Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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Lucha de titanes: Mozart contra Beethoven (en el cine)

Por: | 31 de enero de 2014

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Un impresionante Ed Harris, como Beethoven, en una escena del film. Sidney Kimme Entertaintment/MGM. 

 

En el universo de la música brillan con similar potencia dos genios en apariencia contrapuestos, Ludwig Van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart. A veces suelo toparme con preguntas sobre quién fue mejor o más genial.

Particularmente me quedo con esta metáfora geográfica. Beethoven componía una música que vibraba y rugía desde las interioridades de la tierra, una música terrenal de singular potencia que se elevaba hasta alcanzar majestuosamente la bóveda celeste. Y allí, Mozart hilaba la melodía de los ángeles, una música celestial inalcanzable para el resto, que descendía y se posaba con suavidad hasta acariciar los sentidos de los mortales con los pies en tierra.

El cine ha sabido emocionarnos reviviendo la vida de estos dos monstruos musicales. En Amadeus, una de las mejores obras de Milos Forman, Tom Hulce nos presenta a un Mozart frívolo, mujeriego y superficial que se divertía en las tabernas mientras ridiculizaba a Antonio Salieri, el músico oficial de la corte de José II de Habsburgo, encarnado aquí por el inconmensurable F. Murray Abraham

 

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Tom Hulce en Amadeus.  Warner Bros.

 

Amadeus gira en torno a la envidia que Mozart despertaba en Salieri. Mozart es el niño prodigio que parece que no se da cuenta de los estragos que ocasiona su talento, alguien que va alimentando el resentimiento y la envidia de Salieri hasta el punto de que éste último interviene indirectamente en la muerte del joven. 

Forman nos presenta a un Salieri que asiste a Mozart en su lecho de muerte, mientras éste le pide ayuda para componer un réquiem que pasará a la historia. Es la oportunidad para formar parte, al menos por unas horas, de una música divina que Dios le ha negado, antes de caer en manos de la locura. 

 

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 F. Murray Abraham como Salieri (en el centro). Warner Bros.

 

En el film, Salieri siempre quiso que su música inmortal sobreviviera a su propia desaparición física, pero descubrirá que su talento no es suficiente para cumplir su sueño. Es Mozart quien le ha ganado. Su cuerpo ya se descompone en una fosa común enterrada en un día lluvioso y gris, pero poco importa a un desconsolado Salieri.

En Copying Beethoven, descubrimos a un formidable Ed Harris dando vida al genio, cuyo trágico destino sería quedarse sordo, aislándose para siempre del mundo. Su única conexión es una mujer de veintitrés años, Anna Holtz, interpretada con delicadeza por la bellísima Diane Kruger

En la película, Holtz se permite incluso corregir una nota en la partitura de la Novena Sinfonía, la Coral. En la secuencia más impresionante de la película, ella funciona como la conexión que une a un Beethoven sordo al resto de la orquesta, al público, mientras dirige la que sería su última obra. 

El Beethoven de Ed Harris consideraba inferiores a las mujeres, siempre estaba hosco y de mal humor, y mostraba su arrogancia con todo el mundo. Su única debilidad fue su sobrino, Karl Van Beethoven, el “hijo que nunca tuvo”. Y ese joven le engaña, le pide dinero, se burla a sus espaldas y le niega todo cariño.

 

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La sorprendente transformación de Ed Harris, de lo mejor del film. Sidney Kimme Entertaintment/MGM

 

Amadeus fue un éxito de crítica y taquilla –casi 52 millones de dólares sólo en EE UU) y arrasó en la ceremonia de los Oscar en 1985 (ocho en total, incluyendo a Murray Abraham y Milos Forman). En cambio, Coyping Beethoven, de la directora Agnieszka Holland, apenas recaudó 384.000 dólares en territorio americano y un total mundial de seis millones de dólares, con críticas diversas, entre las que no faltan las despectivas como “tediosa” e “irritante”.

Lo cierto es que, a mi juicio, no hay tanta diferencia de calidad entre las dos cintas. Y si bien Amadeus mereció todos los premios y el reconocimiento, Copying Beethoven es una historia excelente que no tuvo el favor de la crítica, pero tiene mi devoción bien ganada: quizá por el atrevimiento de Holland y su guionista Stephen Rivele a la hora de crear el personaje de la copista Anna Holtz, una mujer joven y atractiva que pone el contrapunto al propio Beethoven.

Holtz nunca existió. En realidad, se sabe que Beethoven usaba estudiantes de música como copistas para que transcribieran la música que él imaginaba en su mente, pero que no podía escuchar. 

La escena del estreno de la Novena Sinfonía es en parte una ficción, con Diane Kruger conectando con Beethoven en cada instante de la actuación de la orquesta, lo que  irrita a los puristas. La relación de un genio como Beethoven con un personaje inexistente es un pivote frágil y peligroso –aunque valiente, hay que admitirlo– a la hora de hacer creíble una película de ficción y no un documental sobre una personalidad que trasciende los límites del tiempo.

Copying Beethoven fue casi una producción independiente, pero creo que poco a poco irá ganando adeptos y logrará situarse en el lugar que merece.

 

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 Diane Kruger y Ed Harris, en una escena de la película. Sidney Kimme Entertaintment/MGM

 

Beethoven ya sufría sordera desde que compuso la Tercera Sinfonía, lo que le impedía dirigir los ensayos, nos dice el musicólogo y experto Javier Guerrero, de la Facultad de Geografía de la Universidad Complutense. El personaje hosco que vemos en el film de Agnieszka no es más que el producto de una enfermedad en un hombre atormentado, avergonzado por no tener el oído que todo el mundo le suponía a un músico de su categoría. 

