un tamaño similar, que destrozaban a todo el que se arrimara a las orillas de los mares de hace 390 millones de años.

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Titanoboa. Créditos, Jason Bourque, Universidad de Florida.

Aunque sin duda el animal más extraordinario es una ballena carnívora a la que se ha apodado leviatán. Nadó en los mares de la costa de Perú hace 13 millones de años, y sus dientes eran tan grandes que los paleontólogos pensaron en un principio que se trataban de colmillos de elefante. Tiene la mandíbula más grande jamás inventada por la evolución y medía 18 metros. 

Esta ballena monstruosa convivía con otro depredador terrible, el megalodonte, de 16 metros, un tiburón que pesaba veinte veces más que el tiburón blanco actual. Podría ser un enemigo feroz incluso para el leviatán. En un guion de cine, el enfrentamiento mortal entre ambos estaría servido. En la naturaleza, tales batallas no resultan provechosas, por el riesgo de los daños infligidos. 

¿Cuál sería la historia probable de un encuentro así? Después de que el leviatán se ha saciado al matar y engullir otra ballena, la sangre atrae el gran tiburón. El megalodonte se acerca hacia esa sombra y descubre que su presa es incluso mayor que él. Ambos se perciben mutuamente como sombras y prefieren evitarse. Es más fácil que el tiburón hambriento se concentre en una ballena más pequeña, dé un bandazo y se aleje lentamente.

 

 

 

Manual para besarse (acorde con la antropología)

Por: | 23 de junio de 2013

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Cary Grant y Grace Kelly en una escena de Atrapa a un Ladrón, de Alfred Hitchcock.


Resulta imposible hacer un ranking de películas sobre besos. Probablemente, lo difícil sea encontrar una película en la que los protagonistas no se besen. Mis preferencias quizá suenan demasiado clásicas para los fans de Crepúsculo, pero las escenas que más recuerdo del celuloide –al menos las que más me impresionaron–las ideó el maquiavélico Alfred Hitchcock: aquella en la que Grace Kelly, guapísima, le besa apasionadamente y sin previo aviso a Cary Grant antes de cerrar la puerta de su habitación en Atrapa a un Ladrón (1955), y el coqueteo y posterior besuqueo de ese galan del cine con Eva Marie Saint en Con La muerte en los talones (1959).

Claro que el beso, desde el punto de vista antropológico, es algo bastante extraño. Dista de ser algo universalmente aceptado. En Indonesia, el beso en público está penado por la ley. Si te pillan, la multa puede llegar a ser de hasta 33.000 dólares.

Se han dado casos de extranjeros condenados hasta cinco años de cárcel. En Dubai, una británica llamada Charlotte Lewis, fue sentenciada a un mes de cárcel por besarse con un ejecutivo ...¡en la mejilla! En Delhi, hay una multa de doce dólares por besarse en público. Casi nadie lo hace, a pesar de que ese atrevimiento pueda salir mucho más barato que en Indonesia.

En China el diario Daily llegó a publicar en 1990 que besarse era una practica vulgar rayana en el canibalismo. Los nepaleses no se besan. En Suráfrica hay una ley que impide que los menores de 16 años se besen.

En Oriente Medio, el beso en público es poco menos que un tabú.

En los países occidentales, somos bastante más besucones. Al menos, ahora. Pero la moda cambia. Lana Citrón ha escrito una fascinante obra, A compedium of kissess  (Libros Harlequín). Recuerda que, cuando era niña, en Gran Bretaña no estaba bien visto el beso. En Alemania tampoco goza de simpatía como saludo, especialmente en las oficinas. Se llegó a hablar de prohibirlo. Así que a una ejecutiva alemana, lo mejor es darle la mano. Por si acaso.

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Kristen Stewart y Robert Pattinson en una escena de Luna Nueva. Temple Hill Entertainment

Pero las modas van cambiando. Un breve repaso histórico nos dice que el beso no es lo que parece. Por ejemplo:

-En los siglos XV y XVI, los hombres besaban a las mujeres en la boca en las recepciones reales por pura cortesía y protocolo. Y también era común el beso en la boca entre hombres como una forma de saludo. Fueron quizá los dos siglos de oro del beso libre hasta que la Iglesia se encargó de convertir todo ese asunto en un serio pecado. 

