Por Pies

Sobre el blog

Un espacio para la reflexión y la crítica de la danza y el ballet. Su historia y avatar en el mundo global, los cambios estéticos y los nombres propios en una escena universal y dinámica. Ballet clásico, moderno y contemporáneo; danza actual y teatro-danza; ballet flamenco y danza española; festivales, teatros y compañías, diseños, música y tendencias; los grandes coreógrafos junto al talento emergente. La DANZA es una y así debe glosarse y ser estudiada desde todos sus ángulos, como verdadera materia de cultura.

Sobre el autor

Roger Salas

es el crítico de danza y ballet del periódico EL PAÍS desde hace 28 años, con una breve pausa cuando participó en la aventura de la revista "EL GLOBO"; nació en Holguín (Cuba) en 1950, estudió piano y presume de autodidacta. Emigró a Europa en 1982 y ha publicado dos libros de cuentos, una novela y varios ensayos sobre ballet, ciencia coréutica y danza española. Roger cree, como dijera Maya Plisetskaia un día, que "la danza salvará al mundo".

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Cumpleaños de Loïe Fuller (y IV)

Por: | 16 de febrero de 2014

Entre 1918 y 1921 Loïe Fuller da un giro a su aparato creativo y reorganiza la compañía, llegando a producir un filme con argumento. Terminada la guerra cuaja el proyecto de “La Lys de la Vie”, un ballet surrealista y fantástico (también filmado) y basado en una historia feérica escrita por María de Rumanía; nada substancioso de esa obra ha sobrevivido, pero las crónicas hablan de manos y cabezas que volaban solas y muchos efectos luminosos. Gracias a los esfuerzos de su representante y amante, Gabrielle Bloch (que procedía de una familia de banqueros parisienses y además aportó la financiación de la agrupación), Fuller y un grupo más reducido siguió dejándose ver por todas partes, y ya en 1922 vuelve a la coreografía del solo expresivo, una etapa que se extiende más de tres años con títulos como “L’Homme au Sable”; “L’Ombres Gigantesques” (también llamado “La Danse de la Sorcière”) y “La Grande Voile” (que se publicitaba como “La Mer”). Ya no era una novedad, pero seguía teniendo público y recibiendo crónicas algunas más elogiosas que otras, donde se hacía notar que era una mujer de 64 años a la que se reconocía una labor pionera, conciliando la admiración de simbolistas y de futuristas, y de hecho fue ella la que redirigió las carreras (intuyó el talento) de Sada Yakko (introductora de la tradición japonesa en la modernidad junto a su pareja Kawakami Otojiro), Maud Allen, Ruth St.Denis e Isadora Duncan. Ya por fin en 1924 se había realizado su sueño de abrir un museo en San Francisco, lo que hizo al alimón con algunos colaboradores locales en el Palacio de La Legión de Honor, y que también declinó al olvido. En enero de 1926 a Loïe la operan para quitarle un quiste de gran tamaño en uno de sus senos y fue diagnosticada de padecer un carcinoma extendido, con toda probabilidad, producido por la exposición a productos radiactivos (ella misma pintaba a mano sus ropajes con las tinturas de estroncio). En 1926 se embarca con tropa en el Queen Marie para una gira por los Estados Unidos que no resulta, y en Nueva York, una serie encadenada de fracasos que la hacen volver a París, debilitada pero con una mente aún en ebullición, hasta el punto de comenzar un filme basado en el cuento “Der Sandmann” de E. T. A. Hoffmann (el mismo texto literario que sirve de argumento base al ballet “Coppélia”), pero varias recaías la postran en el lecho el 27 de diciembre y seis días después muere por una neumonía. Había expresado que quería ser cremada; los obituarios fueron numerosos y la legión de imitadoras (y seguidoras bajo su influencia) seguía presente, desde Sent M’Ahesa a Grete Wiesenthal. George Arout cita a André Levison (decano de los grandes críticos franceses de su tiempo): “Su dominio sobre la sombra y la luz constituye su verdadera conquista”. A lo que se puede añadir la muy repetida alusión de Mallarmé: “Una bailarina no es una mujer que baila (…) Por las siguientes razones yuxtapuestas de que no es mujer sino metáfora, que resume uno de los aspectos de nuestra forma, espada, copa, flor y de que no baila sino que sugiere, gracias a una escritura corpórea, lo que interminables párrafos de prosa apenas lograrían expresar”.

