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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Esteban González Pons

Por: | 27 de febrero de 2013

GonzalezPonsLa política lo anega todo, lo ocupa todo: las tertulias de primera hora; las de media mañana; las vespertinas, etcétera. Nuestros diputados hacen una declaración, incluso emiten un flatus vocis, pero los medios se aprestan inmediatamente a recoger sus palabras, deseosos de dar sentido a lo que carece de razón.

Ayer mismo, sin ir más lejos, Esteban González Pons soltó lastre --lastre verbal, quiero decir-- y la prensa estaba allí para registrar sus hueras declaraciones. ¿Hueras? No hay sustancia ni miga ni enjundia. Lo característico de González Pons es el ornamento y el aderezo. Como es usual en él, habla afectadamente, con la hondura de quien se escucha. Se le nota que siente mucho placer al articular un sermón o al pronunciar un discurso.

Es o se cree un vate de altura. La verdad es que talla no le falta: sus centímetros y su creciente corpulencia hacen de él un hombre imponente. En unas pasadas elecciones le llamaban el cuerpo y su guapeza era celebrada. Bien rasurado, con el pelo entrecano, con un cuello ancho de tipo fornido. Si se lo propone, de su tráquea sale la mayor pavada.

De momento habla en prosa, pero no lo sabe. De sus pinitos líricos en móvil con lenguaje entrecortado y de estos cacharros, le queda cierto aire de poetastro. Lo pude comprobar en su libro de memorias, Camisa blanca, que leí con fervor y decepción. Digo fervor porque me gusta la literatura circunstancial, aquella en la que los políticos se justifican con sintaxis notarial. Pero me decepcionan cuando se sienten literatos de postín. Es el caso de Esteban González Pons.

Para pasmo de mi hijo, que hizo la prueba, en cualquier página el autor ponía empeño lírico, un esfuerzo que acababa en cursilería. La literatura de González Pons es muy amanerada, dicen los críticos más finos. Yo no sé si es exactamente así. ¿Amanerada? No, la prosa de González Pons carece de maneras, de formas: tras su tono afectado, aparece la nada, un portavoz de la nada.

Dolores de Cospedal

Por: | 26 de febrero de 2013

JS, "Dolores de Cospedal", El País, 10 de julio de 2012:

DoloresdeCospedal"...Si hombres corrientes de escasas luces están ahí, ¿por qué no habría de estar una mujer vulgarísima o de escasa preparación? De Cospedal hace declaraciones campanudas, de mucha hinchazón. Frecuentemente se presenta con el gesto airado, severo. No sabe hablar, pero se pronuncia sobre cualquier cosa. Demuestra ferviente ignorancia. Hace varios veranos sostuvo que, con el Gobierno de Rodríguez Zapatero, España vivía bajo un Estado totalitario. Lo dijo así, como una iletrada. Ante un yerro grave, cualquier persona con vergüenza dimitiría. Esa ignorancia tan ordinaria incapacita para seguir en política. Pero De Cospedal siguió luciendo. ¿Por qué? Alguien podría diagnosticarla: por osadía y descaro. Ella se vale de la desfachatez y a poco que te descuides se viste para el Corpus. Ahí la tienen: aparece en pantalla e irradia rayos y centellas."

Leer más: http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/07/10/valencia/1341937722_738881.html

‘Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?'

Por: | 26 de febrero de 2013

JudtUno. Acaban de publicar el último número de L'Espill. Allí hay una sección dedicada a 'Pensadors estimulants'. En esas páginas aparece un artículo mío titulado 'La Suïssa de Tony Judt'. Es una reflexión sobre la fantasía que dicho país representó para este historiador, fallecido en 2010.

Tony Judt fue un judío nacido en Inglaterra, de padres no británicos. Contempló las montañas, los lagos, los parajes, los hoteles, los trenes, la cumbres de ese pequeño país, de Suiza, como un espacio de asiento, de fijación; como un lugar de estabilidad emocional.

Frente al cosmopolitismo, frente al desarraigo, frente a la errabundia, Suiza era para Judt el último destino familiar: allá en donde había sido feliz cuando niño, en largos veranos infantiles; allá en donde estaría con sus hijos ya adolescentes. Poco tiempo después moriría.

