Blogs Comunidad Valenciana Ir a Comunidad Valenciana

Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

El PSOE

Por: | 29 de octubre de 2012

Psoe1¿Qué hace el Partido Socialista Obrero Español? Dice Alfredo Pérez Rubalcaba que el PSOE no va a la deriva y que él mismo se siente respaldado como máximo dirigente de la organización.

Admitamos que sea así: que esa declaración sea totalmente sincera. Habrá que admitir también que en la sociedad de la comunicación no sólo es verdad lo que es verdad, sino lo que la gente juzga como tal. Y en la opinión pública se está imponiendo un juicio común y probablemente cierto: Alfredo Pérez Rubalcaba fue parte de la solución; y en cambio hoy es parte del problema.

El problema no es lo que hay, sino lo que muchos perciben. Y la percepción es la de que contamos con un partido socialista que se mueve lentamente, que hay militantes válidos que son apartados o simplemente ignorados, que hay dirigentes audaces que lejos de ser promocionados son frenados. Y que Alfredo Pérez Rubalcaba confía en remontar esta coyuntura tan negativa. Pero aquí y allí el Partido Socialista aparece descabezado, mudo o escasamente convincente. El PSOE tiene un problema. O dos. Y bien que lo lamento. Espero que dicha organización se revuelva, se revele y se rebele...

La ciudadanía espera un cambio.

¿Continuará...?

La ciudadanía espera un cambio, sí: un partido abierto; no una organización cerrada que premia el asentimiento y castiga el disentimiento.

Hay electores que esperan un liderazgo dinámico, intelectual y popular. Ni arrogancia iletrada ni antiintelectualismo.

Hay votantes que esperan cuadros y dirigentes que intervienen, que ocupan espacios de opinión, y no simplemente orgánicos. Ocupar un espacio mediático no es alarmar o crear acontecimientos escandalosos o hacer declaraciones pomposas que recogen inmediatamente las televisiones. Es crear las condiciones de la transparencia y de la deliberación: criticar lo obvio.

Hay simpatizantes que esperan participar en la vida interna de la organización, que esperan la renovación de cargos a partir de listas cerradas, pero no bloqueadas.

¿Continúo?

Hace un siglo, Robert Michels diagnosticó el mal de los partidos políticos. Tomaba como dato su propia experiencia dentro del Partido Socialdemócrata alemán. Tituló su obra de manera genérica: Los partidos políticos (1911). En realidad analizaba microscópicamente la organización germana. Sus resultados eran desoladores: no es posible la democracia interna, porque los partidos son maquinarias oligárquicas, entes en los que se enfrentan dirigentes con intereses contrapuestos que buscan sus adeptos en una guerra política de alianzas.

El diagnóstico de Michels parecía muy ajustado y la experiencia histórica no parece sino revalidarlo. Pero la crítica radical de la forma partido conduce al fascismo, que es la opción por la que se inclinó Michels en la última parte de su vida. La clarividencia sin consecuencias lleva al desastre. Aunque la perspicacia con efecto lleva al conocimiento.

En el Partido Socialista Obrero Español hay defectos insoslayables, taras propias de toda organización política. Pero en dicho organismo hay unas tradiciones propiamente democráticas y sobre todo hay un elemento humano muy valioso y aprovechable. Quien disiente lealmente es un valor, no una carga o una rémora. ¿Acaso en la sociedad de la comunicación el partido puede atrincherarse? La opinión pública empezó como el espacio de publicidad: aquel ámbito en donde los ciudadanos exigen porque distinguen.

No pensemos que los nuevos partidos se libran de incurrir en los mismos vicios. La tendencia oligárquica es algo general. La ventaja de la comunicación de masas es que hace visibles el caciquismo y la fontanería.

¿Sigo...?

Leo el editorial que El País dedica al Partido Socialista tras el breve oleaje interno que ha sufrido este fin de semana. Se titula "Lo que necesita el PSOE". El editorialista da una serie de recomendaciones. Concluye:
"Pero la decisión sobre quién ha de encabezar el cartel en las próximas elecciones no debería retrasarse excesivamente. Lo que necesita urgentemente el PSOE es capacidad de integración. No anda sobrado de fuerzas como para seguir con unas luchas intestinas cuyo único efecto es alienar a sus posibles electores e impedir un debate a fondo de cómo ha llegado a su situación actual y sobre cómo salir de ella, lo que implica ayudar a salir al conjunto de España".

Encabezar un cartel electoral no es baladí: de su atractivo, de su capacidad de convicción, de su crédito depende una parte de su éxito. Pero también depende de su fuerza, de su dinamismo. No puede presentarse un candidato de aspecto derrengado. No puede luchar un político al que ya vemos amortizado.

El editorialista añade que PSOE necesita capacidad de integración: que se acaben las luchas intestinas, vaya. No sé si entiendo bien la recomendación. Que haya confrontación interna no es malo. Forma parte de la deliberación. Lo que resulta letal es una organización en la que una parte se impone a la otra para luego negarle su integración. Si los debates intestinos se liquidan haciendo callar al otro, lo que el partido pierde es capital humano, recursos efectivamente humanos. Entonces, esa lucha interna sí que es un espectáculo poco edificante.

No pueden atrincherarse los dirigentes, no pueden encastillarse. Si lo hacen, los compañeros se convierten en enemigos y el enemigo siempre está a las puertas. Las puertas de la organización no pueden estar cerradas a debates. No me gusta el asambleísmo, pero menos me gusta el despotismo.

Un partido necesita un liderazgo reconocible, dinámico, persuasivo, con expectativas. Y siempre revocable. Y necesita ocupar un espacio de la opinión. Siento decirlo: pese a sus esfuerzos, el PSOE no ocupa dicho espacio; lo pierde, se desdibuja.

Una reacción interna, una refundación, es el principio, no el objetivo.