El propio Beethoven lo expresaría así, en un documento esencial, el Testamento de Heiligenstadt, dedicado a sus hermanos Carl y Johann, del que reproducimos un fragmento:

Perdonadme, pues, si vivo apartado de vosotros; doblemente me duele mi desgracia puesto que no se me comprende. No me están permitidas ni la distracción en la vida social, ni las conversaciones apacibles, ni las efusiones mutuas. Sólo me puedo acercar a la gente si existe una imperiosa necesidad. Como un desterrado debo vivir. En cuanto me acerco a una tertulia se apodera de mí la ansiedad terrible de que alguien vaya a descubrir mi estado”.

Circulan rumores y leyendas que hablan de la admiración que Mozart sintió cuando un joven Beethoven acudió como un alumno que era todo un niño prodigio, pero lo cierto es que no hay documentos que lo prueben. 

Los padres de Beethoven enviaron a su hijo desde su hogar en Bonn para que estudiara con Mozart, alrededor del año 1787; en un momento en el que el genial músico estaba enfrascado en la creación de una de sus operas más importantes, Don Giovanni. 

Mozart atravesaba además un momento personal difícil por la muerte de su padre, una persona sabia que entendía a la perfección el alcance del talento de su hijo al que apoyó incansablemente en su carrera, al que impartió una educación sistemática. 

Pero Beethoven no tuvo tanta suerte, pese a su talento. Su padre era un alcohólico lleno de problemas que no pudo proporcionarle esa formación que todo niño prodigio hubiera deseado. Es bastante probable que Mozart, en un momento muy complicado de su vida, no le prestara apenas atención al que sería poco después considerado como su sucesor en Viena.

 

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Un formidable F. Murray Abraham interpreta a un envejecido Salieri. Warner Bros. 

 

La película Amadeus esta basada en una obra de teatro, escrita por el dramaturgo Peter Levin Shaffer en 1979. El público suele aceptar más fácilmente una obra de teatro llevada al cine que un guión arriesgado como el de Copying Beethoven –que no es otra cosa que la visión del genio a través de los ojos de una mujer ficticia que estuvo con él hasta el momento de morir. 

Puede que esa diferencia explique en parte su monumental éxito (es un film impresionante, aunque a veces las escenas musicales duren un poco más de lo aconsejable). Pero lo cierto es que muchas de las cosas que se vierten en el film son pura invención. 

De ahí el mérito de Forman. El latiguillo que acompaña al título en español de la película, “todo lo que has oído es verdad”, no es más que un intento exitoso de convencernos de la gran mentira creada por el autor de Alguien Voló sobre el Nido del Cuco. En comparación, casi nos parece piadosa la invención de Anna Holtz que nos presenta Holland: el retrato de Beethoven a través de Kruger es lo suficientemente conmovedor y realista como para ajustarse a lo que se sabía del genio. 

En cambio, el retrato de Antonio Salieri que nos presenta Forman es absolutamente falso. No hablamos de un músico torpe, resentido, mediocre y envidioso. El Museo de Viena dedicado a Mozart acaba de lanzar una campaña para desmentir este bulo. El director del museo, Gerard Vitek, quiere mostrar al público cual fue la verdadera personalidad de Salieri: alguien con un gran talento musical, nacido en el norte de Italia, que con sólo 15 años empezó a ganarse los favores de la corte imperial en Viena.

Salieri era un hombre de excelente humor, muy generoso y con mucho talento. Adoraba a sus pupilos, entre los que se encontraban Franz Schubert y...el propio Beethoven

Mozart escribió cosas muy positivas sobre Salieri. Fue el padre de Mozart, Leopold, quien veía en el músico italiano un rival para su hijo –en realidad todos los músicos con talento eran rivales para él. 

En el film de Forman, se nos sugiere que Salieri concibió un plan diabólico para causar la muerte de Mozart en 1791,  aunque no de manera directa ni explícita. Tal carácter diabólico esta basado en rumores que circularon en Viena en 1824, un año antes de la muerte de Salieri, que sugerían que el músico italiano había envenenado con arsénico al joven genio.

No hay ninguna evidencia ni prueba. Y desde luego Salieri no enloqueció por la envidia. Sufrió de senilidad en los últimos años de su existencia. Son bulos muy efectivos y creíbles, transmitidos por el hábil film de Forman y que aún resuenan en la red. Además, el mismo día en que se enterró a Mozart el tiempo meteorológico fue soleado y excelente. Hay registros de ello, en contraposición con el lluvioso gris que nos presenta este formidable director de cine.

Lo cierto es que Constance, la mujer de Mozart, envío a su hijo a Salieri para entrenar su educación musical el mismo año de la muerte de su marido, explica Ingrid Fuchs, la conservadora de la exhibición del museo vienés, según recoge Reuters

Es la prueba de que la relación entre ambos fue tan buena que haría trizas el argumento de Amadeus. “Creo que esto echa abajo cualquier especulación. Ninguna madre enviaría a su hijo para que fuera educado por el presunto envenenador de su padre. Es un testimonio definitivo”.

 

La vida secreta de las plantas (según M.Night Shyamalan)

Por: | 26 de enero de 2014

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Postre promocional del film. 20th Century-Fox. 

 

Siempre me han disgustado las ácidas críticas sobre las recientes películas de M. Night Shyamalan. Son injustas a todas luces. Los que le atacan toman como referencia a una de sus obras maestras, El Sexto Sentido. Dicen que Shyamalan nunca ha logrado recuperarse de aquel éxito, y que fue precisamente esa película la que marcó el comienzo de su declive. 

Son críticas miopes. Shyamalan es un genio que está a la altura de Spielberg. Si revisamos su obra, vemos claramente que nunca ha hecho una mala película. Ni siquiera este director nacido en India es capaz de darnos una película mediocre.