Dos. Leo en El País: "Bárcenas reconoce ahora que llegó a ocultar hasta 38 millones en Suiza". Repito: treinta y ocho millones en Suiza. "Bárcenas justifica su fortuna en el extranjero, casi el doble de lo hasta ahora conocido, por actividades bursátiles, de venta de cuadros e inmobiliarias", sigo leyendo.

¿Cómo se puede atesorar dicha cifra? Tony Judt nunca amasó una fortuna así, a pesar de ser un investigador egregio. A pesar de ser un historiador de campanillas. En los sesenta, en los setenta, un título superior era una acreditación que hacer valer en el mercado o incluso una inversión en capital humano. La familia se esforzaba y gastaba en beneficio sus vástagos. Era una garantía: o un símbolo de prosperidad personal.

Ahora ya no. “Desde Maine hasta California”, nos recordaba Donald McCloskey en La retórica de la economía, “el norteamericano capitalista y demócrata se complace en la más norteamericana de las burlas, esa pregunta norteamericana: ‘Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?’..."

La pregunta, bastardeada, llega hasta nosotros. Resulta insoportable que Luis Bárcenas acumulara una fortuna declarada de 38 millones de euros. En Suiza. Resulta dignísimo que Tony Judt tuviera un sueldo de profesor universitario, sin mayores ambiciones materiales, y que se conformara con viajar de cuando en cuando a Suiza, hospedándose en hotelitos modestos.

Sin duda, algo va mal.

¿Qué hacemos con Nietzsche?

Por: | 21 de febrero de 2013

Nietzsche portrait par Hans Olde mort en 1917Uno. He leído con interés la columna que Joan Francesc Mira dedica a Friedrich Nietzsche en el Quadern valenciano de El País.

Digo con interés porque nada de lo que escriba Mira me parece irrelevante y nada de lo que se diga de Nietzsche me resulta indiferente.

Me sorprende que el profesor Mira se sorprenda de la vigencia de Nietzsche. Bueno, no exactamente. Mira se pasma de que filósofos como Eugenio Trías --ya fallecido-- lo tuvieran como referencia. O que a Trías se le concediera el Premio Nietzsche en Alemania. Propone, en cambio, como nombres más dignos de galardones filosóficos a Kant o Hegel.

Pasa después a espigar algunas citas de Nietzsche para asombrarse o para confirmar que era un pensador bestial o inquietante, precedesor del fascismo mussoliniano. Concretamente, el profesor Mira menciona dos obras relevantes: La gaya ciencia y La genealogía de la moral. Sin duda, si leemos así sin más los extractos que reproduce, repugnan. Y confirmamos que, como poco, Nietzsche era misógino y un tipo algo tronado.

Nada nuevo. Durante décadas, Nietzsche luchó consigo mismo, se sometió a una tensión insoportable... ¿Con qué resultados? El profesor Mira empieza diciendo que el filósofo alemán era "un geni" y "un boig excel·lent". No entiendo bien esos calificativos: si era un genio y sobresalía locamente, entonces no era un tipo ordinario. Pero destacar por la demencia no le da a uno un puesto en el canon filosófico. ¿Entonces? Tenía algo que lo distinguía, si entiendo bien al profesor Mira: la brutalidad, la bestialidad.

Sin lugar a dudas, a Nietzsche no se le domestica y su individualismo, su antigregarismo, su aristocratismo son tónicos o tóxicos. A este autor hay que tomarlo en pequeñas dosis. Yo le propongo revisar Sobre la utilidad y abuso de la historia para la vida o Schopenhauer como educador. Basta con estos textos intempestivos para que Nietzcsche no se nos atragante.

Defendió el cuerpo, la jovialidad, el bienestar, la vida: frente a la historia, el pasado, la gloria de los antecesores, las deudas sociales. A la vez se hundió en la enfermedad y en la locura. Habló del superhombre, una figura fuerte que puede ser tomada como un líder carismático (así lo hizo su hermana Elisabeth) o como el individuo que no necesita nación. Cuando hablaba del superhombre desaparecía el Estado.

Nietzsche fue un tipo absolutamente libre y contradictorio: sus incongruencias nos aturden. Sus aciertos nos abruman. ¿Qué aciertos?

Dos. Los aciertos posibles de Nietzsche son sus radicalidades, que no sus bestialidades. Dijo muchas cosas, algunas ciertamente contradictorias y algunas que hoy nos asombran.