Los enamoramientos, de Javier Marías

Por: | 25 de octubre de 2012

1. Javier Marías, Premio Nacional de Narrativa por ‘Los enamoramientos’

2. El novelista rechaza el galardón

3. Reseña de Los enamoramientos publicada en Ojos de Papel (2 de mayo de 2011)

Portada-enamoramientos_grandeEmpecemos con una crítica, tal vez muy del gusto del articulista Javier Marías: vivimos en época de brevedad y fragmentación, de urgencias y levedades, de falta de atención. Enseguida nos cansamos y dejamos de mirar, de inquirir. Los empeños cotidianos se nos multiplican y las prisas nos angustian. Toda clase de estímulos perturban nuestra vigilancia y nos distraen. En esas circunstancias, observar con detalle y conjeturar sobre lo que vemos es tarea difícil: muchas cosas nos incitan a cambiar de objeto o de curiosidad. Nada parece durar y si algo permanece, pronto nos aburrimos: todo se nos hace cuesta arriba. Tomémonos en serio la metáfora. Vivir es sortear o salvar obstáculos. Como leer. Para alcanzar la meta hay que poner tesón y proseguir, hacer ejercicio y oxigenarnos. Cuando conseguimos vencer esa resistencia, cuando logramos llegar con bien y complacidos, tras páginas y páginas, entonces nos sentimos dichosos y hasta eufóricos. Pero entonces, justamente entonces, ya todo está consumado. ¿Qué es llegar a la meta sino morir? Retengamos esta imagen. Eso es lo que se nos cuenta en Los enamoramientos, de Javier Marías, y esto es lo que nos pasa.

En el momento de redactar estas líneas, la novela del escritor madrileño va por la segunda edición. En tres semanas se han despachado cien mil ejemplares y encabeza la lista de los libros más vendidos. ¿A qué se debe este éxito? Sin duda hay una buena, una excelente promoción. Pero sobre todo hay dos cosas más. Primera: numerosos lectores fieles a Javier Marías, que han ido creciendo en número y en adhesión, compran la obra. Una nueva novela de autor predilecto será siempre convenientemente recibida. Bien mirado, este argumento no tiene sentido: una novela decepcionante es lo que peor perdonan los lectores devotos de un autor reconocido. ¿Entonces? Segunda cosa a añadir: la novela confirma las expectativas y por tanto corrobora lo que del escritor se espera. Este factor es determinante.

Ésa es la impresión que me causado. He leído Los enamoramientos con placer, con interés creciente y con inquietud, sin aparente esfuerzo, como si subiera una cuesta larga pero no empinada: como si no tuviera cuatrocientas páginas. El resultado es reparador y a la vez asfixiante: al final, cuando salimos de la novela, tenemos la impresión de que hemos llegado a la cima, sí, pero todo lo que creíamos ver está envuelto por la bruma. No tenemos seguridad de lo que hay más allá o de lo que hemos visto o entrevisto. Vamos adentrándonos poco a poco, con brújula, con paso errabundo y reflexivo, como suele decir el propio Javier Marías de su arte narrativo, y a la postre avanzamos con tiento y un poco a ciegas, con escasa luz. El lector, este lector, no sabe qué se va a encontrar a la vuelta de la página. Pero, además, ratifica la impresión de que el autor tampoco sabe gran cosa de lo que se avecina, de lo que va a resultar, cuando escribe y va concibiendo la novela. Es cuestión de esperar, de estar atentos y de ver qué puede ocurrir. Se trata de observar y de no cansarse al primer obstáculo, de no molestarse a la primera digresión o al primer inciso. ¿Y por parte del novelista? Es cuestión de ser coherente con los datos que proporciona: de ser congruente con las informaciones que va dando de cada uno de los personajes, de su pasado y de su presente.

Cuando hemos llegado al final, cuando completamos la historia que se nos cuenta y de la que en principio nada sabíamos con certeza, este lector lo admite: sale convencido e inquieto, como decía. ¿Por qué razón? Porque cuando creía leer una historia de levedad con toques humorísticos comprueba que ha leído una historia de gravedad y muerte con sarcasmos muy dolorosos. De entrada, esta revelación personal que hago no tiene interés alguno. Al fin y al cabo, lo que suceda a uno no es predicable para todos; tampoco significativo. Pero lo declaro porque Marías no me tenía ganado de antemano: debía convencer a un lector que lo sigue desde hace muchos años, un lector que lo ve venir. De nuevo, con los mismos recursos y con otra historia diferente, Marías persuade. ¿Y cuáles son esos recursos? La prosa demorada, de período amplio y de sintaxis retorcida, con su ritmo envolvente y quebrado, su discurrir parsimonioso, sus divagaciones, sus rodeos, sus amplificaciones. Marías aturde y a la vez nos hace reflexionar valiéndose de la elocuencia, de una locuacidad que se reparte entre los distintos personajes que hablan, cuyos discursos se reproducen en estilo directo, en estilo indirecto o en estilo indirecto libre: todos atentos a los indicios, a lo que se ve o entrevé o se barrunta; y todos convocados por una narradora, María Dolz.

Marías nos hace reflexionar en espera de lo que pueda suceder. ¿Y qué va a ocurrir? Ah. Que avancemos sin saber lo que va a pasar, que el escritor no tenga el mapa completo de su mundo de ficción, no significa que quepa cualquier cosa. Yo no veo trampas en Marías, sino el enrevesamiento propio de la vida. ¿De qué va la novela?, pregunta el curioso lector. Como dice Javier Díaz-Varela, un personaje importante de Los enamoramientos: “lo que ocurre en ellas [en las novelas] da lo mismo y se olvida una vez terminadas. Lo interesante son las posibilidades e ideas que nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios”. O como añade más adelante este mismo personaje: “la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da”.

A lo largo de la novela meditaremos sobre el amor y sobre el estado del enamoramiento: sobre las trampas que una mujer enamorada puede tenderse, sobre los esquivos encuentros con quien es objeto de esa pasión intermitente. Meditaremos sobre la traición y la amistad, sobre la delación y la impunidad, sobre lo que sabemos o no sabemos, sobre lo que retenemos y extraviamos cuando los otros ya no están, sobre la muerte. Porque este último asunto, la pérdida de quienes nos son más cercanos o nos son más importantes es la clave de esta obra y, casi siempre, el motivo constante de Javier Marías. Ya lo era en Todas las almas (1989), en Corazón tan blanco (1992). Como la traición ya estaba presente en El siglo (1983). Ahora en Los enamoramientos, una y otra vez vuelve sobre la disipación, sobre la desaparición, sobre la difuminación. Bien mirado --parece decirnos este novelista-- es raro que aceptemos la muerte de quienes nos han ido conformando. No sólo los padres o los consanguíneos y afines, sino también esos otros individuos que sin tratarlos habitualmente estaban en nuestro paisaje. Creemos que sólo nos importan unas pocas personas y no es así. De repente, cuando los desconocidos o vagamente conocidos ya no están, cuando han muerto o nos han abandonado, descubrimos que también ellos formaban parte de nuestro entorno emocional. Aceptemos, pues, a quienes nos rodean y tratemos de pensar la vida sin ellos. De inmediato comprobaremos que la existencia es una continua amputación. ¿Cómo es posible vivir así, sin ellos?

