Hace un tiempo, Alastair Macaulay, el crítico de danza y ballet de The New York Times publicó un largo artículo bastante incendiario sobre este tema, y de aquello, que me pareció de muchísimo interés y actualidad, me hice eco en este diario. Lejos de quedar en una estéril polémica pasajera, de alguna manera esta pregunta y sus colaterales argumentos flota en el ambiente; no desaparece la pregunta sino que se amplia a tenor de lo que se ve por ahí y de lo que se anuncia que vendrá. Lo primero que tendría que ser revisado es el concepto mismo de repertorio, su alcance y sus valores. La comparación con la música sinfónica no es ociosa. No por mucho experimentar en el terreno sonoro se deja de tocar Beethoven. Tampoco en el teatro musical se deja de representar Verdi o Wagner a pesar de que hay un pujante movimiento renovador operístico, tanto en la nueva creación como en las maneras de representar ese gran repertorio, esa herencia que son los cimientos del género. El ballet académico se sustenta (y se enseña) a partir de sus valores más estables, su escolástica discurre ejemplificada por ese repertorio propio, que si bien se ha hecho magro en el tiempo, reviste una importancia capital. No sobra decir que esto va desde los grandes títulos hasta los pequeños fragmentos o variaciones que han sobrevivido al tiempo. Explicaba Balanchine que en cuanto al repertorio del ballet lo olvidado bien olvidado estaba, que la criba implacable del tiempo ejercía esa selección natural de qué debía permanecer y lo que no, consideración que se aplicaba tajantemente a sí mismo. Se puede estar o no de acuerdo con esto, evidentemente, pero la recuperación filológica de los ballets olvidados hasta ahora no ha dado frutos perdurables y sí muchos grandes gastos en producciones de ocasión, asunto sobre el que volveré en otras entregas sucesivas. Lo principal es que hay que defender, por instinto y por intuición, por cultura y por devoción, que el repertorio no está muerto, sino muy al contrario, vivo y en evolución. Pero al mismo tiempo hay que entender que la substancia que se defiende no es extática sino dinámica y en cierto sentido cambiante. Quiere esto decir que el que defiende (y representa) esos clásicos de repertorio debe seleccionar cuales elementos, desde los pasos al estilo, desde la indumentaria al canon plástico, deben permanecer y ser la médula perviviente que garantice la representación mejor y la transmisión con resultados apreciables. El repertorio del ballet no está muerto, pero sí en peligro. Su manipulación espuria, los montajes poco informados y la propia asunción del desmadre exhibicionista con la técnica balletísitica, son algunos de los asuntos que se convierten en arma arrojadiza y en riesgos. El repertorio es un instrumento referencial de cultura, una biblioteca de consulta obligada. En su fondo (y en su forma) están todos los elementos de progresión sobre los que se ha avanzado y especulado siempre. La mejor prueba es que la mayor aspiración de una obra nueva es pasar a ser eso: repertorio, y con el tiempo, llegar a tener la consideración de un clásico. En el siglo XX estabilizamos la criba de los materiales del siglo XIX; en este siglo XXI toca lo mismo con respecto a los del XX, una cristalización, por facetas, que ya está en marcha. En la imagen, un relieve de Antonio Canova.