En el mismo cuerpo y en la misma mente, la expresión de un pensamiento podía ser iluminador o simplemente adocenado. En cualquier caso, él se propuso no caminar a favor de la corriente, sino en contra del curso previsible de las cosas. Él no quiso ser hijo de su tiempo, predecible e intercambiable: él quiso ir contra su tiempo. Por eso se declaró intempestivo y jovial frente al orden burgués de las naciones europeas, tan severas, tan gregarias.

Criticará la moral, la religión, la escuela, la historia, el pasado al que perteneceríamos y que nos ataría irreparablemente a los antecesores. No hay losa de la que no puedas  desprenderte. ¿Por qué? Porque no hay Dios, no hay sentido, no hay un más allá o una colectividad (el reino de Dios o una nación) a los que sacrificarte. En cada acto te defines y te salvas, designas tu acción, te reafirmas frente a la rutina y los automatismos.

Por supuesto, de sus ideas pueden derivarse enormidades de consecuencias tóxicas; pero, como antes decía, tomado en pequeños sorbos Nietzsche tonifica, oxigena, singulariza y hace sentir que uno es algo: que lo que llaman vicios son virtudes, que nuestras renuncias son nuestros dolores, que la vida es autodeterminación y autogobierno… individuales.

¿Lo demás? Lo demás son gregarismos. ¿Repudio de los débiles? Sí, si por tal se entiende la vida de resignación y resentimiento. Qué le vamos a hacer: Nietzsche es nuestro contemporáneo, ese contemporáneo incómodo que nos hace apearnos de los tópicos, de las ideas recibidas. El riesgo que Nietzsche corre es hacerlo un inmoralista desnatado, sólo útil para épater le bourgeois, para escandalizar brevemente. Por eso hay que leerlo: para escandalizarse enteramente.

Blogosfera

http://justoserna.com/2010/04/03/el-caminante-y-su-sombra/

http://justoserna.com/2010/03/21/nietzscheana/

http://justoserna.com/2009/03/26/nietzsche-el-arte-o-la-vida/

http://justoserna.com/2009/03/24/¿friedrich-nietzsche-hoy/

http://justoserna.com/2008/04/09/por-que-hay-que-leer-a-nietzsche/

 

La historia cultural (2013)

Por: | 16 de febrero de 2013

Texto de la contracubierta, edición 2013 (Madrid, Akal): 

HISTORIA“Cultura es cualquier creación, material o inmaterial, realizada por los seres humanos; es todo artificio, lo que nos separa de la naturaleza, lo que nos protege, recubre o reprime. Hablamos, pues, de elaboraciones que sirven para construir un entorno humano; o para destruirlo. Pero la cultura es también un repertorio de códigos, lo que nos forma y deforma: los marcos de nuestras acciones, los significados de nuestros actos. La historia cultural estudia el pasado de esos artificios y de esos códigos, su permanencia o las causas de su desaparición. Analiza, también, su sentido y su funcionamiento. ¿Cómo se escribe la historia cultural? El presente libro, una reedición ampliada y revisada de la celebrada monografía publicada años atrás, aborda el estudio de las diferentes escuelas y corrientes que han configurado esta disciplina en la segunda mitad del siglo XX: con sus principales protagonistas, sus obras, sus metodologías, sus influjos y sus objetos. Concebido como un viaje y un rastreo, este volumen nos lleva de Princeton a París, de los Annales al giro lingüístico, de Jacques Le Goff a Peter Burke, de Carlo Ginzburg a Natalie Zemon Davis, de Roger Chartier a Robert Darnton. Concebido como un enigma y una pesquisa, este libro revela las afinidades personales y los lugares de la historia cultural, sus ecos en España, sus influencias y persistencias”.

Inicio del libro, edición 2013:


"Este libro trata de historiografía, de una parte de la historiografía. La palabra se las trae y sin duda es disuasoria, como tantas veces ocurre en el ámbito académico: si alguien dice dedicarse a la historiografía, inmediatamente pensamos en un saber arcano o en una ciencia abstrusa, algo inaccesible y solo apto para especialistas. Grafía viene de grafos. Por tanto, historiografía parece indicar algo que solo interesa a ciertos expertos: la escritura de la historia. Preguntarse cómo se escribe no es exactamente lo que interesa a los lectores de historia. El público que consume libros de esta materia quiere aprender del pasado, quiere aprovechar las lecciones que nos enseña la experiencia y probablemente quiere entretenerse, pasmarse o escandalizarse con lo que los antepasados hicieron: una parte de lo que emprendieron es igual a lo que nosotros ejecutamos y otra parte es totalmente distinta. Por un lado, los seres humanos compartimos una naturaleza que no parece modificarse sustancialmente; por otro lado, los individuos obramos de manera diferente en función de los contextos que nos rodean..."

