Y de repente, entras en el año nuevo. Un año al que le pides doce deseos con cada una de las uvas, al que le brindas con cava esperando que te traiga lo mejor de lo mejor, y al que, de inicio, deseas sacarle todo el jugo.
Es el momento de la ilusión. Separados, recién casados, desempleados de larga duración, gente mayor que ve el final de sus vidas cerca, los nuevos licenciados buscando su oportunidad laboral o el máster con el que acreditarse, los que salen fuera a conocer mundo, madres que se despiden de sus hijos y se quedan con el síndrome del nido vacío, los que no estudian y los que sí lo hacen, los que tienen suerte, los que la buscan, el jugador, el bebedor, el que quiere dejar de fumar, de comer o el que desea empezar a hacer deporte, el que odia su vida y la cambiaría por otra, el que desea enfermar y estar de baja un mes porque no puede más con el ritmo de vida que lleva, los quieren tener hijos y no pueden y los que sin querer se quedan embarazados y se desconciertan, los que no se creen que les haya llegado su momento y necesitan pellizcarse para ver que es real, los que sufren, sufren y siguen sufriendo, con motivo o sin él, los que alguna vez han pensado dejar de estar aquí y los que se aferran a la vida por encima de las expectativas de su enfermedad, los que luchan, los que se rinden, los que no confían en ellos, a veces, porque de verdad, se sienten sin motivos, los que se vienen arriba, los que luchan por sus ideales, los que respetan sus valores por encima de todo, los que se descuidan, los dependientes y los que despiertan a la vida queriendo aprender a hacer cosas solos, los que empiezan a correr, a pensar, a disfrutar, a vivir. Todos, personas, con ideales, con creencias, con fe o sin ella, con las ideas claras o confusas, los que se merecen todo y los que todavía tienen que hacer méritos para ellos, todos, todos, merecemos lo mejor de la vida.
Lo primero que necesitas, sea quien seas, es creer firmemente que mereces ser feliz, que mereces una vida plena, que puedes cambiar si no te gustas tú, si no te gusta la situación o la persona que te acompaña en el camino. Todos merecemos una vida de la que podamos disfrutar. Incluso si eres de los que todavía les queda perdones que pedir o arrepentimientos en su mochila. Todos tenemos derecho a otra oportunidad o a tener, por lo menos, la primera. Todos queremos ser personas de bien y vivir en un mundo seguro.
Lo mejor no lo trae el año, lo mejor depende en gran parte de nosotros, con nuestras circunstancias, con nuestras dificultades, con nuestros momentos de suerte y de injusticias no merecidas. De verdad te lo digo, lo mejor depende de nosotros. Y si no somos capaces de contemplarlo así, tampoco podremos ocuparnos de ello. No todo lo que ocurre en nuestras vidas es controlable, pero sí lo es la actitud con la que reaccionamos ante la vida. Yo, acostumbrada a trabajar con el dolor de pacientes, he visto y he aprendido de héroes y heroínas. Sois tantos los que os habéis superado, los que habéis creído en vosotros, los que habéis sido capaces de tomar decisiones, de salir de la zona confortable, de haber lidiado con emociones que a priori dolían pero que os encaminaban a un lugar mejor. A todos, gracias por vuestros aprendizajes, a los que conozco y a todos los que lidiáis con la parte dura la vida. Sois mi fuente de inspiración, mi motivación.
Mereces ser feliz, no huyas de ese estado. Mereces poder tener tranquilidad. Muchas son las personas que llegan a sentirse inseguras e inquietas esperando algo “malo” cuando la vida les sonríe, cuando no tienen ansiedad, cuando no tienen problemas. “Algo malo va a pasar, no es normal estar tan bien”, este pensamiento es bastante común. Y es que la vida da tantas bofetadas y tantos giros, que cuando conseguimos lo que tanto anhelamos, la serenidad, no nos lo creemos. Pensamos que es algo completamente circunstancial y que en cuanto nos despistemos, aparecerá otro problema. Mereces ser feliz. No eres egoísta por ser feliz, ni único, ni estás en ventaja con respeto a otros. Y por cierto, la felicidad que tú no disfrutas no hay otro que vaya a aprovecharla. No le estás robando nada a nadie. Podrás colaborar en la felicidad de otros, pero la tuya es tuya. La buena gente a veces se siente incómoda disfrutando de placeres y momentos a los que otros nunca tendrán acceso. Pero la felicidad es relativa y lo que a unos les parece un placer puede que a otros les resbale. Así que saborea tu momento sin dejar de ser altruista y buena gente.
Seamos compasivos por un momento, con nosotros y con los demás. Dejemos que la serenidad entre por la puerta sin que la culpa nos lleve a saltar por la ventana. Pensemos con gratitud que merecemos todo lo bueno que nos rodea, sin más, sin haberlo tenido que ganar. Está ahí, para nosotros, aprendamos a disfrutarlo y compartirlo.
Así que empieza a pensar ¿cómo puedo disfrutar más de mi año?, ¿a qué puedo sacarle todo el jugo?, ¿qué es lo que no quiero dejar pasar?, ¿a qué no quiero renunciar?, ¿a qué puedo prestarle más atención?
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