
Sean Connery en una escena de Los últimos días del Edén.
Reconozco que muchas películas impresionan la primera vez, y luego, tras un par de visionados, se desvanecen. Y a pesar de ello, las tomas cariño. Me ocurre con Los Últimos Días del Edén, dirigida por John McTiernan e interpretada por el gran Sean Connery y Lorraine Branco. Narra la historia de un botánico que se fue a la selva a montar su laboratorio y del cual no se sabe nada en tres años, hasta que pide a la compañía farmacéutica que lo mantiene un cromatógrafo y un ayudante, sin dar más explicaciones.
El doctor Campbell (Connery) recibe para su disgusto a una bióloga, la doctora Rae Crane (Lorraine Branco), que no tiene ninguna experiencia en trabajo de campo. La casa de Connery consiste en una especie de laboratorio improvisado en medio de la selva. Nuestro hombre blanco está rodeado por una comunidad de indios, y se ha mimetizado con ellos.
Connery ha descubierto una sustancia extraída de una especie de bromelia que tiene la virtud de acabar con el cáncer. Ha probado el suero con éxito en los indígenas que desarrollaron bultos en la garganta. Sin embargo, hay un componente que se le escapa, presente en el extracto original. El resto de las preparaciones no funcionan. Necesita la ayuda de la doctora. Y para empeorar las cosas, los bulldozers van a destruir precisamente el lugar donde está ubicada esa aldea, ya que tienen que cercenar la selva para construir una carretera.

Cuando el film se estrenó en 1992, quedé fascinado. No podía ni imaginar que diez años después, mi primera novela, La Sombra del Chamán, centraría su argumento en el hallazgo de una bala mágica contra el cáncer en las selvas de Venezuela, en los tepuyes –impresionantes formaciones montañosas de centenares de millones de años en cuyas mesetas a veces persiste la selva. Los tepuyes ya fueron utilizados por Arthur Conan Doyle como mundos perdidos en cuyas cumbres sobrevivían criaturas prehistóricas como dinosaurios. Y me acuerdo perfectamente de esas increíbles imágenes mostradas en aquellos maravillosos documentales del Dr. Féliz Rodríguez de la Fuente filmados en Venezuela, cuando accedió a las cumbres de estos mundos perdidos a bordo de un helicóptero.
No hay nada de malo en reconocer la influencia de las cosas que te impresionan. Incluso cuando se trata de una mala película –el film de McTiernan fue nominado al premio Razzie. Si me preguntan ¿sería factible encontrar una fórmula contra el cáncer en las selvas tropicales?, mi respuesta tiene que ser afirmativa.Pero no de la manera en la que lo hace Connery en el film.
Y es aquí, en busca de respuestas, donde la investigación y el proceso creativo para crear una historia de ficción se hace cada vez más interesante. Para empezar, la naturaleza es el laboratorio más poderoso. Millones de años de evolución de plantas y animales dejan en ridículo a la más genial imaginación de los químicos. Todos los principios activos que encontramos en una farmacia proceden de la naturaleza.
De una especie de rana que vive en Ecuador se extrae la epibatidina, que es 200 veces más potente que la morfina; de la tarántula roja del Camerún se extrae una sustancia, llamada SNX-482, que es un veneno para tratar enfermedades neurológicas. La aspirina es un fármaco derivado de la corteza del tronco del sauce. Los venenos matan, pero usados convenientemente, curan. Y se usan para tratar el dolor crónico, enfermedades del corazón, epilepsia, sida y cáncer.