Cumpleaños de Loïe Fuller (III)

Por: | 11 de febrero de 2014

Fuller3.toulouse_lautrecTras una cantidad de acontecimientos privados y públicos, artísticos y circunstanciales, Loïe Fuller llegó al año 1900 muy reconocida y su influencia se desplegó sobre personalidades renovadoras de la escena como Adolphe-François Appia y Gordon Craig. Como explica muy bien Sommer, de varias maneras se la aceptó en su tiempo e inmediatamente después como una de las fundadoras seminales de la danza moderna. Es precisamente en 1900 que el arquitecto emblemático del Art Nouveau Marcel Sauvage diseña para la Exposición Universal de París el legendario y efímero “Le Théâtre de Loïe-Fuller”, donde nuestra artista presentó a la bailarina y actriz japonesa Kawakami Sadayakko (conocida como Sada Yakko) ante un “público embelesado” entre las que estaban Ruth St Denis e Isadora Duncan. Ya en 1901 Fuller y Duncan se conocen e Isadora es reclutada para el “Ballet de Lumière”, con una gira que las lleva a citarse en Berlín para continuar a Viena y Budapest con todo el grupo; esta etapa influyó decisivamente en la estética y la personalidad de Duncan, que abandona el empeño antes de un año y provoca un enfado monumental de la Fuller, que la acusa de usar sus descubrimientos y sus contactos en el ámbito teatral europeo. Pero la vida la compensa de otra manera: ese mismo 1902 Fuller conoce a la princesa Maria de Rumanía, que se convirtió en su inseparable hasta 1913. En 1903 vuelve triunfante a Norteamérica cargada con sus esculturas de Rodin (sueña ya con hacer un museo en San Francisco), pero no es comprendida, y con las alas rotas otra vez, regresa a Europa. En esta época está presente su relación con los Curie, pero ellos no quisieron facilitarle el radium que ella pidió para unos experimentos amateurs, y la artista se lanza a crear su propia “luz fría” para insertar en sus ropajes. Y es por esto que hay hasta caricaturas de Loïe con una retorta en la mano: fue tan lejos como pudo, y probó con las sales de estroncio (le interesaba la fosforescencia). En 1904 estrena “Radium Dances” donde las telas de las vestiduras estaban impregnadas de reflejos luminiscentes. Había llegado la hora de escribir su vida, y en 1907 edita su autobiografía, metiéndose de lleno en una gran producción a caballo entre el simbolismo y el modernismo: “La Tragedia de Salomé”, para la que Florent Schmitt (un discípulo de Fauré que amaba lo exótico, y que también compuso una “Salammbô”) creó una partitura. Los hechos sucesivos dan otro giro a su vida: la muerte de su madre, la fundación de la escuela, la aspiración de una compañía numerosa. Hizo en 1909 una gira de conjunto por Nueva York, Boston, Filadelfia y Washington, pero enseguida vuelve hasta la Costa Azul francesa para una gira estival. Y ya que había explorado las danzas de luz, en 1911 comienza su serie de danzas se sombra, bailes que hacía acompañar de una selección musical que iba de Berlioz a Purcell y de Grieg a Wagner y Beethoven. Después, entran en liza los nuevos compositores: Debussy, Scriabin, Stravinski, Milhaud y Armande de Polignac (otra discípula de Faurè que compuso varios ballets de temas exóticos como “La fuente lejana” con aires persas y “La búsqueda de la verdad” con ideas chinas), que es quien la acerca tangencialmente a Marcel Proust. Estalla la guerra y Fuller sigue adelante con conciertos de repertorio a los dos lados del Atlántico. Y en ese período crea el sombrío “Sueño de una noche de verano”, largo poema escénico con sus pupilas donde se vislumbra hasta la embrionaria y aún no nominada corriente expresionista. La ilustración es una de las veces que la pintó al pastel Henri de Toulouse-Lautrec.

El País

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