Hanks y Thompson en una escena de la película. François Duhamel/Walt Disney Pictures.
Es un auténtico gustazo contemplar durante un par de horas a Tom Hanks convertido en Walt Disney y a Emma Thompson dándole réplica –y de la buena– como la antipática escritora británica Pamela Travers, la autora de Mary Poppins, en el film Al Encuentro de Mr. Banks. Incluso aunque no me gustara la película (original) de Mary Poppins cuando se estrenó. Siempre la consideré demasiado cursi.
Pero hay muchos e interesantes ingredientes en esta historia del director Johny Lee Hancock –que no pocos han rechazado por ser blanda por presentar a un Walt Disney edulcorado– en la que el creador del ratón Mickey se se encontró con una mujer tozuda y poco dada a sentimentalismos que se convirtió en la horma de su zapato.
Disney estuvo persiguiendo los derechos de la novela durante ¡veinte años!...hasta que finalmente ella se lo concedió.
En cada fotograma se respira esa magia que le impulsa a alguien como Disney a contar una historia, la esencia del cine (y de la literatura, si me apuran). Ese aroma que se respiraba por los viejos estudios. Encontramos a Travers en medio de un lugar al que (aparentemente) no pertenece, en el que los hermanos Sherman, los geniales músicos autores de bandas sonoras tan inolvidables como El Libro de la Selva, cantan y ensayan en el piano hasta altas horas de la noche con su equipo de guionistas.
Se preguntarán los lectores sobre las razones de mi aprecio, cuando el argumento –un productor de cine multimillonario intenta convencer a una terca escritora para que le ceda los derechos–puede condensarse en una simple frase, y encima dio lugar a una película bastante sensiblera. Lo cierto es que la historia de Tom Hanks y Emma Thompson es mucho más que eso. La película rezuma detalles y sensaciones difíciles de encontrar hoy en día.
Imagen promocional de la película.
El film habla de tiempos de máquinas de escribir, de colaboración colectiva en busca de la idea, de talentos enormes al servicio de un solo fin; de vuelos transcontinentales en los que uno podía ir tranquilamente al baño antes de aterrizar sin pasar por ser sospechoso de terrorista, en los que existía la posibilidad de pedir permiso a los pilotos para visitar brevemente la cabina de vuelo.
Tiempos en los que los libros y los periódicos de papel eran valorados por el público por la calidad de la información que contenían, tiempos en los que muchos esperaban con mucho interés el siguiente estreno para ir al cine acompañado de sus amigos o familia, en vez de tumbarse en el sofá de su casa para ver la película descargada con desgana desde internet.
Tiempos, en definitiva, en los que el público admiraba y premiaba a los creadores que demostraban su talento para fascinar, para atrapar y sorprender, en vez de dejarse llevar perezosamente por la rueda cansina de información en un mundo saturado como el que vivimos, bombardeados por decenas y decenas de programas y una actualidad informativa repleta de políticos que intentan asomar la cabeza e infestada de tertulianos, de fútbol y sólo fútbol. Hoy el griterío del corazón cutre ha enterrado el arte de la conversación y el afán de escuchar.
Cada época tiene sus miserias, pero precisamente –y por eso merece la pena la película – Disney mantenía que gracias a la imaginación y a la capacidad de fabulación, el poder del cine lograba corregir emocionalmente los golpes y las injusticias que cada uno de los espectadores se encontraría inevitablemente en su camino. Como prueba de ello, tenemos el regalo de un personaje ficticio entrañable y genial encarnado por el gran Paul Giamatti, el chófer de Travers.
Paul Giamatti, en su papel de chófer. Walt Disney Pictures.
Ahora bien, ¿qué hay del auténtico rostro del fabulador?
Como periodista, admito que sufro una tendencia a buscar la otra cara, lo que no se cuenta, y que estas cosas –las manías personales, los defectos que todos tenemos, los pecados inconfesables, en suma lo que no queremos mostrar en público–las magnificamos cuando intentamos escudriñar la vida de personajes gigantescos, como Albert Einstein o Walt Disney. Sobre todo a raíz de las explosivas declaraciones de una actriz tan portentosa como Meryl Streep –a la que se ofreció primero el papel de Pamela Travers–sobre el propio Disney, al que tachó de misógino, antisemita y racista.
Streep no tuvo ninguna cortapisa en lanzar un discurso “explosivo” en una celebración del National Board of Review, una de las más prestigiosas organizaciones norteamericanas para apoyar el cine, el pasado enero, del que emergía un desdibujado y poco edulcorado rostro del creador de Mickey Mouse.
