Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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El ataque de los marcianos pequeñitos

Por: | 28 de agosto de 2013

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Un marciano amenaza a Jack Nicholson en Mars Attacks!. Cortesía de Warner Bros.


En Mars Attack, Tim Burton repasa la abundante filmografía de las invasiones marcianas en clave cómica. La escena de la paloma lanzada por un hippie y achicharrada por los rayos del marciano que acababa de salir de su platillo “en son de paz” es sin duda de lo mejor de la película.

Burton bebe de la herencia dejada por clásicos de culto como Ultimátum a la Tierra, La Guerra de los Mundos, e incluso películas risibles y muy menores como Invasores Invisibles, de Edward L.Cahn (donde los marcianos son entes invisibles que se apoderan de los cadáveres humanos para convertirles en zombis). 

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Póster del film dirigido por Tim Burton.

 

Los marcianos no tienen porqué ser altos o bajos, verdes y con muy mala uva. En La Invasión de los Ladrones de Cuerpos (Body Snatchers) son microscópicos: esporas que vienen del espacio exterior –no exactamente de Marte, ya que en el film no se especifica su origen, pero podemos tener la libertad de imaginarlo así en los años cincuenta. Se trata de esporas dispuestas a fabricar vainas para engendrar dentro de ellas cuerpos clónicos copiados de los humanos. 

Algún día hablaremos de la verdadera identidad política de estas esporas, pero lo cierto es que el excelente film de Don Siegel, una obra maestra de la psicología de masas llevada al terreno patológico, es uno de los escasos que sugieren que los verdaderos marcianos –si los asociamos con extraterrestres–son muy pequeños, y no llevan naves espaciales ni pistolas de rayos.

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Kevin McCarthy y Dana Winter huyen de un pueblo poseido en el film de Don Siegel.Walter Wanger Productions.

La ciencia estuvo muy cerca de corroborar la identidad de los invasores microscópicos esbozados por este maravilloso director norteamericano. Ocurrió en verano de 1976. La nave Viking 1 aterrizó allí el 20 de julio, y dos meses después, el 3 de septiembre, una sonda gemela, la Viking 2, hizo lo propio a 6437 kilómetros, en otro extremo del planeta. 

Las dos naves eran complejísimos laboratorios equipados con experimentos para la detección de vida. Y el único que dio positivo, en inglés, LR (Labeled Released Experiment o Experimento de Liberación Marcada) sigue dando que hablar. Su autor, el científico Gilbert Levin, está firmemente convencido de que las Viking detectaron vida microscópica en el suelo marciano.

Veamos en detalle en qué consistió este experimento. Las naves tomaron muestras del suelo marciano y lo rociaron con una sopa nutritiva, que tenía un isótopo radiactivo, el carbono 14. Si existiera algún tipo de microbio o bacteria en ese suelo al que le apeteciera ese bocado inesperado, tendría lugar una digestión. Y los gases consistirían en CO2 radiactivo, que sería convenientemente detectado. 

El experimento se realizó cuatro veces con sus controles y en todos los casos los resultados fueron positivos. No hubo un solo fallo.

Se llegaron a calentar las muestras de suelo a ciento sesenta grados para rociarlas después con la sopa. El suelo no generaba gases, presumiblemente porque los microorganismos habrían muerto por el calor. El LR estaba indicando que existía algo en el suelo de Marte capaz de comer y excretar.

En suma, ¡algún tipo de vida!

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Carl Sagan posa frente a una maqueta a tamaño real de la Viking. JPL/NASA

Los resultados no se aceptaron debido a que las naves fueron incapaces de detectar materia orgánica con otros aparatos. Sin materia orgánica no puede existir vida. Carl Sagan, que tenía un interés enorme en la misión, admitió su decepción. 

El mismo Levin aceptó el dictamen de la NASA. Pero, con los años, se vio que los cromatógrafos de las Viking estaban trufados de errores, e incluso los mismos aparatos aplicados sobre los suelos de la Tierra daban falsos negativos.

