Sobre el autor

Josep Torrent

es periodista, delegado de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Casado, con una hija y un nieto. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Valencia y Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Sobre el blog

La Comunidad Valenciana no es solo corrupción, ni tampoco fallas, sol, playa y paella, aunque el tópico la reduzca a eso. Este blog hablará de los tópicos, como no puede ser de otra manera. Pero también aspira a contar otras cosas.

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¡Menudo cumpleaños!

Por: Josep Torrent | 26 may 2013

PP

Nadie elige la fecha de sus aniversarios. Tocan cuando tocan y no siempre coinciden con las mejores épocas en la vida de uno. A Alberto Fabra le ha correspondido celebrar el cumpleaños de su elección al frente del PP valenciano en uno de los peores momentos de su partido. En Madrid marianistas y aznaristas andan a la greña porque el expresidente tiene un subidón de ego incontrolable y se siente en la necesidad de ocupar todo el vacío que deja Rajoy, que no es poco. Es probable que la calentura de Aznar no dure mucho, pero las ondas de las pedradas que soltó en Antena 3 llegaron hasta Valencia, donde por unos minutos revivió Francisco Camps para contar sus glorias pasadas y hacer de menos al actual presidente de la Generalitat, como si fuera un mini-yo aznariano. Cosas más estultas ha hecho desde que dimitió de la presidencia y nunca se le ha hecho más caso que a un irritante moscardón.

La realidad que ha ocupado a Fabra, y no solo desde que llegara a la presidencia del partido, sino desde que ocupara el despacho del Palau de la calle Cavallers, es muy otra y mucho más compleja. Recibió un partido en descomposición trufado de escándalos de corrupción en medio de la peor crisis económica e institucional que ha conocido este país (el valenciano, digo) Recuperar el primero y poner sordina en lo segundo no es tarea fácil. Al contrario. De hecho, los jefes y jefecillos territoriales le mantienen enredado en una bronca interna que no acabará ni siquiera cuando se celebren las elecciones, mientras que drenar la corrupción le está costando mucho más de lo que debería.

Su primer movimiento, apartar de los órganos de dirección del PP a los imputados, era condición necesaria, pero insuficiente. Soportar que el tercer grupo de las Cortes Valencianas esté formado por diputados populares incursos en escándalos diversos es una losa muy pesada para cualquiera que pretenda recuperar un mínimo de credibilidad ante una ciudadanía harta de unas élites políticas incapaces de solucionar los problemas reales de la sociedad y, por el contrario, sobradamente preparadas para crispar y reabrir heridas que ya estaban cicatrizadas (ahí está el acuerdo que capitaneó Rebentaplenaris Maluenda, secundado por toda la bancada popular, prohibiendo el uso de la denominación País Valenciano). Más por necesidad que por convicción, Fabra movió pieza el pasado jueves y le enseñó al exconsejero Rafael Blasco, procesado por el saqueo de los fondos de cooperación, la puerta por la saldrá del grupo parlamentario popular y tal de vez de la política, una vez la abogacía de la Generalitat se pronuncie sobre sus presuntos delitos. El gesto hay que tenerlo en cuenta por lo que representa; pero aun así sigue siendo insuficiente. La pregunta que queda es si después de Blasco serán otros los que sigan ese camino.

No hace mucho, el secretario de Estado de Administraciones Públicas estuvo en Valencia. Antonio Beteta, con un lenguaje rudo que frisaba la grosería, advirtió de que no habría cambios en el modelo de financiación autonómica hasta 2015, al mismo tiempo que algunos barones del PP se oponían a cualquier modificación del objetivo de déficit, ciegos (porque les conviene) ante la asimetría existente entre los ingresos por habitante en las autonomías. El talibanismo de Beteta y de sus compañeros presidentes debió de estimular a Fabra. Tanto que abandonó su calculado perfil egipcio a la hora de reivindicar y se enfrentó a sus compañeros de partido: “Si las otras autonomías [Extremadura, Cantabria, Galicia] hubiesen recibido la financiación per cápita que ha recibido la Comunidad Valenciana sus déficits habrían sido superiores al nuestro”. Al presidente de la Generalitat le costó tener un mensaje suficientemente contundente para que en Madrid se dieran por aludidos. Tardó, pero lo consiguió.

Los aniversarios, aunque coincidan con malas épocas, acostumbran a celebrarse felizmente de puertas adentro; pero no por ello los problemas desaparecen. Y Fabra los tiene todos: Paro desbocado, el segundo mayor índice de pobreza, un crecimiento brutal de la desigualdad, falta de liquidez, serias grietas en la educación y la sanidad pública, abandono de los discapacitados. Todos los que preocupan realmente a los ciudadanos más un partido dividido y cuajado de escándalos. ¡Menudo cumpleaños!