Su cine conserva aún esa extraña capacidad para sorprendernos, un poco a la manera de Hitchcock. En algún momento hablaré de After Earth, una superproducción que está muy por encima de lo que se suele cocinar en Hollywood, pero ahora lo que nos ocupa es una película estrenada en 2008 titulada El Incidente (The Happening), basada en un guión escrito por el propio Shyamalan y que se apoya precisamente en la ciencia para darle una verosimilitud que hace creíble lo increíble.

 

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Extraños suicidios se producen cuando la gente se arroja desde las alturas. 20th Century-Fox

 

En un día cualquiera de otoño, las personas en Central Park (Nueva York) sufren un extraño ataque y comienzan a arrojarse desde los edificios. Sucede mientras un profesor de ciencias llamado Elliot Moore, interpretado por Mark Wahlberg, está tratando de inculcar inquietud a sus estudiantes por lo que está ocurriendo con las poblaciones de abejas en todo el mundo, en pleno declive. 

Las colmenas se vacían y los estudiantes proponen explicaciones: la contaminación en forma de múltiples insecticidas que esparcimos de forma indiscriminada; un virus o una enfermedad que se ha extendido entre las poblaciones de abejas; los primeros efectos de un calentamiento global, consecuencia de la elevación gradual de la temperatura media del planeta, como un factor de desorientación...

Hay un estudiante que no quiere entrar al trapo. Cuando Wahlberg insiste, el muchacho suelta una respuesta sorprendente sobre la desaparición de las abejas. “Es un acto de la naturaleza que nunca llegaremos a comprender”.

Tampoco se nos escapa que en la pizarra de la clase hay una frase atribuida a Einstein en la que el sabio de la relatividad está convencido de que si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra, el hombre duraría unos cuatro años.

Esa frase es un bulo. Un rumor que circula en internet durante años. A fuerza de repetirse, lo comprobamos en varias páginas web, pero éstas son ecos de una falsedad que alguien se inventó, y lo cierto es que no sabemos quién. El asunto de las abejas y Einstein es un recordatorio de lo peligroso que puede ser internet, donde la resonancia de los hechos comprobados se mezcla con todo tipo de bulos, especulaciones y falsedades prefabricadas.

 

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La gente abandona los coches huyendo de la "epidemia". 20th Century-Fox

 

Pero Shyamalan tiene mucha razón cuando coloca el tema de las abejas como prólogo de su particular Apocalipsis. Fue precisamente un año antes del estreno de la película, en la primavera de 2007, cuando los investigadores descubrieron que una cuarta parte de los apicultores estadounidenses habían sufrido pérdidas catastróficas. Un desastre que se propagó a Francia, Canadá, Brasil, Australia, y también a España.

En Galicia, por ejemplo, las pérdidas de las colmenas alcanzan preocupantes porcentajes de entre el 35 y el 40 por ciento. Y en algunas colmenas, hasta del 90 por ciento.

Hablamos de las abejas de la miel (hay cerca de 20.000 especies de abejas), pero su importancia económica es enorme. Polinizan las flores cuyos frutos y semillas constituyen uno de cada tres bocados que nos llevamos a la boca. 

Gracias a las abejas  tenemos melocotones, almendras, ciruelas, manzanas, melones, pepinos, calabazas, fresas, frambuesas, zarzamoras, espárragos y tomates, entre otros. A lo que habría que añadir el vino y el mosto –la vid depende en parte de la labor de las abejas. 

Imaginen una cocina sin ninguno de estos ingredientes. ¿Aburridísima, no?

El hombre no desaparecería por falta de alimentos. El viento y no las abejas poliniza el trigo, la cebada o el arroz, los cultivos básicos que aseguran la existencia de casi toda la humanidad. Pero nuestra dieta dejaría mucho que desear. En un mundo casi sin abejas, la mayoría de las frutas y verduras serían un plato exquisito, como el caviar o las angulas, sólo reservado a los más ricos.

La historia de las abejas es solo una parte de ese plan de Shyamalan para empujarnos al Apocalipsis

 

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Los policías de NY también sucumben a la extraña toxina. 20th Century-Fox.

 

Al principio, ante los casos crecientes de suicidios, los medios de comunicación claman en los telediarios que se trata de un ataque bioquímico llevado a cabo por terroristas: han inventado una toxina capaz de provocar un cortocircuito en el cerebro, de manera que se pierden los mecanismos de protección que nos impiden que nos quitemos la vida. 

Posteriormente, averiguamos que se trata de un fenómeno natural, y que son las propias plantas las que fabrican ese veneno que amenaza a toda la población, en un calculado ejercicio de venganza.

¿Es científicamente posible? La historia de las plantas como seres ávidos de venganza contra la humanidad tiene una larga tradición en la filmografía de ciencia ficción, desde El Día de los Trífidos, hasta clásicos como La Invasión de los Ladrones de Cuerpos, que sugieren vainas y esporas extraterrestres traídas por la atmósfera para prender y colonizar el planeta. 

Incluso en La Cosa de Otro Mundo, producida por Howard Hawks, el extraterrestre que despierta de su lecho de hielo del polo norte no es otra cosa que una especie de remolacha gigante con forma humana que se alimenta de la sangre de los protagonistas.

Así que en la historia propuesta por Shyamalan hay una verdad cinematográfica que bebe de la tradición, aunque esta vez busca un apoyo en la ciencia. No hay que imaginar extraterrestres o seres fantásticos caídos del espacio, sino en lo que las propias plantas reales de nuestro planeta pueden o no pueden hacer.