Suelo tener contacto con Levin cada vez que escribo sobre Marte, y en cada ocasión, este científico, que ahora investiga como profesor adjunto del Beyond Center for Fundamental Concepts in Science en Arizona, se muestra cada vez más convencido de que las Viking sí encontraron vida. 

En suma, Levin se siente como un hereje. Pero sus convicciones se han puesto a prueba con la llegada de la nave Curiosity, un complejo laboratorio geológico.

La Curiosity no se concibió para detectar vida, sino para estudiar la geología del planeta rojo. En sus tripas, sin embargo, lleva la tecnología más sofisticada para detectar materia orgánica, aparte de una cámara de alta resolución.

Y hasta el momento, los científicos responsables no han informado de la presencia de materia orgánica... salvo unas moléculas orgánicas detectadas en una muestra de suelo que han sido tachadas como producto de una contaminación traída por la propia nave.

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La Curiosity en una recreación artística. NASA/JPL

Tengo que reconocerlo, me atraen los científicos que se salen de la norma como Levin. La ortodoxia científica los tacha de herejes. Es cierto que la distancia entre la herejía al fraude a veces es más corta de lo que pensamos, pero francamente, me encantan los herejes como Levin o el fallecido Fred Hoyle, del que hablaremos algún día.

Levin no cree que las moléculas orgánicas detectadas por la Curiosity en una muestra de suelo sean debidas a la contaminación.

Incluso si fueran marcianas, no serían lo suficientemente complejas como para apoyar los resultados de las Viking. Y para colmo, la Curiosity no ha detectado moléculas orgánicas complejas, lo que es un obstáculo considerable.

Pero todavía no se han desvelado los resultados de tales experimentos, argumenta Levin. La historia está lejos de escribirse.

“Por lo poco que sabemos, los escasos datos son consistentes con el hallazgo de vida microbiana que hizo la Viking gracias al experimento LR en 1976”, me dice este experto en un reciente correo electrónico. Apunta además a unas curiosas piedras marcianas recubiertas de una sustancia verde que deberían de ser analizadas por la cámara de alta resolución de la nave, cosa que aún no se ha hecho. “Mi predicción es que ellos no pueden esconder la verdad durante mucho tiempo”.

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Levin quiere que la cámara de alta resolución de la nave examine esa patina verdosa observada en estas piedras de Marte. JPL/NASA.

¿Cuál es esta verdad? Veamos fríamente las posibilidades.

Es posible que Marte sea a la postre un planeta yermo, sin vida. ¿Se imaginan el impacto devastador que ese hallazgo tendría en el programa de exploración marciana? Lean el titular: La nave Curiosity descarta la existencia de vida en Marte.

La gente se preguntaría, ¿para qué gastar dinero en explorar un planeta muerto? Las Viking trajeron esa mismo impresión hacia un público que aún guardaba en la memoria las películas que inspiraron a Tim Burton para su Mars Attacks

Y el precio pagado fue altísimo. Muchos científicos –llamados exobiólogos– que pretendían estudiar el asunto de la vida extraterrestre, fueron borrados del mapa, sin fondos económicos para financiar su trabajo. 

La NASA no estaría muy dispuesta a lanzarse de nuevo a esta piscina. ¿No les parece?

Por otra parte, la NASA tampoco quiere repetir el gran patinazo como aquel famoso anuncio en 1996. ¿Se acuerdan? Un grupo de eminentes expertos,  junto con el mismísimo presidente Clinton, se mostraban entusiastas sobre el hallazgo de pistas de vida en un meteorito marciano.

Diez años después, la comunidad científica trituró a los expertos que habían salido con el presidente para anunciar al mundo la gran noticia. Fiasco, fiasco.

Es solo una impresión personal, pero la ambigüedad sobre Marte podría resultar de una política cuidadosamente calculada. Algo así como no tenemos evidencias de vida, pero sí sospechas de que al menos existió en el pasado...y puede que ahora...quien sabe....Hay que seguir investigando y gastando, y eso me parece estupendo. Y en ese sentido, es concebible que Levin tenga al final la razón.