María Dolz trabaja en una editorial y se codea con escritores. Su vida, la existencia de esta mujer de treinta y tantos años, es rutinaria y previsible. Cada mañana, antes de entrar a la oficina, desayuna en una cafetería de la parte alta de Príncipe de Vergara, en Madrid. Es un hábito saludable, pero no por la dieta, sino por la alegría que algunos parroquianos le dan. Todos los días, un hombre y una mujer hacen lo mismo que ella: desayunan antes de separarse. Parecen profesarse todo el amor, una ternura sin énfasis, sin ostentación. Ríen, sonríen y susurran con complicidad, con dicha. María los ve desde una mesa cercana y su satisfacción crece. Envidia su felicidad y a la vez les agradece interiormente el contento que le procuran. Hay personas que nos confortan, que nos infunden optimismo. Su simple presencia nos anima y nos ayuda a sobrellevar lo ordinario y lo repetido, que es el grueso de la existencia. Expresamente no hacen nada por nosotros, pero ese deleite que las envuelve, su dinamismo, su energía sensata o su placidez nos alivian de tanta carencia, de tanta duda, de tanto ultraje secreto o manifiesto que padecemos.

Observemos la fotografía de la cubierta. Es la imagen misma del optimismo y la felicidad. Pertenece a Elliott Erwitt, célebre retratista de la agencia Magnum. Es muy preciso lo que en una página Erwitt dice de su arte y eso que dice es muy pertinente para el caso de esta novela.

“Uno de los resultados más importantes que se pueden conseguir con la fotografía es hacer reír. Si además se altera la risa con las lágrimas, como ha hecho Chaplin, se logra la conquista más importante. Yo no apunto forzosamente tan alto, pero reconozco que se trata del objetivo supremo”.

En parte, eso es lo que nos confiesa María, la narradora de Marías. En una página de la novela leemos sobre esta gran verdad:

“Hay personas, que nos hacen reír aunque no se lo propongan, lo logran sobre todo porque nos dan contento con su presencia y así nos basta para soltar la risa con muy poco, sólo con verlas y estar en su compañía y oírlas”.

Y sigue: “Eran el breve y modesto espectáculo que me ponía de buen humor antes de entrar en la editorial a bregar con mi megalómano jefe y sus autores cargantes”. Más aún: era explícito “lo bien que lo pasaban juntos”, esa pareja tan elegante y cordial, risueños y simpáticos, pero no empalagosos ni edulcorados. De facciones gratas y expresión afectuosa, él lucía hoyuelo en su barbilla. Aún lo recuerda con precisión y todo detalle. Ambos sólo cruzaron con María Dolz “alguna mirada, de mera curiosidad, sin intención y jamás prolongada”. Sentada a una mesa de la cafetería, cerca pero no lo suficientemente cerca, la narradora los veía hablar. Hablaban, en efecto, y María se preguntaba de qué hablaban, pues “su conversación sólo me alcanzaba en fragmentos, o en palabras sueltas”. Trozos de una totalidad que se desconoce, cachitos de un entero que se ignora. ¿Qué significaba todo aquello, todas las voces malamente captadas, expresión de una felicidad ajena? La narradora y esa pareja nunca llegaron a hablar: apenas un par de gestos de reconocimiento o una ligera inclinación de cabeza. Y de repente, él muere.

Miguel Desvern o Deverne –pues hay dudas sobre su apellido—aparece fotografiado “en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en muerto”. ¿Quién lo ha acuchillado? Por lo que cuentan las crónicas contradictorias de los diarios, el autor del crimen lo hizo “por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente”. ¿Por su libre voluntad? ¿Inducido? Buena parte de la novela es una profunda disquisición sobre este particular y es también una inquietante reflexión sobre la conducta de los vivos, de los que permanecen. ¿Qué hacemos los que quedamos? Los deudos pronto olvidamos a nuestro muerto “y nos limitamos a darlo de baja”. Pronto nos acostumbramos a su falta. “No sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos”, se dice María Dolz. La narradora, precisamente, se resiste a olvidar a esta pareja rota, que ella denominó la Pareja Perfecta, a estos seres --Miguel Desvern o Deverne y Luisa Alday-- que le daban contento cada mañana mientras todos ellos, en sus respectivas mesas, desayunaban en aquella cafetería de la parte alta de Príncipe de Vergara, un suspiro o un alivio matutinos de felicidad, de felicidad conyugal.

¿Y las lágrimas, las lágrimas de la pareja que Elliott Erwitt no retrata en su bellísima instantánea? ¿Qué pasará cuando alguna de esas personas ya no esté? ¿En qué desamparo nos dejará? ¿Averiguaremos qué fue de ella? Y, en el caso de que entonces sepamos cosas que ignorábamos, ¿cuál será nuestra actitud? Los individuos somos seres decepcionantes. Pero no porque afectemos ser lo que no somos; no porque nos equivoquemos con las apariencias. Somos decepcionantes porque continuamente decimos --y nos decimos-- lo falso; porque constantemente mentimos --y nos mentimos— con lo obvio, porque queremos aferrarnos a unas esperanzas que tienen mucho de quimeras. Creemos vivir como adultos, con soberanía y competencia, y resulta que pronto, bien pronto, descubrimos que somos dependientes de personas con las que ni siquiera tenemos trato cercano o íntimo, personas tan inconstantes o tan inestables como nosotros. La red de sociabilidad humana es verdaderamente asombrosa. ¿Cómo es posible que nuestras relaciones se basen en tantos supuestos y en tantas expectativas precarias?

