Sábado 2 de febrero, Mariano Rajoy sale en pantalla para defenderse. Se exculpa. Su intervención no es propiamente una rueda de prensa. Es un soliloquio en el que lamenta el acoso al que están siendo sometidos su partido y él.
Mientras esto escribo escucho a mi hija tocar una pieza en el violoncelo. Sonata número 1 en fa mayor de Beethoven. No les voy a revelar cuáles son mis sentimientos. El fragmento tiene un tono lastimero. Me sirve de fondo musical, de marco sonoro, a una reflexión que tiene mucho de lamentación y tristeza.
Yo no tengo simpatía especial por Mariano Rajoy. Tampoco tengo singular predilección por el Partido Popular, pero siempre he querido salvar al PP de sus propios demonios y de su tendencia autodestructiva. Necesitamos un partido de derechas que haga los deberes, que se comporte y cuyos líderes me inspiren confianza. No puedo pensar una España sin gente conservadora, sensata y morigerada.
¿Qué es lo que yo vi y escuché el sábado 2 de febrero? Un líder disminuido. Mejor dicho: capitidisminuido. Escuché y vi a un Presidente de Gobierno pidiendo confianza frente a pruebas documentales que él calificaba de apócrifas. Escuché y vi a un Presidente del Partido Popular entonando un discurso sin fuerza, a punto del desmayo.
La circunstancia es gravísima. Lo grave es por la consecuencia. Y lo grave es por la incomparecencia: salir a hacer un monólogo es una manera de evitar toda responsabilidad; y es un modo de evitar toda rendición de cuentas.
La derecha española tiende últimamente a resucitar a Winston Churchill. Creo que es un buen ejemplo. Un tipo gordo, amante de los alcoholes de alta graduación, de pensamiento contundente y de gustos poco refinados, sí. Pero a la vez un líder, un tipo que supo anteponer la democracia a sus propias inclinaciones: a sus tendencias tiránicas o su amor propio. No creo que necesitemos a Churchill.
Necesitamos a un líder de la derecha que sepa rendir cuentas, asumir culpas o responsabilidades y que nos pida apretar los dientes. José María Aznar López puede volver: yo, por mi parte, no lo celebraría. Esperanza Aguirre Gil de Biedma puede postularse: yo, por mi parte, no la aclamaría. Estamos es situación límite: la derecha no sabe qué hacer y su líder en el Gobierno apela exclusivamente a su crédito personal.
¿Y la izquierda? ¿Por qué es tan poco convincente Alfredo Pérez Rubalcaba? O se abre a los restantes partidos de la oposición, o su suerte política está echada. O abre su partido a las primarias, o su destino es corto.
Hay días en que es mejor no pensar, no analizar, no examinar. "No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia...", decía Jaime Gil de Biedma. Ya sé que es un verso mil veces repetido, pero su escepticismo me lleva a releerlo hoy, domingo 3 de febrero. Concretamente, a recuperar el Retrato del artista en 1956:
“¡Veinte años bobos no han embobado a todos! Si los asfixiantes años posteriores a la guerra civil no han logrado sofocar irremediablemente al país, dudo de que las desproporcionadas y ridículas represalias de ahora puedan cancelar el hecho insólito de que en España todavía es posible enfrentarse al Gobierno”.
Ah, y no me duele España.