 

 

Científicos Made in Hollywood

Por: | 24 de agosto de 2013

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Sam Neil, Laura Dern y Steven Spielberg, en una pausa del rodaje de Parque Jurásico. Cortesía UPI

Los científicos suelen tener una buena imagen en las encuestas, pero salen a menudo bastante trasquilados en las películas. En el cine han bordado papeles que hablan de individuos francamente antipáticos. ¿Por qué?

En Independence Day, hay un científico chiflado –interpretado por el excelente actor Brent Spiner, el androide Data en la Nueva Generación de Star Trek– que trabaja con un cuerpo de extraterrestre y restos de una nave en el Area 51. Es un tipo repelente y baboso que tampoco ha podido sacar mucho en claro de los alienígenas que están zurrando de lo lindo a la humanidad. Comprobamos que la ambición brilla en sus ojos al mismo tiempo que nos desagrada su falta de higiene. Por supuesto, algo ocurre y Spiner es el primero en ser masacrado por la criatura. ¡Bien hecho!

En E.T., la magia entre el alienígena y el niño se torna en drama cuando la NASA irrumpe en su casa en busca de las huellas del extraterrestre. Los malos de la película que estropean una historia tan inocente son los científicos que quieren analizar el ADN del bicho, esterilizar la casa del muchacho, y evitar el final feliz. Preferimos que E.T. se salve antes de que caiga en las manos de esos tipos.

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Brent Spinner en el papel del científico chiflado en Independece day. 20Th Century Fox.

Para colmo de males, los científicos además han bordado villanos inolvidables. Burt Lancaster, en la Isla del Dr. Moreau, no dudó en convertir las personas en bestias en su afán por dominar las leyes de la herencia y la genética en una suerte de biólogo molecular de finales del siglo XIX; en el clásico  La Cosa de Otro Mundo, (1951), el doctor Carrington es el científico que se enfrenta a sus compañeros para defender a una especie de lechuga extraterrestre con forma humana que quiere zampárselos en una remota estación en el ártico. Nos dice, “la ciencia no tiene enemigos”. Pero nos ponemos de parte de los militares que quieren cargarse al intruso galáctico.

En The Core, de John G. Avildsen, los científicos viajan al centro de la Tierra a bordo de una nave fabulosa, provista de armas atómicas. Tienen que activar el núcleo terrestre a bombazos, restablecer el campo magnético y salvar al mundo del apocalipsis. ¿Son los héroes? Sí y no. Descubrimos que el problema lo ha creado la tecnología militar – la investigación científica, en suma– cuando intentaron desarrollar un arma que provoca terremotos. 

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Stanley Tucci en la película The Core. Paramount Pictures.

El genial Stanley Tucci – el doctor Comrad Zinsky– es el científico malo que viaja con ellos y nos ofrece lo que esperamos de un hombre que mira a los demás desde la arrogancia de su formación científica; alguien antipático, soberbio, egoísta, que sólo piensa en su gloria personal, y que no duda  en cometer actos que pongan en peligro a los demás, siempre que sea en el nombre de la ciencia.

En Contagio, los científicos no tienen la culpa de la epidemia que se desata. Pero no quedan precisamente bien retratados. Lawrence Fishburne intenta traer a su investigadora enferma (Kate Winslet) en un avión medicalizado, pero cede ante las presiones políticas; es poco menos que un monigote, y la pobre Kate es enterrada en una fosa común. Fishburne avisa a su mujer para salir de Chicago a sabiendas que van a cercar la ciudad “sin que nadie lo sepa”. Es muy humano, sí, pero su reputación queda por los suelos cuando se descubre el pastel en un plató de televisión. 

Y la OMS tampoco sale muy bien parada que digamos. Marion Cotillard es una oficial que ha acudido a Hong Kong para investigar la epidemia. Sufre un secuestro por parte de los componentes de una aldea. La mayoría, mujeres y niños de condición humilde que serán los últimos en recibir la vacuna salvadora. A cambio de Cotillard, piden que sus nombres estén en los primeros lugares de la lista. La OMS decide engañarlos y les proporciona un sucedáneo. A esto se llama “morir fuera de cámara”.

