Mi experiencia personal con los concursos de ballet es más negativa que otra cosa; nunca he salido satisfecho de ver uno. He estado en muchos, a veces de jurado, otras como observador y/o como periodista. Pensando aún que son necesarios, siempre dudo y de los que mejor impresión me han quedado son los de Lausana (Suiza) y Varna (Bulgaria), pero por razones diferentes. Hace unos años, hablando con la bailarina y pintora rusa Elvire Krémis (Bielorrusia, 1923 – Vevey, 2007) y su marido el suizo Philippe Braunschweig (Neuchâtel, 1928 – Vevey, 2010), fundadores del “Prix de Lausanne” (1972) que se celebra anualmente, surgió la conversación sobre ingratitudes, carreras torcidas y obviamente, las de éxito.
Este tema de conversación se repitió en la última visita que hizo en 2009 el señor Braunschweig a Madrid; estuvimos sentados toda una tarde en un saloncito de un hotel frente al Congreso de los Diputados de Madrid intercambiando nuestros pareceres al respecto; en ese último viaje, también visitó a Víctor Ullate, al que lo unía una antigua amistad. Desde hacía unos años, Philippe con su experiencia y sensibilidad, quería dar un giro al concurso y a sus fines; algo logró, pues estaba centrado en el retiro, en qué pasa con los bailarines cuando se les acaba su corta carrera, dónde está su suerte y su futuro tras el esplendor de las tablas, así como su sustento y sus garantías de una vida confortable. No tuvo tiempo de dejarlo todo atado: murió en abril de 2010. Él y Elvira se habían casado en 1953 y vivieron en “La Maison Turque”, una mítica casa diseñada por Le Corbusier en La Chaux-de-Fonds. En una conferencia en la Universidad de Lausana en 1990, Braunschweig dijo: “Los bailarines, como los atletas, no reciben el respeto que merecen de la sociedad y a veces de la historia; se encuentran en una situación ambigua y su estatus en la sociedad no está claro”. No estaba comparando directamente el alto deporte de competición con la danza, sino los factores y la incidencia del tiempo social en ellos, pues es vedad que hay cosas comunes a ambos. Esta preocupación también estaba muy presente en el ex bailarín. maestro y coreógrafo Ivo Kramer (Estocolmo, 1921 – Gothenburg, 2009) que llegó a fundar una residencia para ex bailarines y artistas de la danza sin recursos en el sur de Suecia; recibí esa historia de primera mano, me la relató su hermano, que estaba casado con Barbara Thiel-Cramér (que a su vez era bailarina y escribió un interesante libro con glosarios de iniciación al baile flamenco y la danza española). Esa tarde, en las afueras de Estocolmo, estaba con nosotros Birgit Cullberg. No hay nada parecido en nuestro ámbito ni en todo el sur de Europa.