Por ejemplo, es cierto que las plantas pueden comunicarse entre sí, especialmente si se sientan atacadas. Ante un herbívoro, las plantas pueden sintetizar sustancias desagradables al gusto, y liberar compuestos en el aire que son captados por otras plantas para “advertirlas” de la presencia de un peligro.

Una planta de tabaco atacada por una oruga puede liberar un compuesto que atraiga a las avispas que precisamente se alimentan de orugas.

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Una magnífica escena en la que vemos a Wahlberg, Ashlyn Sánchez  y Zooey Deschanel. 20th Century-Fox.

 

Las plantas son capaces de comunicarse con otras plantas. Perciben la luz y la oscuridad. Pueden “oler”, y algunas investigaciones sugieren que tienen el sentido del “oído”, si por ello entendemos que son sensibles a determinadas vibraciones.

Las plantas no tienen un sistema nervioso propio, aunque algunos expertos hablan de “neurobiología de las plantas” como un concepto serio a tenerse en cuenta. Otros expertos como el botánico Frantisek Baluska, de la Universidad de Bonn, y Stefano Mancuso, de la Universidad de Florencia, ya hablan abiertamente de sistemas nerviosos vegetales y abogan por destruir la frontera que separa los organismos animales de los vegetales.

Claro que, ¿podrían las plantas crear la toxina que empuja a los humanos a suicidarse en el film de Shyamalan? ¿Podemos pensar que las plantas liberan esta toxina por culpa de la contaminación producida por el hombre?

David Caron, un profesor de biología de la Universidad de California del Sur, explicó a la revista Wired una serie de hallazgos que consolidan, por muy fantásticos que parezcan, los hechos que se muestran en la película.

Al usar los océanos como retretes, vertiendo en ellos inimaginables cantidades de basuras y restos de fertilizantes, estamos cambiando su ecología, y propiciamos la explosión de algas tóxicas de tamaño microscópico, como es el caso de la Pseudonitzschia, una diatomea que produce una toxina, el ácido domoico.

Fue en 1987 cuando se detectaron los primeros casos de intoxicación por ácido domoico en un grupo de 107 personas en la bahía de Cardigan, en Canadá. Habían consumido mejillones contaminados por este alga.

Los afectados mostraban síntomas diversos, entre ellos, la pérdida de memoria, la desorientación, un bajo nivel de conciencia, y ataques epilépticos. 

Se descubrió que esta toxina se enganchaba en el cerebro humano, bloqueando los receptores del glutamato de las neuronas, y produciendo esos efectos en el comportamiento humano.

No se ha demostrado que las plantas tengan instintos de venganza ni que “persigan” a las personas con sus toxinas. Pero la naturaleza puede reaccionar de una manera insospechada en contra nuestra si le damos la espalda. Y ese es el inequívoco mensaje de esta magnífica película de ciencia ficción, que sabe conjugar los hechos con la imaginación.

Un vistazo al cerebro del Lobo de Wall Street

Por: | 21 de enero de 2014

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Póster de la película de Scorsese. Red Granite Pictures.

 

El Lobo de Wall Street es un paseo cinematográfico de tres horas con ese toque documental que tanto gusta imprimir a Martin Scorsese en sus películas, de la mano de un soberbio Leonardo DiCaprio en el papel de un broker, un agente de bolsa sin escrúpulos. Basada en los hechos que Jordan Belfort recogió en su libro, estos brokers cinematográficos no buscan el enriquecimiento de sus clientes. Su deseo es hacerse ricos a costa de los demás.

No puede haber un retrato más deprimente y negativo sobre Wall Street y el corazón del capitalismo que el propuesto por una leyenda como Scorsese. El afán de lucro y la ambición sin límites que muestran sus protagonistas se conjuga con orgías y excesos, donde no faltan prostitutas, enanos y chimpancés, y todo tipo de drogas. 

 

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Leonardo DiCaprio, en una escena del film. Red Granite Pictures.

 

Precisamente, y por esas escenas, DiCaprio ha comentado que su personaje es una especie de moderno Calígula. La empresa que Belfort creó junto con sus colegas contribuyó con su granito de arena a debilitar el sistema financiero, engañando a sus clientes y blanqueando el dinero, si bien el fraude fue relativamente pequeño– apenas 110 millones de dólares– en comparación con la caída de Lehman Brothers y la catástrofe que vendría después.

El escritor Robert Graves nos describe a un Calígula que terminaría arruinando a Roma; un emperador que usaba delatores para acusar a los hombres ricos con falsos delitos para ejecutarlos y quedarse con sus fortunas; que hacía del despilfarro su seña de identidad en su reino instaurado por el terror a caer en desgracia por cualquier capricho suyo; que llegó a ordenar a los jefes de puerto de toda Italia y Sicilia a que vaciaran los barcos de un determinado tonelaje para enviarlos a la bahía de Nápoles, para entrelazar y serrar sus popas, y formar una especie de camino de seis mil pasos de longitud. 

Calígula recorrió ese trayecto desde el puerto de Puteoli hasta su casa de campo en Bauli, a lo largo de ¡cuatro mil barcos! Tomó prisioneros, saqueó las casas de los comerciantes, hizo que toda la caballería y veinte mil hombres de infantería le siguieran, como si hubiera regresado de una gran batalla convertido en un dios, en lo que Graves, en palabras de Claudio, describe como el espectáculo teatral más impresionante que el mundo haya visto jamás, y también “el más inútil”.

 

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Dos maravillosos actores, John Hurt como Calígula, y Derek Jacobi como Claudio, en la famosa serie de la BBC.

 

Sí, es cierto que DiCaprio llega a exclamar en un momento de la película que  no comprende la vida estando sobrio, y que es precisamente esa sobriedad la que le aburre tanto que tiene ganas de matarse cuando no está bajo el efecto de las drogas.