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Marion Cotillard, en la escena de Contagio en la que es secuestrada en Hong Kong. Warner Bros/Participant Media

Un amigo mío, bioquímico y excelente conocedor de la realidad científica española, me comentaba el otro día que “últimamente, todos los malos en las películas son los científicos”. Le respondí que siempre había sido una tónica general desde los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki

“Los científicos buenos deberíamos saber cambiar esta imagen”, me contestó. “Y que en Hollywood se busquen otras cabezas de turco”. 

Bien, no todo es así. Ya hemos hablado del excelente papel que Jodie Foster hizo en Contact (un relativo éxito de taquilla), como una astrónoma que busca señales de vida inteligente fuera de la Tierra, en contra de la incomprensión de militares, políticos, y la envidia de sus colegas.

Los científicos, encarnados en el profesor Barnard, un afable anciano que tiene aires de Albert Einstein, son los únicos que se dignan a escuchar lo que el extraterrestre Klaatú viene a decirles en la maravillosa Ultimátum a la Tierra, de Robert Wise (1951). Resultan a la postre simples comparsas. El protagonismo es para Michael Rennie, el alienígena con más carisma de la historia del cine. Pero Barnard –encarnado por Sam Jaffe– queda bastante mejor que los políticos, los militares y los periodistas. 

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En la imagen superior, Michael Rennie conversa con Sam Jaffe en Ultimatum a la Tierra. 20Th Century Fox

El fallecido escritor Michael Crichton, autor de obras como Parque Jurásico o La Amenaza de Andrómeda, explicó hace algunos años en un artículo en Science que el problema no era que los medios como el cine o la TV no comprendieran a los científicos. Ocurría justo al revés: son los científicos quienes no entienden las reglas y los mecanismos de los medios de comunicación, incluida la televisión y el cine.

Crichton argumentaba que a menudo se presentan sólo las bendiciones de los hallazgos y avances tecnológicos. ¿Qué ocurre con los inconvenientes y los potenciales peligros? Pues que son un excelente material que encajan como un guante en las reglas de la narrativa cinematográfica, y esto es muy apreciado por los directores y los guionistas.

En las novelas de Crichton encontramos siempre esos inconvenientes y peligros que alimentan la intriga. Y aunque es cierto que a Crichton no le fascinaban los científicos como héroes, en Parque Jurásico es un paleontólogo, Alan Grant (Sam Neill), y una botánica, Ellie Shatter (Laura Dern) quienes salvan a los chicos de las bestias. Así que no se le puede tachar exactamente de anticientífico.

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El escritor Michael Crichton, en una portada de la revista Time.

Pero reflexionemos. ¿Son los científicos los únicos que salen mal parados? El cine es exageración, nos dice Crichton. Las demás profesiones no se retratan precisamente de la mejor forma. 

Spielberg nos muestra a un tiranosaurio zampándose a un abogado; o un dinosaurio venenoso escupiendo su baba tóxica sobre un informático. 

En el celuloide, los abogados suelen ser buitres sin escrúpulos, los doctores a menudo carecen de humanidad, los policías parecen una suerte de psicópatas, y todos los políticos son corruptos. “Ya que todas las profesiones son retratadas de manera negativa, ¿por qué los científicos tendrían que esperar un trato especial?”, se preguntaba este escritor en su ensayo de hace más de una década.

Es posible que no se pueda hacer mucho en el cine. Pero en los medios, especialmente la TV y los programas educativos, los científicos tienen aún mucho trabajo que hacer. 

El consejo dejado por Crichton hace más de una década sigue vigente: hay muchos científicos con talento para convertirse en divulgadores, en estrellas de los medios, como una parte de su profesión para explicar la ciencia, el método científico y la importancia de la ciencia en la sociedad. 

Pero si no se atreven a mojarse en este terreno imprescindible hoy en día es por miedo a la reacción de sus colegas. Lo hizo Carl Sagan, aunque pagó al principio un alto precio debido a las críticas de la comunidad científica. Pero el servicio y legado que dejó a la ciencia fue enorme. 

