Póster promocional del film de Emmerich. 20th Century Fox.
El cine contiene profundas y graciosas paradojas. Si en el post anterior comentaba que las novelas y las películas basadas en las novelas de Michael Crichton tenían el atractivo de presentar casi siempre al científico de turno como un antihéroe –sobre todo cuando ese científico se dejaba seducir por el dinero–sucede justamente lo contrario cuando hablamos de las grandes superproducciones de otro rey Midas, el alemán Roland Emmerich, que se ha distinguido precisamente por su poco amor a los científicos en el cine.
Su mejor film de catástrofes hasta el momento, El Día después de Mañana, lo es porque Emmerich rompe su regla habitual en sus películas, la de colocar a los científicos como tipos vulgares, insignificantes o antipáticos.
Como prueba de ello, basta echar un vistazo a la película que hizo después, 2012, con unos fabulosos efectos especiales y un guión bastante endeble, donde la ciencia que justifica la gran catástrofe es tan absurda que brilla por su ausencia.
Y sobre todo, la que le hizo multimillonario, Independence Day (de la que al parecer está preparando una secuela).
Seguramente, para los que la hayan visto, el nombre ficticio del doctor Brackish Ocum (un nombre bastante feo, dicho sea de paso), y el del actor que le da vida, Brent Spinner (que encarna al popular androide Data en las series de Star Trek y que se interpreta a sí mismo en la serie The Big-Bang Theory) no les diga nada. ¿Se acuerdan de la famosa escena en la que el presidente de EE UU y su séquito visita la famosa Área 51?
Brent Spinner, como el doctor Brackish Ocum, en Independence Day. 20th Century Fox.
Spinner es el científico maloliente y greñudo que lleva estudiando a los alienígenas durante años, encerrado en ese hangar secreto. Es el científico de la película, completamente insensible a la carnicería y las matanzas provocadas por los extraterrestres, que han activado las luces del panel de control del OVNI en las últimas 24 horas.
Y encima es tan estúpido que no sabe sacar partido a ese conocimiento, hasta que llega Jeff Goldblumb, un manitas de las antenas y las telecomunicaciones, alguien listo, del mundo de la informática, que le saca los colores y de paso del atolladero, comprendiendo al instante las señales y los números de la pantalla que el sabio necio no ha visto en años.
Emmerich odia aquí tanto a los científicos que no duda a la hora de presentarlos como seres repugnantes. Y claro, el primero en caer a manos de los extraterrestres resucitados es el propio doctor Ocum.
En cambio, en El Día después de Mañana tenemos a Jack Hall, un héroe que encima es climatólogo, interpretado por un magnífico Dennis Quaid.
El paleoclimatólogo Dennis Quaid, en el film El Día después de Mañana. 20th Century Fox
Quaid es un hombre sensible e inteligente. Es una voz perdida en el desierto de la política, lleno de políticos sordos e insensibles a la catástrofe climática que se nos viene encima, en la que está ausente su principal profeta, Al Gore, cuyo pasado político venía lastrado por perder unas elecciones presidenciales que creía ganadas por su elegante cultura científica y altura intelectual ante un torpe, chusco e iletrado republicano llamado George Bush.
Y en lugar de Gore (en la cresta de la ola por su documental Una verdad Inconveniente), tenemos a un vicepresidente de EE UU, interpretado por Kenneth Welsh, que es una copia calcada de Dick Cheney, uno de los halcones de Bush en la vicepresidencia, el arquitecto de la desastrosa guerra de Irak y el oscuro eslabón con las multinacionales del petróleo que querían sacar partido.
El actor Kenneth Welsh, en su papel de vicepresidente de EE UU. 20th Century Fox
Al alinearse con la ciencia, Emmerich gana en calidad. Sobre todo con los enfrentamientos dialécticos entre Quaid y el vicepresidente sosias de Cheney.
Al principio de esta magnífica película, Quaid expone una teoría fascinante: el calentamiento global dará lugar, en una primera fase, a un enfriamiento progresivo en algunas zonas del planeta, incluidos los Estados Unidos.
Su explicación es que el agua fría y dulce de los polos, más pesada, terminaría provocando un cortocircuito en la corriente marina del Atlántico norte, que lleva el calor desde las zonas tropicales a las más templadas.
Este cinturón de calor comienza con la famosa corriente del Golfo que termina transportando la energía hasta aguas del Atlántico. Proporciona un efecto que amortigua algo el clima más frío de los países del norte, que sería de otra forma bastante más duro.
Y no es una invención. La teoría de Quaid está basada en un excelente trabajo de investigación publicado en la revista Nature. Así que Emmerich y sus asesores se documentaron bastante bien (aunque sea por una vez).
El propio Quaid explica al principio que su modelo predice cambios en mil, o quizás hasta 10.000 años, y que en realidad, “nadie lo sabe”.
Claro que Emmerich lleva el asunto al extremo de toparse con una era glacial en cuestión de una semana, el tiempo cinematográfico de la película.
Me parece una decisión cinematográfica muy acertada y creíble (no se puede hacer una película con unos protagonistas y sus descendientes de dentro de mil años).
Jack Gyllenhaal, como Sam Hall, junto con sus amigos. 20th Century Fox
Emmerich sabe muy bien construir la relación entre Dennis Quaid y su hijo Sam Hall (interpretado por Jake Gyllenhaal), que queda atrapado junto con su chica en la biblioteca pública de Nueva York después de un espectacular tsunami. La biblioteca quizá no sería el lugar más apropiado para protegerse de algo así en una ciudad repleta de rascacielos, pero Quaid le promete que acudirá a rescatarlo. Así que la historia se convierte en el rescate de un padre que quiere a su hijo, y que además, es el científico al que nadie hizo caso.
Y por eso, con todos estos ingredientes de credibilidad y las dosis de acción garantizadas, la película funciona como un reloj. Incluso pese a los excesos habitualmente poco creíbles del propio Emmerich, como esa construcción de un enemigo, el frío estratosférico, que atraviesa la atmósfera para congelar al instante todo lo que toca en tierra. Un enemigo terrible del que Sam y sus amigos se libran...¡arrojando libros a una hoguera dentro de la biblioteca!
Recuerdo muy bien la polémica que el film produjo en EE UU, ya que estuve allí en 2004. Incluso algunos expertos de entidades de prestigio como el Instituto Pew calificaron al film de “pretencioso”.
Artículo de portada de USA TODAY recogiendo la polémica.
Se alzaron voces de científicos criticando abiertamente la película, ya que albergaban el temor de que el público llegara a pensar que el calentamiento global podría ser una fantasía.
El propio Al Gore trató de capitalizar la popularidad del film de Emmerich argumentando que, aunque se trataba de una ficción, los temas científicos que colocaba sobre la mesa abrían un debate necesario.
La película de Emmerich encantó al público, hasta el punto de que los periodistas preguntaron al portavoz de la Casa Blanca del Gabinete Bush sobre lo que opinaba de ella. “No nos dedicamos a hacer críticas de películas”, fue su evasiva respuesta. El cine, de la mano de la ciencia, ganó la partida a la política.