La actriz ganadora de tres Oscar comentó una carta que Disney (supuestamente) escribió en 1938 a una joven que aspiraba a trabajar como dibujante en su estudio. “Las mujeres no realizan ningún trabajo creativo relacionado con la preparación de los dibujos para la gran pantalla, ya que es una tarea que sólo corresponde a los jóvenes”, recoge el diario británico The Independent.
Los hermanos Sherman los guionistas, con Travers, en un momento de la película. Walt Disney Pictures.
La actriz también se refirió a una cita hecha por un amigo de Disney, Walter Kimball, que dijo de su jefe que “no se fiaba de las mujeres ni de los gatos”, cita recogida en la revista Variety.
Las declaraciones de Streep fueron ratificadas por una de las sobrina nietas de Disney, Abigail Disney, que admitió que aunque admiraba a su tío abuelo, tenía sentimientos “encontrados”.
¿Hasta qué punto eran ciertos todos estos “rasgos oscuros” del tío Walt? Es muy difícil fiarse de los bulos que circulan por internet, aunque en un magnífico artículo de Amanda Dobbings en la revista New York Magazine se expone una información que estimo bastante fiable (y reveladora).
Las acusaciones de antisemitismo se basan en un par de consideraciones. La primera, de índole fílmica, se refiere al lobo de Los Tres Cerditos, una de las primeras y más famosas películas de animación. El lobo aparece llamando a la puerta de uno de los cerditos vestido como un mercader judío. También se sabe que en 1938, un mes después de la trágica noche de los cristales rotos en Alemania, Disney recibió personalmente en sus estudios a la directora nazi Leni Riefenstalh (por otra parte admirada en cuanto a su talento para los documentales).
La escena en la que el lobo aparece ataviado como un mercader judío. Wal Disney Pictures.
Neal Gabler, que escribió la biografía más completa de Disney, cree que Disney no era un antisemita en el terreno personal. Pero el genio formó parte de la Motion Picture Alliance for the Preservation of American Ideals (MPAPAI) –a la que pertenecían, entre otros, John Wayne, Ronald Reagan, Cecil B. DeMille o Clark Gable)– una organización conservadora de Hollywood con un carácter bastante antisemita que creía que los comunistas y los fascistas estaban corrompiendo el cine americano.
La carta a la que alude Streep es verídica. Se firmó el 7 de junio de 1938 en respuesta a una consulta hecha por Mary V. Ford, una chica que quería entrar en la escuela de animación del estudio. Pero no está firmada por el propio Disney, sino por...otra mujer (Mary C.). Hablamos de una época en la que (de forma absolutamente injustificada) no se contrataban prácticamente mujeres en muchos ámbitos laborales.
Gibbons analiza también el rumor de que Disney era un espía del FBI, un delator de comunistas. Está basado en documentos que forman parte de una biografía no autorizada, Hollywood and the Dark Prince, publicada en 1993 por Marc Eliot, papeles considerados por el diario The New York Times como auténticos. Ocurre que la familia Disney rechazó las pruebas de manera tajante, y desde entonces, el libro ha perdido bastante credibilidad...entre otras cosas porque era bien sabido que el propio Disney no había tenido reparos en declarar que no le gustaban los comunistas y había declarado, a la luz de las cámaras y a través de la MPAPAI, en el Comité de Actividades Estadounidenses.
Tom Hanks reveló en una entrevista que Disney fumaba tres paquetes de cigarrillos al día, y que en muchas de sus imágenes tomadas en Disneylandia en las que aparece señalando con el dedo, los técnicos habían borrado el cigarrillo de la imagen. Disney murió de cáncer de pulmón, y sus cenizas fueron esparcidas en Glendale (California). Ni su cabeza ni cuerpo están congelados en nitrógeno líquido, así que no existe la posibilidad de revivirlo de su sueño criogénico como en el cuento de la Bella Durmiente.
Hay 3 Comentarios
A veces es mejor no conocer los pensamientos de los demás, porque siembran prejuicios sobre su trabajo, por ejemplo la música de Wagner, o la de Tchaikovky, el primero antisemita, y el segundo homosexual reprimido , o mas reciente M. Jackson, sus tendencias no son obstáculo para apreciar su trabajo, pero su vida personal era eso, personal.
Publicado por: Alfonso Soriano | 17/02/2014 11:47:58
¿La noche de los "cuchillos rotos"?
Publicado por: Moisés | 15/02/2014 19:49:30
A mi siempre me ha encantado Tom Hanks http://xurl.es/9ik46
Publicado por: Susana | 14/02/2014 17:09:17