Póster promocional del film. Miramax.
Si en Planeta Prohibido tenemos el cine como indiscutible referencia, no es por capricho; lo que vemos en las pantallas, pese a que la mayoría de las veces consiste en historias ficticias, es un espejo magnífico de lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Esta semana, con la muerte por presunta sobredosis del gran actor Philip Seymour Hofman, ha traído además un demoledor informe de Naciones Unidas criticando la inacción del Vaticano para proteger a los niños de los sacerdotes pederastas y su falta de voluntad para ponerlos en manos de la justicia. Y, como no podía ser de otra forma, rescata de la memoria esa maravillosa obra de arte, La Duda, del dramaturgo John Patrick Shanley, llevada al cine de la mano del difunto Hofman y una inconmensurable Meryl Streep.
Nuestra sociedad y el cine están conectados por misteriosos vasos comunicantes. ¿Verdad?
En esta película, Hofman encarna al padre Brendan Flynn, un párroco recién venido al colegio católico de San Nicolás en Nueva York.
Es un cura que expresa el valor de la duda en sus sermones, afirmando ante sus feligreses que la misma duda puede ser “un vínculo tan poderoso y auténtico como la certeza”.
Lo hace porque sobre este hombre de aspecto bonachón, que muestra su cariño hacia los niños que estudian en el colegio, pesa la sospecha de abusos sexuales.
Meryl Streep es la directora del colegio, la hermana Aloysius Beauvier. Alguien inflexible y rígida, que no duda en quitar la horquilla del pelo de una niña para que no parezca demasiado indecorosa; alguien que cree firmemente en el poder de la observación hasta hacer de su oficio un credo.
Es alguien que pide a las monjas que estén vigilantes, y que teme la revuelta de los tiempos, los vientos que además de arrastrar las hojas muertas del jardín traen peligrosos aromas de cambio, de modernidad, de canciones paganas en celebraciones navideñas; alguien que teme que esos vientos hagan temblar la institución educativa que dirige y que está basada rígidamente en la austeridad, la obediencia y el miedo.
Una extraordinaria Meryl Streep comparte su talento con el de Amy Adams. Miramax
Por supuesto no desvelaremos el final de esta extraordinaria película, inspirada además en la obra teatral de su mismo director.
El padre Flynn es un Hofman sonriente que va cayendo en el cepo implacable que le coloca la hermana Aloysius, y entre ambos se interpone otra actriz extraordinaria, Amy Adams, que interpreta a la hermana James, una monja que quiere creer en un final feliz, con una ingenuidad que se va derrumbando poco a poco hasta caer en el insomnio.
Su personaje esta basado en la figura de Margaret McEntee, la profesora del propio Shanley en el colegio de San Antonio en el Bronx, una institución también católica. Esa hermana le dejó una profunda y positiva huella.
La hermana Aloysius y el Padre Flynn, en una escena de la película. Miramax.
Lo más extraordinario de este mundo que discurre detrás de las paredes del colegio de San Nicolas es el contraste entre el terreno femenino –dominado por la hermana Aloysius– donde las monjas y educadoras comen a veces en total silencio, cada una de ellas temiendo herir los sentimientos de las demás– y el mundo masculino, donde los párrocos y sacerdotes ríen, toman alcohol, se permiten hablar de los pecados.
Las mujeres hacen de su sacrificio su virtud, de la obediencia y disciplina su sello, del rigor y austeridad su forma de vida, mientras que los hombres socarrones representan los vínculos con el mundo exterior pagano, el mundo de los sentidos, el mundo de las amenazas que ellas quieren conjurar.
“La Iglesia tiene que cambiar”, nos dice el padre Flynn, que considera a la directora una especie de dragón en vías de extinción. “Tenemos que ser amables”, insiste. Son mensajes de apertura que chocan contra el muro incorruptible de la hermana Aloysius.
Dos de los monaguillos de la película. Miramax.
¿Con qué mundo se quedaría el espectador si se fuera de la sala tras los tres o cuatro primeros minutos?
Puede que con el que propone el padre Flynn. Pero es un efecto que se disipa casi de inmediato. Descubrimos que son las mujeres las que sostienen la esperanza de la justicia, gracias al liderazgo de Streep, que no duda en admitir que el miedo puede usarse de forma justificada en la educación de sus alumnos.
No me considero una persona anticlerical. Recibí una educación católica –que no produjo un rechazo frontal posterior, como en otros, pero sí un cierto escepticismo ante los dogmas. Capté al instante la engañosa atmósfera inicial que desprende esta magistral película –la duda que rodea a los personajes, usada como una pregunta al espectador acerca de quién merece la credibilidad y quién no.
