Uno. La Universitat de València acaba de inaugurar una exposición dedicada a los cincuenta años de Nosaltres, els valencians (1962), de Joan Fuster.
El escritor tenía un país en la cabeza, imaginó un futuro distinto y, sobre todo, observó el pasado como si fuera un historiador. Pero la suya no era una investigación académica, sino una obra de ensayo. ¿Es acaso un género menor? No.
Captar lo que el vulgo no ve, darle forma, plantearse las preguntas que los ciudadanos no se hacen o no quieren hacerse, dar algunas respuestas: eso es un ensayo. O, si quieren, eso es una proeza.
¿Por qué? Por la implicación personal de quien lo escribe. En un ensayo, el autor no se cancela: se muestra y se enuncia, se dice y se compromete. Y eso, Fuster lo hizo con coraje, con un atrevimiento realmente llamativo. ¿Con qué resultados?
Dos. El escritor de Sueca fue un gran lector, un tipo que sabía distinguir sus fuentes, sus nutrientes: es decir, sus necesidades y sus faltas.
Probablemente por eso, no dejó de leer todo tipo de literatura, textos variados que le daban aquello de lo que él carecía. Desde ese punto de vista fue una persona cultísima. Sabía mucho, pero sabía también algo más: las muchas cosas que ignoraba.Vivió, se relacionó, cultivó los géneros más diversos y, sin duda, reflexionó.
La cultura francesa fue para él un gran auxilio: un respiro y un alivio. O una prolongación: sobre todo si pensamos en qué momento, Fuster alcanzaba la madurez intelectual, en esos años cincuenta en los que se padecían dictadura y censura. Imaginen a un hombre de letras leyendo a Jean-Paul Sartre, a Albert Camus. O a los moralistas y filósofos franceses.
También le fue de gran ayuda la correspondencia: las numerosas cartas con interlocutores lejanos, incluso muy lejanos, a los que se dirigía y que le respondían. Con ellos estableció un mundo literario de enormes dimensiones, un espacio cultural que rebasó la estrechura de la provincia, de esa provincia de los cincuenta: los exiliados catalanes, los poetas peninsulares e insulares, los letraheridos...
Gracias a la lectura, a la escritura, Fuster se hizo un mundo propio, un mundo imaginado con el que logró sobrepasar los límites de la mediocridad local.
Tres. Acabo de visitar la Exposición de la Universidad. Hay documentos de 1962, del momento justo de publicación de Nosaltres, els valencians. Y hay imágenes de aquel tiempo. Vistas ahora las fotografías de Joan Fuster y sus amigos tienen un insólito aire de modernidad, un aspecto vintage realmente atractivo. Estamos a finales de los cincuenta. Estamos a comienzos de los sesenta. Jóvenes de semblante severo y tímidamente moderno se aventuran. Hay un mundo que construir. Y hay un futuro que conjeturar. ¿Cómo salir de las estrecheces provinciales?
La geografía lingüística parece ayudar: una comunidad verbal, que es a la vez una literatura, quizá permita romper los límites. Nosaltres, els valencians es el plano del país: un proyecto virtual. ¿Qué pasará? En realidad, Joan Fuster adelanta el porvenir adentrándose en el pasado y en el terreno, y para eso se inspira en Jaume Vicens Vives, en su Notícia de Catalunya (1954). Se empeña en pensar lo que la realidad no le da. Y se interna en un País Valenciano imaginado, posible.
Les dejo a ustedes la solución o la continuación de esta historia. Yo, si me permiten, regreso a Fuster: acaban de publicarse sus ensayos literarios, tal vez lo más refinado de su escritura. Releeré páginas memorables gracias a la edición de Josep Palàcios y Antoni Furió.