La última vez que encontré a Serge Lifar (Kiev, 1904 – Lausana, 1986) fue para entrevistarle con ocasión del estreno de un espectáculo de sus coreografías por el Ballet de Nancy; un año antes lo había conocido en París y me había regalado un libro. La preocupación personal y el interés de Helene Trailine por que no se olvidara ni se perdiera el repertorio francés de Lifar, y la sensibilidad de Jean-Albert Cartier (ambos dirigían entonces el Ballet de Nancy) los llevó a la aventura de aquel “Programa Lifar”, que reunía tres obras emblemáticas: “Fedra”, “Aubade” y “Suite en blanc”. En aquella ocasión, Helene Trailine me dijo en declaraciones a este periódico: “Para este espectáculo hemos trabajado mucho tiempo investigando con los testigos que quedan de la época de los estrenos, trayendo al propio Lifar para que supervise los últimos ensayos e invitando a los mejores intérpretes disponibles para esas piezas; por eso está aquí la Plisetskaia. Nos parece importante que los jóvenes tengan acceso a esta parte reciente de la historia de la danza”. Después del ensayo general, Plisetskaia me comentó: “Fedra es un ballet que me permite expresarme en profundidad; creo que Lifar hizo un ballet que no se olvidará”. Su intuición acertaba a medias. Hace poco, fui a la Ópera Garnier a ver la reposición de estas piezas; y tristemente, parte de público, entre ellos los nuevos balletómanos parisienses de pro, se reían a mandíbula batiente de la pantomima y del estilo de “Fedra”. Ante tal desconcierto, tengo recuerdos valiosos de Lifar, le brillaban los ojos cuando hablaba de Nina Viroubova: “Vaya a verla a Troyes, tiene una memoria prodigiosa”. A Lifar a veces ya le fallaba la memoria en Nancy, con detalles como llamar al director musical “maitre d’hotel” (en lugar de “maitre d’orchestre”), pero pasamos unos días maravillosos. A Maya Plisetskaia además de entrevistarla para el suplemento dominical, se le hizo una sesión de fotos en el Museo Gallé, rodeada de vidrieras y vasos modernistas. Cuando Helene, Lifar y Maya hablaban en ruso, por lo general terminaban entre risas. Helene defendía “Fedra” como una obra importante, con los diseños de trajes y decorado de Jean Cocteau (en origen, en 1950 llevaba también unos telones fotográficos de Brassai, que en su momento era el no va más). “Suite en blanc” sigue siendo tan difícil de bailar hoy como el primer día: no conozco un bailarín o una bailarina que hablen relajadamente de esta obra. Para Lifar, era el resumen de su decálogo estético y batallaba por la preeminencia del material coréutico sobre el musical. Y este fue también uno de los temas de conversación cuando volví al Beau Rivage de Lausana a entrevistar a su viuda, Lillian de Ahlefeld-Laurvig (1914-2008), la condesa danesa que mantenía aquel enorme vaso lleno de rosas amarillas frescas frente al óleo del bailarín vestido de Albrecht. Lillian me recibió toda de negro y todavía en un ambiente de luto y de pérdida, contándome sus planes para mantener viva la memoria de su héroe a través del premio que llevaría su nombre y de una fundación. Lifar la había conocido en a finales de los años 50 y la llamaba “mi ángel guardián”. Están enterrados juntos en el cementerio ruso de Sainte Genevieve des Bois. Allí también está la tumba de Nureyev. Esta fotografía es de Jesús Castañar y pertenece a la serie de retratos que hizo a Lifar en el foyer de la Ópera de Nancy el mismo día de la entrevista.