Sobre el autor

Josep Torrent

es periodista, delegado de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Casado, con una hija y un nieto. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Valencia y Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Sobre el blog

La Comunidad Valenciana no es solo corrupción, ni tampoco fallas, sol, playa y paella, aunque el tópico la reduzca a eso. Este blog hablará de los tópicos, como no puede ser de otra manera. Pero también aspira a contar otras cosas.

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El agua, arma de destrucción

Por: Josep Torrent | 31 oct 2011

Aguaok

El agua nunca ha sido una cuestión baladí para los valencianos. La existencia de un Tribunal de las Aguas desde el califato de Córdoba ilustra sobradamente la necesidad que tenían los regantes de contar con una autoridad que impartiera orden ante la escasez de agua. Cualquier labrador de la comarca de L’Horta (Valencia) o del Vinalopó (Alicante) ha protagonizado, vivido o conocido incidentes -algunos muy serios y muy graves- entre agricultores, ante la imposibilidad de que el agua llegara a sus campos. Vicente Blasco Ibáñez, en su novela  La Barraca, narra algunos de estos enfrentamientos. El agua siempre ha sido un bien escaso en la Comunidad Valenciana, aunque en los últimos años los impulsores del urbanismo salvaje hayan actuado como si no fuera así.

El discurso populista del PP conectó rápidamente con esa veta emocional y cultural de los valencianos y aprobó un Plan Hidrológico Nacional que contemplaba el trasvase del Ebro. Los populares hicieron de la reivindicación del agua una bandera que no dudaron en monopolizar. Financiaron desde el Consell fundaciones que avalaran las tesis de los trasvases frente a quienes apostaban por otras alternativas. Y, para rematar, construyeron un discurso nacionalista excluyente que tildaba poco menos que de traidores a todos aquellos que se oponían al trasvase. La campaña de propaganda, más los errores de los socialistas (pocos valencianos perdonarán a Cristina Narbona la foto en que brindaba con cava tras la derogación del trasvase), aportó centenares de miles de votos al PP que se convirtió en el partido que defendía los intereses de los valencianos, frente a un PSOE que se enredaba cada vez más en su discurso, incapaz de explicarse y explicar a los ciudadanos cuál era su posición en una cuestión tan emocional como la del agua.

Por el contrario, el PP nacional asumía con gusto el discurso victimista que Francisco Camps emitía desde el Palau de la Generalitat, aún a costa de posibles pérdidas de apoyos electorales en Castilla-La Mancha y Aragón. En aquellos tiempos, Esteban González Pons, ahora vicesecretario general  de Comunicación del PP, y entonces consejero de Medio Ambiente, calificaba las desaladoras como “nucleares del mar”, paralizando su construcción con la legislación medioambiental autonómica. La influencia del PP valenciano en la política nacional era inmensa. Incluso Mariano Rajoy llegó a poner a la Comunidad Valenciana como ejemplo del estilo de gobierno que implantaría cuando llegara a la Moncloa.

Pero estalló el caso Gürtel. El poder de Camps y el del PP valenciano se fue diluyendo en la misma medida en que perdían credibilidad el uno por su implicación en el caso de los trajes y el otro se veía inmerso en un escándalo de supuesta financiación irregular. Además, los escándalos en la Comunidad Valenciana empezaban a pesar como un fardo en la mochila de Mariano Rajoy, que siempre gusta ir ligero de equipaje.

Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas fueron la puntilla para la organización de los populares valencianos. Camps volvió a ganar, pero bajó cuatro puntos cuando su partido subía como la espuma en España. Y en Castilla-La Mancha se imponía María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP y partidaria de suspender el trasvase Tajo-Segura que abastece al Vianlopó y  a la Vega Baja en Alicante y a Murcia. Y en Aragón otra mujer, Luisa Fernanda Rudi, gobernaría la Diputación General y también estaba contra el trasvase del Ebro. El PP, ya sin Camps en la presidencia, se ha convertido en rehén de la guerra del agua que desató. Ahora, el presidente de la Generalitat valenciana, Alberto Fabra, se conforma con una vaporosa referencia en el programa electoral del PP a la cesión de agua desde las cuencas excedentarias a las deficitarias. La copla de un mudo cantada a la puerta de un sordo.

