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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Cometí un error del que no me siento honrado

Por: | 18 de julio de 2012

Uno. Leo la prensa. Con la lentitud propia de la estación, con la torpeza que me es propia. Cavilo, MarianorajoyEFErazono y no me aclaro. Me da  vergüenza mi ineptitud. Soy un inútil en economía, en organización de empresas, en dispositivos multimedia, en máquinas de escribir, en el orden general, en la gestión de lo obvio. Acopio y pierdo; reúno y embarullo.

No soy capaz de pensar y masclar chicle a la vez. No sé por qué hay personas que confían en mí, la verdad. Sobrevivo confuso en un enredo. Pero luego me entero de que no soy tan borrico: gente super chévere con mucha titulación comete errores de bulto. No programa ni adelanta, no precisa ni se esmera.

Observen a los ministros de este Gobierno. Me dan vergüenza: ajena y propia. No es posible que personas con estudios se manejen tan mal. Conducen erróneamente y además no saben qué decir para calmar a los mercados, a los esclavos, a los parados, a los empleados.

Dos. "Cometí un error del que no me siento honrada". Eso dice Andrea Fabra después de haber chillado AndreaFabraporJuanManuelPratsElperiodicoalgo impropio de una dama: "que se jodan". La fórmula es lamentable: tanto el ultraje pronunciado a voz en grito como la disculpa. En el perdón confuso que pide hay algo incongruente. El enunciado es enrevesado. ¿Hay errores de los que uno se sienta honrado?, pregunto.

¿Hay algo de lo que te honres y sea, literalmente, un error? De los yerros y de los lapsus nos arrepentimos, pedimos perdón, nos lamentamos. Enorgullecerse del mal paso, de la cosa mal hecha, de la torpeza es arrogancia.

No decimos que no nos sentimos honrados cuando erramos. Decimos perdón. Pero no parece que Andrea Fabra esté acostumbrada a pedirlo. De lo contrario, las disculpas serían directas, sin enredos.

 

Esto es todo, amigos

Por: | 11 de julio de 2012

Forges. Vivimos un tiempo de ficciones crecientes para las que nos faltan códigos y claves. Uno de ForgesElPais10dejuliode2012los factores determinantes es la multiplicidad de datos contradictorios. Nos invaden el desconcierto y lo ilusorio. El desconcierto, en el sentido de la decepción y de la frustración; y lo ilusorio en el sentido de la irrealidad y la confusión. Tenemos la cabeza como un bombo, según vemos en la viñeta de Forges para El País del 10 de julio de 2012. La dama está inquisitiva y aburrida; el tipo está derrengado y ojeroso; la tele está apagada, inane; y el periódico boca abajo: no se le caen las letras.

A mí se me caen los palos del sombrajo. Vaya circunstancia. Resulta difícil discernir lo auténtico de lo fantaseado. De todo parece haber antecedentes y de todo hay su contrario. Cualquier cosa se propaga: de muchos --de celebridades o de personajes circunstanciales-- sabemos o creemos saber cualquier cosa gracias a las noticias y a los bulos que corren.

Dolores de Cospedal. Leer la prensa exige cada vez mayor esfuerzo, una laboriosa tarea de análisis. Los titulares son de difícil interpretación: los hechos y sus metáforas se mezclan. Martes, 10 de julio: la portada de El País en papel resulta casi indescifrable: "El déficit detona la subida del IVA". ¿Detona? O la noticia que el otro día, 29 de junio, sólo tenía una columna con el siguiente titular: "El jefe de Barclays, acorralado por manipular tipos". ¿Acorralado? Luego nos enteramos de qué iba el asunto. Más valía no haberse enterado... Este bla-bla-bla aturde.

Cospedal2Ciertos políticos dicen cosas graves con atrevida ignorancia, como Dolores de Cospedal. De ella, de la señora De Cospedal, me ocupo en un artículo en El País: qué estomagante me resulta casi todo lo que sostiene o defiende. ¿Han visto con qué suficiencia nos mira? Lo he titulado así:

Dolores de Cospedal

Otros políticos han dicho cosas tremendas y desafiantes. Ahora tienen que pronunciarse en los juzgados, como los adláteres de Francisco Camps. ¿Y los banqueros? Hay gente prudente en este sector, por supuesto que sí. Y hay gente inverosímil que cobra protagonismo, como Rodrigo Rato. Y cobra... ¿Y los ministros? Pues los ministros ponen caras de estar enterados, como Luis de Guindos o su compadre Cristóbal Montoro, tan cachazudo. Podrían hacer de Reyes Magos: para repartir los chuches. Falta un tercero: que pongan a De Cospedal.

