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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

La retórica de Mariano Rajoy

Por: | 30 de abril de 2012

Cero. Meses atrás. En octubre de 2011 escribí sobre Mariano Rajoy: concretamente sobre su libro En Marianorajoyenconfianzaconfianza (2011). Por la actitud del presidente, por sus silencios y por sus palabras, creo que conviene recuperar dicha lectura, el análisis de dichos contenidos. Al menos una parte.

En Los archivos de JS examinaba la retórica de Mariano Rajoy. Examinaba también sus fórmulas expresivas, esa prosa que emplea. El post lo titulé

Mariano Rajoy, l'uomo qualunque

Uno. ...La lectura de En confianza (2011), de Mariano Rajoy, me enfría.

Tiene doscientas cincuenta y tantas páginas. Es igual: podría tener el doble. Al leer dicha obra, uno tiene la impresión de que en lo esencial no ocurren grandes cosas. No hay picos que remontar, ni situaciones verdaderamente entretenidas. En fin, uno tiene la sensación de que nunca pasa nada. Permítaseme una metáfora socorrida: su lectura no es una travesía que depare alguna sorpresa, no. Es es la calma chicha del capitán que espera el viento favorable en el muelle. Cuando llegue, partiremos, se dice el marino. Mientras tanto, podemos matar el tiempo contando historias sencillas e incluso aburridas.  

Dos. Mariano Rajoy cuenta historias sencillas y algunas de ellas bastante aburridas, la suya principalmente: la de un hombre cualquiera que sin hacer ruido ni aspavientos es candidato presidencial. Así empieza el candidato:

"Soy Mariano Rajoy, español y gallego nacido en Santiago hace cincuenta y seis años. Estudié en un colegio público y en otro privado, en pueblos de Galicia y en León, aunque mi pequeña patria y la de mi mujer, Elvira --Viri--, está en Pontevedra y la zona de Sanxenxo. Nos casamos en la isla de la Toja, y de allí me fascinan sobre todo la inmensidad azul del mar y las mañanas con nubes y luego tan diáfanas".

¿Le fascinan sobre todo la inmensidad azul del mar y las mañanas con nubes y luego tan diáfanas? ¿Y la lluvia frecuente de Galicia también? ¿Acaso el marisco?

De joven, Mariano Rajoy se fue a Ibiza, nada menos que en autostop. Iba con unos amigos. ¿Y? Rajoy relata dicho episodio para subrayar la tolerancia de su progenitor: a pesar de que no le hacía gracia, su señor padre le permitió ese correría juvenil.

¿Y qué pasó allí? ¿Pasar, pasar? Nada, si hemos de creer lo que no dice. Mariano Rajoy va al trote abandonando rápidamente muchos episodios cuyo recuerdo podría haber sido revelador. Se limita a enumerar sin decir nada de provecho. Aunque algo se le escapa, claro.  

Tres. Una de las cosas más chocantes del libro En confianza es el autor tan cachazudo que tiene. Es prolijo en cosas que no tienen mayor interés y que cualquiera podría obtener en una enciclopedia. Así, se empeña en hablar de lo obvio (la caída del Muro de Berlín es un acontecimiento histórico, por ejemplo). Y es roñoso a la hora de dar informaciones relevantes.

¿Y cuando se extiende y encima se equivoca? Hablar del sistema político de la Restauración borbónica para decir que había dos partidos relevantes, el Conservador y Progresista (sic), es pura ganga verbal. Y esa sensación se repite en este apartado y en aquél.

En el capítulo dedicado a la educación, por ejemplo, no dice más que trivialidades: que si hay que premiar el esfuerzo, que si hay que valorar a los docentes, que si hay que exigir respeto. Muy bien, muy bien, aceptado.

Inmediatamente, Mariano Rajoy nos da un ejemplo de lo que quiere decir y de la circunstancia educativa que quiere implantar: el modelo imperante en su infancia y primera juventud, cuando los profesores mandaban y los alumnos obedecían. ¿Menciona el franquismo como marco político de aquella escuela? No, el autor no repara en ello y por tanto idealiza un sistema educativo que tenía detrás una dictadura.

¿Es que acaso Mariano Rajoy es partidario de la tiranía política? No, por supuesto. Simplemente no cae en ello o sencillamente evita el peliagudo asunto de que la educación de antaño estuviera amparada por el nacional-catolicismo y por un régimen castizo y militar.  

Colofón. Entre las afirmaciones categóricas de Mariano Rajoy escojo tres que me han impresionado. Tienen la misma naturaleza. El autor pone el énfasis en lo obvio, en la repetición o en el enunciado huero: una descripción de lo evidente con la que no podríamos estar en desacuerdo. Como indicaba más arriba, traten de darle la vuelta a estas declaraciones. No podrán...

Primera:

"Mi diseño del Estado es el de un Estado moderno, que garantiza la seguridad jurídica y la confianza de los ciudadanos..."

¿Hay alguien que postule una vuelta a las instituciones premodernas, con inseguridad jurídica y desconfianza ciudadana?

Segunda:

"Soy un buen lector, en especial de historia y de ensayo, me gusta el cine y soy apasionado de los deportes. Disfruto leyendo ensayo y novela histórica, sobre todo relacionados con la historia de España o de Europa..."