Sin palabras...

Por: | 14 de febrero de 2013

AlcaponeDeNiro

Fastidio,

asombro,

desmayo,

vergüenza,

disgusto,

estupor,

bochorno,

reparo,

estupefacción,

malestar,

hastío,

embotamiento,

espanto.

Dos. Miércoles 13 de febrero. En La Sexta pude volver a ver Los intocables de Eliot Ness (1987), de Brian de Palma. Con un diseño de producción simplemente lujoso. Giorgio Armani fue el responsable del vestuario de aquella película. Y se nota, vaya si se nota. Todos los personajes vestían con gran estilo, con una indumentaria que embellecía al tipo más odioso. Quizá sobraban las hombreras, un lastre de los años ochenta…


Untouchables-9284

Hasta Al Capone lucía bien. Pero no era él, por supuesto, a quien yo prefería. Ese mafioso me produce fastidio, desazón y su determinación me acobarda. En cambio, Kevin Costner estaba inmejorable. En su mejor época: delgado. Lucía un terno impecable; se tocaba con un borsalino de elegancia suprema; y se abrigaba con una gabardina o sobretodo de mucho vuelo. Por su parte, Sean Connery vestía de irlandés, con una gorra gigantesca. De mucho paño.

La primera vez que vi la película me dije que yo también llevaría un borsalino... Cuando descubrí esa gorra también me dije que yo acabaría llevando una pieza similar. Pero ese abrigo con solapas, modelo Chesterfield, de Al Capone, no.

Eso no...

Marshall McLuhan y mis hijos

Por: | 14 de febrero de 2013

Uno vive una creciente sensación de desconcierto. No es para menos. El devenir es pura incertidumbre y MarshallMcluhanel caos emocional se adueña de los espíritus.

¿Dónde acabará trabajando mi hijo? Canadá es una posibilidad que contempla verosímilmente. Lejos de inquietarme, me enorgullece su arrojo. Me apena que se pueda ir tan lejos, pero a la vez me envanezco con su coraje. Qué grande. Y mi hija, un empeño de mujer, una muchacha grande que tendrá un futuro políglota y abierto, esforzado y esmerado.

No como yo: reducido a mi balbuciente español. Digo balbuciente porque no doy para más: mi castellano es lo mínimo. Más bajo no puedo caer. ¿Y las restantes lenguas? Una vergüenza: leo en ellas con soltura y poco más. No hablo, quizá por timidez o simplemente por incapacidad.

España está exportando capital humano. Suena técnico, pero es algo emocional. El mundo aldeano de antes es ahora la aldea global que anticipó Marshall McLuhan. Todos lo recuerdan, ¿no es cierto?. McLuhan es aquel experto, aquel comunicólogo que Woody Allen sacaba en la cola del cine para desmentir a un pedante. Lo leí siendo adolescente y algo de su libertad intelectual aprendí. Miraba más allá y sobre todo hacía aleaciones académicas. No se limitaba a lo que la Universidad le obligaba.

Yo no tengo a MacLuhan, tan distante y tan sabio. Pero tengo a mis hijos, tan cercanos y tan sabios. Su conversación me devuelve a la realidad. Y me emociona. No puedo más que vivir con honra lo que es una suerte.

Observo la foto de McLuhan, esta que pongo, de mediana edad, y me recuerda a mi padre a sus mismos años. Un hombre de bigotito, siempre bien vestido, con ese porte de posguerra menesteroso y elegante. Con corbata, por supuesto, mirando más allá, a un objetivo que nos trasciende.

Aquí me quedo.

Los ojos del Papa

Por: | 11 de febrero de 2013

Leo en El País: "El Papa anuncia su dimisión". Y, más adelante, la noticia añade: "Benedicto XVI ha anunciado que dejará su puesto el 28 de febrero durante un acto interno de canonización, según informa la agencia italiana Ansa". Permítanme una incursión, una vuelta atrás.