    Pero las extravagancias de este broker se quedan muy por debajo de las locuras del emperador romano que, de acuerdo con Graves, nombró senador a su caballo, le construyó una casa de mármol con criados, un pesebre de marfil, y un cubo de oro para beber. 

  Hay un aspecto más interesante que la excentricidad, las drogas, los despilfarros y los personajes que viven al límite, y es el hecho de que, pese a su éxito, a pesar del poder que proporcionaba el dinero, Jordan Belfort no supo retirarse a tiempo. 

No quiso hacerlo cuando tuvo la oportunidad, cegado por las hazañas, el dinero, las prostitutas, y sobre todo, el convencimiento de que formaba parte de un sistema que conocía al dedillo y le hacía poco menos que invencible. ¿Por qué?

Es un asunto fascinante.El éxito, la sensación de ganar, puede tener una extraña contrapartida en el cerebro. Scorsese nos presenta a DiCaprio y a un espléndido Matthew McConaughey como agentes financieros ávidos de sensaciones fuertes, toda una suerte de drogadictos, buscadores del placer físico a todas horas, como si eso fuera una necesidad estratégica para realizar su trabajo.

 

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Di Caprio y McConaughey, en uno de los mejores momentos de la película. Red Granite Pictures.

 

Y algo de cierto hay en eso cuando leemos lo que nos cuenta el neurocientífico Ian Robertson en su obra The Winner Effect (el efecto ganador) que altera la percepción de lo que está pasando a nuestro alrededor. 

Robertson pone como ejemplo el viaje que hicieron a Washington D.C. los presidentes de las tres grandes compañías automovilísticas de EE UU, General Motors, Chrysler y Ford para pedir ayudas económicas tras la caída de Lehman Brothers. Ante el asombro de la prensa, los tres CEO vinieron en sus jets de lujo para pedir una ayuda de 25.000 millones de dólares y evitar la bancarrota de sus empresas. A preguntas de los periodistas, los portavoces de dos de las compañías comentaron que estos vuelos no eran negociables para sus presidentes, incluso si las empresas se quedaban sin liquidez.

Dos semanas después, y tras el escándalo mediático, los CEO volvieron a viajar a Washington, pero esta vez en los coches de sus compañías que gastaban menos gasolina y que tenían una mejor imagen medioambiental. Sus empresas estaban en bancarrota, pero sus salarios estratosféricos, así como las pensiones, los bonus y los beneficios, eran motivo justificado de vergüenza y exigían algún gesto por su parte.  

¿Cómo es posible que estas personas con esta capacidad y poder adquisitivo no se dieran cuenta del escándalo que estaban generando? se pregunta Robertson.

Parte del misterio se encierra en sus cerebros y el sistema de recompensa, que está alimentado por un neurotransmisor cerebral llamado dopamina, es la atrevida respuesta de este neurocientífico. En base a unos hallazgos tan accidentales como extraordinarios.

 

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La actriz australiana Margot Robbie y DiCaprio. Red Granite Pictures.

 

Robertson narra los casos de algunos pacientes que sufrían el llamado síndrome de las piernas nerviosas –por el que uno no puede dejar de moverlas– y que recibieron tratamiento con un fármaco, el pramipexol, para aliviar esos movimientos incontrolados.

El pramipexol, entre otras cosas, incrementa los niveles de dopamina en el cerebro, y es un medicamento indicado también para los pacientes de Parkinson. Pero ocurrió que algunos de estos enfermos de piernas inquietas se convirtieron en jugadores compulsivos. 

El caso de Kate, que estuvo bajo medicación, es ciertamente ilustrativo. La medicina alivió los síntomas, pero esta mujer, que nunca había visitado un casino, empezó a frecuentar el que tenía más cercano para jugar sin parar. Dos años y medio después, sus médicos decidieron probar otra medicina, el ropinirol. Y a medida que incrementaban la dosis, aumentaba la adicción de Kate al juego, hasta el punto que llegó a perder 140.000 dólares.

Robertson cree que algo sucedió su cerebro que relaciona el caso de Kate con el de los grandes ejecutivos que “mueren” de éxito, como los ejecutivos del automóvil, pero es una conexión que necesitamos explicar.

Si ganamos la lotería, sufrimos una subida de dopamina, una alegría incontrolada. Ocurre especialmente en una zona del cerebro llamada cuerpo estriado ventral. Y si perdemos –algo completamente lógico por la estadística en contra–nuestro cerebro sufre una pequeña decepción, pero no va más allá. Hay una pequeña caída en los niveles de dopamina, pero nada preocupante, porque se trata de una pérdida esperada.

 

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En este gráfico se señala la ruta de la dopamina en el cerebro, y entre otras zonas, el cuerpo estriado. NIH.

 

Pero lo extraordinario de estos pacientes que recibían la medicación como Kate es que se invertían los términos. Si no ganaban la lotería, experimentaban una subida de dopamina. Y si la ganaban, la señal de la dopamina descendía.

Una alteración en el sistema de dopamina podría explicar el comportamiento de DiCaprio y muchos otros agentes de bolsa que jugaban al límite y al engaño. La mayoría de las personas que juegan en un casino experimentan una gran desazón si deciden apostar mucho por un número o una carta y pierden. Esa decepción es dolorosa y les aleja de la posibilidad de que continúen con el juego en el futuro. 

Pero en el caso de los jugadores compulsivos, cuando pierden, la decepción no es tan grande. La dopamina en sus cerebros se eleva más de lo normal. Y cuando ganan, hay una cierta decepción, una sensación de que eso no es suficiente y que es necesario ganar más. Necesitan poner en riesgo todo lo que consiguen una y otra vez para conseguir esas dosis extra de dopamina que tanto esfuerzo les cuesta. 