Si es un buen lector de historia y ensayo, ¿por qué inmediatamente después dice que disfruta leyendo ensayo y novela histórica? En el primer caso, repite el mismo género (ensayo); en el segundo hace sinónimos lo que son escrituras distintas: la historia y la novela histórica.

Tercera:

"Mi posición respecto al 11-M no puede ser hoy distinta a la que ya manifesté en su día. Se resume en el acatamiento de la sentencia judicial que recayó sobre el sumario de los atentados de Atocha; en el apoyo total a las víctimas, que fueron los verdaderos damnificados por el atentado, las 192 personas fallecidas, los heridos y sus familiares; y en el compromiso de poner todos los esfuerzos que estén en nuestras manos para que un acontecimiento similar no se repita en el futuro..."

He leído varias veces este extracto: en el libro y luego una vez escrito. No doy crédito. ¿Qué significa "las víctimas, que fueron los verdaderos damnificados por el atentado"? ¿Es que acaso hay otras víctimas que no sean los verdaderos damnificados? Por otra parte, hemos de suponer que todo candidato a presidir el Gobierno de España pondrá "todos los esfuerzos" que estén en sus manos "para que un acontecimiento similar no se repita en el futuro". Entonces, ¿hay algún candidato que diga expresamente que no pondrá todos los esfuerzos para que no se repita un 11-M?

En fin.

Leer el post completo y los comentarios originales: aquí.

Hemeroteca

JS, "La fantasía de Rajoy", El País Comunidad Valenciana, 19 de octubre de 2011

The Pelayos

Por: | 29 de abril de 2012

Thepelayos1Uno. Capitalismo de casino. Es un diagnóstico muy común: desde hace años no vivimos en un sistema productivo, sino en un capitalismo de casino. La fórmula no es muy rigurosa, pero resulta gráfica, ilustrativa.

Las corporaciones económicas logran éxito si controlan la caja, las apuestas y el azar (ese mercado regulador y autorregulador). Frente a los grandes especuladores o frente al poder económico, la gente modesta sobrevive malamente, obteniendo como mucho alguna ganancia. El destino, sin embargo, es obvio: siempre gana la banca.

En este dictamen, que es de cuento, hay mucho de resentimiento: le tenemos muchas ganas al poder financiero; le tenemos muchas ganas a los que especulan con el presunto azar y con la rapiña. El capitalismo de casino es un sistema que atrapa y aplasta a los incautos, que somos la mayoría; es un sistema que encandila con el provecho, esa luz remota. Éste es el cuento que mal acaba, la historia de la que ya sabemos el fin.

Dos. Gonzalo García-Pelayo Segovia. ¿Pero qué pasaría si uno de los que juegan, uno de los que apuestan, uno de los que está condenado a perder hasta el último euro, tuviera un plan para saltar la banca? No es un delicuente que quiera robar. Es un hombre honrado con estudios, alguien que aplica su saber al azar, que analiza el funcionamiento de la ruleta. La ruleta es la vida: ¿dónde cae la bolita? Pero la ruleta es también la incertidumbre y la ruina. Con nuestras apuestas y con nuestras expectativas marcha el casino; con nuestras pérdidas y con la ceguera de quienes vuelven para resarcirse, para recuperar lo perdido, funciona la banca.

García-Pelayo es ese personaje listo que estudia el sistema. Es el tipo avispado que tiene un propósito: saltar la banca. Pero es también alguien real, alguien a quien yo idolatré cuando niño. Moncho Alpuente y él dirigían un programa musical en la televisión de mi infancia. Ambos eran jóvenes cultos, barbudos y sarcásticos en un España gris y carpetovetónica. Sé que fue productor musical y sé que era un individuo inquieto. Años después me enteré de que tenía prohibida la entrada en varios casinos españoles (creo) y que había ideado un sistema para ganar, para ganarle a la banca todas sus ganancias. Me despertó muchas simpatías, claro. Me parecía un personaje de la picaresca española. O, mejor, me parecía un tipo con agallas que hacía lo que muchos deseábamos o con que tantos fantaseábamos: saltar la banca. Ahora, Eduard Cortés ha dirigido una película sobre la increíble historia de Gonzalo García-Pelayo. Ha tenido el acierto de ponerle un título obligado y prometedor: The Pelayos (2012), con tantas resonancias obvias. Para mí, la principal, The Sopranos. La película es trepidante, entretenida, con tono de comedia y con su puntico de mala baba.

ThepelayosTres. This is the End. Para dirigir este proyecto --el de un grupo que se propone saltar la banca de un casino-- hay que haber visto mucho cine. Los listos que actúan contra la banca, que con fraude o con inteligencia burlan a los ricachones tienen muy buena prensa. Estos personajes se remontan al mito de Robin Hood. En The Pelayos son héroes modestos con los que nos identificamos. Cuando hay crisis económica, cuando hay restricciones que aprietan y ahogan, cuando el tono del Gobierno es cenizo, sombrío, una película desenfadada, descarada, libera energía.

Y Cortés tiene abundantísima cultura cinematográfica que aquí muestra con guiños y referencias. No haré una enumeración. Eso sí, en esta cinta hay ecos explícitos de la inevitable e inolvidable Ocean's Eleven, tanto en su versión de 1960, que protagonizaban Frank Sinatra y amigos, como en la de 2001, en la que aparecían George Clooney y sus muchachos. Los carteles de The Pelayos son un homenaje expreso a ese cine. Los actores, a los que ahora no me mencionaré, están correctos y eficaces, con esa picardía e ingenuidad que exigen sus papeles. ¿Y la historia? Todo cuento, aunque sea real, tiene una moraleja. Y en éste los espectadores de una España en crisis tras GonzaloGarciaPelayodespilfarros y larguezas aplaudimos a rabiar. Un golpe a la banca, un golpe al sistema, un golpe de suerte. Sabemos que esta historia es compensación y sabemos que podemos tomárnosla como una reparación. No sé, pero nos lo merecíamos.

Gonzalo García-Pelayo es uno de los productores del film. Me esperé a los títulos de crédito para confirmarlo. Allí estaba el ídolo de mi infancia. Un final feliz.

The End

27 de abril de 1937: muere Antonio Gramsci

Por: | 28 de abril de 2012

27 de abril de 1937: muere Antonio Gramsci. Hoy, precisamente hoy, 27 de abril de 2012 hace setenta y cinco años de su Antoniogramsciqueeslaculturapopularfallecimiento: eso me decía ayer mismo. ¿Tenemos algo que celebrar? Lo he indicado con frecuencia y con tono rabioso, casi infantil: la muerte es un escándalo, algo incomprensible de lo que no nos alivia la vida eterna.

Gramsci fue un pensador modesto, alguien inquieto que no paraba de escribir, que no dejaba de evaluar, de comparar. Leía con voracidad y con pasión: lo alto y lo bajo, las grandes obras y la morralla. Se nutría, se valía de la letra impresa para entender el mundo. Y para comprenderse a sí mismo: un tipo de origen plebeyo, popular, que alcanzó un puesto destacado en un sitio distante, ajeno a su raíz.

Hace unas semanas, con motivo de la presentación de ¿Qué es la cultura popular? (PUV, 2012), un libro que hemos editado Anaclet Pons y yo, decía las palabras que abajo reproduzco. Me permitirán que ahora las repita y las enlace: sirven como reclamo para la Feria del Libro de Valencia y sirven como homenaje a un autor todavía intempestivo.

Todos somos intelectuales

Si es por pensar y juzgar, todos somos filósofos, decía Antonio Gramsci. Vemos y nombramos, damos sentido a las cosas y evaluamos. Ahora bien, con frecuencia eso lo hacemos de carrerilla: con creencias o ideologías que se nos imponen. ¿Qué es lo preferible? ¿Hablar de prestado, pasivamente?
No, responde Gramsci. Hay que pensar y juzgar con autonomía y con crítica: cada persona debe interrogarse sobre lo que hay, sobre lo que ocurre y sobre sí misma, participando activamente en la historia del mundo. Si no lo hacemos nos impondrán opiniones e ideas ajenas: nos someteremos con docilidad.
Todos somos intelectuales. Discurrimos y creamos, nos expresamos e intervenimos en la sociedad. Son intelectuales quienes cumplen esa función y quienes se comprometen públicamente, analizando y exponiendo sus resultados. En principio, no todas las personas desempeñan dichas tareas.
En realidad, cada una puede hacerlo: si de lo que se trata es de pensar y juzgar, la convocatoria es común. Hacen falta voluntades y razones, gentes decididas a pensar por sí mismas, decididas a intervenir y a comunicarse. Eso nos pone en un compromiso: es decir, nos compromete.
Antonio Gramsci fue un filósofo italiano, un intelectual antifascista. Pero fue también un hombre corriente. Murió en 1937, tras años y años de cárcel. En la celda no dejó de pensar y juzgar el mundo terrible que le tocó vivir: razonó, escribió y anotó sin acobardarse.
Sus cavilaciones siguen siendo actuales y nos ayudan a evaluar nuestro propio mundo. ¿Quién piensa por nosotros? ¿Quién nos impone la visión y la versión de las cosas? Gramsci vuelve para proclamar la autonomía del pensamiento y el compromiso de la razón. Necesitamos observadores críticos: necesitamos observar críticamente [Leer más aquí]

¿Qué libro está leyendo?

Por: | 26 de abril de 2012

FiradelLibre2012El volumen de tapas rojas. Al ver su cara de sorpresa o estupor inmediatamente nos preguntamos qué libro está leyendo. Se trata de un cartel de César Barceló.

¿Es un astronauta o es un submarinista? ¿Se eleva hasta el espacio exterior o se sumerge en los fondos abisales? Tengo para mí que es un viajero de las estrellas. Parece haberse detenido para leer. O está suspendido, flotando.

Hay algo urgente, irrefrenable, en dicha operación. No ha tenido tiempo de sacarse el casco. O quizá no puede quitárselo porque le faltaría el oxígeno. Atrapa con fuerza el volumen de tapas rojas. Ese ejemplar promete lo mejor: de sus páginas se desprenden letras. Sólo hay que ver el rostro de incredulidad, de miedo incluso, que se le ha puesto al viajero.

Los lectores somos muy cotillas y envidiosos: ¿qué libro le puede estar provocando dicha reacción? No distinguimos el título. Habrá que ir a la Feria del Libro de Valencia para encontrar esa obra que augura lo mejor.