El personaje principal de Los enamoramientos, María Dolz, cree vivir una experiencia de la que sabe lo básico, pero la pareja con la que no trata, los asuntos de los que hablan y los avatares de que participan son confusos, imprecisos, de significado incierto. Al menos para ella y por tanto para nosotros, dado que María es quien nos precisa los hechos y su interpretación. No es un problema de la novela. Es el objetivo de la novela. En este sentido, es una obra de gran realismo. En la vida suelen ocurrir muchas cosas. En las novelas, normalmente también: aunque hay datos no dichos, elipsis que abrevian, saltos en el tiempo, también en ellas se nos proporcionan muchas informaciones sobre hechos numerosos que pasan en el interior de esas ficciones. Los medios de comunicación nos han habituado a este modo de ver y de vivir lo real. La sucesión, la acumulación y la concurrencia de acontecimientos nos parecen lo evidente, lo natural. Todo ocurre a la vez y todo está pasando. Ese vértigo informativo es a la vez saturación.
 
¿Pero qué pasa cuando acotamos y a la vez profundizamos, cuando detallamos y reproducimos el transcurso del tiempo? Me refiero al tiempo real que pasa lentamente en un presente continuo en el que hay hechos y conjeturas sobre acontecimientos escasos. Si lo pensamos bien, así ocurre en nuestras vidas. Nos pasamos una parte importante de la existencia en suspenso, mudos, especulando: vaticinando lo que aún no ha ocurrido y no es presente. O nos pasamos una parte sustancial de la vida fantaseando, sopesando y columbrando lo que es pasado y ya no tiene remedio. O sí, porque los hechos dependen de sus relatores, de la historia que da significado a los acontecimientos que evocamos. Así lo decía Marías en Mañana en la batalla piensa en mí (1994) y en Negra espalda del tiempo (1998).

María Dolz reconstruye parte de esos hechos pretéritos mientras vive azarosamente un amor que nunca será conyugal. Es propiamente un enamoramiento, algo más ligero, provisional o imprevisible… La narradora será informada por su partenaire con sinceridad o con doblez, sin que nunca ella pueda asegurar la verdad del relato recibido. Amará sin esperar gran cosa; seguirá trabajando en la editorial sin dejar de detestar a los escritores, tan maniáticos y hasta pendencieros, tan involuntariamente cómicos. Pero sobre todo María Dolz cavilará y reconstruirá para nosotros los lectores lo que cree que otros personajes piensan, dicen o hacen. Presumirá constantemente, predecirá retrospectivamente. ¿Por qué razón? Porque sabe poco y lo poco que sabe es incierto, equívoco y posiblemente falso o engañoso. La novela es, pues, un relato posible, una reconstrucción virtual de lo que pudo ocurrir. María se esfuerza en dar significado a las cosas y para eso tiene tratos con algún amigo cercano de Miguel y de Luisa: con Javier Díaz-Varela, ese a quien antes mencionábamos. Es éste un personaje de rasgos reconocibles que yo aquí no desvelaré. No es escritor pero frecuenta a literatos, a profesores de literatura (como ese Profesor Rico a quien ya veíamos en Tu rostro mañana, 2002-2007). Y tendrá tratos con Ruibérriz de la Torre, vinculado a Díaz-Varela y a la postre un tipo chulesco e impulsivo (que ya conocíamos por Mala índole, 1998).

Con Díaz-Varela y con Ruibérriz, con sus presencias reales, María vive una historia distinta, una historia propiamente humana, dudosa, sin compromisos firmes y con miedos: te doy para que me des; te digo para que me digas. Buena parte de la novela es el diálogo que mantienen María y Javier. Lo narra ella, pero reproduciendo largos pasajes en estilo directo. Así, los lectores accedemos o creemos acceder a lo que Javier sostiene y defiende. Es un tipo de verbo inflamado que sermonea, que discursea, que incluso conferencia privadamente; un tipo que se vale de ejemplos literarios (Balzac, Dumas) para ilustrar sus pláticas. ¿Por pedantería? No es una afectación o una impostación: simplemente, él es así. Vive la literatura como si las novelas fueran exámenes potenciales y de ellas extrae enseñanzas. Pues bien, todo lo que leemos y todo lo que María dice que dice Javier gira en torno a Miguel y a Luisa… María escucha y literalmente se embelesa. Ha de hacer esfuerzos para no dejarse atrapar por esa labia, por esos labios. Ha de hacer esfuerzos para no dejarse derrotar por la contundencia expresiva y corporal de Ruibérriz. Ella misma, después, nos contará las cosas con elocuencia, con extensión, pero sin discursear. Ella misma reproducirá para nosotros los largos parlamentos de Javier.

En esta novela hay ironía y hay desenvoltura, una expresión que se dilata y una reflexión sobre unos cuantos asuntos, una reflexión que se precipita en honduras. Hay palabras que vuelven como un ritornello --y al repetirlas adquieren resonancias nuevas-- y hay una corriente de conciencia, una especie de monólogo y una confesión que informan y dan sentido: nos intrigan, nos hacen suspender el ánimo, en espera de lo que va a ocurrir o del significado real de las cosas. El lector no sabe y el autor parece saber menos que su narradora. María nos cuenta los hechos manifestando su sorpresa y confesando sus estados de ánimo, siempre pasajeros y sucesivos: conforme los incidentes suceden y se precipitan. Pero no hay vértigo de los acontecimientos… La prosa de Los enamoramientos activa un mundo calmo de gentes distraídas, atentas o preocupadas que toman decisiones, que realizan acciones, algunas punibles. O no. Sus páginas conforman un espacio suspendido, algo borroso, en el que los personajes entrevén y prevén, presumen y suponen, charlan y engañan.

Leemos algo que María nos cuenta y de cuya veracidad no tenemos pruebas. Relata y por ello creemos acceder a su intimidad. ¿Pero con qué fin narra esto que ahora leemos? ¿Por qué verbaliza lo que ve? ¿Por qué dice lo que siente, experimenta o sospecha? No sabremos la razón. Pero narrar siempre es un alivio, una forma de descargar lo que pesa o daña; o es un forma de justificarse, de legitimarse, de racionalizar lo que hicimos o dejamos de hacer. ¿Cuánto hay de verdad en este cuento de María? La narradora cree haber hecho cosas de las que se arrepiente o cree que ha dejado de hacer cosas que debería haber realizado. Todo eso nos lo detalla. Es, pues, muy precisa, pero al mismo tiempo confía en que ciertos hechos no se destapen, no se revelen. Confía en que determinados actos y pensamientos queden sin saberse. “No está de más que algunos hechos civiles, si es que no la mayoría, se queden sin registrar, ignorados, como es norma”.

