La alcaldesa de Valencia se subió a un coche oficial allá por 1991 y no se ha
vuelto bajar del mismo desde entonces (el suyo, de hecho, acumula polvo en las
dependencias municipales, que utiliza como garaje a coste cero). Tampoco está
muy claro que con anterioridad a su elección como primera edil de la ciudad
fuera una usuaria habitual del transporte público en sus desplazamientos por
Valencia. Uno no acaba de imaginársela en el metro ni subida a un autobús. Lo
de desplazarse a pie a una parada o a una estación del suburbano debe resultar
harto fatigoso.
Pero el pasado sábado, aprovechando que un autobús estaba parado frente a la puerta
de su casa, la alcaldesa decidió subir. No, desde luego, para compartir sus
experiencias como usuaria del transporte público urbano. No, por descontado,
para preguntar a los viajeros por la calidad del servicio. No, por supuesto,
para interesarse por sus inquietudes o para recabar sugerencias que ayudaran a
mejorar la prestación del servicio. No. La alcaldesa de Valencia subió al bus
para abroncar a su conductora y echarle en cara el sueldo que cobra.
Los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes de Valencia (EMT) han
convocado varias jornadas de huelga ante el retraso del Ayuntamiento en
pagarles las nóminas y en protesta por los recortes y despidos que plantea la
dirección. Los empleados exhiben pegatinas y camisetas en las que se puede leer
Rita no paga a sus trabajadores. El autobús de la línea 31 que se
encontraba detenido frente al domicilio de la alcaldesa también llevaba una de
esas pegatinas: Rita no paga.
Aquellodebió ser demasiado para Barberá a la que se le subió el pavo autoritario que
lleva dentro, por mucho que intente domeñarlo a fuerza de sonrisas y gestos afables.
A la alcaldesa de Valencia no le gusta demasiado verse puesta en solfa. En
realidad, no le gusta nada. Genio y figura, la seña Rita se encaró con
la conductora y explicó a los viajeros que la trabajadora de la EMT tenía un
sueldo de 3.000 euros mensuales que, dicho así, no es mentira, pero tampoco acaba xde ser verdad. Si Barberá,tan didáctica cuando le viene en gana, hubiera explicado a los ocupantes de ese
autobús que esa cantidad se correspondía con el sueldo bruto, pero que a su
casa llegaban entre 1.400 y 1.700 euros netos, la cosa no hubiera sonado tan
demagógica.
En mala hora se subió la alcaldesa al autobús, cuando vive tan ricamente instalada
en el coche oficial, con su conductor y su escolta. Por cierto, que cada vez
está menos claro que los concejales del PP del Ayuntamiento de Valencia puedan
seguir disfrutando del servicio de chóferes-escoltas a costa del erario público
cuando el ministerio del Interior ha reducido la protección a jueces y fiscales
tras el cese de los atentados de ETA. Veremos que excusa se busca ahora la
alcaldesa para justificar lo que antes podía ser un servicio de protección
necesario y ahora es un despilfarro inexplicable.