GraceKellyHay que ir. Quienes acudimos regularmente a las librerías, este evento no nos hace comprar más: simplemente lo hacemos a lo largo del año. Pero una Feria en el Jardín de Viveros durante un par de semanas de primavera es una tentación a la que es difícil resistirse.

Hay sol y multitudes, libros que aún no tienes y amigos que allí reencuentras. O sea, que hay que ir, hay que acercarse por la mañana o por la tarde, en día laborable o en festivo, para beneficiarse de los descuentos, para enterarse de las preferencias de los libreros. Etcétera. Acicálense, póngase las gafas ahumadas y disfruten. Verán cómo se les pinta la felicidad en el rostro. Observen a su izquierda: no hay persona más bella y elegante. Así se nos pone la cara...

Yo no soy librero, pero leo volúmenes y escribo reseñas. Me permitirán que ahora inicie un post --aquí y en Los archivos de Justo Serna, mi blog personal-- para sugerirles novedades. O para recordarles clásicos que aún nos conciernen. Como se dice en ¡Absalón, Absalón! (1936), "la mayoría de las acciones que puede realizar el hombre, sean malas o buenas, obtengan recompensa, alabanzas o reprobación, habían sido realizadas ya, y sólo podían aprenderse en los libros". Siempre me gusta repetir ese dictamen de William Faulkner.

Empezamos...

TantostontostopicosTristes tópicos. ¿Somos originales? ¿Pensamos las cosas que decimos? De repente, un día tengo una idea. Constato que no repito lo que otros antes ya habían escrito. Cuidado, nos advierte André Comte-Sponville, una idea nueva tiene muchas probabilidades de resultar una estupidez. Eso que digo y que creo distinto puede ser una repetición; o aquello que afirmo y que juzgo inaudito puede ser una ocurrencia.
La originalidad o el ingenio incomodan. Los seres humanos solemos ser rutinarios: simplemente reiteramos lo que ya ha sido dicho. Con eso evitamos la cogitación, la faena de pensar. Pero hay personas que cavilan de verdad: que meditan y que evitan la mera ocurrencia o la pura repetición. Son individuos que se interrogan sobre lo que creen.
La cultura humana está hecha de experiencia y de singularidad. Está hecha de ideas ya consumadas y de originalidades. La humanidad avanza a golpes de ingenio. Los grandes del pensamiento nos fuerzan a ver las cosas de otra manera. Pero la humanidad también es mecanismo: frases comunes, tópicos mil veces repetidos. ¿Para que nos sirve un tópico? Pues para eso: para evitar el ingenio, para no tener que ingeniárnoslas, para sentirnos acompañados en los lugares comunes.
Aurelio Arteta ha escrito un libro que es un preservativo contra el tópico, un antídoto contra la pereza. Arteta es filósofo moral y justamente por ello hace una historia del pensamiento descuidado, de las negligencias. La obra se titula Tantos tontos tópicos (2012). La podría haber titulado Tantos tristes tópicos (como él mismo admite en alguna página). Los califica de tontos porque corroboran la necedad. Son tristes porque confirman nuestra abulia intelectual. Pensar es darle vueltas a lo evidente; aunque también es darle la vuelta a lo evidente. Pero es sobre todo hablar por uno mismo evitando ser mero portavoz de ideas ajenas.
En los tiempos actuales, los tópicos tienen dos fuentes: la tradición y el refrán, por un lado; y la publicidad y la propaganda, por el otro. O, en otros términos, con las frases hechas suturamos nuestras heridas, sellamos el miedo que lo inesperado nos provoca: y lo inesperado es la muerte; el dolor o, simplemente, la vida. El tópico es ganga verbal, adhesión a las convenciones y a las percepciones corrientes. El pensamiento es un esfuerzo contra el sentido común, contra las evidencias que se imponen y sobre las que no nos interrogamos, decía Émile Durkheim, siempre tan preocupado por el estudio de la moral. Si los tópicos son repeticiones y vulgaridades, ¿de qué sirve hacer un inventario o de qué sirve analizarlos? Arteta pisa terreno firme: el lugar común. Si examinamos el repertorio de frases hechas, averiguaremos lo endeble de nuestras construcciones; averiguaremos por qué nos dejamos llevar, por qué nos dejamos arrastrar por el engaño y las ilusiones.
En el País Vasco, Arteta se ha destacado como pugnaz oponente de lo obvio, de lo presuntamente obvio. Con sus libros y con sus artículos ha cavilado y ha demostrado que lo que muchos creían necesario y fatal no era más que vagancia o cobardía. Tantos tontos tópicos es un manual de instrucciones o una caja de herramientas: como un artificiero o como un sutil mecánico, Arteta desactiva los mecanismos colectivos, los engranajes a los que los individuos se dejan encadenar. Ataca lo políticamente correcto y para ello, con inteligente paradoja, se vale de la tradición, del mejor pensamiento heredado. Esto no es filosofía corriente: es filosofía práctica.

Reseña publicada en la revista Mercurio, abril de 2012.

Seguimos...