Hay una constante en Marías: en esta novela y en otras suyas. Es el ocultamiento que indebidamente se ha revelado o amenaza con destaparse, un secreto que casi siempre se refiere a la muerte. Con frecuencia, el incipit en Marías ya adelanta el asunto: la revelación del arcano y la referencia a la muerte. Hagamos una breve enumeración de esos inicios. Empecemos con Corazón tan blanco:

“No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados”.

Prosigamos con Mañana en la batalla piensa en mí:

“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros. Muchas veces se ocultan los hechos o las circunstancias: a los vivos y al que se muere --si no tiene tiempo de darse cuenta-- les avergüenza a menudo la forma de la muerte posible y sus apariencias, también la causa.

Y concluyamos con Tu rostro mañana:

“No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo”.

Ahora, en Los enamoramientos, el motivo de la muerte también se sabe desde el principio:

“La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida...”

Pero la necesidad de ocultar es algo que sólo aparecerá más adelante conforme avancemos en el desarrollo de unos acontecimientos confusos o que la narradora ve o quiere ver como confusos. ¿Por qué? Repitamos lo que dice: que ciertos hechos civiles queden olvidados. Esto es, en la impunidad. ¿Pero, entonces, cómo es que leemos esta larga confesión? En principio, ella misma se dice: nadie va a juzgarme; tampoco hay testigos de mis pensamientos. ¿Cómo que no hay testigos? Eso no es exactamente así: la novela que ahora leemos es una exposición de dichos pensamientos. Nosotros somos cómplices. Lo evidente y lo enredado nos llegan gracias a ese caudal escrito, a ese torrente de revelaciones seguramente inexactas.

En primera persona, el yo narrador confiesa y expone, parafrasea a otros personajes y reproduce conversaciones. Pero sobre todo reconstruye hipotéticamente los actos, los pensamientos y los sentimientos de terceros: conjetura sobre lo que ellos mismos han podido conjeturar, de modo que nos hace ingresar en un mundo evanescente de círculos concéntricos; en un mundo hecho de posibilidades y de probabilidades --de actos y de significados potenciales--; en un mundo del que lo ignoramos casi todo y del que intuimos o sospechamos mucho más. El yo que habla supone y presupone con atención despierta o con recelo. Es una persona impresionable, también sugestionable, muy dada a profetizar lo que ya ha ocurrido. No sabe mucho de lo que ve: la muerte o su simple amenaza la dejan desamparada. Cavila y se abandona a reflexiones interminables, a presunciones.

Y el lector, tras cuatrocientas páginas, lamenta el fin, el cese de una narración que bien podría habernos llevado a una novela aún más extensa y meditabunda, a un cuento largo de intimidades que nos están vedadas. Cotilleamos, pues. Hay melodrama y hay suspense, hay una historia de amor no correspondido y hay costumbrismo, paradójico costumbrismo: una radiografía borrosa de almas que son fantasmales, sombra o voz. Todo transcurre en Madrid, en una novela “no necesariamente castiza”. Allí aparecen tipos locales y bien característicos, gentes inestables y poco constantes a las que también dañan el desaire, la traición, la pérdida. Es, pues, un retrato muy preciso. ¿O es más bien un autorretrato? ¿De quién?

Las leyes de la frontera, de Javier Cercas

Por: | 24 de octubre de 2012

LasleyesdelafronteraLeo Las leyes de la frontera (2012), de Javier Cercas. Es un libro recién editado que he devorado con pasión y con unción. Dicho así suena muy religioso, sí.

Leo con recogimiento, algo trastornado. Me altera lo que me gusta y me conmueve aquello con lo que me interrogo. Y la última novela de Cercas, diestramente narrada, me hace preguntarme.

Tiene trescientas y pico páginas (aunque yo la he leído en el Kindle y eso no se nota), pero se me han hecho cortas. Convivo durante unos pocos días con gentes perfectamente verosímiles.

Un personaje de conducta equívoca (cuando no simplemente delictiva), un narrador pasivo, un informante algo tontorrón, una mujer perdida y a la vez atractiva, inteligente y vulgar. Un mito...

Los personajes se crecen conforme avanza el relato y las situaciones cobran una dimensión propiamente moral. Estamos juzgando a cada momento sin saber si acertamos o erramos. Eso es lo que hay. Héroes que son villanos, malvados que tienen su bondad, individuos que se ocultan y que finalmente se confiesan, damas que no son tales, caballeros que son ruines.

¿Continúo...?

Eso, ¿continúo...?, es lo que preguntábamos de niños cuando contábamos una película. Formábamos un corro y alguno de nosotros se ponía en medio de todos para ser escuchado. Si tenía habilidades, hacía ver la historia a quienes no aún habían contemplado el film. Se trataba de narrar con orden, de precisar la índole y el carácter de los personajes, de detallar los principales acontecimientos, de enumerar las consecuencias. Y había que hacerlo con énfasis, dando a cada gesto un efecto, cambiando las voces o los tonos, tarareando incluso la banda sonora.

Con Las leyes de la frontera le entran a uno ganas de repetir aquel teatro adolescente, de revelar los hechos, la acción y la moral de los personajes, las consecuencias. Pero en Javier Cercas eso sería un error. Primero porque un parafraseo de lo que el autor ha escrito abrevia y empeora lo que él desarrolla con mucha elocuencia. Segundo, y más importante, porque Las leyes de la frontera es una pesquisa. Un narrador, a quien nunca vamos a identificar, entrevista a los protagonistas de una historia remota, algo ocurrido en Gerona en el verano de 1978.

La novela que leemos son las versiones de algunos de esos personajes, lo que recuerdan treinta años después: la memoria embellece o empeora las cosas, agiganta o achata las gestas o las ruindades. Un adolescente charnego mira el mundo con vehemencia y con miedo, y con él una basca, una cuadrilla de muchachos que viven aventuras y desdichas. El protagonista principal de la obra no tiene vez ni versión y su cuento es contado por alguien que con él compartió experiencias y peligros y por alguien que asistió como testigo. Ahora ya son adultos y los detalles y relatos son consoladores o autopunitivos: o se salvan o se condenan, o se justifican o se lamentan, o se perdonan y se liberan. ¿Es así? ¿Ocurrieron las cosas así?