Nosotros, los que no olvidamos

Por: Josep Torrent | 04 may 2013

El 3 de julio de 2006 se produjo en Valencia el mayor accidente de toda la historia del metro en España. El descarrilamiento acabó con 43 muertos y 47 heridos. Ese día empezó a escribirse uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de la infamia de este país (del valenciano, digo) al que todavía no se ha puesto final. Una sociedad deslumbrada por una ciudad de cartón piedra que no reparaba en gastar millones de euros en la visita papal o en invertir en un circuito de fórmula 1 del que solo se beneficiaron unos pocos, no advertía que la realidad no se encontraba en el decorado del faraónico altar que se levantaba en el puente de Monteolivete para mayor gloria de Benedicto XVI, sino en sus propias entrañas. El subsuelo por el que circulaban trenes obsoletos sobre vías igual de desgastadas y sin las más elementales medidas de seguridad. Los ferrocarriles, los túneles y las estaciones del metro de la línea 1 eran mucho más reales que el espejismo que las autoridades del PP fabricaron con el dinero de todos.
Mucho más cómodo que contemplar una realidad siempre desagradable era recrearse ante la mentira de una sociedad que creía vivir en la opulencia. Así fue como los valencianos dieron la espalda a las víctimas del metro, ayudados por la infecta maquinaria de manipulación y mentiras en que se convirtieron el Palau de la Generalitat y Canal 9, su terminal mediática. El PP se había propuesto borrar de la memoria el accidente o, en su defecto, relegarlo al olvido. Lo habría conseguido si la Asociación de Víctimas del Metro, como si fueran las madres de la plaza de Mayo en Buenos Aires, no hubiera guardado la memoria con concentraciones mensuales todos los días 3. Lo habría logrado si no hubiera sido porque los partidos de la izquierda (PSPV, Compromís y EU) se mantuvieron siempre firmes al lado de las víctimas. Hubiera triunfado si no fuera porque algunos medios (pocos, dos, Levante-EMV y EL PAÍS) no hubieran recordado puntualmente las 78 concentraciones que, con frío, calor o bajo la lluvia, soportaron las decenas, en escasas ocasiones centenares, de personas que acompañaban todos los meses con su solidaridad a los familiares de las víctimas en su dolor.

Metro

Ahora hay quien lamenta el olvido e incluso se arrepiente en público. Bien está, más vale tarde que nunca. Pero algunos —no demasiados, es cierto— no olvidamos ni entonces ni ahora. No podemos olvidar esa breve y superficial investigación judicial que destrozó las esperanzas de las familias, ni la farsa en que el PP convirtió la comisión de investigación sobre el accidente en las Cortes Valencianas. Un programa de televisión, casi siete años después del siniestro, y las redes sociales sacaron a las víctimas del olvido e hicieron posible que una multitud las arropara el pasado viernes. ¿Qué pasará en noviembre, por ejemplo? ¿Cuántos valencianos habrá en la plaza de la Mare de Déu? Las heridas siguen abiertas y son profundas. La frialdad con que el PP, el presidente Fabra y la consejera Isabel Bonig despachan el asunto es inhumana: “Si hay nuevas pruebas que las presenten en el juzgado”, dicen y parecen quedar en paz con sus conciencias. No han entendido que el problema no es de justicia. Esa vía ya está cegada. Lo que reclaman las víctimas es sensibilidad, comprensión, humanidad. Bastaría un pequeño gesto para que las heridas comenzaran a restañarse. Qué le costaría al presidente recorrer los apenas 100 metros que separan su despacho del punto de concentración y, sin cortesanos de por medio ni aparataje mediático, pedir perdón a las víctimas por lo que su antecesor y su partido han hecho o por lo que dejaron de hacer. Por ejemplo, no asumir ninguna responsabilidad política. ¿Tan complicado es eso? ¿Qué le costaría al presidente de las Cortes, Juan Cotino, acercarse desde su despacho, también a un centenar de metros del punto de concentración, para presentar sus excusas a las víctimas y aclarar cualquier malentendido que hubiera podido producirse? No les costaría nada. Simplemente les humanizaría, que no es poca cosa. Y mientras eso no suceda y mientras las víctimas se concentren los días 3 de cada mes, nosotros, los que no olvidamos, estaremos con ellas. Como desde hace casi siete años.

El País

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