Uno. Cuando todo está hecho, cerrado y consumado, manifestarse parece servir de poco. ¿Es así? Pensemos en lo que ahora ocurre con los recortes. Quienes tienen el poder y pueden cambiar las cosas ya tienen todo arbitrado. Por muchas personas que den la cara en la calle, eso no les hará cambiar una decisión. Ya veremos.
Recibieron un grueso respaldo electoral de gentes esperanzadas que casi creían en el prodigio. Pero quienes prometían cambios de hoy para mañana, merecen reprobación si los augurios les fallan. ¿La culpa la tienen los otros, los anteriores? Menudo rostro. Quienes vaticinaban una muda espiritual y un vuelco material, merecen reproche si la mediocridad es el resultado de su gestión.
Dos. La economía es también un estado de ánimo. Mariano Rajoy y sus ministros no nos han aliviado la pesadumbre. Por tanto, han fracasado pronto: ellos dijeron que tempranamente nos iban a sacar de la depresión. Alegren la cara, por Dios. Deprimidos estamos y el señor Rajoy está prácticamente desaparecido. Casi no habla. Es una esfinge.
Es que estamos en ello, estamos trabajando en ello, dirán los ministros del Gobierno central: estamos, sí, cambiando las cosas y no nos dejan precisamente quienes se manifiestan y se oponen a las transformaciones.
Decir que hay que hacer una reforma laboral mientras estás cómodamente instalado en un despacho presidencial o ministerial es un sarcasmo; decir que hay que flexibilizar cuando tú vas a tener una pensionaza es una hipocresía; decir que el Estado es rígido, cuando tú disfrutas de todo tipo de ventajas, es tener mucha cara.
¿Recuerdan a Rodrigo Rato? Pasó del Ministerio español al Mundo Mundial y de ahí a la Banca local. Recientemente hizo declaraciones como presidente de Bankia en las que pedía flexibilizar el mercado y rebajar los salarios. No quiero pensar lo que él cobra, que me mareo. Mucho rostro...
Tres. El Presidente valenciano Alberto Fabra no es un caradura. Más bien pone cara angelical mientras la estructura de su partido se derrumba y una parte de sus muchachos se hunden. Interviene y depura levemente. Si lo hiciera con más ahínco, no sería una depuración, sino una purga. Pero aquí no pasa nada.
En la Comunidad Valenciana estamos tan ricamente: estamos, sí, con el Partido Popular gobernando tropecientos años.
Acumulamos déficit y malestar. Y, sin embargo, la ciudadanía vota mayoritariamente a dicha formación. Somos así de rumbosos. Le echamos cara. Cuando éramos ricos y ahora, que estamos en crisis.
Gracias a Rafael Blasco, sabemos que el Partido Popular cambia de líderes, pero su esencia permanece: los grandes, los más grandes, continúan. Él mismo es un dirigente que se agiganta con el paso de los años. En cambio, las imágenes de Eduardo Zaplana, Francisco Camps o Alberto Fabra se volatilizan o se volatizarán.
Blasco sigue. Echándole rostro o dando la cara. Ahí lo tienen. Como siempre.
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Rafael Blasco en 1988 en una instantánea de Carles Francesc para El País: