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20 jul 2010

El arte de Tom Wolfe

Por: Xavi Sancho

Tomwolfe1

“Cualquier obra de arte que pueda ser entendida es la obra de un periodista”. (Tristan Tzara)

Dentro de la colección Otra vuelta de tuerca, Anagrama reedita, juntas y con prólogo de Óscar Tusquets Blanca, dos de los títulos de no ficción más celebrados de Tom Wolfe. La palabra pintada, editado por primera vez en 1975, y ¿Quién teme al Bauhaus feroz? —algo desafortunada traducción del, por otra parte, algo incómodo de traer la castellano From Bauhaus to our house—, que vio la luz seis años después, conforman esta magnífica edición. Se lee de una sentada y tiene la gran virtud de no dar nada por sentado. En La palabra pintada, el señor que inventó el nuevo periodismo por casualidad le da con fruición a los ismos y a todos esos istas que pululan a su alrededor. A partir de ellos, las ciudades se llenaron de creadores con la mirada extraviada y elaboradísimas coartadas para su fracaso.

Wolfe percute contra toda esa serie de movimientos que existen desde la teorización y el posicionamiento intelectual, convirtiendo a la misma obra de arte en una mera confirmación de la teoría. Son los críticos los que marcan el camino, no los artistas, dice el autor. Confiesa el norteamericano que, “hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro”. Y reproduce algunas de las más hilarantes afirmaciones que salieron de las mentes preclaras de los críticos Greenberg, Steinberg y Rosenberg. Suyas fueron perlas como “todo arte profundamente original parece feo al principio” (se adelantaron a Lady Gaga, menudos cracks) o “es la tensión inherente a la falta de relieve construida, recreada en la superficie” (si se repite la frase tres veces en voz alta se puede ver a Albert Serra).

Tom-wolfe 

Se olvida Wolfe de las teorías conspirativas que otorgan a la CIA la paternidad sobre el expresionismo abstracto yanqui en favor del realismo social (con esto y un chicle, Oliver Stone monta una miniserie) que empezaba a calar entre los nuevos artistas occidentales y que la agencia veía como un germen del comunismo por su preponderancia en aquellos tiempos en la URSS y China. Vista la enorme vacuidad y el inenarrable cripticismo de algunas de las afirmaciones que generaron algunos de estos movimientos, no parece nada descabellado que fuera alguien de la Agencia quien los promoviera (MIA asiente toda revolucionaria mientras pide otra botella de Bollinger).

Del cubismo a la bidimensionalidad, pasando por el action painting, el marco como fin y “aquella espesa y fuliginosa falta de relieve me captó con su embrujo…”. Tal vez haya hoy todavía gente que crea en esta forma de articular la bohemia y teorizar el arte, tal vez haya hoy gente que piense que este tipo de discurso está superado. Tal vez todos nos equivocamos, es lo que tiene la era del eclecticismo, que, al final, no es más que cobardía agnóstica.

Tomwolfe

Por mucha razón que lleve Wolfe en su intento de desenmascarar cierta impostura, lo cierto es que, en la posterior edad del “todo para todos”, al tratar de huir de la teorización por elitista, puede que nos hayamos abocado a una forma de análisis del arte basado en clicar en el botón de me gusta de Facebook. Entre las catedrales de sonido que dominaban las críticas musicales de los noventa y aquello de “la canción cuatro es buena” que nos encontramos hoy sólo es posible que exista la hoja de prensa, el medio de comunicación convertido en medio de difusión.

¿Para qué demonios comerse la cabeza o intentar meterse en la del artista cuando la hoja de prensa ya lo hace por nosotros? Y es que vas a un desfile y en el dossier te explican hasta los calzoncillos que llevaba el diseñador la mañana en que se levantó, encendió el televisor, vio una noticia sobre Sierra Leona y decidió crear una colección inspirada, en partes iguales, por el cambio de parámetros estéticos provocado por los modelos Bravia de Sony, el retorno del calzoncillo boxer y los colores del atardecer en Magburaka. Increíble cómo ha sabido combinar tecnología, cotidianeidad y responsabilidad geoestratrégica. La palabra vestida, pues. Luego, te enseñan la colección y, claro, no ves nada de eso. Pero no quieres quedar como un idiota insensible, o algo peor: un aguafiestas. Aquí nos queremos todos demasiado como para decirnos las verdades. Entonces, escribes sobre atardeceres en Sierra Leona y su futura e imparable influencia en la ropa interior masculina. Se lo mandas al editor y llamas a tu psicólogo para darle la voz de alarma: “¡Necesito verte ya! ¡He vuelto a mirar debajo de la cama!