 

 

 

 

 

Los niños clónicos del Brasil

Por: | 19 de agosto de 2013

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Un fabuloso Gregory Peck se pone en la piel del temible doctor Joseph Mengele. Producers Circle/ITC

Cuando se habla de clonación humana, hay que rendir un tributo obligado a una película pionera realizada durante los años setenta, Los Hijos del Brasil, protagonizada por Gregory Peck y Lawrence Olivier, en el papel del cazanazis Ezra Lieberman. Esta obra maestra de la anticipación científica, realizada por Franklin Schaffner, mezcla maravillosamente la intriga cinematográfica con la genética y la política, y asombra por su clarividencia. ¡Clones humanos producidos gracias a la sangre preservada de Hitler

El espectador va averiguando, al mismo tiempo que Olivier, los planes del diabólico doctor Mengele, un hombre que viste de blanco al que da vida Peck en uno de sus mejores papeles. 

El film rinde tributo así a la magnífica novela de Ira Levin, uno de los pioneros de la literatura de anticipación a la hora de construir intrigas sociales –con todas las dudas éticas expuestas sin tapujos–derivadas de los potenciales avances de la ciencia.

Mengele tiene un plan. Aparentemente absurdo. Asesinar a 94 personas repartidas en diversas partes del mundo, sin ninguna relación aparente entre ellas. Tienen que ser ajusticiadas en un momento y día concretos. ¿Por qué? 

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Una máquina del tiempo con trompa y colmillos

Por: | 14 de agosto de 2013

 

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Vista del elefante articulado hecho a escala en Sortelha (Portugal)

En este blog hablamos de cine, de ficciones cinematográficas, de los límites de lo imposible. Como los viajes en el tiempo. La física y Einstein con su relatividad especial no descartan los viajes temporales.

El más impensable es el viaje al pasado. Nadie ha construido una máquina para viajar en el tiempo –salvo H.G. Wells en su célebre novela victoriana–y por supuesto, nadie ha venido del futuro, que nosotros sepamos, para cambiar el pasado.

Además, las paradojas temporales son viejas conocidas: si yo viajo al pasado, y me encuentro con la versión de mí mismo más joven y la asesino, ¿Qué ocurriría?

El profesor emérito de filosofía Norman Swartz, de la Universidad de Indiana (EE UU), ha resuelto la cuestión: “no hay posibilidades de que en un viaje en el pasado uno se asesine a sí mismo. El hecho de que uno esté allí garantiza lógicamente que nadie, ni uno mismo o cualquier otro, te asesine mientras eres un niño, ya que no habría posibilidad de cambiar el pasado”.

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El escritor José Saramago, en un poster en la fundación dedicada a su obra en Lisboa

Pero existe otra posibilidad de viajar en el tiempo: mediante el poder evocador de las palabras. Como las del premio Nobel José Saramago.

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Póster promocional del film GATTACA, de Mike Nichols. Columbia Pictures.


En la película GATTACA, los genes humanos han aterrizado en una sociedad de un futuro cercano imponiendo su dictadura. La historia dirigida por Mike Nichols habla de un muchacho, encarnado por Ethan Hawke, que es concebido “de la forma tradicional”, en la parte trasera de un coche, y no a la carta, donde los ingenieros de ese futuro son capaces de crear embriones perfectos sin ningún defecto genético. 

Hawke quiere trabajar en un centro de preparación de astronautas (GATTACA, escrito con las iniciales de la molécula del ADN). Pero, desgraciadamente, la naturaleza y el azar han jugado en su contra. 

La mejor escena de la película es la que abre la historia. Una enfermera coge un bebé del vientre de su madre y pincha su talón para obtener una gota de sangre y procesar un análisis genético instantáneo. “Diez dedos en las manos y diez dedos en los pies, era lo único que importaba antes. Ahora no. A los pocos segundos de vida, ya se podía saber el tiempo exacto y la causa de mi muerte”, narra un Hawke, recordando su propio nacimiento. 