-Claro que en el siglo XV, el beso también tenía un significado diabólico, el osculum infame, el beso de la culpa, asociado a los rituales de canibalismo e infanticidio, o el beso en el recto del diablo, que catalogaba a la mujer como bruja.

-El beso en el catolicismo adquirió una carga ritual fascinante. Se besan los pies de Cristo y los de los antiguos papas, los anillos papales, los objetos sagrados...pero hay besos traidores, como el de Judas para identificar a Cristo ante los soldados.

-Existía también la costumbre de besar a los leprosos, sobre todo en el medievo, entre los siglos XII y XIII. Se dice que en aquella época, los guerreros templarios en Jerusalén interrumpían sus matanzas para besar a los leprosos.

 La antropología del beso nos descubre un sinfín de curiosidades. Un buen beso requiere de la activación de 34 músculos faciales, es decir, todos los que tenemos en la cara. Pero además necesitamos de la ayuda de otros 134 músculos extra para ponernos en la postura adecuada.

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Cary Grant y Eva Marie Saint en Con la Muerte en los talones. Universal Pictures.

Dos terceras partes de las personas giran su cabeza hacia la derecha para dar el beso. Quizá tenga algo que ver el hecho de que el 80 por ciento de las mujeres acunen sus bebés en su costado izquierdo, por lo que los pequeños deben girar sus cabecitas hacia la derecha para encontrar el contacto maternal. Al menos así lo cree el psicólogo alemán Onur Gunturkun.

 Un beso supone un intercambio de saliva y de... bacterias. Muchas bacterias. En un mililitro de saliva anidan cien millones de bacterias. Ya se que la mayoría no pensamos en estos términos cuando nos besamos, pero el intercambio de microbios sucede en las dos direcciones. Claro que la saliva tiene también antibióticos que se encargan de eliminar la mayor parte de esas bacterias. Pero algo queda...

Y resulta bastante intrigante el asunto del beso y nuestros labios carnosos. Son bastante raros en el mundo animal. Y muy inervados. La representación de los mapas en la corteza cerebral de los labios ocupa mucho más espacio que otras cosas. Dedicamos más superficie neuronal a los labios que a nuestros genitales, por ejemplo.

Pese a todo, no se sabe muy bien por qué besamos. Los besos bajan la cantidad de cortisol, lo que aleja el estrés. Quizá por eso nos gusta tanto. El primer beso puede ser un método de exploración para comprobar si existe compatibilidad genética con la pareja. Hay estudios que sugieren que es determinante a la hora de abortar el comienzo de una relación romántica.

Y hay quien dice que el hombre pasa testosterona a la mujer cuando la besa para estimularla y hacerla más receptiva al acto sexual. Y también, que ella tiene un sentido del olfato que es como una herramienta selectiva relacionada con el beso. Los esquimales se olfatean las mejillas como forma de besarse. ¿Por qué será?

Terminator y el origen del hombre biónico

Por: | 20 de junio de 2013

 

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Schwarzenegger, caracterizado como Terminator, en la tercera entrega de la saga.C2 Pictures.


Siempre me he preguntado, cada vez que veo alguna secuela de Terminator, cómo se fabrican estos dichosos robots que, en esencia, no son robots. En la primera parte, cuando el sargento Reese que ha venido del futuro le explica a Linda Hamilton que Schwarzenegger es una máquina, un terminator, modelo Cyberdine 101, ella piensa al principio que se trata de un robot. Reese responde: no es un robot, es un ciborg, un organismo cibernético. A pesar de que ella ha visto que nuestro buen Schwarzenegger es capaz de sangrar.

Las explicaciones de Reese suenan convincentes: describe al terminator como una mezcla de máquina y hombre. Por dentro es un chasis metálico de aleación, mientras que por fuera está recubierto de tejido humano. "Piel, cabello y sangre cultivados para los ciborgs" "Sudan como los humanos y tienen mal aliento".

