La maldición del oro negro

Por: | 28 de febrero de 2014

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  Una escena del film Oro Negro. France2 y Doha Film Institute.

Recuerdo con mucha intensidad un brevísimo encuentro que tuve con el director Jean Jacques-Annaud pocos años antes de que publicara mi primera novela. Sucedió en Futuroscope, cuando Annaud acudió allí para la presentación de una película, Alas de Coraje, que había rodado en tres dimensiones para pantalla IMAX. El instante está grabado a fuego, la indecisión sobre si abordarle o no, y finalmente logré conversar con él unos minutos.

Annaud venía de rodar esa maravilla llamada El Amante, y me comentó que estaba intentando llevar a cabo una película sobre la trilogía de la Fundación, la saga de ciencia ficción creada por Isaac Asimov. Le expliqué brevemente el argumento de una novela que tenía en mente sobre la Edad Media –todavía no me había estrenado como novelista– y me escucho con suma atención, lo que me dejó una honda impresión, minutos antes de que los periodistas de un programa de televisión lo secuestraran literalmente para una entrevista.

El cine de Annaud tiene algo de especial. No solo se limita a contar historias, sino que nos invita a reflexionar. La última película de este genial director francés, Oro Negro, nos presenta las disputas de dos reyes tribales saudíes, bien interpretados por Antonio Banderas – el emir Nesib– y Mark Strong, – el sultán Amar– sobre lo que ellos llaman “franja amarilla del desierto”, un territorio en el que se ha derramado sangre y por el que ambos líderes acuerdan la paz en base a la custodia que Banderas hace de los hijos de Strong.  

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Banderas y el actor Tahar Rahim, en una escena de la película.France2 y Doha Film Institute.

La cosa se complica muchísimo cuando un piloto de una compañía petrolera de Texas aterriza en el lugar y le cuenta al emir Banderas que está viviendo sobre unas inmensas reservas de petróleo que le hacen “mucho más rico que la Reina de Inglaterra”. El petróleo, cree Banderas, es la vía para obtener más prosperidad, medicinas y tecnología para la gente de su tribu, pero su adversario histórico, Amar,no comparte ese punto de vista. 

Amar cree que el oro negro traerá una maldición que destruirá la forma de vida, las creencias y las amistades de su gente. Y el conflicto está servido.

El film es una ficción que se ancla sólidamente sobre hechos comprobados. El petróleo no hace sino azuzar las disputas entre las tribus, ensanchando más la distancia entre los moderados y los radicales. 

A la luz del petróleo entendemos con mucha más claridad el nacimiento de grupos extremistas– los gérmenes del terrorismo yihadista en la actualidad– y el paradójico hecho de que Arabia Saudí, el mayor productor mundial de crudo, también sigue financiando actividades terroristas ejecutadas por Al qaeda y los talibanes, como ha afirmado la mismísima Hillary Clinton, la Secretaria de Estado de EE UU.

Es una cuestión fascinante. ¿Qué sucedería si se descubrieran inmensas reservas de petróleo en un país en vías de desarrollo?

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Guerras tribales en Oro Negro. France2 y Doha Film Institute.

 

De acuerdo con el excelente trabajo realizado por el periodista Peter Maas en su libro Crude Oil, nuestra primera impresión –la alegría por descubrir que vivimos encima de un lago de millones de dólares, diciendo adiós a la miseria– resulta absolutamente equivocada. 

Lejos de creer que el petróleo es una fuente de bienestar, la paradoja es que abre una vía extraordinariamente rápida para la corrupción de los poderes políticos y el empobrecimiento general de la población.

Maas estuvo investigando los efectos del petróleo en Nigeria, cuando fue descubierto en el delta del río Negro (delta del Niger) por los geólogos de la multinacional Shell, en la década de los sesenta, en la época en la que el país obtuvo su independencia. Nigeria tenía por entonces un crecimiento industrial notable y una economía saludable basada en la agricultura.

Los representantes de Shell acudieron a la aldea de Asari, una mujer que ahora trabaja para un “señor de la guerra”,  Dokubou Asari

Ella rememora el momento para el periodista. Los ingenieros trajeron un proyector y le enseñaron una película y fotografías sobre la prosperidad que traería el petróleo, cuando casi nadie de la aldea había visto en su vida una película de cine: agua saliendo de los grifos, niños viajando en automóviles...una puerta rápida hacia una vida mejor.