Javier Cercas me regaló un ejemplar de su libro, gesto que yo le he agradecido mucho. La historia te atornilla: te ves envuelto en unas circunstancias y vidas remotas que no te conciernen y efectivamente da otra vuelta de tuerca, un giro más, a la novela de la adolescencia, a la novela de formación. Aprendes o reaprendes lo que es el miedo adolescente, la inconsciencia o la temeridad del jovencito, el futuro de setenta años por vivir. Aprendes o reaprendes que el presente dura, que las apariencias sí engañan. Que la existencia no dura nada.

Menos mal que Cercas ha escrito una historia larga, matizada, con relatos contradictorios. Eso es lo bueno, muy bueno. Lo malo es que se lee en un santiamén.

Viva Gibraltar

Por: | 11 de octubre de 2012

Monosdegibraltarfulfreipm9Un ministro de Educación y Cultura admite que hay que españolizar a los niños catalanes. Forzar y forjar su identidad, amaestrarlos. Un maestro amaestra, efectivamente. A las fieras hay que someterlas a un patrón común. Es una idea interesante, la de José Ignacio Wert, cuyo apellido habría que españolizar...

Reconozco que dicho propósito, el de españolizar a los catalanes, es de difícil metabolismo. Aceptemos que las élites catalanas han ideado un mundo homogéneo, bien encajado, poco realista. Pero la del ministro y la de Convergència son cavilaciones grandes, ambiciosas, que debemos debatir. Si debe hacerse tal cosa --españolizar o catalanizar-- es que hay una falta. Los infantes del Principado carecen de recursos y por eso hay que prestarles una ayuda, reforzar.

¿Eso significa que los niños sorianos, por ejemplo, están españolizados, suficientemente españolizados, medianamente españolizados? ¿Eso quiere decir que los jóvenes castellanos están sobrados de identidad? La cosa no acaba aquí. ¿Qué es ser español? Montar una jaca. ¿Qué es ser catalán? Bailar una sardana. ¿O es algo más complejo? ¿Admitir la unidad de la patria, compartir sentimientos, extender banderas en los estadios, corear himnos? Hacer la ola... ¿Acaso cantar un himno nos da fuerza? La Marcha Real carece de letra y para que sea soportable ha de escucharse con ritmo lentísimo: eso nos advertía Javier Marías en Salvajes y sentimentales. ¿Acaso cantar las glorias de Viriato? Pero Viriato era un pastor lusitano de aspecto fiero. ¿Acaso vivir la tinta roja como sangre, y la amarilla como oro? Mientras hay ciudadanos que pierden derechos y hay catalanes que no acceden a los servicios públicos, las élites españolas se recrean dándose bastonazos con el nacionalismo. No me jodan (con perdón).

Yo me tiro de los pelos, que me quedan pocos. Y Artur Mas, iron man, es el mejor aliado de una derecha sin complejos que se reviste con banderas. Así resolvemos los conflictos: con identidades opuestas y letanías de sacristía. Mañana es el día de la Hispanidad, antiguamente llamado Día de la Raza. Es un evento al que la Generalitat no envía representante. Yo tampoco estaré. La verdad, me dan ganas de irme a Gibraltar: ya no puedo caer más bajo.

La ciudad es un repertorio de monumentos ofensivos

Por: | 09 de octubre de 2012

La ciudad es un repertorio de monumentos ofensivos. Creo que hay que mantenerlos: eso sí, con cartelas debidamente explicativas. El texto que abajo reproduzco, El yugo musulmán, lo publiqué en octubre de 2009. Han cambiado algunas cosas. Pero yo me mantengo en mis trece. Me parece que aún tiene validez.

.

JaumeiMonumento y documento. Cuando transitamos por la ciudad, entregados a nuestras cavilaciones, no miramos detenidamente. Salvamos obstáculos, consumimos nuestro tiempo y lo que nos rodea sólo es marco, escenario, mero entorno. De cuando en cuando deberíamos pasear pausadamente y mirar: simplemente pasear y mirar como viandantes despiertos. O como historiadores que ven el pasado en lo que queda. En las calles hay señales que nos guían, que facilitan el tráfico, pero hay sobre todo restos de un pasado que fue presente. Esos restos son numerosos y a poco que nos esforcemos podremos hallarlos. Son monumentos y son documentos. Michel Foucault y Jacques Le Goff, entre otros, han reflexionado sobre lo que les aúna y les separa.

El monumento es un artefacto singular, la huella material (en piedra, en mármol, etcétera) que unos individuos quieren dejar de su tiempo o del pasado en el que se reconocen o al que homenajean. Funciona como un recuerdo, como un memento. Dice Joan Corominas en su Diccionario etimológico de la lengua castellana que la palabra procede del latín y deriva concretamente del infinitivo monere: advertir. En efecto, el monumento nos advierte, no avisa, reclama nuestra atención, nos hace pensar: es un objeto visible que nos interpela y que nos exhorta.

En principio, el documento es otra cosa. También es un artefacto material, pero es principalmente el instrumento en cuyo soporte (papel u otros) se depositan datos, una pieza que forma parte de un conjunto: el archivo. El archivo no es el entorno visible, sino un recinto protegido, guardado, custodiado. Es un depósito. Etimológicamente, documento viene de documentum, palabra que entre otras cosas significa ejemplo. Y documentum viene del infinitivo docere: enseñar, manifestar, mostrar.

¿Qué tienen en común? Podemos tomar los monumentos como documentos, como testimonios del tiempo en que fueron erigidos, como ejemplo o huella de un presente del que extraer información; y podemos tomar los documentos como monumentos, como la imagen que las sociedades quieren dar de sí mismas, con énfasis y reconocimiento. Los documentos también nos advierten, nos exhortan... No nos perdamos en este galimatías académico y descendamos a la calle. En concreto, a una plaza de Valencia, la de Alfonso el Magnánimo.