Tenemos una dieta abundante, excesiva: nos abastecemos con datos que unos u otros cuentan y que no siempre sabemos interpretar. Hay, sí, un runrún inacabable. Tantos testimonios nos desazonan y, por eso, lo espectacular o lo bizarro, aquellas referencias que se salen de la norma, acaban por imponerse. En consecuencia, la realidad se deforma. Más que en la historia, parecemos vivir en una historieta. Cuánto tiempo nos roban la actualidad, las novedades. Bueno, la actualidad y otros personajes secundarios. De Cospedal es muy secundaria: de hecho, es la segunda de Mariano Rajoy.

Alejandro Lillo. Quiero pensar que dentro de unas semanas dedicaré horas y horas a otra cosa más edificante: a leer y a releer novelas. Creo que debemos cultivar la imaginación. No para alardear de f Ojosdepapel6antasías o de erudiciones pasmosas, sino para ponernos en el lugar del otro, para saber más de la conducta humana. Al historiador le hace falta imaginación. También al individuo corriente.

Eso mismo le cuento a Alejandro Lillo en la conversación que hemos mantenido sobre el particular. La hemos titulado

Historia e imaginación

Se trata de una entrevista que publica Ojos de Papel con motivo del libro La imaginación histórica (del que la revista reproduce unos extractos). No saben qué interlocutor es Alejandro Lillo: se me adelanta y me conoce... El resultado es una conversación agradable y quizá aprovechable. Alejandro lo ha hecho muy bien y yo he hecho lo que he podido: esto es todo, amigos.

Si les apetece, repasen el resto de la revista. Hay artículos de mucha enjundia. Como el de David P. Montesinos dedicado a Mad Men. Cómo lo envidio. Yo perorando de cosas académicas y él hablando de la ficción más notable de nuestros días. Volveré. El número de OdP viene cargadito, bien repleto de reflexiones y contribuciones que merecen horas de lectura y demora y un puntico de imaginación (por ejemplo, la de Miguel Veyrat). Punto y aparte.

Mi padre. Aunque pueda parecer un pelma, he de repetirlo. Buena parte de lo que sé se lo debo a mi padre: , saber, en el sentido de leer. Leo por gusto, por placer personal, pero también por haber sido inducido por mi señor padre. Fue él quien primero me habló de los escritores que tempranamente habían escrito sobre la Guerra Civil: desde Ernest Hemingway hasta José María Gironella. Estamos en julio y estas cosas vuelven...

Lo que me decía de ellos era que daban un testimonio directo del conflicto. Siendo joven leí parte de lo que me recomendó, pero no sentí proximidad alguna con lo relatado, con lo contado. Allí estaban, en casa, aquellas novelas. Mi padre me hablaba con admiración. Y me sugería su lectura por eso, por la cercanía testimonial y por la crudeza. Sin embargo, había algo en esas historias que no me satisfacían: nos ataban a un pasado reciente que pesaba, propio de otra generación, y del que los jóvenes queríamos desprendernos. Hablo de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Lo español y lo carpetovetónico asfixiaban; y la gran literatura, incluso la literatura foránea, ayudaba a imaginar otros mundos, quizá más civilizados.

Laimaginacionhistorica.jpgLos autores que trato y analizo en La imaginación histórica (Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, Eduardo Mendoza, Luis Landero, Arturo Pérez-Reverte) no convierten la Guerra Civil en materia central de sus novelas. Lo que en sus obras hay es la evocación, la información vicaria, la transmisión generacional: una Guerra contada por los mayores y que estos prosistas reelaboran con esos relatos y con las experiencias de otros, con lecturas, con películas, con informaciones que han recogido después. Se documentan.

Ambientan, por ejemplo, algunas de sus obras en el 36 y recrean las violencias españolas contemporáneas --violencias preferentemente masculinas-- pero no para hacer novela histórica, sino para pensar el presente, para representarlo hallando en la actualidad el peso del cainismo, del heroísmo. Estos autores imaginan momentos en que ellos podrían haber estado y se preguntan qué habrían hecho. Se responden fabulando, novelando, conjeturando sobre esa posibilidad. Pero esos autores quieren escapar, quieren huir de ese pasado desastroso: para ello nada mejor que dejarse influir por lo foráneo, por lo extranjero, por las literaturas universales.

