El efecto halo es un clásico de la psicología. Condiciona nuestros juicios de valor sobre las personas y las situaciones. Se trata de un sesgo a partir del cual juzgamos como buenas o malas las características de alguien o de una situación en función de la primera impresión o de la poca información que tengamos de ella. Veamos un ejemplo: si estás viendo una entrevista en televisión a una persona que está siendo amable, que se comporta de forma serena, contesta con sentido común a las preguntas, puede que concluyas, a pesar de que no se manifieste explícitamente sobre ello, que también se trata de una persona cívica, buena madre o buen padre, bondadosa y equilibrada. Cuando ves a mujeres y hombres sexis, con cuerpos atléticos, si te preguntaran si son buenos amantes, seguro que dirías que sí. Y así con un sinfín de deducciones. El efecto halo nos lleva a percibir características que desconocemos pero que las asociamos con lo poco que sí sabemos. Es un estado en el que se generan presuposiciones en base a conocimientos mínimos.
A pesar de que por sentido común todos entendemos este efecto, el primero en estudiarlo fue el psicólogo Eduard Thorndike en 1920, mientras investigaba la opinión de oficiales del ejército sobre el personal al que dirigía. Le ocurre lo mismo a los profesores cuando corrigen trabajos y exámenes: con aquellos alumnos que suelen tener buenas calificaciones en general, tienden a ser más benevolentes en la corrección de ejercicios que pudieran no estar tan bien valorados en otros alumnos con peores notas. Así lo relata el premio nobel Daniel Kahneman de su propia experiencia en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”.
El efecto halo puede tener consecuencias devastadoras en cuanto a las oportunidades que damos o quitamos a las personas. En esta sociedad en la que lo bello es bueno, este efecto permite a mucha gente alcanzar objetivos y ser valorada simplemente por un rasgo de su imagen, como una sonrisa perfecta o su elegancia, mientras que otras se quedan fuera de los procesos de selección o puede que les cuesta más encontrar pareja.
Las personas emitimos continuamente juicios de valor, sin la mala intención de juzgar, pero lo hacemos. Tiene un sentido evolutivo, anticipar posibles agresiones o daños y así poder huir y ponernos a salvo. De hecho hay rasgos físicos que se asocian con la agresividad, como un mentón pronunciado, igual que una sonrisa sincera se asocia a la amabilidad y la ausencia de peligro. Lo cierto es que la mayoría de juicios no nos protegen de nada. Son simples prejuicios fruto del aprendizaje de lo que hemos vivido en la familia, con los amigos, de la escala de valores y de lo que promueven los medios de comunicación y con ellos condicionamos nuestras relaciones personales y las oportunidades que creamos y damos en la vida.
El efecto halo ocurre de forma natural. Pero a pesar de su parte inevitable, sí podemos intentar seguir estos consejos para que no condicione nuestras vidas:
- Deja de juzgar. O cuanto menos, juzga lo necesario. Cuando vemos a alguien feo, gordo, bajo, con algún rasgo llamativo, que no encaja con la idea de “normal”, automáticamente se emite un juicio de valor, que puede ir desde la parte más compasiva “cómo encontrará pareja este pobre hombre” a las opiniones más crueles como “qué dejada es la gente, no es capaz de cuidarse y tener un peso saludable”. Anticipamos que es por dejadez, que solo se tiene pareja cuando se es guapo y olvidamos que puede deberse a una enfermedad, a un problema personal que tenga a la persona descentrada, que puede que ese hombre o mujer no den ningún valor al peso saludable y se sientan a gusto con su cuerpo o que simplemente la vida es así y esa persona es así. Sin más. Muchas son las personas que no se esfuerzan en conocer y dar una oportunidad al individuo que no encaja en sus esquemas. Es más, las nuevas tecnologías han potenciado la crueldad de los más jóvenes que a través de las redes sociales se mofan y humillan a quien no encaja con el patrón de moda.
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En el caso en el que estés juzgando, date un tiempo. No rechaces a alguien con la primera impresión, ni te hagas súper amigo de la muerte al primer síntoma de estar a gusto. Ten paciencia para determinar si la persona encaja contigo o no. Trata de interesarte por sus valores, aficiones, su forma de reaccionar o su historia.
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No cambies tú salvo que decidas por ti mismo que ese cambio es bueno para ti. Si buscas sentirte aprobado por el grupo y modificas tu forma de ser, vestir, pensar y presentarte delante de los demás, puedes llegar a sentirte muy frustrado. Porque ni aun moldeándote en función de lo que crees que otros esperan, acertarás. ¿Cómo sabes lo que otros esperan? Lo desconoces. Así que no hay mejor manera de acertar que ser tú mismo si a ti mismo te gustas.
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Cuida lo básico. Lo básico es tu forma de vestir y tu higiene. La imagen sabemos que condiciona la impresión que tienen los demás, pero cada uno tiene que vestir y presentarse conforme a cómo se defina. Otro tema muy diferente es la higiene. Esta forma parte del respeto que tenemos a los demás. Hay muchas personas a las que les huele el aliento, el sudor, se visten con manchas, etc. Y este tipo de dejadez no favorece la integración y aceptación social. Y mucho menos si eres candidato a un puesto de trabajo.
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Sonríe y trata de ser amable. Las personas que nos hacen la vida fácil y parecen amigables tienden a caernos bien.
Decía Óscar Wilde, que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Los estudios psicológicos realizados dicen que en solo siete segundos nos hacemos una opinión sobre lo que estamos viendo, y que dicho juicio de valor condiciona las expectativas y el trato que tendremos con esa persona. A pesar de esto, mantengamos la esperanza y fabriquemos entre todos un mundo más justo y mejor.
Hay 4 Comentarios
En una época en la que la imagen es primordial, este blog es fascinante y acertado. Pensé que era genial.
Publicado por: wordle today | 22/11/2023 9:55:10
Felicidades Patrica, por el excelente y recomendable post que suscribo al 100%. Gracias.
Publicado por: Juan Bernardo montejb | 19/04/2016 8:54:59
Juzgar es condición humana y prejuzgar, según todo indica, es condición biológica de lo vivo. Parece mentira, pero desde la propia membrana de la célula hasta un elefante, están dotados de mecanismos que les premiten anticipar y preveer, y asi acotar el rango de las respuestas posibles. Cuestión del todo fascinante porque podría dar la impresión de que una parte del cerebro y de la toma de decisiones se encuentra en el medio ambiente.
A los que andamos interesados por la cuestión de la interdependencia humana y contextual, esto nos parece muy rico.
Gracias por inspirarnos.
Publicado por: Jose ORIOL ROJAS MARTIN | 18/04/2016 18:52:44
Un blog muy interesante y muy acertado en estos tiempos en lo que más se valora es la imagen. Me ha gustado mucho.
Publicado por: Bibiana | 16/04/2016 22:00:28