Un rescate casi auténtico de ciencia ficción

Por: | 28 de abril de 2014

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                                             Póster promocional de Argo. Warner Bros.

 

El cine se toma sus libertades cuando leemos en los créditos que la historia que se nos cuenta en la pantalla está “basada en hechos reales”. Pero en el caso de la película Argo, se dan dos circunstancias poco frecuentes. La historia es sólida, con nombres y apellidos, y los hechos que narra son reales, pero no podría haber sido la gran película que es si Ben Affleck no hubiera añadido –de manera bastante sabia– las consecuentes dosis de ficción.

Affleck encarna a Antonio Mendez, un agente de la CIA, que propone a sus jefes un plan realmente insólito para rescatar a seis miembros de la embajada norteamericana en Irán que lograron escapar poco antes de que los guardias de la revolución asaltasen el complejo: el rodaje de una película de ciencia ficción.

Méndez trabajaba en un departamento de la CIA especializado en operaciones para infiltrar o rescatar personas en lugares hostiles. Para ello, era imprescindible proporcionar a esas personas identidades falsas, una nueva vida, disfraces adecuados y entrenamiento para simular identidades creadas a medida.

El cuatro de noviembre de 1979 se produjo la toma de la embajada americana en Teherán, pero seis personas que trabajaban para el Departamento de Estado lograron escapar y refugiarse en la residencia del embajador de Canadá.

 

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                               Ben Affeck, en una escena de la película. Warner Bros.

 

“Necesitábamos encontrar una manera de rescatar a seis americanos sin disponer de inteligencia sobre el terreno”, escribe Méndez en un informe ahora desclasificado de la CIA. Si fracasaban, las vidas de los restantes rehenes recluidos en la embajada podrían comprometerse todavía más.

Méndez narra en su documento– en algunas partes un guión casi calcado de la película– que contaba, a pesar de las dificultades, con algunas ventajas. 

Recientemente su departamento había organizado la salida de un agente de la CIA a través del aeropuerto Mehrabad de Teherán. Había obtenido los datos técnicos sobre los controles llevados a cabo en el aeropuerto, y la psicología y competencia de los que llevaban los registros de pasajeros.

En este informe se describían los formularios dobles de visado que usaban los iraníes, que constaban de dos holas, una blanca –que se rellenaba originalmente– y otra amarilla, la copia que se imprimía por contacto. La primera quedaba en posesión de los guardias de control, mientras que el viajero retenía la copia amarilla, que era la que debía presentar cuando salía del país. El guardia debía cotejar las dos copias. 

Méndez descubrió que en la mayor parte de los casos los guardias no hacían ese cotejo por falta de competencia y profesionalidad.

A la hora de sacar a los seis norteamericanos, había que proporcionarles pasaportes falsos, lo que no sería ningún problema. El propio Méndez entraría en el país para dárselos (se eligió Canadá porque el parlamento de aquel país permitía el uso de pasaportes canadienses por motivos humanitarios).

La cuestión más problemática estribaba en su identidad. ¿Qué tipo de grupo extranjero podría entrar en Irán y salir de allí sin despertar sospechas ni controles especiales?

Méndez nos cuenta que, en 1979, era común en Irán la entrada legal de grupos de trabajadores e ingenieros de empresas petroleras –de Estados Unidos–y sobre todo, de grupos de periodistas de todas las nacionalidades, sobre todo por al asunto del secuestro de los rehenes de la embajada.

Esos grupos se sometían a controles minuciosos y excesivos, lo que resultaba demasiado arriesgado. 

Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de un equipo de rodaje de una película de ciencia ficción.

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¿Por qué la ciencia ficción? Con la fenomenal irrupción de La Guerra de las Galaxias, el género se había puesto de moda. Los novedosos efectos especiales de la película dirigida por George Lucas convirtieron el género en una mina de oro para las productoras de Hollywood

Por otra parte, Méndez conocía al maquillador John Chambers, que ganó un Oscar por su mítica película El Planeta de los Simios,  al que llama en su informe “Jerome”. Fue su asesor y le explicó cómo debía de organizar el grupo para que fuera totalmente creíble.

Un equipo en busca de localizaciones incluiría normalmente a ocho personas: un jefe de producción, un cámara, el director de arte, un jefe de transporte, un asesor de guión, un productor asociado, un productor ejecutivo y el director. 

“La mayor parte de la gente no se sorprendería al ver un equipo de Hollywood viajando por todo el mundo buscando la calle o la esquina perfecta para rodar una escena”, explica este ex-agente.

 

Argo - Goodman, Arkin and Affleck

           Affleck, con los extraordinarios John Goodman y Alan Arkin. Warner Bros

 

Así que Méndez y su amigo Chambers montaron una productora en Hollywood llamada Six Film Studio y eligieron un guión al que bautizaron como Argo, que estaba basado en una novela corta de ciencia ficción llamada El Señor de la Luz del escritor estadounidense Roger Zelazny, y que había ganado un premio Hugo.  

Dejaron que la prensa de Hollywood indagara en el tema negando que Chambers –una figura muy reconocida en la industria– estuviera involucrado en el proyecto, pero dejando un hilo de sospecha, lo que despertó el apetito de los periodistas. Lograron así una publicidad perfecta y una apariencia de verosimilitud. (En el film, es el extraordinario John Goodman quien encarna a Chambers, junto con la figura del productor, interpretado por Alan Arkin, de lo mejorcito de la película) 

Así que, tras obtener el visado, Méndez y un compañero suyo llegaron a Teherán el 25 de enero de 1980, un viernes. Tenían que sacar a los seis americanos en un vuelo de Swissair al lunes siguiente.

En el film, Affleck cuenta a los americanos que tiene que salir de la casa del embajador para dar un paseo por el bazar de la ciudad para que el engaño tenga más verosimilitud, pero ese hecho no lo registra Méndez en su informe.

 

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                                   La escena del bazar. Warner Bros.

 

Lo mejor de la película es precisamente el final, en el que Affleck hace gala de una maestría que recuerda al mejor Hitchcock: esos momentos de tensión con los guardias revolucionarios que están en el control del aeropuerto, esa llamada de teléfono que les avisa de que faltan seis rehenes en base a las reconstrucciones de los archivos que no fueron totalmente destruidos en la embajada, y esa otra llamada a la falsa productora para verificar su autenticidad....

¿Ocurrió de esa manera? 

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                          El momento crítico. Los controles del aeropuerto. Warner Bros.

 

Ni mucho menos. Méndez reservó el vuelo que partía a las 7:30 de la mañana de ese lunes. A esas horas, no se encontraba la mayoría de los guardias de la revolución en sus puestos, y los oficiales todavía estaban quitándose el sueño de encima.

Todo transcurrió como la seda. Los americanos presentaron sus hojas amarillas falsas y los oficiales se las quedaron, estampando el sello en los pasaportes falsos. Lo hicieron con bastante desgana. Incluso una de los formularios amarillos se fue volando y el propio Mendez lo recogió mientras no miraba nadie y se lo guardo entre sus papeles.

Pero sí hubo un momento de auténtico suspense. Tras acudir para embarcar en el vuelo, y a pocos metros del autobús que les conduciría al avión, un oficial de la Swissair les comentó que el vuelo se retrasaría durante una hora como mucho debido a leves problemas mecánicos, así que el grupo tuvo que volver a la puerta de embarque. 

Méndez pensó en cambiar el vuelo, pero eso atraería el interés de los guardias que en esos momentos escogían al azar a los pasajeros para interrogarles, así que decidieron esperar, tratando de pasar más o menos desapercibidos como un grupo normal que tiene que sufrir un retraso, hablando poco entre ellos para no llamar la atención.

Finalmente, el avión salió sin ningún problema. Y curiosamente, escribe Méndez, el nombre de la aeronave era el de Argau, en referencia a una región en Suiza.  

 

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Planeta Prohibido

Sobre el blog

Un poquito de ciencia impertinente. 2.000 caracteres para divertirse y aprender tomando como hilo conductor los fascinantes hallazgos de la ciencia. Pero además hay atrevimiento. Especulación. La ciencia que tiene sentido del humor. La versión siglo 21 de Robby el robot, el autómata más famoso de la ciencia ficción,El Planeta Prohibido, que era incapaz de herir a los humanos. Nuestro Robby rescata en sus brazos mecánicos a la chica, pero a veces tiene más mala leche queTerminator. En El Planeta Prohibido (PB), una civilización extraterrestre llamada Krell es un millón de veces más avanzada que la humanidad, pero se extinguió en un solo día. Es celuloide, ciencia ficción, claro, pero quizá el conocimiento no baste para salvarnos. Y sin embargo, ¿tenemos algo mejor?

Sobre el autor

(Madrid, 1963) (Madrid, 1963) es periodista y escritor, se licenció en ciencias biológicas y es Master de Periodismo de Investigación por la Universidad Complutense. Autor de cuatro novelas (La Sombra del Chamán, Kraken, Proyecto Lázaro y Los Hijos del Cielo), le encanta mezclar la ciencia con el suspense, el thriller y la historia, en cócteles prohibidos. Fue coguionista de la serie científica de RTVE 2.Mil, ha colaborado para la BBC, escrito para Scientific American y New Scientist, Muy Interesante, y fue jefe de ciencia de La Razón. En El País Semanal se asoma al mundo de la ciencia. Luis habla también en RNE, en el programa A Hombros de Gigantes, sobre ciencia y cine.

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