Estos exterminadores se han construido así para que puedan camuflarse perfectamente entre los humanos reales, de manera que sea muy difícil identificarlos hasta que sea demasiado tarde. Los perros se dan cuenta de su presencia y ladran. (Los perros en realidad son los mejores y más creíbles chivatos del cine: huelen a los malos y resultan muy convincentes).

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Tamaño de los electrodos y el chip. Cortesía de Braingate2, Universidad de Brown

¿Quién construye a los terminators? Suponemos que las máquinas. En origen, es el sistema de defensa de los misiles nucleares de Estados Unidos el primer responsable. Está controlado por un ordenador, el cual se vuelve loco, y dispara todos esos misiles contra Rusia. Si resulta que son las máquinas quienes los fabricarán a la postre, necesitarán adquirir conocimientos de ingeniería genética, cultivos celulares, de piel, tejido y órganos.

En suma, y salvo que los guionistas nos sorprendan en la quinta parte de la saga, con Schwarzenegger de nuevo al frente, las máquinas han adquirido forzosamente conocimientos de genética humana para dotar a sus letales mensajeros de una apariencia humana. Claro que también sería posible pensar en máquinas que esclavizan a científicos y biólogos para que cultiven estos disfraces de piel y sangre (una posibilidad cinematográficamente muy poco creíble).

Prefiero pensar que terminator fue, en origen, un ser humano, al que se fueron reemplazando las partes, y dejar el embrollo del guión a los guionistas.Por ejemplo, detrás del cráneo metálico de un terminator subyace un cerebro humano genuino. ¿Les parece una locura? Quizá, pero aquí la ciencia se va aproximando poco a poco a la ficción. Y no con el propósito de crear máquinas como terminator, sino de integrar al ser humano con la máquina para propósitos muchísimo más loables y nobles.

El caso de Cathy Hutchinson es uno de los más notables. Esta mujer sufrió un ictus cerebral que en cuestión de un parpadeo la dejó tetrapléjica, a los 42 años. Estuvo sin mover un sólo músculo durante quince años, hasta que logró mover un brazo articulado con su mente para agarrar un vaso de café. De su cabeza surgía un cable que la conecta a un ordenador, que a su vez está unido a un brazo robótico de metal azul con dedos metálicos articulados.

El experimento, llevado a cabo por el investigador John Donoghue y publicado en la revista Nature, se llevó a cabo con éxito en la Universidad de Brown en Rhode Island. Cathy lleva un chip del tamaño de un caramelo M&M implantado en una zona específica de su corteza cerebral. El sensor se hinca sólo unos milímetros en la corteza, y establece una conexión con las neuronas que planifican y ejecutan los movimientos de los brazos.

Esa conexión, desde mi humilde punto de vista, es un milagro científico, una simbiosis imposible hace pocos años entre cerebro y máquina: permite a esta mujer mover cosas con el pensamiento. Les propongo que vean este vídeo, cortesía de la revista Nature:

 

 Cathy lleva el electrodo implantado desde hace más de cinco años. El reto que queda por delante a los expertos es diseñar materiales que aguanten allí para toda la vida.

Los investigadores creen que dentro de quizá dos o tres décadas, los dispositivos implantados en los cerebros de las personas que han sufrido lesiones medulares pueden ayudarles a recuperar parte de esa libertad ahora perdida. De momento milagros como el de Cathy no han salido aún del laboratorio. Hay experimentos con macacos en los que los microelectrodos que tienen implantados en sus cortezas cerebrales motoras les ayudan a mover un cursor en una pantalla solo con pensarlo.

El científico español José Carmena, de la Universidad de California en Berkeley, cree que el cerebro humano es capaz de crear nuevos circuitos neuronales para artefactos tales como brazos o prótesis. El cerebro puede aprender a coger una raqueta para jugar a tenis, o a montar en bicicleta. Esa información la guarda de manera que no nos caemos en la bici después de muchos años sin practicar. 

