Partamos de un hecho para no ofender a nadie: a los organizadores del Azkena Rock Festival (ARF) poco hay que reprocharles excepto que cobrar tres euros por un vaso de kalimotxo parece un poco excesivo, y que este año las chicas han tenido problemas para evacuar en condiciones. Seguro que habrá poderosas razones económicas que justifiquen lo primero y de lo último cabe deducir que en esta edición ha habido más feminas en un festival que durante años ha sido lo que vulgarmente se conoce como un "campo de nabos". O, de forma más fina: es una alegría que por fin el rock deje de ser patrimonio casi exclusivo de patilludos que orinan de pie.