El resultado del test no puede ser más desalentador. Hawke tendrá un 60 por ciento de probabilidad de sufrir trastornos neurológicos, un 40 por ciento en adquirir depresión, y un 99 por ciento de morir de un ataque al corazón. Su vida media se fija en 30,2 años.

El sueño de Hawke de ser astronauta y viajar al espacio se desvanece en menos de un minuto. Su perfil genético defectuoso hará imposible su admisión en el centro. 

Y a pesar de ello, Hawke lucha contra su destino, el que han marcado sus genes. Recurrirá incluso a falsificar su carné biológico, con ayuda del material que le presta Jude Law, un joven con una firma genética perfecta que ha quedado inválido por culpa de un accidente.

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Una escena del film entre Jude Law, en silla de ruedas, y Ethan Kawke. Columbia Pictures.

El mundo distópico presentado por Nichols dibuja una sociedad que ha desarrollado una tecnología instantánea para obtener perfiles genéticos de cualquier persona y en cualquier lugar. Uno accede a determinadas instituciones y estructuras si pasa el test de ADN

Los genes determinan el futuro exacto de la gente, y en cierta manera, ese pensamiento determinista se encuentra muy presente en las publicaciones científicas y en la prensa.

Hablamos hace poco que la felicidad tenía un fuerte componente genético, de acuerdo con los estudios llevados a cabo en gemelos idénticos por la investigadora Nancy Segal.

Pero existe otra cara de esa realidad, y en este blog nos encanta hurgar entre las contradicciones de los científicos. Es muy posible que la dictadura de los genes sea muchísimo menor de lo que imaginamos; hasta el punto de que no estaríamos en absoluto predeterminados.

Incluso el propio ambiente sería capaz de modular la expresión de esos genes en vida, un pensamiento que es casi una herejía en el mundo actual.

Lo curioso es que estas ideas proceden de las investigaciones en gemelos idénticos llevadas a cabo por el científico británico Tim Spector, que ha publicado un libro intrigante, Post Darwin (Planeta), en el que amenaza con derrumbar esa dictadura genética que muchos ya dan por hecho.

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El científico Tim Spector

El punto de vista de Spector no es fijarse en las similitudes entre gemelos, que las hay, sino en las diferencias, que también las hay, dando un poco la vuelta a la tortilla. ¿Cómo explicarlas?

Spector comienza su historia con un caso famosísimo, el de unas gemelas siamesas, Ladan y Laleh, nacidas en Irán, que vivieron unidas por la cabeza. Eran genéticamente idénticas. Sus cerebros compartían los mismos vasos sanguíneos, pero sus personalidades eran muy diferentes. 

“A Ladan le gustaban los animales, pero Laleh era aficionada a los juegos de ordenador”. Una era diestra, la otra zurda. 

Ladan quería convertirse en abogada, y Laleh, en periodista. Ladan era mucho más extrovertida que su hermana. Y a medida que crecían juntas, manifestaban su deseo de someterse a una cirugía que las separase.

Las siamesas fallecieron en la operación. Pero para Spector, supusieron el punto de partida a la idea que le venía rondando la mente. Los genes tienen una influencia más limitada de lo que pensamos.

Es cierto que hay enfermedades monogenéticas incurables que resultan de la mutación de un único gen. Pero la idea de que los genes escriben en nosotros características que son inmutables se va derrumbando. El propio Spector ha encontrado gemelos idénticos que tienen un color de ojos distinto, “un fenómeno que se afirmaba imposible”.

Tenemos unos 25.000 genes, el mismo número aproximado de los que posee un gusano. Evidentemente hay muchas diferencias, pero el mensaje de Spector es contundente y polémico: “los genes comunes hasta la fecha acostumbran a representan menos del cinco por ciento de la influencia genética”. 

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Ethan Hawke sigue en su empeño de ser astronauta presentándose junto con otros candidatos en el centro espacial. Columbia Pictures.

¿Qué ocurre con el 95 por ciento restante?  Este punto de vista contradice el chiclé de que la mitad de la influencia es genética y la otra, ambiental, para contentar a los genéticos y los ambientalistas (también a partes iguales). En realidad, el asunto es mucho más misterioso y desconocido de lo que pensamos.