Por su parte, ¿Quién teme a la Bauhaus feroz? Utiliza el mismo estilo irónico que La palabra pintada, pero esta vez dispara en contra de las camarillas arquitectónicas centroeuropeas y de cómo el poder subyugador que la cultura del viejo mundo aún ejercía sobre una América económicamente poderosa, pero culturalmente algo acomplejada, terminó provocando que unos tipos que querían empezar de cero, aborrecían todo lo burgués y aspiraban a construir edificios limpios de todo ornamento para sublimar la bondad inherente al obrero, se adueñaron de la cartera de las élites económicas más potentes del planeta. Maravillosa paradoja.  Golazo en propia meta del que el capital aprendió. En el siguiente córner colocó a un artista rebelde y No Logo a defender el primer poste de su target adolescente.

Lo que pasó es que Gropius y los suyos se encontraron con una sociedad yanqui que no funcionaba bajo los mismos parámetros que la europea. No había orgullo obrero y no se entendía burgués en los mismos términos. Así, sus bloques de pisos sociales los habitaron empresarios o quedaron directamente vacíos, porque los obreros ya se habían comprado una casita con jardín y garaje para la lancha en las afueras. Mientras, los más ricos pagaban por que estos teóricos de De Stijl o Bauhaus les construyeran grandes edificios espartanos. Si no llega a ser por Reagan, debe hoy pensar Wolfe. Lo que hace de nuevo especial este volumen del autor es su desprecio por el cenáculo y la camarilla. Por el estar dentro, por el ser parte de un grupo que es el que dicta las normas y, en muchas ocasiones, solo eso. El viejo Tom es un clasicista, pero uno rematadamente inteligente y mordaz.

Treinta años después, los arquitectos son estrellas del rock (Norman Foster pone de moda edificios con grandes ventanales desde los que se puedan lanzar los nuevos televisores de pantalla plana), los artistas, empleados a tiempo parcial de firmas de cerveza que se sirven de ellos para dotarle de cierto pedigrí estético y hasta transgresor a su producto (Tracy Emin llena su famosa cama de botellines), y los críticos, bueno, de los críticos, al contrario de los que Wolfe llega a vaticinar —en el futuro, dice, serán más reconocidos que los propios artistas—, no se acuerdan ni sus madres. Hace años que abandonaron la pretensión de ser tan memorables como los trabajos que criticaban y decidieron unirse en camarilla a esos artistas que les sacan cervezas gratis.


Minutos musicales...

Lou Reed y John Cale entierran el hacha de guerra y se marcan un disco de homenaje a Andy Warhol en el disco Songs for Drella. Trouble with classicists es un bonito homenaje a los iconoclastas del mundo. Los subtítulos en francés quedan que ni pintados. Wolfe dice no.

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Hay 10 Comentarios

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Genial. Sólo me falta entenderlo. Como a Wolfe.

Genial. Sólo me falta entenderlo. Como a Wolfe.

Fabuloso, Xavi. De lo más divertido y ácido que he leído en mucho tiempo. Sin duda es usted un avezado lector de Wolfe

excelente artículo, y eso que puestos a criticar wolfe no deja tampoco títere con cabeza a los nuevos ricos del sur americano, charlie croker en "todo un hombre" es un claro ejemplo de ello. En fin, Tom Wolfe es una referencia a la que volver.

excelente artículo, y eso que puestos a criticar wolfe no deja tampoco títere con cabeza a los nuevos ricos del sur americano, charlie croker en "todo un hombre" es un claro ejemplo de ello. En fin, Tom Wolfe es una referencia a la que volver.

excelente artículo, y eso que puestos a criticar wolfe no deja tampoco títere con cabeza a los nuevos ricos del sur americano, charlie croker en "todo un hombre" es un claro ejemplo de ello. En fin, Tom Wolfe es una referencia a la que volver.

Excelente!!!! Ojalá hubieran más periodistas como Ud. Sr. Sancho!!!! Leerlo es una alegría para el alma y el cerebro!

Excelente!!!! Ojalá hubieran más periodistas como Ud. Sr. Sancho!!!! Leerlo es una alegría para el alma y el cerebro!

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El consumo pop y sus efectos secundarios. Un repaso indiscriminado a lo más ingenioso, llamativo, ridículo o aburrido de la industria del entretenimiento poniendo el acento en lo peculiar, pero sin renunciar a lo olvidable.

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