No cabe duda de que el personaje de  DiCaprio es una persona que quiere vivir al límite, que es adicto a las drogas, pero también adicto a esa profesión de riesgo, y que a lo largo de toda la película nunca parece tener suficiente. No encuentra el momento de retirarse. Y no es capaz de ver todo lo que está sucediendo a su alrededor, el impacto social de sus propias extravagancias, que puede jugar en su contra. Quizá el Lobo de Wall Street tenga averiado el sistema de dopamina y recompensa en su cerebro, lo que explicaría, en parte, su comportamiento.

 

Cine no apto para hipocondríacos

Por: | 11 de enero de 2014

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Póster del film Contagio. Warner Bros.

 

En este mundo lleno de noticias amenazadoras, inclinado hacia la catástrofe, el cine a veces se empapa de realidad y no al contrario. Me explico: las películas sobre catástrofes que ahora salpican cualquier producción de ciencia ficción tienen una larga trayectoria en la que la humanidad es aniquilada, masacrada por extraterrestres o exterminada por las guerras nucleares y los virus.

    Algún día hablaremos del auténtico Armagedón (que es el nuclear), pero en estos tiempos invernales de gripe el film que salta por encima de los demás es Contagio, realizado por Steven Soderberg en 2011.

En líneas generales es una película estupenda. Nos narra cómo se desencadena la epidemia de una nueva estirpe de virus de la gripe, que, tras infectar a los cerdos y los murciélagos, cambia y logra dar el salto a los seres humanos.

El epicentro es Hong Kong, pero los aviones trasladan rápidamente la infección hasta Minneapolis, en Estados Unidos.

 

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Patrow, en una escena inicial del film.Warner Bros.

 

La protagonista, Gywnet Patrow, es una ejecutiva que engaña a su marido (Matt Damon), pero no sabe que ha contraído el virus en Hong Kong. Llega enferma a su casa y se desmaya. Damon la traslada rápidamente al hospital. Su vida se ha convertido en una tragedia.

Damon y su hija (de la cual Patrow es la madrastra) tienen miedo de caer infectados, como le ocurre a todo el mundo.

 

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Matt Damon intenta maniobrar en una sociedad presa del pánico. Warner Bros.


Hay quien interpreta que el hecho de que la esposa infiel fuera atacada por el virus  es una especie de castigo moral por parte de Soderberg, pero lo cierto es que los virus no entienden de infidelidades. En esta película (tachada por los críticos de excesivamente fría y muy documental), aparecen muchos personajes, y la mayoría nos resultan antipáticos, cuando no detestables.

El responsable de los Centros de Control de Enfermedades de Atlanta, los CDC, es el Dr. Cheevers, Lawrence Fishburne, que coordina los esfuerzos para detener la propagación. Pero descubriremos que no es un héroe, ni todo lo bueno que creemos, en relación con su mejor investigadora, Kate Winslet

 

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Fishburne, en una escena de la película, habla con un militar. Warner Bros.

 

Y hay un periodista, encarnado por el excelente Jude Law, que se agarra a la teoría de que todos los grupos de poder están conspirando para mantener ese poder. 

Los CDC engañan al público y lo atemorizan, nos dice Law, con el único objetivo de que creamos que la vacuna que están preparando a toda prisa las multinacionales farmacéuticas es la única esperanza que tenemos, y por la que por supuesto tendremos que pagar.  

Sus artículos no se publican en papel, puesto que este tipo de prensa, como él mismo proclama, “se muere”. Internet es perfecto y transmite a toda la velocidad posible cualquier ocurrencia de Law. Los chismorreos ganan la batalla a la información contrastada. 

El bulo se abre camino. El virus es el centro de una conspiración para sacar jugosos réditos. Y cualquier solución en forma de una medicina alternativa, como la que defiende Law, debe ser apartada de la luz pública.

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Law, colocando octavillas en los parabrisas de los coches sobre las mentiras de los CDC. Warner Bros.

 

El film de Soderberg no deja títere con cabeza. Los políticos y militares solo miran por ellos mismos. Los artífices de la OMS (la Organización Mundial de la Salud), tampoco salen muy bien parados. Si quieren saber las razones, vean la película.

Y no descubriremos nada nuevo si contamos que la gente es presentada en el film como populacho. Ya pueden imaginarlo, saqueos en los supermercados...y en un país con millones de armas en los cajones de las casas de las familias americanas, numerosos tiroteos y asesinatos. 

La frialdad de la película se acentúa de forma magistral en los contestadores automáticos que las autoridades médicas han dispuesto para intentar dar respuesta a millones de llamadas de ciudadanos llenos de miedo. Es una escena breve, pero que no tiene desperdicio.

La película aspira a convertirse en una simulación muy realista de lo que podría suceder en la realidad. Imaginen un virus de la gripe con una mortalidad mucho más alta de lo habitual. ¿Reaccionaría la sociedad occidental de esta manera?

Mi impresión es que no.

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Kate Winslet, detective de enfermedades, presa del virus. Warner Bros.

 

Antes de la irrupción de la gripe porcina –rebautizada como una cepa del virus del tipo A (h1N1)– la gripe mataba en todo el mundo a unas 500.000 personas al año, según datos de la OMS. Y lo cierto es que nadie se escandalizaba. Las muertes por gripe no ocupan espacio en las noticias de la tele. Salvo si es una gripe nueva.

Con la irrupción de la gripe porcina en 2009, una parte de esta histeria cinematográfica se apoderó de los medios y de las autoridades españolas. Se mentaban historias que nos recordaban a la pandemia de gripe española que aconteció en 1918 (que en realidad tuvo su origen en EE UU).

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La investigadora Ally Hextall, interpretada por Jennifer Ehle. Warner Bros.

