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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

¿Qué hacemos con Joan Fuster?

Por: | 17 de febrero de 2012

Uno. La Universitat de València acaba de inaugurar una exposición dedicada a los cincuenta años de NosaltresNosaltres, els valencians (1962), de Joan Fuster.

El escritor tenía un país en la cabeza, imaginó un futuro distinto y, sobre todo, observó el pasado como si fuera un historiador. Pero la suya no era una investigación académica, sino una obra de ensayo. ¿Es acaso un género menor? No.

Captar lo que el vulgo no ve, darle forma, plantearse las preguntas que los ciudadanos no se hacen o no quieren hacerse, dar algunas respuestas: eso es un ensayo. O, si quieren, eso es una proeza.

¿Por qué? Por la implicación personal de quien lo escribe. En un ensayo, el autor no se cancela: se muestra y se enuncia, se dice y se compromete. Y eso, Fuster lo hizo con coraje, con un atrevimiento realmente llamativo. ¿Con qué resultados?

Dos. El escritor de Sueca fue un gran lector, un tipo que sabía distinguir sus fuentes, sus nutrientes: es decir, sus necesidades y sus faltas.

Probablemente por eso, no dejó de leer todo tipo de literatura, textos variados que le daban aquello de lo que él carecía. Desde ese punto de vista fue una persona cultísima. Sabía mucho, pero sabía también algo más: las muchas cosas que ignoraba.Vivió, se relacionó, cultivó los géneros más diversos y, sin duda, reflexionó.

La cultura francesa fue para él un gran auxilio: un respiro y un alivio. O una prolongación: sobre todo si pensamos en qué momento, Fuster alcanzaba la madurez intelectual, en esos años cincuenta en los que se padecían dictadura y censura. Imaginen a un hombre de letras leyendo a Jean-Paul Sartre, a Albert Camus. O a los moralistas y filósofos franceses.

También le fue de gran ayuda la correspondencia: las numerosas cartas con interlocutores lejanos, incluso muy lejanos, a los que se dirigía y que le respondían. Con ellos estableció un mundo literario de enormes dimensiones, un espacio cultural que rebasó la estrechura de la provincia, de esa provincia de los cincuenta: los exiliados catalanes, los poetas peninsulares e insulares, los letraheridos...

Gracias a la lectura, a la escritura, Fuster se hizo un mundo propio, un mundo imaginado con el que logró sobrepasar los límites de la mediocridad local.

Tres. Acabo de visitar la Exposición de la Universidad. Hay documentos de 1962, del momento justo de publicación de Nosaltres, els valencians. Y hay imágenes de aquel tiempo. Vistas ahora las fotografías de Joan Fuster y sus amigos tienen un insólito aire de modernidad, un aspecto vintage realmente atractivo. Estamos a finales de los cincuenta. Estamos a comienzos de los sesenta. Jóvenes de semblante severo y tímidamente moderno se aventuran. Hay un mundo que construir. Y hay un futuro que conjeturar. ¿Cómo salir de las estrecheces provinciales?

La geografía lingüística parece ayudar: una comunidad verbal, que es a la vez una literatura, quizá permita romper los límites. Nosaltres, els valencians es el plano del país: un proyecto virtual. ¿Qué pasará? En realidad, Joan Fuster adelanta el porvenir adentrándose en el pasado y en el terreno, y para eso se inspira en Jaume Vicens Vives, en su Notícia de Catalunya (1954). Se empeña en pensar lo que la realidad no le da. Y se interna en un País Valenciano imaginado, posible.

Les dejo a ustedes la solución o la continuación de esta historia. Yo, si me permiten, regreso a Fuster: acaban de publicarse sus ensayos literarios, tal vez lo más refinado de su escritura. Releeré páginas memorables gracias a la edición de Josep Palàcios y Antoni Furió.

La animalada de Castellón

Por: | 15 de febrero de 2012

Halcones y hurones. Leo con emoción las noticias que aparecen en la prensa sobre el aeropuerto de Castellón. Vivo en un ay. Y hay que acabar con esto, sí.

CarlosFabrayRipollesenlainauguracionDías atrás, medio en broma medio en serio, le propuse a un amigo llenar de conejos el aeropuerto de Castellón. Hay que parar la cacería que ahora se está practicando. Las autoridades aeroportuarias hechan hurones y halcones, que valen un pico.

¿Para qué hacen eso? Tradicionalmente, el hurón se emplea para la caza de conejos, pues puede adentrarse en sus madrigueras. Por su parte, el halcón es un ave rapaz temible. Ataca a toda clase de pájaros y puede incluso zamparse mamíferos pequeños. Pobres conejos.

¿Para qué echar hurones y halcones, que es lo que se viene echando?, me preguntaba. ¿Para qué arrasar el suelo y el cielo, mientras esperamos la llegada de naves o aves? No, señor. Bajemos al ras: bajemos al suelo, justamente. Hay que convertir o reconvertir o recuperar aquellas pistas. Hay que hacer de su asfalto una reserva natural. Hay que llenarlo todo de animales. Ya vale de animaladas.

Tierra de conejos. Etimológicamente, España significa tierra de conejos. Ya que no podemos estar a la última, ¿por qué no estamos a la primera?, me digo. Regresemos al origen: a aquella remota, primitiva tierra en la que habitaban y correteaban los conejos. ¿Se imaginan?