Los populares valencianos pesan cada vez menos en su organización nacional. Hasta el mismo Pons ha tenido que oir como un subalterno suyo, Carlos Floriano, portavoz en el Congreso del área de Medio Ambiente, y secretario de comunicación, reivindicaba el papel de las desaladoras –“no se van a achatarrar”, dijo recientemente- y se olvidaba del trasvase del Ebro. Floriano reclamó que “el agua no se utilice más como arma de confrontación política ni electoral”. Sus compañeros de la Comunidad Valenciana han hecho justamente todo lo contrario desde hace años: Utilizar el agua como arma política de destrucción masiva. Pero han perdido el favor de Rajoy. Lo sabía Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, cuando se lamentó del poco caso que se le hacía y lo sabe todo el mundo dentro y fuera del PP.

P.S. En la Comunidad Valenciana, y fuera de ella, no son pocos los que opinan  que el agua que iba a llegar por el trasvase del Ebro iba destinada a las urbanizaciones y no tanto al campo

 

 

ENCHUFADOS ESTIGMATIZADOS

Por: Josep Torrent | 28 oct 2011

Los dirigentes de la izquierda nacionalista y verde valenciana que se resguarda bajo la marca Compromís-Equo han tenido la idea de crear una web en la que figurarán los nombres de los empleados que, según sus criterios, accedieron a su puesto de trabajo en la administración autonómica gracias a sus relaciones con el PP. Los portavoces de Compromís se esforzaron en dar toda clase de explicaciones para garantizar que la página en cuestión no podrá utilizarse para vendettas personales y que los nombres que aparecerán en el listado encajarán como un guante en la figura que, comúnmente, se conoce como un “enchufado”.

Existen pocas dudas sobre el hecho de que el PP ha utilizado a su antojo la administración autonómica para colocar a amigos, familiares, conocidos y saludados. Los políticos populares hicieron de las instituciones un coladero e hiperinflacionaron la nómina. Unos pocos datos: En 2003, la Administración general de la Generalitat empleaba a 131.793 trabajadores. Cifra que se disparó un 15% hasta los 156.034 ocho años más tarde. El número de jefes de área y de servicio que empleaba el último Consell del socialista Joan Lerma en 1995 ascendía 327. Quince años más tarde, los altos funcionarios autonómicos habían crecido un 56% hasta alcanzar los 512 en 2010. Durante ese lapso de tiempo la Generalitat valenciana solo asumió dos nuevas competencias del Estado, Justicia y la gestión de las políticas activas de empleo.

La denuncia de Compromís-Equo está más que justificada. Cuestión distinta son los medios con que pretende estigmatizar a las personas que trabajan en la función pública sin haber superado ningún tipo de prueba objetiva que evaluara su mérito y capacidad. Por muchos que sean los filtros que aseguran van a colocar para evitar que acaben pagando justos por pecadores nada garantiza una fiabilidad al ciento por ciento. Y nadie merece acabar con una estrella amarilla en un listado sin, además, posibilidades de defensa. ¿Quiénes son los diputados de la coalición nacionalista para erigirse en jueces y verdugos? ¿Cómo enmendarán sus errores si es que los cometen? ¿Con qué autoridad van a decir este sí y este no? ¿Qué criterios objetivos se van a seguir para poner negro sobre blanco los nombres, apellidos y cargos de los estigmatizados? ¿Los enchufados en la administración son menos enchufados que los contratados por los partidos con cargo al erario público?

El portavoz de Compromís en las Cortes Valencianas, Enric Morera, ha asegurado no pocas veces que dispone de una lista de 15.000 nombres que han accedido a la función pública con el único mérito de haber sido enchufados por el PP. ¿Se atreverá a publicar esa relación en la página web que impulsa? Habrá que verlo. El camino que han abierto él y su compañera Mònica Oltra es muy peligroso. La línea que separa la denuncia de la delación es muy fina y el riesgo de sobrepasarla, muy alto.