JaumeiparterreAllí, en esa plaza hay un parque público que data de 1860: el Parterre, de resonancias e inspiración netamente francesas. En el centro de la plaza y del parque hay un monumento. Echémosle un vistazo. Aquí les presento un detalle. Es la estatua de Jaime I. ¿Qué sabemos de ella? En Metales comunes e ingenios mecánicos, Anaclet Pons y yo mismo hicimos breve alusión a ese conjunto escultórico. Nuestro escrito formaba parte del catálogo Dos siglos de industrialización en la Comunitat Valenciana, una exposición sobre la fabricación local.

Es conocida la estatua ecuestre del rey conquistador y allí, en nuestras páginas, precisábamos el momento en que fue colocada y erigida en su emplazamiento, en el centro del parque del Parterre. La inauguración tuvo lugar el 20 de julio de 1891. El traslado fue muy anterior, a finales de 1890: desde los talleres de La Maquinista Valencia, que fue la empresa de fundición que la fabricó (y a la que dedicaron un estudio Carmen García Monerris y Amparo Álvarez). Para tal fin --para proceder al traslado--, el Ayuntamiento de Valencia tuvo que adquirir "un rulo de vapor, un artefacto fabricado por cierta empresa británica que había costado 16 mil pesetas de entonces". Con ese ingenio mecánico se remolcó la estatua. Hubo que escoltarla, hubo que iluminar el recorrido con hachas de viento de los peones camineros y hubo que contener al gentío con números de la Guardia Civil y Municipal. Así sucedió, en efecto.

Así lo relatan los cronistas. "Fue un costoso paseo de cuatro horas", decíamos, "entre las nueve de la noche y la una de la madrugada, luchando contra el lodo que se acumulaba en algunas zonas, pero todo ello verificado bajo los aplausos de los curiosos y aclamaciones de júbilo. No sólo se materializaba un proyecto: también su consumación devenía espectáculo y ejemplo de la epopeya de la voluntad humana y valenciana. Quince minutos antes de las dos terminaba la operación y doce días después se colocaba en su pedestal", añadíamos. "Hoy, como un ritual civil de obligatoria celebración, un gentío más o menos tumultuoso se reúne cada 9 de octubre para rendir homenaje al fundador, un modo de hacer historia monumental aplicando la razón retrospectiva, ulterior...", concluíamos.

En uno de los flancos del conjunto escultórico hay una lápida con una leyenda que dice: "AL REY D. JAIME EL CONQUISTADOR FUNDADOR DEL REINO VALENCIANO. VALENCIA AGRADECIDA. AÑO MDCCCXCI". En el otro flanco leemos: "ENTRÓ VENCEDOR EN VALENCIA LIBRÁNDOLA DEL YUGO MUSULMÁN EL DÍA DE SAN DIONISIO IX DE OCTUBRE DE MCCXXXVIII".

EstatuafrancovalenciaEl yugo musulmán. Retengamos esto. Como todos los años, cíclicamente, regresa la festividad del 9 de Octubre. O el 9 d'Octubre. Otra vez, la fiesta que conmemora la fundación del Reino de Valencia. Hace unos meses, en una sesión municipal dedicada a conmemoraciones y monumentos, el representante del grupo socialista, Juan Soto, pidió "la retirada de la placa" que está en la estatua del rey conquistador, esa lápida que reza: "Entró el vencedor en Valencia librándola del yugo musulmán".

Esta frase, decía Soto, "es ofensiva para los musulmanes, vejatoria y humillante, sin rastro de la Valencia plural y tolerante hacia la que deberíamos caminar", añadió. ¿Qué deberíamos pensar de esa iniciativa? Entiendo la incomodidad de ese dictamen (el yugo musulmán), pero por supuesto me opongo a que se retire esa placa, así sin más. Por lo que es, precisamente: todo un documento ofensivo, de ofensa guerrera, ciertamente; todo un testimonio de orgullo..., varios siglos después. Así eran los antecesores. Es un monumento de guerra, pues nos advierte sobre lo que fue la fundación del Reino de Valencia, pero es también es un documento: nos enseña lo que pensaban nuestros antepasados de 1890. Como historiador, me opongo a asear el espacio público, a neutralizarlo, a esterilizarlo. La historia viva ha de estar presente aunque nos incomode.

Entiéndaseme. Prefiero que las leyendas ofensivas se contrarresten con memoriales históricos. Lo propuse en un artículo sobre la estatua ecuestre del General Franco en Valencia, que publiqué en El País. Y lo propuse también en una entrada de este blog que titulé La doctrina del fascismo. El conjunto escultórico del anterior jefe de Estado fue destinado a la Capitanía de la III Región Militar, quedando la plaza original libre de su presencia. Entiendo la necesidad democrática de retirar monumentos que son homenaje a guerreros, pero los restos del pasado son también documentos: nos ilustran, nos enseñan y nos advierten.

Señales de tráfico histórico. Quitar placas ofensivas, arrancar estatutas que dañan nuestra sensibilidad democrática, eliminar los monumentos dedicados a personajes odiosos nos alivia: creemos dar un final feliz a esa historia --la de España, por ejemplo-- que siempre acababa mal. Creo que la clave de la educación cívica está en el pasado presente y no manipulado, en la exhumación contextual, en la pedagogía histórica. Todo ello se puede plasmar en la ciudad con cartelas o placas que contextualicen e ilustren brevemente, colocadas junto a las leyendas o la esculturas históricas, ofensivas o no. No se trata de ser pesadamente didácticos ni de ser políticamente correctos. Se trata de poner señales de tráfico histórico, si me permiten decirlo así: nos índicarían cuál ha sido el curso, ese tráfico de los hechos que se consuman y que se condensan en el monumento o en el rótulo de una calle. ¿Que será una ciudad densa de mensajes escritos y didácticos? Bueno, soportamos con entereza y en silencio la invasión publicitaria de nuestras calles: inmensos cartelones exentos, en las marquesinas, en los autobuses, en lo quioscos, etcétera. Nadie parece protestar. 

BenimacletiglesiaLa mayor parte de los nombres del callejero del barrio en que vivo pertenecen a los caídos por Dios y por España en la Guerra del 36: son naturales de Benimaclet, la parte de Valencia en donde resido. Son nombres cuya identidad hoy en día muchos desconocen y que yo mismo ignoraba hasta que un día acudí a la Iglesia principal para escuchar una Misa, unos oficios inacabables. Como me aburría, distraídamente reparé en una lápida depositada en una capilla lateral. Allí estaban todos esos "Emilio Baró", "Leonor Jovani", "Enrique Navarro", "Francisco Martínez", por donde yo transito cada día.