Si no lees te quedas tonto

Por: | 23 de abril de 2012

Uno. Día de los Libros. Días de Lectura. El papel impreso no está caducado. La página parpadea. Leo descubriendo lo que no sé y nunca averiguaré. Y leo pedazos. En una línea hay todo lo preciso, todo lo que necesito saber, el dato que es información. Pero hay también lo que ignoro y no podré completar. CuerpoEstoy fuera de sitio o estoy fuera de campo. Por eso sigo leyendo libros y frecuentando librerías: para aumentar y confirmar lo que jamás aprenderé. Sólo sé una parte de lo que no sé.

Dos. Si no lees, te quedas tonto. Hace diez años publiqué en El País Comunidad Valenciana el artículo que abajo reproduzco. Lo titulé así:  Para razonar, me apoyaba en Eduardo Mendoza. Qué casualidad. Mi última lectura ha sido un libro de este escritor: El enredo de la bolsa o la vida. Pues eso. Llenen la bolsa de libros.

Si no lees te quedas tonto

Recientemente, la prensa nos informaba de una charla impartida por Eduardo Mendoza en la Biblioteca Valenciana. Se trataba de una sesión de animación a la lectura y estaba destinada a unos 500 alumnos de enseñanzas medias, adolescentes con edades comprendidas entre los 14 y los 16 años. Además de explicar al auditorio sus modos de creación, las formas en que elabora sus ficciones, Eduardo Mendoza hizo pública una idea contundente. Se trata de una opinión tajante que expresa sin contemplaciones y de la mejor manera posible por qué hay que leer. Al estar dirigida a alumnos de instituto, Mendoza se valió de un lenguaje directo, convincente. 'Leer es como comer: si no comes te mueres; si no lees te quedas tonto'. La lectura es un nutriente y un lenitivo, un fármaco y un sustento, algo que nos alimenta y de lo que acaba dependiendo el correcto y el normal desarrollo de un cuerpo que aún no se basta, que nunca se basta. Igual que los alimentos nos suministran el aporte vitamínico que precisamos para la supervivencia; igual que el agua sacia nuestra sed e irriga nuestros miembros, humedeciendo los pliegues y junturas de nuestro organismo; igual que nos procuramos unas horas de sueño para darnos descanso, para apaciguar el espíritu y para atemperar las urgencias físicas que nos imponemos, también necesitamos leer.

Ustedes y yo somos bastante decepcionantes, para uno mismo y para los contemporáneos que nos rodean. El ser humano siempre es ese tipo que desmiente todas las expectativas que sobre él se vuelcan, inconstante y escaso como resulta ser. Uno se forja sueños y quimeras, elabora planes, traza proyectos, aspira a completar objetivos y, al final, ve frustrarse buena parte de las ideas fantasiosas que se había hecho acerca de sí mismo. Los demás nos contemplan y los amigos o los enemigos elaboran también una idea muy cumplida de cada uno. Los amigos creen que somos mejores de lo que en realidad podemos ser y tienen de nosotros una imagen poco exacta y nada cabal. Los enemigos también son fieles compañeros: nos detestan, nos odian, y nos toman como el blanco de sus iras convirtiéndonos en el ideal de adversario que les gustaría tener. Cada uno de nosotros, conforme crece y madura, también se hace con un concepto de sí mismo, una idea más o menos elaborada que le sirve para exigirse y para describirse. En ocasiones, nos creemos mejores o peores de lo que en realidad somos. O bien tenemos un concepto eximio, elevadísimo, de nosotros, habiéndonos modelado según un ideal efectivamente poco realista, o bien nos perseguimos tomándonos como seres más odiosos o detestables de lo que de verdad somos o merecemos ser.

La mejor manera de conducirse uno en la vida es, pues, aceptando los propios límites, informándose de los atributos de que está constituido, averiguando cuáles son las restricciones que no puede rebasar. El mejor modo de vivir ese presente eterno que es cada instante de nuestra vida es tener consciencia de que el presente también es duración, de que el carpe diem es un objetivo sensato si no olvidamos que hay un mañana en el que deberemos desperezarnos, levantarnos, acudir al trabajo y repetir las rutinas ordinarias que otros antes que yo ya emprendieron desde tiempo atrás. Son tantas las cosas que debemos aprender los humanos que, la verdad, sorprende cómo nuestra limitada capacidad resiste esa suma de enseñanzas y ese flujo incesante de información. Tanto es así que muchos han hecho del caudal copioso de noticias y de datos su principal meta, creyendo que así estarían mejor dispuestos para enfrentar las incertidumbres de su propia vida, la idea que tienen de sí mismos, la maduración de sus personas y las decisiones que deban tomar. Los medios actuales y el vértigo de su transmisión nos convencen de que información es saber y de que cuanto más atesoremos mejor será para nuestro rendimiento y para nuestro éxito. Creo, por supuesto, que hay un error de perspectiva y de cantidad en esta valoración inmoderada del dato, del detalle que se suma y que se acumula, porque esa voracidad genera patologías graves ya diagnosticadas, entre otras lo que los terapeutas llaman la information anxiety. De lo que de verdad se trata es de tener criterios firmes y flexibles para discriminar los datos que precisamos, haciéndonos una dieta informativa con algún periódico y algunos libros y operando con pocos datos en un escenario que nunca es olímpico. Pero, claro, para lograrlo, la lectura paciente y sosegada de esos libros y el ejercicio de un pensamiento lento y profundo son imprescindibles, porque de ellos nos vienen el contraste y el saber milenario, eso que otros ya adelantaron. Decía André Comte-Sponville que una idea nueva, verdaderamente nueva, que no haya sido pensada ni escrita jamás, tiene muchas probabilidades de ser una estupidez.

