Blogs Comunidad Valenciana Ir a Comunidad Valenciana

Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Los muertos, los gobernantes y yo

Por: | 29 de marzo de 2013

WalkingDeadApocalipsisZombiYaUno. Tras meses y meses de espera, el jueves 28 de abril vi un par de capítulos de The Walking Dead. Forman parte de la tercera temporada, que ahora está emitiendo La Sexta. Por razones personales no había podido incorporarme como espectador de esta tercera temporada hasta ahora mismo.

Sin duda, los programadores han elegido buenas fechas. Tenemos un Apocalipsis financiero en ciernes. Estamos hasta los mismísimos... Y hay días en que nos gustaría emplear las armas más letales para dar una lección a tanto espantajo. Como somos sensatos, como somos personas con valores, nos reprimimos. Y así sublimanos nuestra pulsión de muerte, que diría Sigmund Freud. Y así también los mandamos indirectamente al Infierno: o vicariamente, ya que hablamos de estas cosas.

Dos. En la serie, ya lo saben, hay muertos que reviven o que sobreviven o que malviven: salvo que los secciones, los sajes; o excepto que les atravieses sus partes vitales (¿vitales?). En The Walking Dead', hay Apocalipsis venideros. La comunidad se cierra, claro; se clausura frente a las acometidas del exterior. Propiamente, los zombis no andan muy bien. Quiero decir: que caminan a trompicones, como desarbolados, con una desarticulación algo patética. Sólo debemos temer su mordedura fatal o su repugnante aspecto. La verdad es que hace falta ser feos para llegar a tal estado de monstruosidad. A veces pienso eso mismo cuando veo a otros personajes de actualidad: no sé si en programas rosa o en telediarios de última hora. Y dicha fealdad, propiamente moral (o inmoral) no sale del mundo de los animales, no. Sale de esta humanidad tan pagada de sí misma que, a poco que la dejes, se convierte en un conjunto de bestias gregarias y malencaradas. No damos para más...

O sí, sí que damos. De repente, en la serie vemos ciudades artificiosamente felices que se han construido como fortines: como fortaleza asediada, por decirlo con expresión tópica. Son bastiones de la humanidad que aún queda. De los restos que aún quedan... ¿Del resto de humanidad que aún queda? En la ciudad van aceptablemente limpios y tienen una dieta aparentemente saludable. En cambio, los protagonistas que esperan llegar allí están perdiendo el norte, el oremus, las ganas de vivir y la fuerza.

Tres. La comunidad ideal está regida por un tipo como nosotros: bueno, quizá un poco más alto, desgarbado. Es David Morrisey, a quien en la serie le llaman 'El Gobernador', que suena a personaje de Franz Kafka. Vaya un individuo. Tiene cuerpo, sin duda, pero dirige con mano de hierro una aldea que ha sucumbido a prácticas inhumanas: odiosos combates entre varones rodeados de zombis a los que cuidadosamente les han arrancado los dientes para que no lastimen. Los niños ven y aprenden lo más detestable de la conducta adulta. Ole, ole y ole. No son toros, pero hay sangre abundante y una ferocidad cobarde.

Por mediación de un amigo, Errata naturae me obsequió con un ejemplar de The Walking Dead. Apocalipsis zombi ya. Me dispongo a leer dicho libro, que tiene un aspecto inmejorable. Me dispongo a leerlo si encuentro el volumen, claro. Mi biblioteca se desordena a pasos agigantados. O a pasos pequeños y torpes, como los de los muertos vivientes. Soy un superviviente y veo que El Gobernador, sea quién sea dicho personje, nos la tiene jurada. Nos hace estar en una ciudad sitiada, con aparente tranquilidad y con un cáncer corrupto que nos liquida. No es metáfora... ¿Europa? Europa nos la tienen raptada, como el mito clásico que en The Walking Dead reaparece. Espero tener una conducta digna.

http://justoserna.com/2011/12/01/los-zombis/

Esteban González Pons. El cuerpo y la prosa

Por: | 27 de marzo de 2013

GonzalezPonsporCalamardo59No quiero ofender a don Esteban González Pons, de quien he escrito repetidamente: con pasión, con fervor y con furor. Y con un resto de cortesía. Pronto aparecerá un libro mío en el que le dedico unas páginas muy sentidas. Redactadas desde el corazón. El volumen se titula La farsa valenciana. En mayo lo verán. Quizá me lluevan chuzos de punta. O de pinta.

