1.000: El broccolflower.
977: El olor de la gasolina.
954: El pelo mojado por la lluvia.
911: Cuando te llevan el desayuno a la cama.
898: Jugar a videojuegos retro.
881: Cuando, jugando al Monopoly, alguien cae en el hotel que acabas de construir.
858: El otro lado de la almohada.
836: Cuando pulsas el botón y el ascensor ya está allí.
722: Mirar a la gente mayor haciendo aquagym.
En junio de 2008, Neil Pasricha —un “viejo chaval canadiense de 30 años, con un nombre cualquiera y un trabajo normal de 9.00 a 17.00, que debería ir más al gimnasio”, según sus propias palabras— necesitaba encontrar una razón para sonreír: en pocos días lo había dejado con su mujer, se había mudado a un apartamento más pequeño y su mejor amigo había caído en depresión. “Mi vida se estaba viniendo abajo”, cuenta Pasricha por e-mail.