 Cuando yo era bachiller, en los primeros setenta, un profesor de Formación del Espíritu Nacional nos instruyó sobre el particular. Lo decía con orgullo: España significa tierra de conejos. Nunca supe por qué: por qué le enorgullecían  los conejos, quiero decir. O la antigüedad del solar. Yo envidiaba otras cosas más recientes: por ejemplo, la juventud de Norteamérica y su poderío militar. ¡Esos portaaviones, esos barcos, esos cazas pilotados por oficiales tan rumbosos!

En cierta ocasión, a ese mismo profesor le pregunté por los portaaviones españoles. En otros términos: ¿por qué España no tenía portaaviones? Ustedes se reirán, pero no era un asunto pequeño. Para un muchacho de doce años, el colmo del poder era esa ingeniería naval. La pregunta que yo le hacía era más o menos ésta: ¿por qué pudiendo desplazarnos por el mundo nos quedamos en el Mediterráneo? ¿Nos bastan los aeropuertos?  ¿Y esos lujosos buques de guerra que ellos tienen por qué no los tenemos nosotros? Demasiadas preguntas, ya ven.

El profesor me convenció. Hacia 1971 o así, el Mediterráneo era el teatro de operaciones; Europa era el escenario en el que se libraba el combate contra el comunismo. "Norteamérica", así la nombró, "está emplazada en otro Continente". Era normal, pues, que sus aviones, sus helicópteros, sus fuerzas aerotransportadas debieran agenciarse plataformas de despegue. España, en cambio, estaba en el centro del mundo.

¿Qué ocurre ahora? La hegemonía mundial se ha desplazado al Pacífico y el combate ya no es exactamente militar ni naval. ¿Entonces? Pues eso: que no nos hacen falta ni aparatos, ni líneas aéreas, ni portaaviones, ni azafatas, ni sobrecargos: y si mucho me apuran, tampoco necesitamos aeropuertos. Pues ya está: regresemos al origen, a lo salvaje, cuando ésta era una tierra de conejos. Oigan, aquí, el que no corre vuela.

Más temas en: Los archivos de Justo Serna

 

In medias res

Por: | 13 de febrero de 2012

Uno. Un viajante. Comienzo un nuevo blog en El País.

Muertedeunviajante

Está alojado en la sección de Comunidad Valenciana. Gracias a la amabilidad de sus responsables, aquí estoy. El blog lo titulo Presente continuo. Estará enlazado con Los archivos de Justo Serna.

¿Por qué Presente continuo? Es lo que vivimos y la impresión que nos causa aquello que vivimos: siempre nos pilla a mitad, in medias res. Todo se alarga, se ensancha. Esto es un no parar, como lo que le pasaba al viajante de Arthur Miller.

Ojalá supiera mirar como él: como el dramaturgo, quiero decir. Tengo unas gafas idénticas a las suyas. Me hago la ilusión de observar así: en toda su extensión. No se engañen, no esperen gran cosa de mi capacidad.

Ordenamos los sucesos pretéritos dándoles algún significado, alguna congruencia. Anticipamos los hechos venideros, conjeturando lo que pueda ocurrirnos. ¿Con qué fin? Con el propósito de abreviar y fijar, de afirmar y confirmar. ¿Qué cosa? Ese presente continuo, ancho, que se consume conforme acontece. Pero eso que sucede pasa en los medios. En los media. La cosa ocurre allí: es decir, aquí mismo. Y hay que nombrarla, retenerla, darle algún sentido.

Ya ven. Como soy un historiador nacido en otro siglo no puedo dejar de usar materiales viejos. Les enseño mi muestrario: referencias a autores de los años cincuenta o de otros tiempos, citas de autoridad, fórmulas latinas, locuciones ya gastadas. En fin, latinajos y otros recursos. No se asusten, que eso es la anécdota, no la categoría. Empleo las erudiciones como muleta y como constatación: el pasado, los restos, son historia inmediata del presente, están ahí fuera. Tengan mucho cuidado ahí fuera.

Y salimos fuera, sí. ¿Y qué vemos? Yo me sirvo de lo que tengo a mano: una maleta llena de mercancías menores. Como en aquella novela de Luis Landero: Juegos de la edad tardía (1989). También me veo como un comercial que mira y conjetura. Me veo como un representante que vende mercadería ajena, incluso herramientas aún útiles. Justamente: de lo ajeno me apropio para repartirlo a manos llenas. Acompáñenme en este viaje. Yo les llevo los bultos y les presento el género.

Dos. La maleta con ruedas. El primero es un artículo que publiqué días atrás en El País Comunidad Valenciana. Trata de viajes y de maletas, precisamente. O mejor dicho: trata de lo que estamos a punto de perder: el Estado del Bienestar. Habrá que preguntarse si se pueden mantener los servicios que presta. Pero sobre todo habrá que preguntarse por el despilfarro:

Maleta-vieja-web La historia no es únicamente cosa de anticuarios; tampoco es exclusivamente materia de curiosos. Saber loque realizaron los antepasados te da un objeto de comparación: te cotejas y te aventuras a partir de experiencias ajenas.

Conocer qué hicieron los antiguos nos permite establecer analogías y, por tanto, nos faculta para decidir con más conocimiento: esto es, con más datos y con más sensatez. ¿Es así? Sí, es así. Pero es algo más...

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