Nunca me he metido con su físico, con el aspecto de González Pons. Pero ahora no me cabe más remedio. A partir de los cuarenta, cada uno tiene la cara que se merece. En mi caso no hay duda: hay días que doy pena. Otros me alegro sin justificación. O sea, admitido esto, puedo juzgar a quien no hago sombra y a quien no le llego al hombro.

En esta fotografía que acompaña, cuyo autor es Calomardo59, vemos a un González Pons atractivo, más joven. Se sabe amado por la cámara. Viste camisa blanca, por supuesto, y siente el bienestar del campo, de la naturaleza: ese sitio en el que los animales andan sueltos. A Esteban González Pons se le ve suelto. Se le ve mundano.

Posa sonriente, enseñando los dientes. Él no participa de esa recomendación 'rosa' que tanto se ha difundido: "dientes, dientes, que es lo que les jode". No. González Pons enseña los dientes como un carnívoro amaestrado, como un animal civilizado. Es lo que somos: animales amaestrados, dijo Sigmund Freud.

Lo preocupante es su cuello. Y su mandíbula. Engorda (yo mismo he engordado últimamente, mecachis) y se aleja de ese Adonis que posa. Lo he visto desde hace unos meses y compruebo que se ha echado unos quilitos (quién no). A unos, la grasa se nos acumula en las zonas innobles que felizmente tapamos. A otros, lo sobrante se les aprecia en el rostro y en el cuello. González Pons parece cebado. Entiéndaseme. Yo podría decir lo mismo de mí: por culpa de una cortisona me noto el rostro abultado. Y otras partes de mi anatomía. En fin.

Esteban González Pons tiene una corpulencia de joven envejecido o de viejo con aspecto adolescente, no sé. De todos modos, más que su cuerpo --'el cuerpo', lo llamaron en pasadas elecciones unas señoras militantes--, me interesa su habla. Ahora se queja de que está siendo acosado. La verdad es que eso está muy feo. No me gustaría que ese rodeo, como a un toro desnortado, me sucediera a mí. Entiendo su queja.

Yo pediría que a González Pons se le dejara en paz, que no se le achuche. Que no se entre al trapo. Él solo se crece y habla bombásticamente. Él cree que sus parlamentos son poesía fútil, que no sutil, en un parlamento prosaico. Sin embargo, González Pons habla en prosa y no lo sabe.

No soy independentista

Por: | 26 de marzo de 2013

BernieecclestoneNo soy independentista. No hace falta jurarlo. No soy catalanoparlante. No hace falta corroborarlo. No soy partidario de la identidad firme y uniforme. No hace falta constatarlo. No soy sensible al patriotismo. No hay que rastrear mucho. Me solidarizo con Antonio Muñoz Molina...

No me hierve la sangre cuando veo la enseña española o la senyera. Me disgustan los trapos, los pendones, los estandartes. Con ellos te significas: tienen un origen bélico que me repele. Además, yo no quiero identificarme con un signo exterior, sino con mis cosas interiores: con mis vergüenzas. Hablo mal todos los idiomas. Un desastre.

No me eriza los cabellos la enseña nacional. Besé la bandera española en el Servicio Militar: no tenía más remedio. Era un día frío de enero de 1982, en la Córdoba de Cerro Muriano. Llovía. El acto lo realizamos en el gimnasio: quedó muy deslucido. ¿Podía negarme? Sí: podía negarme, siempre y cuando apechugara con prisión. Acabada la condena, vuelta a empezar. Como me pasa con Ardor guerrero, de Muñoz Molina: no sé cuántas veces lo he leído y vuelvo a empezar.

No me conmueve el Himno Nacional, pero me gusta cuando se toca lento y despacito, como el Dios salve a la Reina: eso dijo Javier Marías en un artículo de Salvajes y sentimentales. La Marcha Real es una pieza del Setecientos muy atendible. Nada más. O nada menos. "...cuando nuestra Marcha de Granaderos, del XVIII, no está nada mal, tocada suave y lentamente --de manera derrotista, sólo la he oído así una vez--, llega a ser casi tan melancólica y poco ofensiva como la cuerda de Haydn cuando es sólo cuerda". Eso apostilla Marías.

No me emociona el Himno de Riego. Tampoco Els segadors. Ni siquiera La Muixeranga. Si el fin de los himnos es aunar, ahormar, afirmar, adherirte e identificarte, lo siento, pero no. No puedo. Siendo joven me compré un single con La Muixeranga. La carátula tenía un texto patriótico de Joan Fuster: no me convenció, pero la música me pareció meritoria, muy meritoria. Es una pieza bonita.