¿Acaso pido que se retiren esas placas? No, por supuesto. Pero la incomodidad me hizo pensar. Sorprendido por un descubrimiento tan tardío (llevo viviendo veintinco años en el barrio), me pregunté inmediatamente por los nombres de los fusilados republicanos a los que rendir un homenaje municipal con una calle dedicada en su recuerdo. ¿Qué sería? ¿Un acto de reparación histórica? Yo quiero verlo como un acto de restitución del pasado sepultado, negado, siniestro: la conversión --ahora sí-- del documento en monumento, esa operación que muestra y advierte... No sé si aprenderemos.

Covers: lo que hay que ver

Por: | 07 de octubre de 2012

MarilynMonroe1953AlfredEisenstaedtLIFECovers (1951-1964). Cultura, juventud y rebeldía es una Exposición para todos los públicos, con iconos bien reconocibles. Hacia 1953, en la fotografía de Alfred Eisenstaedt para Life, Marilyn Monroe es joven, se sabe deseable, posa y tiene un glamour que todos advierten.

Alejandro Lillo y yo hemos concebido la Muestra para el experto y para el visitante casual. No exige tener conocimientos previos, no hay sobreentendidos; pero tampoco ofendemos el saber erudito de los conocedores con didactismos excesivos.

Está pensada para quienes vivieron realmente esos años y está pensada para quienes regresan idealmente a un tiempo ya remoto y concluido. Está concebida para satisfacer la fiebre vintage y está concebida para analizar, para destapar la obvio, lo visible, lo deslumbrante. Hay esplendor en las cubiertas satinadas de las revistas, en las carátulas de los discos, en los electrodomésticos. Todo tiene superficies bruñidas. Los metales de las Harleys y de la Triumph brillan. Los audiovisuales que se proyectan nos muestran a tipos de indumentarias como las nuestras.

Yo mismo tengo unos lentes idénticos a algunas de las gafas de pasta que se muestran a principios de los sesenta; los jeans que llevan los muchachos volcados sobre el Ford Mercury de la primera fotografía de la Expo son Lee: su porte y su indumentaria es semejante a la de los jóvenes actuales. En The Freewheelin' Bob Dylan lleva unos Levi's envidiables. En el mundo de hoy, nuestra estética debe mucho a aquellos años de prosperidades americanas.

ElvispresleydebutalbumPero no hay que dejarse deslumbrar por los satinados que brillan en la sala Acadèmia (La Nau, Valencia): una cubierta es una tapadera. Y una fotografía de portada es una pose. Cuando nos retratan afectamos dicha, bonhomía, bienestar, incluso campechanía. Ofrecemos nuestra mejor visión. Somos covers en ambos sentidos: la superficie que se ve y la versión que damos de nosotros mismos. Pero en toda composición hay siempre una mancha, algo incongruente, algo que desentona. Hasta en una canción académicamente interpretada puede haber algo que nos sorprende, un gallo o una disonancia.

BobDylanporRichardAvedonLos jóvenes de los cincuenta y sesenta se descaraban, mostraban su impudor. Se hacían retratar sacando la lengua o abriendo las bocas para chillar con desgarro, como Elvis Presley. O cantaban con voz nasal, ronca, reprochando o adoptando actitudes desganadas, insolentes, como Bob Dylan.

Cuando acudan a la Exposición, Alejandro Lillo y yo les recomendamos que distingan las tres partes de la muestra, que lean los textos de pared en los que glosamos el fenómeno, que observen la sala desde distintos ángulos. Les recomendamos también que echen un vistazo al catálogo. Que incluso lo lean con detenimiento. Allí encontrarán contribuciones perspicaces de Áurea Ortiz, de Juan Calabuig, de David P. Montesinos, de Francisco Fuster. Nosotros mismos, los comisarios, también glosamos.

En la cueva del gigante, el blog de Montesinos, David P. tiene la cortesía de dedicar un post y unas palabras muy generosas a esta exposición y dice:

"La exposición es magnífica, desde luego, aunque no quiero dejar pasar que, si no leemos con atención lo que los objetos expuestos nos invitan a pensar, hay algo que se nos puede escapar..."
Pues eso: hay algo que no se nos puede escapar.

‘CHOBA B CCCP’

Por: | 05 de octubre de 2012

Снова в СССР (1988), Paul McCartney

Por Alejandro Lillo y Justo Serna

Back in the USSR sería la Снова в СССР (front)traducción inglesa de esos caracteres cirílicos (Снова в СССР) que aparecen en la carátula de este disco.

Fue grabado en 1987 y un año más tarde fue editado en exclusiva para el mercado soviético.

En la portada vemos a Paul McCartney cantando. Nadie lo diría. La fotografía resulta insólita. Observamos a McCartney casi de perfil y en contrapicado, en un ángulo extraño que prácticamente lo hace irreconocible: con cascos y casi pegado al micrófono pone el grito en el cielo.

O mejor: pone el grito en el corazón de la estrella roja, el símbolo del internacionalismo proletario. McCartney tiene los ojos cerrados: hay mucho sentimiento. No le faltan razones.

Como John Lennon unos años antes (Rock'n'roll, 1975), también McCartney regresa a sus orígenes para homenajear a los pioneros del rock de los 50: Elvis Presley, Little Richard, Eddie Cochran

Ahora, en 1988, sus seguidores del lado soviético tienen la posibilidad de escuchar aquellos primeros éxitos sin necesidad de acudir al mercado negro o de servirse de copias piratas. Con algunas décadas de retraso, eso sí.

Tres años después, a finales de 1991, la Unión Soviética desaparece y el rock vuelve a traspasar fronteras. Gracias a ese colapso, CHOBA B CCCP ha llegado hasta nosotros. Nada dura para siempre. Salvo el rock’n’roll.

Este disco, en extraña vecindad con otros Long Plays, pueden hallarlo en la Exposición COVERS (1951-1964) Cultura, juventud y rebeldía. La Nau, Valencia.

¿Se la van a perder?

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal