El periodista y la princesa que viajaron en el tiempo

Por: | 17 de marzo de 2014

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                       Póster promocional de Vacaciones en Roma. Paramount Pictures.

 

El cine nos gusta tanto en Planeta Prohibido debido a esa mágica cualidad que casi lo convierte en algo sobrenatural: una máquina del tiempo.

En principio, parece fácil definir lo que es el tiempo si miramos al reloj. Pero no es nada sencillo. Si nos sumergimos al mundo de lo infinitamente pequeño, al mundo de los átomos y las moléculas, el tiempo deja sencillamente de existir. No hay un antes ni un después (salvo en el caso de los procesos de desintegración radiactiva). No existe pasado ni futuro en ese extraño cosmos que es la física cuántica, por mucho que nos empeñemos. Los físicos lo consideran un absoluto misterio.

El cine –aparte de divertirnos con historias sobre viajes temporales –viene a sugerirnos que podemos recrear el pasado cuando vemos una sucesión de imágenes rodadas cuyos protagonistas dejaron de existir. Como es el caso de Gregory Peck y Audrey Hepburn, en la oscarizada Vacaciones en Roma, de William Wyler, película de la que ahora se van a cumplir sesenta años desde su estreno.

 

Decidimos aceptar la amable invitación cursada por la organización Housetrip para vivir dos días intensos y acelerados en esta maravillosa ciudad por varios motivos. Roma tiene ese apellido del que no se puede despegar –la ciudad eterna– con esas connotaciones temporales que apetece investigar; el film ofrece una estampa de la Roma de hace sesenta años y funciona como ese falso cronovisor del que se han escrito bulos y leyendas urbanas, ese aparato (absurdo aunque fascinante) construido a lo H.G.Wells por el padre Ernetti que supuestamente permitía ver el futuro y el pasado hasta remontarse al ¡nacimiento de Cristo! Y por último, el Vaticano: el mundo hermético sobre el que caen todo tipo de fabulaciones, un símbolo de poder que parece inalterable al paso del tiempo.

 

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             Peck y Hepburn, en una escena de la película. Paramount Pictures.

 

Contábamos con una ventaja que proporciona esta organización –que ofrece el alquiler de casas de particulares en muchas partes de Europa como una alternativa más atractiva que las cadenas hoteleras convencionales– y es el hecho de que podíamos infiltrarnos en la ciudad como romanos. En vez de alojarnos en cualquier hotel, nos ofrecieron un apartamento situado en la Via di Banco S.Spirito que era toda una suerte de palacete (y que pertenecía a la anterior ministra de justicia italiana). 

Y la primera visión fue realmente afortunada, pues esta calle desemboca directamente en el Castillo de San Angelo, la visión de una fortificación que se va encendiendo con los primeros rayos del este, a la que rinde pleitesía el puente con las estatuas a menos de cinco minutos a pie.

 

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                             El Castillo de San Angelo, al anochecer. LM Ariza.

 

Fue toda una sorpresa. A los pies de este castillo-residencia de papas, en ese mismo puente, transcurre la escena final de una de mis novelas, Proyecto Lázaro, en la que los dos protagonistas reflexionan al tañido de las campanas que anuncian la muerte de un papa. 

Tengo que confesar que fui capaz de escribir una novela sobre el Vaticano y Roma recurriendo a la imaginación sustentada en una investigación sólida y creíble. Por eso aproveché sin dudarlo la ocasión de infiltrarme en Roma. Nunca había estado allí entonces. Y ahora, después de caminar por ese mismo puente, pude comprobar con satisfacción que no cambiaría ni una sola coma.

A aquellos que piensen que un escritor tiene que exponer sus sentidos a la realidad para generar credibilidad, les digo que en muchas ocasiones los sentidos pueden alimentarse satisfactoriamente con las fuentes adecuadas sin que físicamente tengas que estar presente (le ocurría a Emilio Salgari, que extrajo de los informes de los marineros y de las bibliotecas sus fabulosas historias sobre piratas y corsarios, haciéndolas suyas, y en mucha menor medida, a Julio Verne, un escritor y viajero más activo, pero que no estuvo en todos los lugares donde transcurren sus maravillosas novelas). Ese es el poder que tiene la literatura sobre el tiempo: lo pude constatar en un viaje a Portugal de la mano de una novela de Saramago, y ahora le tocaba al cine demostrar un poco de esa magia.

En el film de William Wyler, un periodista (Peck) que tiene que evitar a su casero ya que no anda muy sobrado de dinero, se topa con una misteriosa muchacha drogada (Hepburn), durmiendo en un banco y a punto de caerse.

Al principio no sabe que ella es la princesa de un país indeterminado que visita Roma y ha decidido abandonar su ordenado círculo de prioridades. Ella ansía sumergirse en el caos romano, los coches y motos circulando por vías urbanas, los vendedores de flores que tratan de acosar con regalos, el sabor de los helados.