Nadie discute la arbitrariedad con que ha venido actuando el PP desde que llegó el poder. ¿Pero Compromís está tan libre de pecado como para arrojar la primera piedra? ¿Lo está algún partido? Lo dudo.

 

¿Campaña, qué campaña?

Por: Josep Torrent | 27 oct 2011

Foto prensa
Basta con echar una mirada a los diarios para constatar que la campaña de las elecciones generales en la Comunidad Valenciana es un ente de razón, una quimera, una ilusión. Un ectoplasma que a los habitantes de esta tierra se les  materializa en las televisiones a la hora del telediario; pero que por lo demás es inexistente. Solo dos periódicos se hacían eco el jueves, 27, de una noticia relacionada con la campaña electoral. En realidad era una no-noticia porque su protagonista, el candidato del PP por Valencia, Esteban González Pons, no sabía / no contestaba sobre el futuro del trasvase del Ebro. La candidata socialista, Inmaculada Rodríguez-Piñero, pese a que tiene la esforzada tarea de sacar a su partido del pozo en que lo colocan los sondeos, está desaparecida. Su agenda de trabajo de ayer contemplaba una visita a la feria de Valencia y un almuerzo con empresarios del sector de la madera y, ya por la tarde, un acto sobre el empleo en la sede de su partido. Grandes caladeros de voto.

La campaña no existe en los medios de comunicación, ni existe en la calle, tal vez porque, como comentaba un responsable de un periódico regional, “esta campaña, no es nuestra campaña. La nuestra son las autonómicas”.

Pero al margen de consideraciones personales sobre si esta campaña es “nuestra” o de “los otros”, la realidad es que en la calle no existe tensión alguna y que los partidos, con la posible excepción de Compromís-Q que aspira por primera vez en su historia a conseguir representación en el Congreso de los Diputados, parece estar tomándose estos primeros compases como un trámite. Convencidos los del PP de su aplastante victoria, resignados los socialistas a la debacle, que solo pueden mitigar sus votantes indecisos a última hora.

Los periódicos valencianos apostaban ayer con fuerza por los recortes que iba a introducir el Consell en los próximos presupuestos o los no recortes del parlamento autonómico en lo tocante a los grupos parlamentarios. La corrupción, con los últimos datos del “caso Emarsa”, que salpica a un vicepresidente de la Diputación de Valenia y a varios militantes del PP, la inquietud existente en Alicante tras la amenaza de la compañía de bajo coste Ryanair de suprimir 31 vuelos procedentes de los países nórdicos, la amenaza de “gota fría” y, ¡cómo no!, el liderazgo del Levante UD en primera división copaban las portadas de los rotativos. Ni una solo información relacionada con la campaña del 20-N.

Y todo parece indicar que las cosas van a seguir durante mucho tiempo. Un sosegado trámite  apenas roto por la presencia de los candidatos a la presidencia del Gobierno y los macromítines de la plaza de toros de  Valencia.

Tan sosa está la cosa que el PP anuncia un acto en Alicante con el sector del calzado y ni siquiera se molesta en decir quién acudirá…., si es que piensan enviar a alguien. ¿Campaña?

 

Fabra contra los jueces

Por: Josep Torrent | 26 oct 2011

Alberto_Fabra

El presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, echa en falta más equilibrio e independencia en la justicia valenciana. Lo dijo en Madrid en un ambiente distendido, rodeado de amigos y compañeros del PP. Su afirmación no fue, pues, fruto de la tensión del momento, ni consecuencia de un arrebato irreflexivo. Simplemente alguien le preguntó por el trato recibido en los tribunales por su antecesor en el cargo, Francisco Camps, y contestó lo que pensaba. No cabe extrañarse de la respuesta de Fabra. Es una opinión compartida por la mayoría de los cargos del PP valenciano, que se sienten perseguidos por la policía y los fiscales desde hace años. Para ser precisos desde que comenzó el caso del otro Fabra (Carlos), al que se le imputan, entre otros, varios delitos por supuesto fraude a la hacienda pública.