Hace años, Javier Marías --de quien no trata en este libro, pero del que hablaré en un volumen venidero-- escribió un artículo que bien podría servir de emblema apara lo que digo: 'Desde una novela no necesariamente castiza". Los autores que prefiero se arrancan el casticismo, pesada herencia, o lo diluyen con ironías y parodias. O con universalismo. O con hibridaciones literarias, mezclas cervantinas y posmodernas a un tiempo.

Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno anuncia en el Congreso que se suprime la paga
Marianorajoyextra de Navidad. Nos quitan los chuches. Que yo sepa no ha dicho nada de la paga del 18 de julio. Al final se va a cumplir lo que yo vaticiné hace meses: los humanos resistiremos, pero El Corte Inglés, no. Cuando llegue fin de año y los empleados públicos no tengan líquido, la ficción navideña acabará. Adiós a las rebajas y adiós a los Reyes. Yo llevo dos años sin utilizar la tarjeta de dicho establecimiento: se me rajó y ya no renové el plástico. En El Corte Inglés me han olvidado...

                                  Estoestodoamigos

Todo el mundo levanta los pies

Por: | 09 de julio de 2012

Escapar corriendo. La lectura de El árbol de Teneré (Calima, 2012), de Juan Planas, perturba. Una reseña de Francico Fuster lo deja bien dicho... Abres el libro y lo primero que te encuentras es una Elarboldetenereentrada de los Diarios de Franz Kafka.

"21 de agosto [de 1912]. He leído a Lenz incesantemente, y él --así estoy yo-- me ha hecho entrar en razón", cita Planas. Pero yo he consultado otra versión de los diarios. No puedo disfrutar del original y por ello me resigno a estas espléndidas e imaginativas traducciones. Leo la edición que Jordi Llovet dirigió para Galaxia Gutenberg.

A Kafka, la lectura le hace entrar en razón, repite Juan Planas. ¿Qué será tal cosa? Entrar en razón. ¿Acaso moderarse? No sé, en mi ejemplar, la versión es distinta: "He leído incesantemente a Lenz y gracias a él --así me encuentro-- he vuelto en mí". He vuelto en mí. No sé: es una confirmación del encierro, de la repetición: uno acaba regresando al personaje nimio que es...

Juan Planas reproduce otro fragmento de esa misma entrada de los Diarios. Según añade Kafka, leer es manifestar simultánea e indirectamente una insatisfacción. Cuando tomamos un libro, levitamos: "todo el mundo levanta los pies del lugar en que se encuentra, para escapar corriendo". Escapar corriendo: poner los pies en polvorosa, que se decía en los tebeos y dibujos infantiles. O en mi versión: "todo el mundo levanta los pies del sitios en que se encuentra para irse de él".

En Planas, la realidad no puede ser un mal principio: nos da arraigo y sensatez en un mundo de gentes desnortadas y dementes. La realidad, sí, no puede ser un mal principio: siempre y cuando podamos abordarla para escapar y para, finalmente, volver maltrechos o indemnes. "Pero viajo entre los escombros de los hospitales / y no encuentro mi nombre entre las listas de bajas. / Será que estoy en fuga o, quizá, en el purgatorio / de los que aún tienen fe en el cielo y en el infierno." Eso precisa Juan Planas.

Leer para perderse. Llega el verano y todo marcha más lento. Ya hay lista de bajas. Uno demora la Libroammactualización del blog, dejándose llevar por la haraganería. O eso espera uno tras la agitación de los meses precedentes, tras el trabajo. Aunque, bien mirado, no es más que un deseo, pues en verano estallan guerras y se producen cataclismos... Aún me quedan semanas para disfrutar del dolce far niente, pero ya quiero pasear, hacer ejercicio, tomar aire y broncearme moderadamente. Y ya quiero leer sin tasa novelas, poemas y ensayos. ¿Para qué? Para perderme, para salir de mí mismo. Por eso leemos: para olvidar durante un tiempo esos personajes previsibles que somos.

"He de recuperar el hilo o dejarlo escapar por completo. / Huyo con él y huimos. Huyo contigo y de mí. Huyo", leo en el libro de Juan Planas: un diagnóstico preciso.