Incluso hay una prótesis llamada El Brazo de Luke, en referencia a Luke Skywalker y el brazo que pierde en la batalla final contra Darth Vader, que es capaz de proporcionar movimientos y tacto. Fue construido por el investigador Dean Kamen, y lo maneja un electricista, Chuk Hildreth, que perdió los dos brazos al electrocutarse mientras pintaba una subestación eléctrica.

Las fibras nerviosas que controlan un brazo parten desde los hombros hasta la axila. El cirujano que intervino a este electricista reconectó esas fibras a los músculos pectorales, e implantó en ellos una serie de electrodos.

Cuando Hildreth piensa en mover el brazo de metal, los músculos de su pecho se contraen, y las señales son enviadas a unos motores que tiene la prótesis. Hildreth es capaz también de manejar su brazo robótico mediante sensores que le informan sobre si algo es o no pesado, y también con controles en la suela de sus zapatos, con los dedos de los pies. Puede hasta "pelar un plátano" sin hacerlo puré. 

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Demostración del brazo de Luke en la empresa Deka, créditos Deka/Deka Luke Arm.

 

Adictos a la Red (y cada vez más miopes)

Por: | 16 de junio de 2013

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Cartel promocional de A Ciegas. Miramax Pictures.


No cabe duda que la película A Ciegas (Blindness en ingles) de Fernando Meirelles se ha convertido, bajo la inspiración de la novela de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera), en un clásico de la ciencia ficción cinematográfica. El film tiene a Juliane Moore cuyos únicos ojos sanos son el faro de un grupo de personas que se han quedado repentinamente sin visión, incluido su marido, Mark Ruffalo, un oftalmólogo contagiado por esta epidemia. La sociedad los aparta, temerosa, y los hacina en un antiguo manicomio.

El film es una crítica social al sistema y las autoridades, por sus reacciones histéricas ante la epidemia, o la estupidez de colocar monitores de videos con instrucciones para ciego en las salas. Los militares llegan incluso a matar a ciegos que imploran comida en los patios de la cárcel. Es la peor parte del sistema represivo.

Pero la epidemia termina por alcanzar a todo el mundo. De repente, los seres humanos se quedan ciegos. Nadie sabe las causas. ¿Qué importa? La privación de la vista hace salir lo peor y lo mejor de cada uno. Meirelles muestra la depravación de otros grupos de ciegos del propio manicomio que se adueñan de los alimentos que les hacen llegar, que explotan perversamente al resto, y que transforman el lugar en una versión más real que metafórica del infierno.

Claro que no es la única vez que el cine se ha interesado por historias de epidemias de cegueras. En El día de los Trífidos (1962) –basada en la novela de John Wyndham– una fabulosa lluvia de meteoritos deja ciegos a quienes se dejan seducir por el espectáculo. Como consecuencia, la mayoría del mundo se queda sin vista; los aviones se estrellan, y cunde el caos por las calles de Londres.

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Póster sobre la famosa película de Philip Yordan, El Día de los Trífidos.

La mejor escena es la de una niña que se ha librado de la epidemia y que busca a sus padres, que vaga entre adultos ciegos y atemorizados en una estación, y que casi está a punto de caer en las garras de uno de ellos que quiere secuestrarla de por vida para usarla como lazarillo. Claro que la invasión de las plantas asesinas es la parte más risible de este clásico de la ciencia ficción.

Pero no hace falta inventarse una epidemia de ceguera para comprobar un hecho preocupante. He realizado algunos viajes en avión últimamente. Si uno se  fija en la gente en cualquier aeropuerto internacional, descubres que casi nadie levanta la mirada. La mayoría de los pasajeros tienen la testuz gacha, puesta en las pantallitas de los smartphones o las tabletas.

Hay una adicción a internet generalizada. Y esa manía de mirar el mundo a través de una pantallita minúscula puede estar contribuyendo a explicar la epidemia de miopía que se está apoderando de gran parte de la humanidad. Un futuro de obesos, pero también miopes.