Vino después el caso Gürtel en su doble variante: el caso de los trajes por los que se imputó al expresidente, Francisco Camps, al exsecretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, al exvicepresidente del Consell, Víctor Campos, y a Rafael Betoret, un exalto cargo de la consejería de Turismo. Camps y Costa se enfrentan a un juicio con jurado por un supuesto delito de cohecho pasivo impropio que ya han reconocido haber cometido Campos y Betoret. Queda por sustanciarse otro aspecto que atañe a la presunta financiación irregular del PP de la Comunidad Valenciana, en el que está implicado la mayor parte de la dirección partidista de los populares. Y, por si fuera poco, en Alicante estalló el caso Brugal que investiga tráfico de influencias en la redacción del Plan General de Ordenación Urbana de Alicante y la adjudicación del plan zonal de residuos en la comarca de La Vega Baja alicantina. Y todavía hay más casos que esperan turno en la puerta de los tribunales.

La imagen que devuelve el espejo a la dirección del PP y a los ciudadanos de la Comunidad Valenciana, según se desprende de todas las encuestas realizadas, es la de un partido agusanado de Norte a Sur, necesitado de una renovación a fondo, que solo se mantiene en pie gracias a sus magníficos resultados en las urnas. Urnas que, para no pocos dirigentes populares, son un río Jordán en el que sus pecados quedan lavados hasta la próxima convocatoria electoral. La realidad, sin embargo, es muy otra. La justicia avanza al margen de los votos y el panorama que se adivina en las salas de los tribunales no es muy halagüeño para los populares.

No hay que extrañarse de que Fabra, persona que pasa por comedida, discreta y prudente, acabe por culpar a la policía y a los fiscales, miembros todos, al parecer, de lo que el PP viene en llamar el "comando Rubalcaba" sin otra prueba que su propia palabra. Son muchas las personas de su partido acusadas de corrupción que, muy probablemente, acabarán por sentarse en el banquillo de los acusados y parece que el jefe del Ejecutivo valenciano empieza a presionar a los miembros del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) valenciano. Que le dejaran fuera de la mesa presidencial en la apertura del curso judicial el pasado viernes, día 21, no le gustó nada. Menos aún que la presidenta del TSJ, Pilar de la Oliva, le recordara que "el déficit de medios es histórico". Déficit que hay que cargar en el debe de la Generalitat.

Los populares han venido responsabilizando de sus males a policías y fiscales, "olvidándose" del papel desempeñado por los magistrados. Pero Fabra ha decido enmendar esta omisión y ha metido a los jueces en el paquete. El presidente valenciano se queja, además, de que la vara de medir de la justicia no es la misma en la Comunidad Valenciana que en Castilla-La Mancha o en Andalucía, pero no aporta una sola prueba que avale sus palabras. Se supone que todo el mundo conoce el porqué de esta discriminación.

La carga de Alberto Fabra contra los jueces no es inocente. Como todos, ventea el cambio de Gobierno y se siente con fuerza. Tanto que se permite el lujo de desacreditar a la justicia en su autonomía. En Valencia se ha pasado de tener un presidente que presumía de que el anterior presidente del TSJ, Juan Luis de la Rúa, "era más que amigo" a otro que se siente incómodo entre puñetas.

Paradojas de la vida. El mismo juez instructor que decidió sentar en el banquillo a Francisco Camps, José Flors, defendió la absolución del concejal de Urbanismo de la ciudad de Valencia, Jorge Bellver, de un presunto delito de prevaricación en la ponencia que asumió la sala del TSJ. Pero a la alcaldesa, Rita Barberá, le dio exactamente igual. Ella fue a lo suyo: la fiscalía era culpable.

El País

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