Había que apartar las telarañas para contemplar de frente los secretos del colegio de San Nicolas. Todos esos rumores que rodean a un ocasional sacerdote no me son extraños. Los he escuchado en alguna ocasión durante mi infancia y adolescencia.
El colegio de San Nicolás es en realidad un reflejo del funcionamiento de un universo hermético, que tiene ciertas resonancias con el Vaticano. Son los hombres aquí quienes mandan, nos recuerda Meryl Streep. Las mujeres, llegado el momento crítico, no tienen otra que seguir las órdenes, someterse al sistema. Pero a veces pueden convertirse en cazadoras de pederastas.
Las educadoras de St. Nicholas comparten la comida. Miramax.
La pederastia, aparte de un horrible crimen, es un asunto muy complejo de investigar. No se pueden lanzar acusaciones sin más. Recientemente falleció un político conservador británico, Lord McAlpine, tesorero de Margaret Thatcher. Fue acusado de pederastia hace dos años en un reportaje de la prestigiosa BBC que sugería –sin citar su nombre– que el político había abusado sexualmente de menores en base a la declaración de un testigo.
Ese testigo le había confundido con otra persona, pero el daño estaba hecho. La BBC rectificó, pagó al político una indemnización de 185.000 libras –que fueron donadas por éste a organizaciones caritativas– y su director general, George Entwistle, dimitió. Pero la reputación de McAlpine nunca se recuperó del golpe.
El informe de la ONU es muy duro y acusa al Vaticano de no haber hecho lo suficiente, de no ponerse del lado de las víctimas. El arzobispo Silvano Tomasi, observador permanente en la sede de Naciones Unidas en Ginebra, comentó que el informe “no estaba actualizado” y dejó entrever que había sido preparado de antemano, influenciado por ideologías de organizaciones no gubernamentales que apoyan los derechos de los homosexuales.
El actor Seymour Philip Hofman, recientemente fallecido, en una escena de la película. Miramax.
Claro que los hechos, las denuncias, las dimisiones, están allí. La Iglesia católica norteamericana sufrió un terremoto cuando salieron a la luz los escándalos de los abusos sexuales en niños en 2002.
La diócesis de Boston casi se declaró en bancarrota al asumir el pago de los demandantes, y el papa Juan Pablo II aceptó la dimisión del cardenal Bernard Law, sobre el que se vertieron acusaciones gravísimas, como las de haber protegido –en vez de expulsado– a los sacerdotes pederastas, trasladándolos a otros lugares y exponiendo a más niños y adolescentes.
¿Es más frecuente el abuso sexual a menores en la Iglesia católica que en otros ámbitos? En el libro Sin Against Innocents, Sexual Abuse and the Role of Catholic Church, Thomas G. Plante aporta unas cifras que son bastante reveladoras, sobre todo en el contexto de 2002. Rompen algunos mitos extendidos, como la creencia –falsa a todas luces–de que el abuso sexual infantil es más frecuente entre los católicos que entre judíos, protestantes y musulmanes.
O que los sacerdotes y clérigos católicos centran sus fechorías en niños que no han alcanzado la adolescencia. Entre el 80 y el 90 por ciento de las víctimas son adolescentes, según los estudios.
Y en cuanto a la frecuencia de los abusos sexuales a menores de 18 años, las cifras y los estudios no terminan de coincidir.
Las estimaciones más escandalosas sugieren que de 46.000 sacerdotes en activo en Estados Unidos, hasta un seis por ciento habría tenido algún tipo de relación sexual con menores, lo que implicaría a unos 2.700 clérigos. Pero también hay estudios que sugieren que de los 150.000 sacerdotes en activo y ya retirados desde 1960, unos 800 –menos de un 1 por ciento– habrían tenido relaciones sexuales con menores en sus parroquias.
Streep, en una escena de la película. Miramax.
Claro que otras profesiones, como médicos, psicólogos, trabajadores sociales y profesores, no están exentas de estos actos execrables.
En lo que se refiere a los profesionales que tratan enfermos mentales, las cifras sugieren que entre un 1 y un siete por ciento de profesionales femeninas habrían abusado de sus pacientes, mientras que entre un 2 y un 17 por ciento de trabajadores masculinos habrían hecho lo mismo con sus enfermos, sólo en Estados Unidos (los datos se refieren a abusos sexuales en adultos, no en niños).
En España, los estudios de la doctora Noemí Pereda, de la Universidad de Barcelona, basados en una encuesta de 1033 estudiantes, sugieren que el 15,5 por ciento de los chicos y el 19 por ciento de las chicas menores de 18 años han sufrido algún tipo de abuso sexual, y en el 83 por ciento de los casos, cuando tenían menos de trece años. No hay fronteras, países o religiones libres de ese acto horrible que es el abuso sexual en los menores, y que no parece exclusivo de un grupo en particular.