 

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         Joe Bradley (Gregory Peck) descubre que su misteriosa invitada es una princesa. Paramount Pictures

 

Peck vive en un pequeño apartamento situado en la Vía Margutta, y se topa con esa joven en el Foro Romano, con las seis columnas del Templo de Saturno que logran conservar algo de luz en una noche cerrada. Es un encuentro casual sobre el que se impondrá el interés crematístico del periodista para conseguir una exclusiva al comprobar que esa joven es la princesa de la que todo el mundo se pregunta por su ausencia inesperada en los actos. Y a lo largo del film, se nos muestran los símbolos icónicos de Roma, desde la famosa Fontana de Trevi –donde los turistas arrojan unos 3.000 euros al día en monedas–el imponente Panteón con su sistema de drenaje del agua, o la Iglesia de la Trinidad del Monte.

La escena más famosa de la película es la broma que Peck le gasta a la chica, cuando el periodista mete la mano en la Boca de la Verdad, una escultura de la Iglesia de Santa María en Cosmedin, y le cuenta la leyenda de aquel que miente será mordido por la boca de piedra. Y lo que todo el mundo ya conoce, el famoso paseo en una vespa por los barrios de la ciudad.

 

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            Una broma mítica, la de la boca de piedra que muerde al mentiroso. Paramount Pictures.

En vez de limitarnos a la geografía, o a seguir la ruta establecida en la película, la pregunta que me ronda es la cuestión del tiempo y la manera en la que se presenta a nuestro sentidos; sobre lo que le hace avanzar de forma imparable hacia el futuro, a escala macroscópica, de manera que nunca existe el presente, que se nos escapa de entre los dedos. 

El presente se transforma instantáneamente en un pasado que se va difuminando en nuestros recuerdos. Todos los corresponsales que aparecen en la película saludando a la princesa están muertos –aparecen los colegas reales de La Vanguardia y ABC– al igual que todos los responsables en la película, y con casi toda probabilidad, la mayoría de los adultos que aparecen en el film, incluso los extras en los que no nos fijamos y que insuflaban ese caos tan típico del que se sienten orgullosos los romanos.

Es un asunto fascinante. Observas la ciudad en una hora y nada cambia en apariencia, pero no es así. El tiempo se va desenvolviendo, dejando su marca en los cientos millones de acontecimientos que sucedieron desde entonces y que han condicionado los acontecimientos posteriores, modelando desde 1954 –el año del estreno de la película–el futuro que ahora es nuestro presente. Yo lo veo como una gigantesca tela de araña llena de nudos y cruces infinitos, tela que me ha englobado y llevado a escribir sobre Peck y Hepburn. Ahora me he convertido en uno de esos incontables nudos.

 

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                                           Casco antiguo de Roma. LM Ariza

 

¿Hasta qué punto se ha roto esa tela? Cuando una presa cae en ella, sus movimientos producen temblores que se transmiten al resto, y la araña que la ha tejido detecta esas vibraciones al estar en íntimo contacto con las hebras que ha fabricado. Su tela atrapamoscas es una extensión literal y viva de sus sentidos. 

Simone es el motorista al que me aferro en la parte de atrás del asiento de su vespa, en una noche en la que, a pesar de la temperatura agradable, conviene resguardarse del viento. Me cuenta, mientras recorremos la geografía de la película, que él ha nacido en el casco antiguo, y que en Roma los ancianos aún se sientan delante de las puertas de sus casas para contemplar el bullicio. Están dispuestos a contar sus historias, a ofrecer la memoria de esos nudos de tela que probablemente están destinados a perderse.

 

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Aunque hay otro fenómeno extraordinario en Roma, y es su resonancia. Después de subir a la colina del Janículo en el barrio de Travestere, desde la que contemplamos las luces de la ciudad, nos colocamos en el punto de una balaustrada donde se dispara un pequeño cañón todos los días para sincronizar los relojes justo a las doce del mediodía. 

En Roma hay más de dos mil Iglesias, y al día siguiente, a las doce, tañen las campanas. Las escucho mientras paseamos por un pequeño aunque hermoso patio interior al que se llega a través de una tienda de diseño femenino.

El sonido de las campanas me recuerda otra idea fascinante que se relaciona con eso que llamamos tiempo. Las vibraciones de esas campanas pueden viajar muy alto pero jamás escaparan de la atmósfera terrestre, ya que el sonido no puede viajar en el vacío. Esos patrones dejan su impronta en el mundo cuántico, y en teoría, no llegan a desaparecer del todo. Se funden en ese misterioso universo en el que no existe pasado ni futuro. Lo que deja abierta la idea de que algún día quizá obtengamos la forma de rescatarlos mediante algún maravilloso artilugio tecnológico.

Y qué mejor ciudad que Roma para convertirnos en arqueólogos...de los sonidos. El último día, después de unas copas y un poco de música de jazz, entrada ya la madrugada, caminamos frente a las majestuosas ruinas de lo que fue un antiguo mercado romano descubierto apenas una década atrás. Alguien me dice que sólo conocemos un 10 por ciento de la Roma que todavía no ha sido excavada y que se esconde bajo nuestros pies: otra Roma subterránea completamente desconocida.

 (Más información sobre Housetrip: http://www.housetrip.es

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La primera vez que fui a Roma, lo primero que hice al volver, fue ver esa película, por ver la ciudad, en mi opinión, la más bonita del mundo.


http://elmejorhumorinteligente.blogspot.com/

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Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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