 

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Mark Strong, como el Sultan Omar. France2 y Doha Film Institute.

Medio siglo después, encontramos que Nigeria se ha convertido en el octavo productor mundial de petróleo, con ganancias que superan los 400.000 millones de dólares. Pero nueve de cada diez habitantes sobreviven con dos dólares diarios, y uno de cada cinco niños muere antes de cumplir su primer año, nos dice Maas. Senegal, un país que solo exporta nueces y pescado, tiene una renta por habitante mayor.

Los datos son terribles. El delta, antaño un paraíso de vida salvaje, es hoy uno de los diez lugares más contaminados del mundo. El Banco Mundial estima que el 80 por ciento de los beneficios del petróleo han ido a parar al uno por ciento de la población.

Los intentos de rebelión de las poblaciones locales –en el delta viven unos 30 millones– han sido sistemáticamente suprimidos con violencia y ejecuciones, con la ayuda de la multinacional Shell, que proporcionó las embarcaciones en 1966 para aplastar una de esas primeras revueltas, llevada a cabo por Isaac Boro, un soldado nacido allí. 

La resistencia pacífica y no violenta tampoco ha servido de nada. Maas habla de un líder carismático, Ken Saro-Wiwa, que organizó una campaña contra la multinacional y el régimen en los años noventa.

Saro-Wiwa fue arrestado y ejecutado bajo las ordenes de un general, Sani Abacha, del que se demostraría más tarde que había robado 4.000 millones de dólares derivados de los beneficios que el estado había obtenido del crudo.

Maas hace un escalofriante relato de sus incursiones por las aldeas del delta. Describe un lugar contaminado y fétido, pueblos quemados por las bombas y azotado por las guerras y asaltos, casas hechas de latón que se corroe a los pocos años por culpa de las lluvias ácidas, niños armados que muestran las cicatrices de la guerra en lugares donde no hay hospitales, agua corriente ni electricidad. 

En el horizonte de estas aldeas se pueden contemplar las torres que queman el gas asociado que sube junto con el petróleo. Las combustiones liberan al aire benceno, tolueno y benzopireno, mercurio, arsénico y cromo, dióxido de carbono y metano. 

Son componentes carcinógenos y muy dañinos para la salud humana, pero sus efectos en las aldeas cercanas se desconocen, ya que no hay fondos disponibles para realizar los necesarios estudios epidemiológicos.

La legislación de EE UU prohibe a las petroleras asentadas en ese país quemar la mayor parte de este gas –la opción más barata– por lo que el gigante norteamericano quema menos de un uno por ciento del gas natural que extrae. 

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Una escena del film de Annaud. France2 y Doha Film Institute.

 Pero eso no sucede en Nigeria. El gobierno prohibió en teoría el quemado de las emisiones de gas en 1984, pero concede exenciones a las multinacionales. En 2004, Nigeria quemaba el 55 por ciento del gas asociado a las extracciones. Y en 2011, un informe realizado por la organización Environmental Rights Action concluyó que los contaminantes alcanzan a la gente que vive en un radio de treinta kilómetros de las torres.

Para una inmensa mayoría de nigerianos, especialmente los que tienen sus hogares en lo que fue un paraíso salvaje, el oro negro ha traído una maldición en forma de guerras, contaminación y muerte. 

Al igual que lo que predijo el sultán Amar (Mark Strong) en el film de Annaud, los extranjeros llegaron a su territorio para no abandonarlo jamás.

Y la tentación para no ceder es siempre la misma, agitar las bolsas repletas con monedas de oro delante de un mundo que suspira por la vida cómoda de occidente, llena de bagatelas.

Occidente no soltará nunca la presa. ¿La razón?  Experimentamos una sed (de petróleo) que somos incapaces de saciar, nos explica Strong

Es una sed que invade todo el planeta. Según un informe de la revista Scientific American publicado en 2013, el mundo sigue extrayendo el 87 por ciento de su energía a partir de los combustibles fósiles. Y también, aunque algo menor, preocupa y mucho la sed española. De toda la energía que España consume, hay una dependencia del 48 por ciento de gas natural y petróleo. 

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Quien tiene el oro negro tiene el poder http://xurl.es/9ik46

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Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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