Sean Connery (Dr. Campbell) junto con Lorraine Branco (Dra Crane)
Las compañías farmacéuticas no envían a un botánico para que monte en plena selva su laboratorio. La idea es ridícula. Pero sí realizan de vez en cuando tareas de prospección, enviando a sus propios exploradores o pagando a otros científicos por las muestras de tierra, de animales o plantas que recojan en su trabajo de campo.
Por otra parte, el cáncer no es una enfermedad común en las comunidades indígenas, como se nos quiere hacer creer. Es un mal más propio de los países desarrollados, que suele aparecer con la edad y la contaminación. Las escasas comunidades de indios que aún dependen de la selva, tienen otros problemas y enfermedades que combatir, pero el cáncer no suele estar entre ellos.
Las balas mágicas fueron un concepto de moda en los años ochenta. Se hablaba de fármacos tan precisos que sólo se adherían a las células malignas, dejando las sanas intactas. ¿Es eso posible? En la práctica, los fármacos cada vez son mejores y más precisos, pero están aún muy lejos de esta “magia”. Teniendo en cuenta además que el cáncer no es una enfermedad, sino más de 200 tipos de patologías.
Sin embargo, existe una posibilidad. De acuerdo con David Newman, un prestigioso investigador del National Cancer Institute de Estados Unidos, no sería imposible la existencia de un fármaco que funcionara como una bala mágica “al impedir la metástasis”. En un tumor grave, las células malignas tiene la habilidad de escurrirse y abrirse paso entre los tejidos sanos para alcanzar el torrente sanguíneo. Si esa sustancia impidiera este viaje, el tumor no podría escapar. Se transformaría en una suerte de prisionero, y al tenerlo localizado, se facilitaría su destrucción. Una molécula podría controlar muchos tipos de tumores, y en suma, se convertiría en esa bala mágica cuyo secreto hace posible crear una historia de intriga a su alrededor.
El otro defecto de la película de Connery es el tratamiento que hace del chamán de la tribu, al que llama el hechicero. Connery trata de conversar con él, para intentar encontrar ese ingrediente desconocido que le falta en su poción, pero el chamán que vemos es un hechicero sacado de una mala película de terror. Craso error. Los auténticos chamanes distan mucho de este cliché.

Realidad y ficción. Izquierda, el espléndido libro de Mark Plotkin, en el que narra sus encuentros con los chamanes de la Amazonia en lo que ya es un cásico de la etnobotánica. Debajo, portada del la nueva edición e-book del autor (AK Digital de Antonia Kerrigan)
La obra Thales of a Shaman´s Apprentice (Cuentos de Aprendiz de Chamán) de Mark Plotkin es una de las mejores narraciones que jamás se han escrito acerca de los encuentros de un etnobotánico con auténticos chamanes de la Amazonia, y fue mi principal fuente de inspiración para La Sombra del Chamán.
Estos médicos de la selva se educan en una tradición oral que transmite el conocimiento aprendido mediante el ensayo y el error durante miles de años, conocimiento sobre las mezclas de plantas que curan efectivamente las enfermedades. Los chamanes han acumulado lo que en ciencia se llama conocimiento empírico, extraído de la experiencia, no de los libros de texto de las universidades. Como ejemplo entre cientos, una mujer de una tribu de Sarawak, al norte de Borneo, ¡conocía doscientos tipos de plantas para curar 180 tipos de enfermedades!
Plotkin me comentó que el film de Connery era bastante malo, pero que tuvo la virtud de llamar la atención sobre la destrucción de la selva, y solo por eso merece ser recordado como una anécdota simpática. Acierta de pleno en acentuar el peligro de las talas indiscriminadas y las referencias que se comentan con respecto a las sequías.
Al ritmo de las talas y quema de árboles para conseguir terreno cultivable, se especula con la desaparición parcial o total de las selvas dentro de solo 40 años –la estadística dice que se pierden 137 especies de plantas y animales al día, y que el ritmo de deforestación en Brasil es de unos 50.000 kilómetros cuadrados al año. Esa destrucción de conocimientos, formas de vida, recursos farmacológicos en potencia, alimento y biodiversidad, tendrá consecuencias muy graves sobre el clima y nos golpearán en el momento más inesperado. Desgraciadamente, Connery pierde al final su batalla para impedir la destrucción de la aldea. Mucho me temo que ese final es anticipo de lo inevitable.