Hace más de un siglo, un pensador muy pagado de sí mismo, muy convencido de su valía y de la hondura de sus intuiciones, quiso elaborar una idea completamente nueva y para ello decidió prescindir de los libros después de haber leído unos cuantos. Como lo anticipaban, como lo desmentían, determinó aislarse de ellos eliminando todo contacto. Pero cuando digo aislarse, digo aislarse completamente: se encerró con escasos recursos y opuso dique y contención a lo que pudiera venirle de fuera creyendo que así evitaba la contaminación de ese mundo vertiginoso y repleto de información que ya era el ochocientos. A ese aislamiento preventivo lo llamó higiene intelectual y el pensador al que me refiero es otro Comte, en este caso Auguste Comte. Fue un tipo interesante, autor de una concepción controvertida y luego influyente, pero a la postre menos original de lo que él pensó, una concepción que le ocasionó graves trastornos psíquicos. Fueron numerosas las razones que le llevaron al delirio, pero sin duda la decisiva, la fundamental, la que acabó por sumirlo en la estupidez, fue esa higiene intelectual que se administró a sí mismo. Estaba tan convencido de que podría sobrevivir bastándose con sus propios nutrientes, estaba tan seguro de que podría mantenerse y explorarse eliminando todas las obras, que acabó su días como un petimetre, hundido en un mesianismo del que ya no se recuperó, creyendo que él era su propio libro.

Cuando vemos a tanta gente que cree tener ideas y que no lee, cuando vemos a tantos ricos y famosos que se vanaglorian con jactancia inculta de no precisar la lectura para sermonearnos sobre la vida, cuando vemos a tantos indigentes intelectuales que se exhiben en pantalla y que no parecen necesitar las ideaciones de los otros expresadas en los libros, uno puede llegar a pensar que tal vez Eduardo Mendoza tenga razón: que no hay que darle más vueltas, chavales, que si uno no lee es difícil salir de la estupidez bobalicona, que si uno no se adentra en los libros puede morir en el delirio avenado de quien se creyó soberano. Cuídate, muchacho, porque si no lees libros es fácil que te quedes tonto.

"Si no lees te quedas tonto", El País Comunidad Valenciana, 9 de marzo de 2002

Los pobres diablos

Por: | 22 de abril de 2012

Uno. ¿Cuál fue la última novela que ustedes disfrutaron? El repertorio es amplio y cada vez contamos con JavierGomaTodoaMilmenos horas... Hace años, mientras visitaba la Feria del Libro de Valencia, Rita Barberá dijo que no tenía tiempo de leer novelas, que estaba con una biografía del Papa. Imagino que era una lectura edificante y egregia.

Las novelas son aún un género bajo, menor, sospechoso. Por eso, las familias distinguidas de la burguesía local han evitado siempre que sus pipiolas se perviertan con ficciones tentadoras: ahí está el caso de Mayrén Beneyto, de la que hablé hace un año, cuando se inauguraba la Feria del Libro de entonces.

   En su libro Todo a mil (2012), Javier Gomá trata en términos filosóficos asuntos varios de la realidad urgente: entre otros temas, el de la novela. Nos presenta brevemente la historia del género y subraya su aspecto esencial: las novelas sirven para tratar y mostrar al individuo moderno, su subjetividad, sus ansias y sus dolencias, sus inquietudes. O, mejor aún, su mal encaje.

"Y ese nuevo todo que es el yo subjetivo no se deja asimilar como antes a la colectividad social, no admite su antigua función de tesela de un mosaico que le trasciende porque él mismo es una totalidad más profunda, más significativa, más plena".

En efecto, el individuo consciente de sí...

"se resiste, recela de dar un paso que percibe como una alienación de su universo privado, siente el extrañamiento de un mundo que no es el suyo y que amenaza con anularlo".

¿Por qué el ser humano tiene tropiezos con la colectividad? La novela empieza dando la voz y la vez a personajes de segunda fila, a pobres diablos que pronto te largan su historia y que debes creer. Fingen decir la verdad e incluso adoptan la forma autobiográfica.

Dos. Lázarillo de Tormes (1554) --que ahora podemos releer en la
Lazarilloedición que Francisco Rico ha hecho para la Biblioteca Clásica de la Real Academia-- es la historia de un pobre diablo contada por sí mismo. Es un episodio al que siempre regreso para apiadarme y reírme. ¿Cómo es posible ser tan desgraciado y a la vez tan orgulloso? Le ponen los cuernos (es su "caso"), lo sabe y dice estar contento: por su buena posición, la de pregonero de Toledo.

Su vida es una sucesión tropiezos y de traspiés y, sin embargo, al final se ve colocado, asentado, con un porvenir hecho a su medida, con esa resignación tan española, tan castiza. Hay humor a raudales y esa novela falsamente autobiográfica aún podemos leerla con ingenuidad, sin erudiciones, según nos propone Francisco Rico: justamente quien más sabe de dicha obra.

