Los descendientes tóxicos de Noé

Por: | 07 de abril de 2014

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                  Noé (Russel Crowe) y Tubal-Caín (Ray Winstone), frente a frente. Paramount  Pictures           

 

En Planeta Prohibido nos encanta la provocación. Y cuando el cine nos da una buena excusa, la tentación es irresistible. Noé, la última película de Darren Aronofsky, deja dos buenos motivos para la reflexión y la crítica. El primero es la visualización del origen del propio Universo, narrado por el mismo Russell Crowe. Y el segundo, es esa especie de deja vu que la obra provoca sobre el propio papel de la especie humana.

De forma instintiva, me alejo de todo aquello que huela a fundamentalismo religioso. En el nombre de la religión se han escrito probablemente las peores páginas de la historia humana. Pero tampoco me gusta el fundamentalismo científico.

    No se echen las manos a la cabeza. Aquí apostamos todo por la ciencia, pero no olvidamos que la ciencia es un invento humano, y como tal, no está libre de prejuicios. 

La ciencia es un invento maravilloso, pero también ha conocido etapas fundamentalistas. Piensen en el famoso fósil del hombre de Pitdown, el eslabón perdido, mezcla de cráneo humano de cerebro grande con mandíbula de mono.

    Una falsificación perfecta que, por el hecho de que fue encontrada en Inglaterra y encajar en el esquema mental de los científicos británicos, logró enterrar durante décadas los descubrimientos en Suráfrica, que sugerían que los primeros homínidos que andaban de pie tenían un cerebro de chimpancé.

Cuando Crowe narra el origen del mundo, Aronofsky nos ofrece una espléndida visualización acelerada de la creación que muy bien podría haber estado firmada por Carl Sagan.

 

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                         El diluvio Universal y el Arca. Paramount Pictures.

 

No importan aquí los anacronismos. La oscuridad es siempre oscuridad, pero el hálito del creador produce la luz y la materia; de aquí se forman las galaxias, y en su seno, las estrellas. Mucho más tarde, alrededor de una de esas infinitas estrellas, la masa se va agregando hasta formar un mundo llamado la Tierra

El Noé cinematográfico nos explica que la vida surgió del agua, y que hubo un diluvio previo que convirtió al planeta en un mundo oceánico.

    Asistimos a la creación de las primeras moléculas capaces de replicarse, los organismos sencillos, los primeros invertebrados y peces, hasta que uno de ellos repta fuera del agua.

    Los anfibios dejan paso al mundo de los reptiles, y de aquí surgen los grandes dinosaurios. 

A la sombra de estos gigantes surgen otros seres peludos más pequeños, los primeros mamíferos, y los diminutos primates. De ellos a nosotros hay un largo camino que se va recorriendo sin problemas.

    Resulta fascinante comprobar en el film el retrato de los antecesores de Adán y Eva como simples monos que sobrevivían en los árboles, antes de la irrupción del relato bíblico, la serpiente, el pecado, y el asesinato de Abel por parte de su hermano Caín.

La narración que cuenta el Noé cinematográfico a sus hijos no contradice en absoluto la evolución darwiniana, algo realmente sorprendente tratándose de un relato bíblico en el que creen a ciegas los hombres que en ese momento pueblan la Tierra, entre ellos Tubal-Caín, el mayor enemigo de Noe, un líder tribal interpretado por el excelente Ray Winstone, y descendiente de la estirpe de Caín.

 

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                      Crowe, en una escena de la película. Paramount Pictures.

 

En un escenario de ángeles caídos, monstruos de piedra y mitología religiosa, conviven sin problemas la visión evolutiva de un Cosmos que se retrotrae a su mismísimo origen, el Big-Bang, y la existencia de un creador, un Dios que causó el soplo divino, que impuso la luz sobre la oscuridad de la nada. 

La discrepancia con la ciencia se produce precisamente en el origen de todo lo que ahora vemos, la explicación de un Big-Bang espontáneo, sin acudir a mano divina alguna.

Es muy posible que la ciencia, de acuerdo con Stephen Hawking, haya avanzado tanto en la búsqueda de explicaciones hasta el punto de no haber dejado espacio para un creador. Pero, en cualquier caso, la ciencia y la religión la hemos inventado nosotros.

La otra reflexión de la que no me puedo desprender es la certeza a la que llega Noé sobre la propia especie humana, considerándola como una pestilencia que ha envenenado al planeta sin solución.

El ser humano es un primate violento, con el instinto de la guerra y el asesinato grabado en los genes, pero eso mismo sucede en otras comunidades de primates. 

 

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                   Noé, poniendo su Arca a punto. Paramount Pictures.

 

La visión idílica de la naturaleza como algo pacífico es profundamente falsa, es una construcción humana artificial.

No hay paraíso, sino una lucha feroz en la que la muerte es una constante entre todos los animales, donde unos tienen que morir para que otros sobrevivan, donde unos cazan y otros son devorados. La crueldad es moneda de intercambio.

Pero el caso de la especie humana, nos dice Noé, es singular. Dejando a un lado las cuestiones morales, la película de Aronofsky presenta al Homo sapiens como un elemento perjudicial para el propio planeta.

Hay un trasfondo ecológico que no se puede desdeñar. ¿Hasta qué punto Noé tiene razón?

Si algo nos distingue de los demás animales es la profunda capacidad de transformación que ejercemos sobre todo lo que nos rodea. La especie humana ha colonizado cada rincón del planeta, dejando allí su huella. 

Es la razón directa de la desaparición de muchas especies en los últimos doscientos o trescientos años –aunque existen sospechas fundadas de los catastróficos efectos de las primeras comunidades cazadores sobre los grandes mamíferos hace unos 16.000 años.

 

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                                         Las bestias acuden al Arca para salvarse. Paramount Pictures.

 

El hombre ha cambiado completamente el perfil de los océanos y su estructura, y en un tiempo récord, en menos de un siglo.

    Los peces que se pescaban hace cincuenta años no tenían nada que ver con los que se capturan ahora. Su tamaño ha ido disminuyendo gradualmente. 

Los grandes organismos marinos son cada vez más escasos y desaparecerán inevitablemente. La química de los océanos está cambiando por nuestra culpa. Los estamos convirtiendo en los arcaicos mares de hace miles de millones de años, con zonas desérticas de aguas tan poco ricas en oxígeno que los peces no pueden respirar y mueren sofocados. Los mares de dentro de no mucho estarán cada vez más repletos de medusas y bacterias.

El hombre está influyendo en el clima a escala global con una celeridad pasmosa, mediante la inyección de los gases de invernadero. El calentamiento global es una realidad que muy pocos se atreven ahora a negar.

Por último, el diluvio universal y la construcción del Arca para salvar a las bestias del hombre encierra una lectura contrapuesta. Tubal-Caín es partidario de tomar el planeta para provecho de la especie, mientras que Noé llega a la conclusión de que la especie humana debe ser eliminada.

     Por mi parte, prefiero pensar que el progreso científico nos indique el camino para conservar de la mejor forma lo que todavía tenemos en nuestras manos.

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Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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