Si sales o convives con alguien a quien necesitas controlar, no tienes una relación sana. El control somete al otro y lo coloca en una posición sumisa en la que pierde algo tan importante como el derecho a la intimidad. El control es desconfianza, y la desconfianza, la antesala de una ruptura. La persona que sufre el “registro” y es motivo de control llega al final a comportarse de forma poco natural por miedo a ser pillado de no sabe qué, miedo a tener en el teléfono un mensaje que pueda molestar o una foto que pueda herir. El control acaba con la naturalidad y la confianza de la pareja.
Algunas personas se dejan controlar malinterpretando que es una forma extrema de querer, “me quiere con locura, necesita saber todo de mí y como no tengo nada que esconder, pues dejo que mire mi correo, mi teléfono o mis contactos”. Con la excusa de no tener nada que esconder se dejan investigar y humillar. La persona que quiere saber todo de ti en nombre de la confianza, de la transparencia y del amor, lo que realmente siente es inseguridad. Esto puede ser una conducta enfermiza, una necesidad de poseer toda la información buscando su tranquilidad y su bienestar. Este tipo de personas controladoras y posesivas argumentan que no es que desconfíen de su pareja, que también, sino que por ahí hay mucha mala gente, mucha mujer entrometida u hombre galán, muchas malas intenciones y con lo buena persona que es su pareja no suele detectarlas. Con ello les están transmitiendo “tú no sabes defenderte y me necesitas para decirte quién supone una amenaza y con quién te puedes relacionar con tranquilidad”.