Podemos leer con la inocencia de la primera vez, saltándonos la impedimenta que llevamos, eso que creemos saber. A mí, por ejemplo, me pasa siempre con Drácula (1897), de Bram Stoker, de quien se cumple ahora el centenario de su muerte. Precisamente, a su pobre diablo, a ese vampiro al que no se le da la voz ni la vez, a ese no-muerto que siempre es contado, relatado por otros, dedico una entrada de mi blog personal: Drácula en la Academia. Así, con reverencia he titulado el post. Francamente, me da pena su eternidad de cinco o seis siglos por vivir. Me da mucha tristeza esa agonía con la que malamente sobrevive. El Conde siempre tiene mal cuerpo. Es un caso digno de diagnóstico y tratamiento.

EldíademañanaTres. Hablamos de personajes tristes que sin escrúpulos o con patetismo ascienden en la escala social o en el dominio del mundo. Hablamos de pobres diablos que no encajan y cuyas vidas no son nada edificantes.

Digo esto y no puedo dejar de mencionar a Justo Gil. Mi tocayo protagoniza El día de mañana (2011), de Ignacio Martínez de Pisón. De esta obra hablé meses atrás: también en mi blog personal. Ahora acaban de concederle el Premio de la Critica. Ha sido una gran alegría. Por la valía indiscutible de su prosa y de su caso... Me preguntaba:

¿A quién le interesa la historia de un confidente franquista? ¿A quién le preocupa la vicisitud de un emigrante aragonés en la Barcelona de los sesenta y setenta? Martínez de Pisón detalla su vida con técnica y  virtud: narra con soltura, como si las cosas sólo pudiesen relatarse así.

Justo Gil es el protagonista, el chivato policial, pero su existencia nos la cuentan otros que lo trataron, que lo frecuentaron. Lo vamos viendo y conociendo. De manera indirecta, a partir de testimonios recogidos por un narrador, distinguimos a Justo. No estaba fatalmente condenado a ser colaborador policial de una dictadura. No era un tipo irreparablemente perverso. Su biografía es común, pero su destino se nos antoja obvio, una vez leídas las páginas de Martínez de Pisón. 

Justo es el protagonista, sí, pero su vida nos la relatan otros. Lo mismo sucedía con Drácula, todo un señor Conde al que vamos viendo y conociendo sólo porque algunos contemporáneos suyos detallan su vida, esa mala vida. De modo vicario, a partir de testigos poco fiables, distinguimos a Justo. Como Drácula...

Vaya vida.

 

Que venga Dios y lo vea

Por: | 20 de abril de 2012

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pide dinero y pasa el cepillo. “Pido un pequeño esfuerzo”. Son “unos pocos euros al mes”, dice. “Entre 8 y 20”, añade refiriéndose a lo que deberán pagar los MarianoRajoyDoctorAFPpensionistas por los medicamentos de acuerdo con su renta. ¿Y por que hacer este esfuerzo? Es “necesario e imprescindible, porque en este momento no hay dinero para atender el pago de los servicios públicos. No hay dinero porque hemos gastado muchísimo en los últimos años”.

¿Hemos gastado muchísimo? ¿Quiénes han gastado muchísmo? Son las 9 de mañana del 20 de abril de 2012 y aún no he visto que el Partido Popular pida disculpas.

Don Juan Carlos ha escenificado su petición de perdón por la cacería. Con la mirada huidiza y apesadumbrada, el monarca dice que no se volverá a repetir. Luego echa a caminar, apoyado en sus muletas. Ya de perfil le vemos un cierto gesto altanero: lo propio de un rey...

Gente menos principal y con mayores presupuestos públicos ha gastado a manos llenas, ha derrochado con liberalidad culpable. Entre quienes han dilapidado parte de los fondos públicos hay numerosos políticos valencianos del Partido Popular que confiaron en un presupuesto inagotable. O en unos créditos inacabables.  

“El Gobierno se ha encontrado con que no tiene dinero para poder garantizar el Estado del bienestar”, ha dicho Alberto Fabra, presidente de la Generalitat Valenciana. Son palabras que pronunció tras participar en la romería a la Santa Faz, en Alicante. ¿Qué hacía allí? ¿Pedir a la Virgen? ¿Confirmar la sólida unión del Trono y del Altar? Romerías...

Habrá que participar en romerías, digo en Manifestaciones, para afear la conducta a un Partido que gastó en Eventos, que derrochó en Regocijos públicos, que vació el Arca. Ya nos ven. Estamos en busca del arca perdida: habrá que echarle imaginación a la cosa para frenar a unos políticos muy peliculeros, representantes que saben agotarnos por exceso, por inundación, por saturación. Que saben exculparse y que dicen estar aquí para salvarnos. No quiero que me rescaten. Quiero que pidan perdón. La mayor parte de los políticos del PP son católicos, ¿no es cierto? Pues eso: que hagan acto de contricción. En una de las oraciones se dice: "Pésame por el infierno que merecí / y por el cielo que perdí".

Que venga Dios y lo vea. 


El Rey pide perdón

Por: | 18 de abril de 2012

Declaraciones del Rey al salir del Hospital, tras el episodio del safari. Literalmente:

  JuanCarlosI"Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir".

Me parece una buena señal. Imagino que para muchas personas estas palabras carecerán de importancia o trascendencia. Incluso podrán parecer forzadas o insinceras. Yo no sé juzgar la veracidad de esa expresión dolida que el rostro refleja.