 

La mortalidad de la gripe porcina resultó a la postre algo inferior a la de la gripe común. Un estudio de la revista The Lancet da una estimación de muertes en 2009 con un rango amplísimo, de entre 151.700 y 575.400 fallecimientos.

Pese a que las cifras de muertes solo pueden sopesarse con el tiempo, el miedo –y algo más– sí estuvo presente. Pero fue un miedo institucional, no ciudadano. Los políticos fueron los primeros en atemorizarse. Y también los expertos de la OMS. En principio, los que suponemos que son más inteligentes y listos que los demás.

España, junto con otros países, compró millones de dosis de vacunas que tuvo posteriormente que destruir. 

Y un informe de la propia OMS ocultó los vínculos entre sus expertos y las multinacionales farmacéuticas que fabricaban el Tamiflú y el Relenza, los fármacos antivirales contra el virus, según la revista British Medical Journal. Fue un escándalo que no dio una buena imagen a una de las organizaciones más importantes del mundo.

La venta supuso un buen negocio. Pero la gente no se dedicó a asaltar supermercados, ni mucho menos las farmacias. La psicosis de la nueva gripe, alimentada al principio por las imágenes de televisión que mostraban a la gente con mascarillas, fue diluyéndose con el paso del tiempo. 

 

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Esta extraordinaria imagen muestra como los virus del SARS (en rosa) infectan a una célula. CDC

 

Lo cierto es que los estudios demuestran, al contrario de lo que se nos dice en las películas, que las personas reaccionan de forma mucho más racional y altruista ante los desastres y las emergencias. Así que si quieren mi opinión, la parte más cinematográfica que menos obedece a la realidad en el film de Soderberg (y también el aspecto menos criticable) es el caos que se apodera del populacho.

Los datos científicos mes a mes empezaron a despejar el panorama de la gripe porcina. Pero la actuación de los políticos proporcionó una munición dañina que los fanáticos que emprenden campañas contra las vacunas no dudaron en utilizar –cuando la realidad es que las vacunas han salvado millones de vidas a lo largo de la historia de la humanidad.

Existen patógenos mucho más preocupantes, como el virus del SARS, del tipo de los coronavirus, que infectó a unas 8.000 personas en Asia, y cuya mortalidad fue de un diez por ciento. O el de la gripe aviar, transmitida por el virus H5N1, que es capaz de contagiar a los humanos a partir de las aves. El virus atacó a unas 421 personas, de las que murieron 257. Su mortalidad en ese momento alcanzó el 59 por ciento. Pero, por el momento y que sepamos, no es capaz de contagiar de persona a persona.

Y si algo deja claro este excelente film de Soderberg, es el papel de la ciencia. Pues, a la postre, y con toda la crítica social que se quiera, a pesar de que los científicos tienen  flaquezas, son ellos quienes restauran el orden social de ese caos que nadie acertaba a controlar. 

Desgraciadamente, los científicos no despiertan la atención en España en la gente en general. Se admira más a un futbolista, a un actor, a cualquier personaje del corazón, que a un investigador que lucha por descifrar enigmas que algún día, quizá, pueden salvarnos la vida.

Los políticos españoles, desgraciadamente, suelen ser unos analfabetos científicos, y por lo general detestan la ciencia. Lo demuestran década tras década con sus actos. No dudan en recortar la financiación de la investigación en épocas de escasez económica. Y eso nos deja muy desvalidos de cara a futuras crisis, en las que las cosas pueden ponerse mucho peores que en la pantalla.

 

 

El buscador de demonios

Por: | 08 de enero de 2014

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Linda Blair, en El Exorcista.


Las películas de posesiones nos meten en una trampa de la que casi resulta imposible escapar. Desde la irrupción de El Exorcista, de William Friedklin, los que acudimos a las salas de cine para asustarnos con el tema de las posesiones demoníacas no tenemos alternativa: o nos quedamos con el diablo, o con la intervención divina.

La primera opción, estar del lado del ente que hace que una niña vomite, diga obscenidades y retuerza su cuello 360 grados, es inaceptable. Así que sólo nos queda agarrarnos al papel del exorcista, y esperar que la cruz y el agua bendita sean suficientes para expulsar a ese demonio atormentador. 

Ese esquema se ha repetido, con mayor o menor acierto, en todos los argumentos que siguieron a la irrupción de un film que por sí solo fue capaz de consolidar un subgénero dentro del horror fílmico. Y muy a menudo se suele usar el latiguillo de que la película está basada en hechos reales, para asustar si cabe más al respetable.

 

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Imagen promocional del fim de William Friedkin

 

En el Expediente Warren, de James Wan, se nos narra la historia de una familia de granjeros –la familia Perron–a la que el demonio decide asaltar en su casa de Rhode Island, apoderándose de una de sus hijas. La película toma el apellido de los Warren, que no son otra cosa que una pareja de reputados investigadores de lo paranormal, y que en esta ocasión se enfrentaron al peor caso de toda su carrera, dejando el expediente que lo acreditó.

En La Posesión, una producción de Sam Raimi, una niña se obsesiona con una caja de madera que contiene un espíritu que “no teme a Dios”, y que promete ofrecernos todo un cúmulo de espantos, por supuesto auténticos, ya que se basan en una historia real.

En el Exorcismo de Emily Rose, de Scott Derrikson, se nos narra la verdadera historia de la muerte de la joven Emily a manos de un sacerdote (el siempre excelente Tom Wilkinson) que practicó un exorcismo para librarla del maligno. Un demonio que adquiere muchos nombres, desde Lucifer, pasando por Caín, hasta Judas o el que surgió de ¡Nerón!

 

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Imagen promocional del film Expediente Warren.