Benedictoxvi
Los ojos de Benedicto XVI (16 de abril de 2007)

Lo señalé tiempo atrás, pero ahora vuelvo a insistir en ello, repensando ciertas cosas ya escritas. Regreso al contemplar la fotografía del retrato al óleo que se le ha hecho a Benedicto XVI. En el pasado, los monarcas y los pontífices tenían serías dificultades para hacer llegar su imagen a los súbditos y a los creyentes. Siempre que tropiezo con este asunto, me gusta recordar lo que detallaba Peter Burke en un excelente libro de historia cultural que dedicara a Luis XIV: su corte áulica dispuso y organizó una vasta gama o repertorio de soportes o recursos técnicos y artísticos para poder difundir torpemente la efigie del rey. En un momento histórico en que los medios de difusión de las imágenes eran tan precarios, incluso el poder temporal de los Papas se veía mermado por falta de conocimiento. Los creyentes no sabían cuál era el aspecto de sus pastores.

La extraña o distante magnificencia, pero sobre todo la falta de medios de comunicación masivos impedían un conocimiento exacto de los pontífices y de los monarcas. ¿Un conocimiento exacto? Siempre que nos planteamos esto, inevitablemente regresamos al retrato de Inocencio X, realizado por Velázquez hacia 1650. “Troppo vero”, dicen que dijo el propio pontífice para certificar el acierto: esa mirada que parece escrutar al observador… Pero más que los ojos inquisitivos me importan el reposo de la autoridad, el trono que lo encumbra, los ropajes aterciopelados, los atavíos del poder. Cada pliegue, cada sombra, cada brillo no son chiripa, sino deliberación…, ¿de quién? ¿Del retratado o del retratista?

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Antonio Muñoz Molina

Por: | 11 de febrero de 2013

Ojos bien abiertos

Reseña para Mercurio de El atrevimiento de mirar (Galaxia Gutenberg) y de Todo lo lo que era sólido (Seix Barral) 

AMMJerusalenUn novelista acreditado publica dos libros de ensayo. Un narrador consumado escribe sobre arte y sobre política. ¿Qué avales tiene para pronunciarse? Por una parte, es licenciado en Historia del Arte; por otro tiene estudios de periodismo. ¿Esos saberes son los que le facultan para cultivar dicho género y para enjuiciar la pintura o la actualidad?

Los conocimientos académicos no valen si no fermentan, si no se desarrollan, si no se aplican con inteligencia e intuición. Hay que informarse, pero sobre todo hay que adiestrarse, instruirse. Cabe un don especial. Escribir una novela es mirar un mundo potencial, hacerlo visible, materializarlo con palabras. Se necesitan habilidades singulares para observar con detalle y con tino. Se precisan recursos: preparación y discernimiento. Y se requieren condiciones intelectuales: más propiamente, ser un intelectual, alguien que se pronuncia, que tiene la audacia de enjuiciar, de sopesar. Eso sí: después de mucha información y erudición.

El caso que describo es el de Antonio Muñoz Molina. Estudió Historia del Arte y Periodismo, pero eso no le faculta especialmente. Hay algo más. El creador es, antes que nada, un observador: un tipo que otea y que examina, que se familiariza con lo extraño y que se sorprende con lo evidente. Vemos lo que tenemos delante, aquello que nos frena, que nos sorprende favorable o desfavorablemente. Vemos lo que nos deja indiferentes, aquello que nos repugna, que nos satisface. Pero también podemos no ver, podemos no apreciar lo que está enfrente. Por decisión o por descuido. La mirada no es una mera impresión sensorial: es un delicado ejercicio intelectual, una laboriosa operación. Damos significado a lo que distinguimos. ¿Valiéndonos de qué? De los ojos, pero también de los códigos, de la educación. Muchos vemos poco y pocos ven mucho, alcanzando a descubrir lo que a simple vista no se distingue: por distante o por cercano. Por estar muy lejos, sin que sea posible divisarlo; por estar muy próximo, sin que sea posible advertirlo, de tan obvio que es.

