El talento en ballet tiene sus misterios, y es seguro que no se mide por la estatura. Iván Vasiliev (Vladivostock, 1989) no tiene la planta de un bailarín noble (como Barishnikov, con quien ya se le compara), pero, a la vez, sería larguísimo enumerar sus muchas y excelentes cualidades para la danza, y sobre todo, lo que es capaz él mismo de dar en escena. En una reciente entrevista a un diario británico decía, sintetizando sobre sí mismo y su baile, que “no es sólo la técnica, cuenta mucho el espíritu sobre el escenario”. La historia de este poderoso artista empieza en los confines de su país, Rusia (de donde era también el actor Yul Brynner), y de que, con apenas 4 años, le montó a sus padres una sonora protesta para que lo llevaran a las clases de baile folclórico de su hermano mayor. Estudió primero en Dnepropetrovsk y se graduó en 2006 en el aula de Alexander Koliadenko en el conservatorio de Minsk (a iniciativa suya lo presentó en el Festival Nureyev de Kazán), en cuya Ópera llegó a bailar su primer “Don Quijote”. Calificado como un prodigio y multipremiado en Varna y Moscú, ese mismo año entró en el Ballet del Teatro Bolshoi. Cuando en enero de 2008 la compañía moscovita llevó “Espartaco” al Palacio Garnier de la Ópera de París, Ivan aparecía al final del programa de mano con una foto minúscula (y sin biografía), entre los solistas (su novia, y hoy su mujer, Natalia Osipova, recibía entonces el mismo tratamiento). El rey triunfal de esa gira a París fue el cubano Carlos Acosta. Pero, al volver a Moscú y con solo 19 años, Iván se convirtió en el más joven Espartaco de la historia del ballet ruso; su primera salida al extranjero con este rol fue al Teatro Real de Madrid, donde hizo aquella función memorable del 5 de septiembre de 2009 (y creo recordar también que hubo espectadores que se quedaron sin verle porque habían comprado las entradas para otra función, ese día debía bailar Dmitrichenko y a última hora se cambiaron los elencos). En 2010 se reconfirmó su señorío en Bolshoi como primer bailarín con un nuevo “Don Quijote” y en 2011 se fue con Osipova al Teatro Mijailovski de San Petersburgo donde los esperaba otro ballet de tema español: “Laurencia”. Iván era el Frondoso y Natalia la Laurencia del ballet inspirado por “Fuenteovejuna” de Lope de Vega: sencillamente brillantes. Fui a Londres hace poco para verle bailar, siempre con Osipova, “Llamas de París” con el Bolshoi en la nueva versión de Ratmanski. Como en Madrid, se robó la función, y no sólo por los saltos, los giros, la manera de levantar a la bailarina sin aparente esfuerzo, sino además, por su espíritu, su entrega arrobadora; como muestra, un botón glorioso: buscar el Youtube “Le jeune homme et la mort” (de Roland Petit). En directo es electrizante. Cuando se le conoce, todo el mundo dice que Iván, ya uno de los grandes de nuestra época, es un optimista nato, con la sonrisa de oreja a oreja siempre, colaborador y positivo. Ahora está como bailarín principal en el American Ballet Theatre de Nueva York, donde ha hecho memorables veladas de “Coppélia” y de “Don Quijote”, su ballet emblema por el mundo. Cuando ya había jurado no coleccionar nada más (y mucho menos zapatillas usadas de bailarines célebres) no me pude resistir y después del estreno del “Espartaco” en el Teatro Real de Madrid se las pedí a Ivan Vasiliev. Algo me decía que debía tenerlas junto a las del otro Vasiliev (Vladimir, el primer Espartaco en la coreografía de Yuri Grigorovich).