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Los ojos del Papa

Por: | 11 de febrero de 2013

Leo en El País: "El Papa anuncia su dimisión". Y, más adelante, la noticia añade: "Benedicto XVI ha anunciado que dejará su puesto el 28 de febrero durante un acto interno de canonización, según informa la agencia italiana Ansa". Permítanme una incursión, una vuelta atrás.

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Los ojos de Benedicto XVI (16 de abril de 2007)

Lo señalé tiempo atrás, pero ahora vuelvo a insistir en ello, repensando ciertas cosas ya escritas. Regreso al contemplar la fotografía del retrato al óleo que se le ha hecho a Benedicto XVI. En el pasado, los monarcas y los pontífices tenían serías dificultades para hacer llegar su imagen a los súbditos y a los creyentes. Siempre que tropiezo con este asunto, me gusta recordar lo que detallaba Peter Burke en un excelente libro de historia cultural que dedicara a Luis XIV: su corte áulica dispuso y organizó una vasta gama o repertorio de soportes o recursos técnicos y artísticos para poder difundir torpemente la efigie del rey. En un momento histórico en que los medios de difusión de las imágenes eran tan precarios, incluso el poder temporal de los Papas se veía mermado por falta de conocimiento. Los creyentes no sabían cuál era el aspecto de sus pastores.

La extraña o distante magnificencia, pero sobre todo la falta de medios de comunicación masivos impedían un conocimiento exacto de los pontífices y de los monarcas. ¿Un conocimiento exacto? Siempre que nos planteamos esto, inevitablemente regresamos al retrato de Inocencio X, realizado por Velázquez hacia 1650. “Troppo vero”, dicen que dijo el propio pontífice para certificar el acierto: esa mirada que parece escrutar al observador… Pero más que los ojos inquisitivos me importan el reposo de la autoridad, el trono que lo encumbra, los ropajes aterciopelados, los atavíos del poder. Cada pliegue, cada sombra, cada brillo no son chiripa, sino deliberación…, ¿de quién? ¿Del retratado o del retratista?

Hoy como ayer, el aspecto que damos, el modo en que nos presentamos, siempre es un instante cuidadosamente estudiado. En nuestros días, las fotografías son instantáneas, cierto, pero las poses con que afectamos estados y cualidades las sabemos de antemano: hacemos, por tanto, una dramaturgia deliberada de nuestra exposición pública o privada. Con la mirada o con las manos, pero también con la disposición del cuerpo repetimos imágenes que ya tenemos vistas en la tradición pictórica de los grandes, de los monarcas, de los pontífices, de los aristócratas, de los burgueses. Con esas fotografías propias o de nuestros antepasados –que forman nuestro álbum particular– podríamos incluso recrear nuestra biografía real, imaginaria o fantaseada. Eso es lo que bellamente hace Luis Quiñones, con empeño familiar y con presunciones audaces: revisa el álbum y se ve retrospectivamente en imágenes que sólo pertenecieron a un tercero. Inquiere, conjetura. “El tiempo mejora la obra de este artista anónimo”, decía Juan José Millás en El ojo de la cerradura, y lo decía refiriéndose al retratista familiar. “Basta acudir a los mercadillos de antigüedades para darse cuenta. En esos tenderetes encuentras con frecuencia fotografías antiguas y casi todas son estupendas. ¿Por qué? Porque el tiempo ha llenado de sentido la mirada de los retratados”.

Pero regresemos a los reyes y a los pontífices. En el siglo XIX, al contar con el retrato fotográfico, los soberanos pudieron llegar mejor a sus súbditos: pudieron hacerse ver y reconocer. Los monarcas europeos, en efecto, aceptaron entonces retratarse con el nuevo medio, porque la fotografía no se concebía como un arte vulgar –ese que ahora forma el álbum de cada uno de nosotros–, sino como un recurso que permitía transmitir también la efigie distinguida y la calidad del cliente. Y ello a pesar de las condenas o de las prevenciones de los clérigos ante esa imagen congelada del retratado.