Este científico cita varios ejemplos. Como el de los gemelos idénticos Daniel y Simon, separados por el divorcio de sus padres cuando eran adolescentes. 

Al primero le atropelló un coche y estuvo cinco años hospitalizado, quedándole secuelas de por vida al caminar. A Simón la vida le sonrió, ya que ascendió como detective de policía, con un buen sueldo, una casa espaciosa, club de golf y un buen coche. 

Daniel pasó muchos años en África y Asia como voluntario y se casó con una mujer en Tanzania. Los dos hermanos admiten que son muy distintos, que sus vidas poco tienen que ver, a pesar de que su ADN es el mismo. Y ninguno se cambiaría por el otro.

Otra pareja de gemelos, Peter y Nigel, iban a celebrar su cumpleaños en familia. Pero el acontecimiento se vio cortado por una tragedia. Dos días antes, Peter se suicidó, por sus problemas depresivos con el matrimonio y el alcohol. A Nigel no le ha ocurrido lo mismo. Es alguien prudentemente confiado en el futuro. ¿Por qué uno y no el otro?

La genética no encuentra una explicación. Incluso con el llamado “gen de la felicidad”, del que ya hemos hablado, bautizado como 5-HTT. Hay una variante que influye en eso que llamamos felicidad, pero el asunto, advierte Spector, dista de estar claro.

Las investigaciones sugieren que las tensiones de la vida y las circunstancias ambientales podrían estar influyendo sobre los propios genes, activándolos o desactivándolos. Podría ocurrir en nosotros. Me parece una idea revolucionaria y arriesgada de proponer en estos días donde cada vez es más barato hacerse un test genético comercial. 

Y también es una romántica idea que recuerda a Lamarck y su fallida teoría sobre la herencia de caracteres adquiridos. ¿Recuerdan la historia de la jirafa que estiraba su cuello para alcanzar las hojas de las ramas más altas, por lo que transmitirían el tener un cuello más largo a su prole? Cualquier profesor de biología se llevaría hoy las manos a la cabeza.

Un momento. Quizá no es algo tan descabellado. Existe una rama de la genética, la epigénética, que estudia cómo los genes se activan y desactivan, y cuáles son los factores del exterior que lo propician. La epigénética se ha demostrado en las plantas y en animales como la pulga acuática. Los cambios se transmiten durante pocas generaciones, pero son heredables. 

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Jude Law prepara sangre y muestras de su cuerpo para ayudar a Ethan Hawke a pasar las pruebas genéticas. Columbia Pictures.

Y Spector sospecha que también puede funcionar en las personas. Cada uno de nosotros ha heredado paquetes de genes que regulan el optimismo o el pesimismo, pero su influencia, incluso, puede ser “cambiada y reseteada”.

El libro de Spector propone una lectura fascinante que se sale de los estrechos márgenes de la genética. Sería un manual prohibido en la sociedad en la que Ethan Hawke lucha contra una discriminación genética que, aparte de inmoral, no está fundamentada por el conocimiento.

Un par de ejemplos como colofón:

–Si quieres ser más feliz, huya de los gruñones. James Fowler observó a 5.000 residentes en Nueva Inglaterra durante más de veinte años. Descubrió que la gente más feliz tendía a congregarse, al igual que los huraños. El estudio sugería que la felicidad se propagaba como un virus. Es contagiosa. Un tipo triste que pasa a ser feliz a unos 1.500 metros de distancia incrementa nuestra felicidad en una cuarta parte. Y el efecto es mucho mayor si uno se encuentra rodeado de rostros sonrientes.

–El humor y la respuesta emocional puede regularse mediante la meditación. Los monjes budistas expertos alteran la actividad gamma de su cerebro, según los escáneres cerebrales, y se ha comprobado que son capaces de alterar la estructura de su hipocampo, una parte del cerebro que también está implicada en la depresión. ¿No resulta algo fascinante? Da que pensar.

 

 

 

 

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