Entre 1918 y 1921 Loïe Fuller da un giro a su aparato creativo y reorganiza la compañía, llegando a producir un filme con argumento. Terminada la guerra cuaja el proyecto de “La Lys de la Vie”, un ballet surrealista y fantástico (también filmado) y basado en una historia feérica escrita por María de Rumanía; nada substancioso de esa obra ha sobrevivido, pero las crónicas hablan de manos y cabezas que volaban solas y muchos efectos luminosos. Gracias a los esfuerzos de su representante y amante, Gabrielle Bloch (que procedía de una familia de banqueros parisienses y además aportó la financiación de la agrupación), Fuller y un grupo más reducido siguió dejándose ver por todas partes, y ya en 1922 vuelve a la coreografía del solo expresivo, una etapa que se extiende más de tres años con títulos como “L’Homme au Sable”; “L’Ombres Gigantesques” (también llamado “La Danse de la Sorcière”) y “La Grande Voile” (que se publicitaba como “La Mer”). Ya no era una novedad, pero seguía teniendo público y recibiendo crónicas algunas más elogiosas que otras, donde se hacía notar que era una mujer de 64 años a la que se reconocía una labor pionera, conciliando la admiración de simbolistas y de futuristas, y de hecho fue ella la que redirigió las carreras (intuyó el talento) de Sada Yakko (introductora de la tradición japonesa en la modernidad junto a su pareja Kawakami Otojiro), Maud Allen, Ruth St.Denis e Isadora Duncan. Ya por fin en 1924 se había realizado su sueño de abrir un museo en San Francisco, lo que hizo al alimón con algunos colaboradores locales en el Palacio de La Legión de Honor, y que también declinó al olvido. En enero de 1926 a Loïe la operan para quitarle un quiste de gran tamaño en uno de sus senos y fue diagnosticada de padecer un carcinoma extendido, con toda probabilidad, producido por la exposición a productos radiactivos (ella misma pintaba a mano sus ropajes con las tinturas de estroncio). En 1926 se embarca con tropa en el Queen Marie para una gira por los Estados Unidos que no resulta, y en Nueva York, una serie encadenada de fracasos que la hacen volver a París, debilitada pero con una mente aún en ebullición, hasta el punto de comenzar un filme basado en el cuento “Der Sandmann” de E. T. A. Hoffmann (el mismo texto literario que sirve de argumento base al ballet “Coppélia”), pero varias recaías la postran en el lecho el 27 de diciembre y seis días después muere por una neumonía. Había expresado que quería ser cremada; los obituarios fueron numerosos y la legión de imitadoras (y seguidoras bajo su influencia) seguía presente, desde Sent M’Ahesa a Grete Wiesenthal. George Arout cita a André Levison (decano de los grandes críticos franceses de su tiempo): “Su dominio sobre la sombra y la luz constituye su verdadera conquista”. A lo que se puede añadir la muy repetida alusión de Mallarmé: “Una bailarina no es una mujer que baila (…) Por las siguientes razones yuxtapuestas de que no es mujer sino metáfora, que resume uno de los aspectos de nuestra forma, espada, copa, flor y de que no baila sino que sugiere, gracias a una escritura corpórea, lo que interminables párrafos de prosa apenas lograrían expresar”.
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