¿Creen que exagero? Echen un vistazo a las conclusiones de un trabajo publicado el año pasado en la revista médica The Lancet, realizado por el investigador Ian Morgan, de la Universidad Nacional de Australia:

-En las ciudades de China, JapónCorea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur, entre el 80 y el 90 por ciento de los adolescentes tienen miopía. Entre un diez y veinte por ciento serán miopes de muy alta graduación.

–En los años setenta, el porcentaje de miopes en Guanzhou era tan solo de entre el 20 y el 30 por ciento, según estudios históricos consultados por Morgan y su equipo. La revolución de Mao cerró muchos colegios y universidades. El tirano impulsó una purga de intelectuales. Hasta el punto de que los que llevaban gafas quedaban señalados como intelectuales indeseables.

Dos o tres generaciones después, el aumento resulta inexplicable en China.

Entre el 20 y el cuarenta por ciento de los niños en la mayoría de las naciones occidentales son miopes (incluido España, cuyo porcentaje podría ser del 25 por ciento, según algunos estudios).

La miopía resulta por culpa de la elongación del ojo, la curvatura de la cornea aumenta, y con ello la progresiva incapacidad de enfocar objetos lejanos. La ciencia ha desvelado que existen mutaciones en una docena de genes que provocan la enfermedad. Por ello, la miopía se hereda.

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Juliane Moore y Mark Ruffalo en una escena del film A Ciegas. Miramax Pictures.

Pero, de acuerdo con Morgan, la genética no basta para explicar esta explosión de los miopes en sólo dos o tres generaciones. La selección natural no opera en tan corto espacio de tiempo. En Singapur, por ejemplo, el aumento de miopía es evidente en tres grupos étnicos, chinos, malayos e indios.

¿Por qué este aumento?

Echen un vistazo a Australia. La Inmensa mayoría de los niños juegan al aire libre y pasan sus vidas fueras de sus hogares. La miopía allí apenas sobrepasa el 10 por ciento. Morgan nos sugiere que volvamos la mirada sobre África, donde la miopía es prácticamente "inexistente".

Morgan cree que tiene que ver con el modo de vida de los pequeños y adolescentes. La vida en el exterior, bañada en luz, estimula la dopamina, un neurotransmisor que impide la elongación del ojo. Un niño en Singapur emplea apenas media hora en salir a la calle. Un niño australiano, por término medio, está unas tres horas fuera. ¿Simple casualidad?

No solemos llevar los ordenadores, las tabletas y smartphones para consultarlos en el campo, en una excursión, o a la luz del día. Una de mis aficiones favoritas es llevarme un buen libro si voy al campo (aunque soy consciente de que la lectura y las bibliotecas están también asociadas con las gafas, pero los beneficios superan los inconvenientes). En cambio, estos aparatitos nos recluyen en nuestras casas. No están hechos para brillar en un buen día primaveral, con abundante luz natural. Tanta pantalla está contribuyendo a incrementar la miopía. 

Es una explicación parcial de este inquietante fenómeno, aunque no resulta suficiente. Pese a ello, el Colegio Nacional de Óptico y Optometristas de España no tiene dudas: en 2020, un 33 por ciento de los adolescentes españoles desarrollarán miopía por culpa de las nuevas tecnologías.

El cerebro que surgió de la Guerra Fría

Por: | 12 de junio de 2013

Schultz

Dwight Schultz, como Robert Oppenheimer, contempla la detonación de la primera bomba atómica en el film de Roland Joffe. Paramount Pictures.

Resulta espléndido el film Creadores de Sombras (1989), del siempre fiable director Roland Joffe. Es quizá la mejor película sobre la puesta en marcha del Proyecto Manhattan en 1942, la iniciativa estadounidense para construir la bomba atómica antes que los nazis.

Tenemos aquí a Dwight Schultz, el oficial loco de esa serie tonta que es El Equipo A, dando sorprendentemente vida al físico Robert Oppenheimer, el director científico del proyecto. Y sobre todo, la férrea dictadura del general Leslie R. Groves, un militar con formación de ingeniero cuyo máximo deseo era matar japoneses después de Pearl Harbour, interpretado por un soberbio Paul Newman, al que obligan a permanecer al frente del proyecto para construir la bomba definitiva.