Algo semejante defendía Antonio Muñoz Molina el sábado pasado en Babelia. El mismo día en que aparecía el suplemento de letras y artes de El País, el 7 de julio, el diario vendía a precio reducido El viento de la Luna, uno de esos libros que he leído, releído, glosado y vuelto a comentar. Me da reparo poner enlaces, pero podrían ser varios a las lecturas y relecturas, menciones y reacciones que dicha novela me provoca, ambientada principalmente en 1969, tres décadas después del fin de la Guerra Civil. Para esas fechas, yo tenía diez años...

Soy yo quien arde ahí

Por: | 02 de julio de 2012

ValenciaIncendio"Soy de alma mestiza pero ardo muy bien / en las laderas cuando el sol / me agosta, pronto a resucitar en rocío", leemos en el poema.

Es metáfora y es dura, cruel realidad:"nuevo: Como violenta lava / que brota, mundo calcina y sentido aviva". Resulta doloroso confirmar algo así. "Del rosal, coronado por cascotes / de vidrio roto". La imagen hiere: pincha y corta, perfora y secciona.

Estamos al final de la tarde, cuando todo se desploma y se desangra, cuando el reflejo multiplica y pica. Son flores del atardecer que se abrasan: dicho así, con tanta propopeya y afectación.

Pero dicho también con fina metáfora, con febril trazo, con palabra exacta: el del enfermo que lucha por sobrevivir, el del herido que se desprende, el del muerto al que todo se le apaga. Apagar el incendio...

Se cierra el puente. Todo concluye. Todo se extingue y todo se opaca: a pesar del ardid; a pesar de que arde. Vecinos que corren. Humos que sofocan. Los muertos que esperan. "Estar muerto te permite ser bosque o vapor / de horizonte en tierra / estero, canto rodado. Eras astro que jugaba / a surcar incendios. Querías prolongarte así".

Lo que canta el poeta es lo que nos conmociona. "Canto todo cuanto perdí, follaje oscuro o sueño". Todo arrasado. "Noche sin poniente, / memoria/ de un día que golpea / o palpita --fámula / ciega, todo sentido a un tiempo". Eso es: el incendio arrasador: todo sentido a un tiempo, a la vez. Padecido, vivido y sobrevivido.

"Perdidos transitamos sobre polvo / dorado que alienta / bajo infinitas praderas / de latón. Atravesamos destellos / que no nos dejan ver más / allá. Apariencia". Eso dice el poeta. "Entretanto vivo aislado donde ya no llegan caminos / pues la arena de las horas se detuvo / al cesar el temporal y devolver al espacio", añade. "Eres tú quien arde en cada rama dorada / que incendia el seso-- y", dice el poeta con resonancias cultímas. "Si la llama es una llama / es una llama --tautología sagrada". La llama no se alimenta de leña. "No de luz y fuego se alimentan los volcanes", precisa.

"Orto y ocaso ya no existen / calcina la costa ora / roja de cénit a / nadir asolada esfera / cerraba el poema / de Parménides al mundo plano".

¿El mundo plano? Hay un mundo superficial y hay una realidad honda, profunda. Hay un bosque que se quema. Y hay personas que sobreviven a un mundo achicharrado, abrasado. Es metáfora y es poniente de nuestros días.

Miguel Veyrat, Poniente (2012). Madrid, Bartleby Editores.

Dos. He sentido un estremecimiento cuando he visto las fotografías que reproduce El País. Son instantáneas de los incendios valencianos. Por supuesto, ese estremecimiento me lo provocan la destrucción y el dolor que se observan. Se ve la devastación: la catástrofe. Pero ese espasmo lo he sentido también por otra razón. ¿Cuál?

Las imágenes son inquietantemente bellas. Ya sé que está de más un adjetivo como éste. Ya sé que sobra la inquietud que me provoca una imagen. Pero he de confesar que dicha emoción me la han causado esas instantáneas y otras que he visto. Además, para mayor paradoja, me recuerdan circunstancias ya vividas en la ficción. ¿Imágenes dantescas? Por supuesto, todo esto remite al Inferno, pero no es eso. O no sólo eso.

La fotografía que encabeza este post y que abajo vuelvo a reproducir es obra de Germán García (AFP). En ella vemos las llamas cerca de Yátova. En las dos siguientes instantáneas distinguimos un helicóptero volando cerca de Alcublas y Llíria, por Kai Försterling (EFE), y un monte quemado en Macastre, por Tania Castro. La imagen del helicóptero me remite a Apocalyse Now (1979), de Francis Ford Coppola. Qué incongruencia.

El País

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