Todavía recuerdo con claridad la primera vez que vi bailar a Ana Laguna (Zaragoza, 1954) y también la última, recientemente en Madrid junto a Mijail Barishnikov (en el Matadero una nube de funcionarios y representantes me impidieron pasar a saludarles tras la función). Entre ambas funciones hay 30 años pero la impresión que me ha dejado es igual de poderosa y de profunda. Ana es una bailarina especialmente importante en mi percepción del ballet contemporáneo. La primera vez que me senté en una butaca para la “Giselle” que creara Mats Ek para ella, confieso que iba desconfiado y hasta reticente, pero a los pocos minutos de su entrada en escena, esa sensación desapareció para dar paso al asombro y la entrega, a la inmersión total en lo que era capaz de decir y transmitir con su trabajo, su arte. Luego vi su “Lago de los cisnes” y antes había visto “Bernarda”, obras potentes que justifican la aventura de versionar clásicos del propio ballet o del teatro. Laguna ha sido la musa de Ek, y esto no es un tópico. Ese encuentro providencial entre ambos es parte de la historia del ballet de nuestro tiempo, de su zona más sensible, productiva y humana, y esa es la que más me interesa. Después he encontrado a Ana Laguna en muchos sitios (Lyón, Milán, Madrid), siempre bailando o montando ballets y siempre con un entusiasmo por lo que hace que desborda cualquier descripción. Una vez en Zaragoza hablamos largo sobre la didáctica del ballet y el futuro, y de esa charla también aprendí. Tiene las ideas muy claras y esa claridad en ese campo es la misma que transmitía sobre el escenario. Estoy hablando de verdad, la verdad esencial que debe aportar cualquier escena de danza. En 1992 el Cullberg estrenó “Carmen” y la obra vino después a los fastos de la Exposición Universal de Sevilla de ese mismo año. Entonces escribí: “Laguna está brillante. De cada mil bailarinas, una es así de verdadera. Lo de su potencia, aún intacta, es un milagro”; recuerdo que el vestuario no me gustó nada, pero era secundario. Esa Carmen le valió un premio Emmy en 1995. Ana había llegado a Estocolmo en 1974 vía París, y en 1980 probó suerte en La Haya, pero estuvo solamente una temporada en las filas del Nederlands Dans Theater regresando a Suecia en 1981 y por fin en 1993 ella deja la que era su compañía matriz, el Cullberg, donde en sus inicios allá por 1977 había hecho también un importante ballet montado por el propio Béjart: “Sonate à Trois” (Bartok). Ahora he sabido que Ana Laguna en breve estará de nuevo en la Ópera de París montando “Miss Julie” (“Fröken Julie”), el ballet creación de su suegra, Birgit Cullberg en 1950 y que estrenara Elsa Maria von Rosen (con los diseños escenográficos del también crítico Allan Fridericia). Ana Laguna bailó en 1981 este papel con Rudolf Nureyev, que siempre se mostraba agradecido al recordar la ayuda de Ana como colega y partenaire; tuvieron poco tiempo para preparar aquella función y eso es también historia. Es una feliz noticia que este ballet reviva, y creo que no hay nadie mejor para montarlo. Esta fotografía promocional de Lesley Leslie-Spinks acompañó la crítica del estreno de “Carmen” por el Cullberg Ballet en la Dansens Hus de Estocolmo.
Hay 0 Comentarios