Como señalaba Walter Benjamin en su Pequeña historia de la fotografía, no era extraño ver en la prensa artículos inspirados por la Iglesia en los que se deploraba el diabólico arte francés, justamente por lo que tenía de audacia humana frente a Dios. Si el hombre había sido creado a imagen del Supremo, reproducir su efigie auxiliado por medios técnicos era poco menos que una arrogancia culpable. Sin embargo, los soberanos europeos se valieron de ellos precisamente para difundir su rostro. No se trata de que transmitieran una imagen accesible o abierta, sino todo lo contrario: la efigie que se difundió seguía siendo regia, distante, rodeada de magnificencia.

Ahora, con la fotografía que se quiere espontánea y con televisión que se quiere instantánea, los reyes y los príncipes y los políticos y los Papas multiplican su imagen, la duplican, se hacen ver aquí y allá, en las grandes celebraciones, en los platós y en el tablado de un mitin, en los balcones o en el interior, solos o en compañía de otros, pero ofreciendo siempre de sí mismos un cuadro de proximidad, de relajada simpatía o de afabilidad. Subrayan así con elementos enfáticamente campechanos su condición, su apostura o su aplomo sin recaer en el hieratismo icónico, en la efigie majestuosa, lo peor que les puede ocurrir.

Leo en un despacho de la Agencia Efe que el Papa Benedicto XVI cumple ochenta años hoy, el 16 de abril, “y como regalo del propio Vaticano va a recibir un bonito retrato hecho por la pintura rusa Natalia Tsarkova (en la imagen)”. ¿Un bonito regalo? Echo un vistazo al retrato y distingo pose de poder y atavíos de pontífice: justamente lo mismo con que varios siglos atrás se presentaba Inocencio X. Sorprende el arcaísmo de dicho retrato, la antigüedad de su resolución, pero sorprende más la incomodidad del asiento. “Está sentado en el gran sillón papal con respaldo de terciopelo y adornos dorados, delante de un cortinaje teatral, pero no parece que repose, que se abandone a su propia majestad, a la condición estatuaria y absolutista de su rango. Está erguido, de una manera tensa, seguramente incómoda, apoya el codo derecho en el brazo del sillón pero no se afirma en él, la mano se curva como para aferrarse al sitial en caso necesario, y sólo la otra mano, la izquierda, parece que descansa, que se abandona un poco, sosteniendo una hoja de papel”.

Eso decía Antonio Muñoz Molina en 1996 y así describía nuestro autor el retrato de Inocencio X cuando excepcionalmente pudo verlo en Madrid. Las miradas de ambos papas no se parecen: y la insolencia inquisitiva de Inocencio X no se reproduce en los ojos esquivos de Benedicto XVI. Pero, si cotejamos ambas pinturas, sorprenden la similitud de la pose y la misma incomodidad del sitial. Han pasado varios siglos, Natalia Tsarkova no es Velázquez, pero el Papa sigue afectando hieratismo icónico y efigie majestuosa. El tiempo siempre llena de sentido la mirada de los retratados, decía Millás, “que siempre nos dicen algo (generalmente, algo trascendental) desde esa emulsión química en la que han quedado petrificados”. ¿De qué llenará el tiempo la mirada de Benedicto XVI, esa efigie que aún no ha quedado petrificada, ese óleo que todavía recibe los últimos retoques?

1. Los archivos de Justo Serna. 

2. El Papa catódico.  

3. El Papa anuncia su renuncia. 

Hay 2 Comentarios

No se de que la llenará, me a mi me produce escalofríos.

Marta

Nos parece muy bien que el Papa renuncie si considera que debe hacerlo. No hay por qué perpetuarse en el cargo si piensa que puede ser perjudicial para la Iglesia.

Dicho esto, creemos que los Papas deberían ser un poco más jóvenes para que tengan un poco más de tiempo para realizar tu trabajo.

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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

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