Pero para quienes hemos tenido que leer, estudiar, examinar las declaraciones de otros soberanos, de otros Borbones, esta petición de perdón nos pasma.

No nos equivoquemos: los Borbones, los que reinaron en la España del Ochocientos y del Novecientos, no suelen rectificar. Que un monarca pida disculpas es algo sorprendente. Pienso en Fernando VII. Pienso en Isabel II (de la que Isabel Burdiel ha escrito una biografía documentada y perspicaz). Pienso en la tradición o en la tentación absolutista del linaje y me felicito del sistema parlamentario que ahora tenemos: un régimen en el que el Rey no es soberano.

Esperamos que Don Juan Carlos no vuelva a pegar tiritos, como sus antecesores. Si no se corrige, deberemos poner tiritas a la Monarquía.

El niño y su rifle

Por: | 17 de abril de 2012

En 2008, hace casi cuatro años, escribí lo que abajo reproduzco. Ustedes perdonarán la repetición, pero ni me acordaba: ahora, la actualidad obliga.

PerdigonesEl niño y su rifle. Yo era un niño cuando a Franco le estalló la escopeta [en diciembre de 1961] y no supe del accidente hasta que pasó mucho tiempo. Años después, cuando ya era un muchacho, mi padre me compró un rifle de perdigones: un lujo accesible y bastante común entre los jovencitos de entonces.  Cuando disparaba, yo siempre tenía miedo de aquellos balines. Pero disparaba, vaya. La munición podía obturarse: podía quedar alojada en el cañón. O el plomo podía saltarle un ojo a un paseante eventual. Tenía miedo, pero disparaba, vaya. Siempre tiraba a las latas de conserva que la gente arrojaba aquí y allá. Era común en la España de Franco que el dominguero dejara inmundicias sin preocuparse de recogerlas. Por eso quienes ibámos a disparar –acompañados, eso sí, de un adulto– tomábamos los botes como blanco. Un día, ya adolescente, apunté a un pájaro. No era como las palomas de Franco, sino un colorín: el preferido de mi abuelo. Apunté, vaya si lo hice. Abatí mi primera pieza con un horror infantil. Fue entonces cuando abandoné el rifle y los perdigones. El arma permaneció arrinconada durante años. Sola, incongruente. Mi padre y yo nunca volvimos a hablar del rifle.

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De tiros largos

Por: | 14 de abril de 2012

Uno. La ficción está obligada a ser verosímil; la realidad, no. Los personajes inventados han de ser creíbles. Las personas simplemente sobreviven.

EduardoMendozaLeo la última novela de Eduardo Mendoza, El enredo de la bolsa o la vida (2012). Está protagonizada por un loquito cuyo nombre ignoramos. Apareció por primera vez en El misterio de la  cripta embrujada (1979) y desde entonces sus andanzas empeñosas y patéticas nos conmueven. Como siempre, la obra está narrada en primera persona.

Me troncho con el lenguaje que este tipo emplea. El personaje se expresa con extrema corrección, incluso con un deje arcaico, rancio, excesivamente cortés. Y me río con las tundas que le da la vida, con las apostillas pertinentes o dementes que hace, con las lecciones que aprende y que imparte. Como el Lazarillo, a cuya progenie pertenece: el de Tormes, pregonero de Toledo; el de Mendoza, peluquero de Barcelona.

  EduardoMendozaporCarlesRibasElPaisDos. Cómo envidio la sarna del novelista, sus cáusticas observaciones, sus moralejas desencantadas. En cuanto puedo miro la realidad valiéndome de Mendoza. Leo y releo sus páginas una, dos, tres veces... Y lo hago para ver si hay manera de entender algo, que es cosa de locos lo que ahora y siempre nos pasa.

Por ejemplo, ciertos ministros del actual Gobierno, tan pomposos, parecen personajes secundarios de Mendoza. Otros mandatarios son tan suyos y engolan tanto la voz que no serían creíbles en los folletines del novelista. ¿Y los banqueros? Pues los banqueros… Algunos repiten y prolongan la mejor tradición española: la de la picaresca, con esa codicia de pobretones que acaparan.

 Tres. ¿Y el Rey? Por lo que parece, al soberano español le pierde ElReyporEFEel deporte de la escopeta, tan castizo. Leo en la prensa del día que Don Juan Carlos ha sido operado tras haber sufrido una caída. Estaba de caza en Botswana. Se ha roto la cadera y se le ha colocado una prótesis.

Ya sé que el monarca español no tiene nada que ver con el Caudillo, pero qué quieren: pienso en este accidente y recuerdo las cacerías de Francisco Franco: sus accidentes y sus proezas.

Me pregunto a la vez qué hacía el soberano en Botswana. ¿Era preciso? ¿No se conforma con el Coto de Doñana o con PortAventura? Yo tenía previsto un viaje a Nueva York, pero por la crisis decidí hacer economías. He pasado unos días visitando la provincia de Jaén. Como el personaje menor de una novela costumbrista.

En fin, deseo el pronto restablecimiento del Rey y deseo, por Dios, que se contenga, que recorte el objetivo, la escopeta o el rifle. Si sigue así de desenvuelto, si sigue así de aventurero y pinturero, pronto lo veremos debutando de tiros largos en una novela de Eduardo Mendoza.

No me lo voy a creer.

El País

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