El cielo, pese a lo que se temían los protagonistas de Astérix y Obelix, no se ha desplomado sobre nuestras cabezas en este aciago 2013, pero si un pedazo de trencadís de esa faraónica obra que encargara el Consell valenciano del PP a Santiago Calatrava en sus tiempos de vino y rosas. El insigne arquitecto empieza ya a ser más famoso por las demandas que le interponen los clientes para los que trabaja que por sus edificios. A Calatrava, que primero se alineó con las filas socialistas para mudarse a las del PP en cuanto vio el color del dinero, le han llevado a los tribunales en Venecia, Bilbao, Oviedo, La Rioja y Nueva York, que se sepa. Y ahora le amenaza la Generalitat que tan graciosamente pagó todas sus ocurrencias.
Se cae a cachos el Palau de les Arts, pese a que ha costado un ojo de la cara. Se cae como si fuera una metáfora de la Comunidad Valenciana que, perdida la fachada de trencadís que disimulaba la mala calidad de los materiales con que estaba hecha y la pésima profesionalidad de quienes la construyeron, se nos presenta ahora en toda su artificiosidad. Detrás de la máscara nunca hubo otra cosa que humo y ruido. Se nos dijo a los valencianos que íbamos a ser la vanguardia de la modernidad y la envidia de las naciones y en qué hemos quedado. Hasta en la Agenda de la Fábrica de Moneda y Timbre, se recoge una pintada en la que se lee: “La corrupción, como la paella, en ningún sitio se hace como en Valencia”.
No es verdad que en la Comunidad Valenciana se guise mejor la corrupción. Hay otros sitios, por ahí, como a 350 kilómetros al oeste de Valencia, donde se cocina mejor en cantidad y en calidad. Pero en política la percepción es más importante que la realidad. En este 2013 que rematamos como podemos, se nos cae a trozos el Palau de les Arts; pero tenemos la sensación de que lo que realmente ha caído sobre nuestras cabezas es el universo estrellado. Eso sí, con diseño de Santiago Calatrava.
Santiago Calatrava durante una de sus visitas a la Ciudad de las Artes en Valencia. Foto. Carles Francesc