Antonio Muñoz Molina se atreve a mirar, como hiciera Goya en otro tiempo. O como lo hace Edward Hopper, con un realismo fantasioso. O como hacen los científicos con sus lentes. Se atreve a sondear lo que está a nuestro lado y por descuido no vemos. Se atreve a examinar lo obvio. Y se atreve a echar un vistazo a lo distante. Los pintores —como Georges de La Tour, como Juan Genovés, como Miguel Macaya— resaltan lo invisible.

Decía Gustave Flaubert que cualquier cosa observada de cerca, empieza a perder la impresión de familiaridad o de extrañeza, pero además comienza a ser interesante, incluso monstruosa o común. Una piel con sus poros, un país con sus agujeros. Un pasado con sus mitos, un porvenir en ruinas.

El atrevimiento de mirar y Todo lo que era sólido son inspecciones. Con prosa libre, con forma demorada y envolvente, sin academicismos y sin barbarismos, sin tedio y sin sobreentendidos, Muñoz Molina se empeña en averiguar el estado de España. Como un antropólogo de la vieja escuela. Como un explorador atento y algo perdido. Habla de su pretérito imperfecto, de su presente continuo y de su futuro incierto. No es un lamento noventayochista ni un ejercicio de estilo. Tampoco contemporiza. El escritor subraya lo que son las normas y lo que son las licencias, lo que es crear y trabajar, lo que es esforzarse humildemente para ver más, más grande o mejor, y lo dice con una sintaxis precisa. Muchas veces estamos despistados y algunos de nuestros contemporáneos descubren y describen lo que nos pasa y no queremos apreciar. Es entonces cuando se demuestra la grandeza del observador. Sin aspavientos señala lo que tantos no saben o no quieren distinguir. La mirada se adelanta.

La principal particularidad de la prosa de Muñoz Molina es su implicación, su identificación, su puesta en escena: con un yo que habla se compromete. Hace de historiador y, para ello, acude a la hemeroteca; hace de crítico y, para ello, se justifica leyendo a especialistas; hace de estudioso y, para ello, se esfuerza, se disciplina. Muñoz Molina no es el intelectual sabelotodo que interviene valiéndose de su nombradía. Es alguien que quiere aprender y que, por tanto, se documenta. El resultado es deslumbrante. Si habla de Goya, sus palabras son atinadas y modestas; si habla del presente de España, su diagnóstico no es fatuo ni grandilocuente: él no vio, no supo ver, los indicios que había en el paisaje y en la prensa, las huellas de un exceso que ahora estamos pagando. La historia de España es eso y el literato admite su ignorancia para examinar con clarividencia. No son precisas muchas erudiciones: la mera consulta del periódico nos alerta. La simple enumeración de noticias de enero y febrero de 2007 nos aturde. Muñoz Molina acumula esas informaciones y provoca un efecto: una vergüenza para los españoles que no quisieron ver, una suntuosidad impostada, artificial. El diagnóstico de Muñoz Molina es, a mi juicio, certero. Es más: es doloroso y lamentable. El país que supo remontar el franquismo, que supo quitarse la herencia carpetovetónica, se sume en las quimeras de nuevo rico.

Y hablando de nuevos ricos, el título Todo lo que era sólido alude a Karl Marx, al Manifiesto comunista (1848). Alude a la capacidad de volver evanescente lo que creíamos arraigado, permanente, estable. La revolución conforma y los espejismos trastornan. Las quimeras españolas —tan bien representadas por los óleos de Goya— son ya una tradición. Esperemos que esta ceguera, esta servidumbre voluntaria, desaparezca.

Fotografía: Ricardo Martín

Carta abierta a don Mariano Rajoy

Por: | 09 de febrero de 2013

Sr. Rajoy, permítame dirigirle esta carta. Hay varias cosas que le quiero decir, quizá urgentes, pero tal Mariano_Rajoy-presidente_del_Gobierno-caso_Barcenas_MDSIMA20130202_0057_33vez menores para sus premuras cotidianas. Son reflexiones breves y probablemente bienintencionadas. Son apuntes acerca del estado de cosas. Me dirijo a usted porque no encuentro mejor destinatario. Le hago ciertas preguntas que no es preciso que me conteste. De hecho, no sé por qué, no aguardo respuesta alguna.