Después de aquel agosto de 1945, dos bombas atómicas lanzadas contra civiles inocentes, el mundo cambió. Fue también el momento del comienzo de la Guerra Fría. A partir de 1946, cuando ese horror empezó a quedar al descubierto para la sociedad americana, se instaló el terror hacia los soviéticos, ya que éstos se harían con la bomba tres años después. 

Nadie podía imaginar las terribles consecuencias físicas y psicológicas que la bomba atómica dejaría en el mundo entero. En realidad, ahora seguimos padeciendo ese tipo de secuelas, aunque las hemos hundido en el inconsciente. Pero la ciencia ha logrado encontrar algo asombroso gracias a todo esto.

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Charlton Heston conduce una motocicleta en el film El Ultimo Hombre vivo. Warner Bros Pictures.

La imagen que muchos recuerdan del actor Charlton Heston es aquella en la que el actor alzaba un Winchester ante una multitud entregada en medio de una convención de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) mientras aseguraba que sólo se lo quitarían de sus manos "frías y muertas".

También es notoria la famosa entrevista que Michael Moore le hizo para su documental –excelente, por cierto– Bowling for Columbine. Vimos a un Heston que educadamente se alejaba de la cámara de Moore como un héroe derrotado. El polémico director de documentales trataba de obtener sus explicaciones a la participación de Heston en una serie de actos en favor de las armas tras la masacre de colegiales en un colegio en Columbine, Colorado (Estados Unidos).

El actor había anunciado años antes que estaba enfermo de Alzheimer. A Moore se le ha criticado por molestar a una persona enferma, pese a la aceptación de su documental y el Oscar logrado. Antes que nada, no me gustan las armas y su masiva circulación es causa de miles de muertos en EE UU.

Pero no vamos a hablar de eso. Esa imagen crepuscular de Heston no se corresponde con el espíritu rebelde mostrado en sus tres mejores trabajos cinematográficos, tres películas completamente transgresoras realizadas entre 1968 y 1973 que a bien seguro habrían sacado de su tumba al senador Joseph McCarthy para proseguir con su caza de brujas, con Heston en el centro de su mira telescópica: a ojos de los más conservadores, podría parecer hasta un comunista infiltrado en Hollywood que hace películas con mensajes perniciosos. ¿Como es posible?

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Clive Owen en una imagen promocional del film. Strike Entertaintment/UIP

Me impresionó la película Hijos de los Hombres protagonizada por Clive Owen. En particular, hay una secuencia maestra en la que la cámara sigue a Owen en medio de una guerra civil con soldados y rebeldes en medio de Bexhill, una ciudad costera del condado de Sussex en Inglaterra, y que quita el hipo, gracias a la maestría del director Alfonso Cuarón. Owen va escapando de las balas y de las bombas, termina refugiándose en el interior de un edificio semiderruido donde finalmente una amiga suya se agazapa entre los escombros con su hija recién nacida que llora en sus brazos.

Owen coge a la mujer y a su hija y trata de sacarla del edificio, en medio de la guerra. Los vecinos y rebeldes armados quedan hipnotizados ante el llanto de la pequeña. Y los soldados gubernamentales dejan de disparar. Todo el mundo quiere tocar al bebe, y la guerra se detiene en un paréntesis cinematográfico insuperable, como si los lloriqueos de un bebé fueran el tesoro más grande que una humanidad doliente y destinada a envejecer sin reproducirse tiene que preservar: el mejor escudo antibalas.

 El argumento tiene un trasfondo biológico interesante. En algún momento, la infertilidad se ha adueñado hasta del último hombre del planeta –sin hacer referencias específicas a las mujeres. Al igual que la novela de Arthur C. Clarke, El Final de la Infancia, la humanidad no renovará ya los años más felices de nuestras vidas. Con una tasa de reproducción equivalente a cero, el final de cada ser humano encamina la especie hacia la extinción definitiva en unas cuantas décadas.

Ficción, sin duda, pero, ¿hasta qué punto corre peligro la fertilidad del semen masculino?

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El País

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