 

En Exorcismo en Connecticut, de Peter Cornwell, también basada en un libro, se nos narra la aparición verídica de otro demonio en otra casa, en el lugar donde se ubica la película, y con un esquema parecido: una familia, los Campbell, llega hasta allí, para caer presa de la mala gaita del espíritu de marras.

    Los mismos productores estrenaron el año pasado Exorcismo en Georgia, colocando a otra familia, los Wyrick, en otra casa, esta vez en 1998, para sufrir un poco de lo lindo. Acontecimientos extraordinarios y horripilantes basados, como no podía ser de otro modo, en hechos reales.

Y cuando no hay hechos reales (¿tan difícil es admitir que estamos frente a una ficción, como ocurre con la inmensa mayoría de las películas?) los realizadores utilizan un recurso, la cámara en mano y el formato de falso documental, para contarnos con más crudeza si cabe lo que los demonios pueden hacer con las vidas de las personas.

    Así tenemos el caso de un granjero desesperado, que pide ayuda a un clérigo que ha perdido la fe por practicar falsos exorcismos. Clérigo que se topará con un caso verdadero (El Último Exorcismo, de Daniel Stamm). O el de una madre causante de tres asesinatos  por estar poseída, algo que descubre su hija en una investigación que le lleva hasta Roma (Devil Inside, dirigida por William Brent Bell).

 

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Póster de la película sobre Emily Rose. Cortesía de Sony Pictures.

 

Estas películas suelen ser muy rentables en taquilla. La gente sale de las salas con la sensación de que en realidad han visto más que una mera historia. Al fin y al cabo, los pontífices han admitido la existencia del diablo, desde Juan Pablo II hasta el papa Francisco, que ha advertido no hace mucho que hay que tomarse “muy en serio la lucha contra el demonio”. Y la Iglesia mantiene siempre un prudente silencio y reserva ante la cuestión de los exorcismos.

En Planeta Prohibido nos adentrarnos en este territorio prohibido. Así que hemos puesto en marcha nuestro buscador de demonios particular, especialmente en el caso de la película de Friedkin, El Exorcista, basada en una novela de 1971 escrita por William Peter Blatty. ¿Qué hay de cierto en el asunto de esta primera historia basada en hechos reales

 

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Una escena de La Posesión, producida por Sam Raimi. Lionsgate.

 

Nos dice el investigador Joe Nickell en su obra The Science of Miracles  (Prometheus books) que Blatty basó su argumento en una historia de un supuesto exorcismo real acontecido en 1949, registrado en un diario  de 26 páginas escrito por el padre Raymond J. Bishop.

El diario habla de un niño identificado como R, nacido en 1935, educado en una familia católica que tenía su casa en Cottage City, en el estado de Maryland (EE UU).

    Cuando R. tenía catorce años, su abuela empezó a oír sonidos raros, precisamente en la habitación de su nieto, como redobles de tambor y pisadas. Un asunto que se fue complicando con fenómenos inexplicables, como mesas que flotan, Biblias que salían disparadas, y abrigos voladores que se desprendían de sus perchas. Incluso el chico se había aficionado a los tableros Ouija

Los sucesos paranormales aumentaron y la salud del muchacho empeoró. En sus costillas apareció la palabra “Louis”, en su cadera, “Sábado” y en su pecho, “Tres semanas”. Los padres lo hospitalizaron y terminaron por acudir a un clérigo exorcista, William Bowdern, al que acompañó el propio Bishop.

El exorcismo se produjo a lo largo de varias semanas hasta que finalmente los demonios salieron del muchacho (o se recuperó de su locura) después de mediados de abril. 

Y en su obra, Nickell, que es un reputado experto en descifrar enigmas paranormales, documenta informes que descartan cualquier tipo de posesión demoníaca. El chico se infligía sus propias heridas, fingía los ruidos, e incluso las supuestas frases que pronunciaba en latín no eran sino repeticiones de las que exclamaba el propio exorcista. Posteriormente se supo que siempre había destacado en el vecindario por los trucos que empleaba para asustar a su madre y a los críos del barrio.

 

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Portada de la obra de Nickel. Prometheus Books.

 

En definitiva, R. era un pillo que sabía hacer buenos trucos y que cayó en un estado emocional alterado durante tres meses, en los que desafió a las autoridades, y a los propios sacerdotes. “No hay una evidencia creíble que sugiriera que el chico estuviera poseído por demonios o espíritus malignos”, concluye Nickell.

Parte del éxito de estas películas y la atención que provoca la posesión demoníaca en Youtube, con vídeos de miles de visitas que van desde temas tan variopintos como gatos poseídos, chicas que se arrastran ensangrentadas en los andenes del metro de Nueva York, o fragmentos de películas antiguas que muestran a poseídos que se mutilan a sí mismos en sus lechos, se debe al hecho de que tocan nuestras creencias, sobre todo en lo que se refiere a la muerte y lo que hay detrás.

A la gente no le gustan los demonios. Pero muchos los encuentran fascinantes. ¿Por qué? 

Mi impresión es que, pese al miedo que nos producen, los demonios son el recuerdo más intenso de que su mundo no se acaba con la muerte.

El mundo alternativo, libre de demonios también, también lo está de espíritus benévolos, de ángeles y figuras divinas. 

Y, quizá porque el hombre es un animal religioso –el 93 por ciento de la humanidad se confiesa creyente en algún tipo de religión–la alternativa no nos gusta en absoluto. Preferimos vivir en un mundo acechado por demonios, al mundo en el que ahora nos desenvolvemos; en el que algunos de esos demonios, desgraciadamente, son de carne y hueso, no tienen colmillos ni pelos, visten y hablan como nosotros, y no van desnudos por la calle. 

 

 

 

 

El País

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