Necesitamos un partido conservador, o si lo prefiere liberal-conservador, fuerte, sin deudas, sin dependencias; una organización que pueda mostrar con transparencia sus cuentas y su gestión: necesitamos servidores públicos orgullosos de su limpieza y de su eficacia. ¿Por qué? Porque las instituciones funcionan con empleados correctos y atentos, con dirigentes probos y con mecanismos probados: las expectativas se cumplen y no hay sorpresas. Desgraciadamente, no tenemos esa impresión, y la ciudadanía manifiesta un fastidio ya peligroso.

Cada vez hay más ojeriza hacia una clase política que se ve como un agregado de intereses egoístas. Sin duda es una exageración. Hay representantes de excelente reputación que conservan toda su probidad, toda su moralidad, todo su buen hacer.

En campaña electoral, usted dijo que sería un presidente previsible. Por el contrario, desde que dirige el Gobierno de España, la incertidumbre es la que nos rige: puro desconcierto. Admítamelo, sr. Rajoy: puede que tenga las mejores intenciones, pero el ciudadano se lleva la impresión de que está siendo gobernado sin hoja de ruta. Sin plan. A tientas o a ciegas. O con un proyecto bien definido que lo empobrece.

Parece que está claro que quieren abaratar el empleo, que quieren liberarlo para que aumente la contratación. El resultado es un estado precario de las personas, de las cosas, de los bienes muebles e inmuebles, de las finanzas, de la educación, de la sanidad, del arte, de la cultura. ¿Le echamos la culpa al Gabinete anterior, que nos dejó un erial?

Podríamos remontarnos hasta Francisco Franco si buscamos baldíos: su larga estancia en el poder con una política económica desastrosa nos dejó un lastre de intervencionismo, mercantilismo trasnochado, granjerías y encono, que no hemos podido eliminar. Estamos pagando con crecidos intereses... Si a eso añadimos ahora una privatización sectaria e interesada de sectores y de derechos sociales, entonces se nos caen los palos del sombrajo. Nos quedamos a la intemperie. Algunos más que otros.

Yo soy funcionario y, por tanto, para los ultras: soy sospechoso. Aprovechado, manta, cagamandurrias. Pues no. Dedico mucho tiempo a ayudar a mis alumnos, a aconsejarles, a asesorarles, a instruirles, a educarles, a sugerirles. Soy funcionario y me siento orgulloso de las horas que dedico a atender personalmente o por mail a mis estudiantes. Con cuidado, con cortesía, procuro que las cosas funcionen mejor. Yo no estoy aquí para empeorar el mundo...

Años atrás, un enriquecimiento de parte de la ciudadanía rebajó las exigencias políticas y morales. Como rebajó aún más la limpieza de nuestros representantes, muchos de ellos confiados tal vez en que podían atesorar sin ser descubiertos o perseguidos. Esa sensación impune no es responsabilidad de los ciudadanos, pero numerosos votantes depositaron el sufragio pensando que a ellos les iban las cosas bien. Si las cosas les iban bien, a qué molestarse. Esta colusión entre ciudadanos apolíticos y políticos sin escrúpulos nos ha llevado a esta situación.

Yo no me resigno. Por supuesto, confío en la política, en la honradez, en la gestión decente y en los controles. Confío en representantes que hacen de su oficio temporal un trabajo de servicio. Lo desempeñan con entereza y con vergüenza, con vergüenza torera. Quiero pensar que en la cúpula de su partido los máximos dirigentes han obrado así. Ahora hay problemas, serios problemas: algunos se remontan a años atrás, cuando muchos batían palmas y reían con ostentación. En la foto que adjunto a usted se le ve preocupado. No es mala cosa. Ya era hora de ponerse serios. Se pone serio, grave, circunspecto, pero no contesta.

¿Por qué no me responde? ¿Por qué tengo la sensación de que toda crítica fundamentada le incomoda, le molesta? ¿Por qué tengo la impresión de que no desea contestar? ¿Por pereza? No quiero pensar que usted no responde por falta de liderazgo y coraje. Quiero creer que posee ambas cualidades. Espero de usted lo mejor. Del presidente de mi Gobierno deseo rendición de cuentas. La deseo y aún la espero. Liderazgo y coraje.

Ya sé que no estoy siendo hostil. Quiero ser educado --me formaron así-- y quiero darle la oportunidad de responder. No espere de mí una mala palabra. Yo espero de usted todas las palabras.

No le pido que se rinda, sino que rinda cuentas.

Atentamente, Justo Serna.


http://justoserna.com/?s=mariano+rajoy

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