Y así voy..., cargando con lo español. Y con la cosa valenciana. Soy español por accidente, por nacimiento. Y porque no puedo ser nada mejor: no hay mucho dónde elegir. Pero me gusta la lengua española, que diría Julián Marías. Me parece un idioma excelso, de una finura retórica insuperable. Y me gusta el catalán, lengua en la que estudian mis hijos con fervor. Nada más. Sin mayores aspavientos. Lo estudian, entre otras cosas porque es su lengua materna. Lo aprenden porque tiene una rica literatura que combinan con la creación en castellano. Aprenden inglés (como pueden) y saben francés. Todo ello, gracias a la enseñanza pública española.

Vivo sin vivir en mí. No sé si soy patriota o soy un ciudadano que ejerce sus derechos. En Valencia, la Generalitat ha restringido la línea en valenciano y ha reducido los recursos de la enseñanza pública. Así estamos. Vivo sin vivir en mí y tan baja vida espero que no muero porque no puedo.

El Rey

Por: | 22 de marzo de 2013

Toni_alba1Yo no soy radical... Yo no soy extremo ni extremista. Soy un tipo moderado y morigerado: si es que ambos calificativos no significan lo mismo.

Durante décadas he defendido a don Juan Carlos frente a sus detractores, aquellos que se mofaban de su figura, de su habla, de su prosodia, de su retórica. La verdad es que él ponía de su parte: no parecía muy habilidoso o muy refinado.

Toni Albà, el actor catalán, lo imitó muy bien, con mucha guasa. Le dediqué un artículo en 2005. Aún recuerdo sus intervenciones en el programa de Andreu Buenafuente. Lástima que las ideas del imitador hayan acabado por imponerse a la caricatura. Prefiero la mofa a la solfa. O la burla a la ideología. Quiero decir: no me interesa si Albà es independentista. De hecho no me inquieta el independentismo. Lo que lamento es que la broma se supedite a un ideal, a una quimera, a una meta: por muy razonable que sea. O por muy disparatada que sea. Punto y aparte.

Desde hace años me parecía que con don Juan Carlos salíamos con bien de una dictadura. Y eso que lo tenía difícil. Él, el Rey. Y lo teníamos difícil los demás: los ciudadanos (o los súbditos en tiempos del Antiguo Régimen). El comportamiento público de don Juan Carlos se me antojaba aceptable, incluso elogiable: eso sí, comparado con sus antecesores. ¿Ustedes se imaginan a Carlos IV, a Fernando VII, a Isabel II? Etcétera. Qué retahíla de soberanos malamente avenidos y salidos, salidos de madre.

Isabel Burdiel, catedrática de historia contemporánea, ha editado un documento del Ochocientos que se titula Los Borbones en pelota. La publicación es prácticamente clandestina: sin reseñas, sin referencias... La labor académica de mi compañera es fina, finísima. Tengo un ejemplar y puedo constatar que el resultado es irreprochable.

Otra cosa es la imagen que daban los monarcas y sus detractores del siglo XIX. Qué gracia y qué desgracia: Borbones empalmados, soberanas lascivas, cortesanos lujuriosos... Pero no sólo eso: la Corte de los Milagros era un lupanar y era un negocio lucrativo. ¿Y los reyes del siglo XX? No me tiren de la lengua.

Viví en el limbo con don Juan Carlos. Seguramente porque no quería enterarme. Me parecía un hombre campechano que simbolizaba algo común, la España democrática: no se rían, no estamos para despreciar estas cosas. Simbolizaba la aceptación y la adaptación de la Monarquía al sistema parlamentario: no se rían, nuestra historia contemporánea es un desastre de choques, enfrentamientos y malentendidos.

Por fin, con don Juan Carlos, teníamos un Rey llevadero, aceptable: un soberano (¿soberano?) ante quien no había que humillar la cerviz. Nunca tuve que hacer grandes aspavientos monárquicos.

Y, de repente, todo se tuerce. O no.

¿Es posible organizar una mesa redonda con los socialistas?

FranSanz¿Conocen a Fran Sanz? Es un militante del Partit Socialista del País Valencià. Tiene alcurnia y enjundia. Fran lee a Félix Ovejero, examina a Jürgen Habermas y se documenta. Estudia las últimas aportaciones de la socialdemocracia. ¿Ximo Puig, el máximo dirigente del PSPV, lo descarta? No creo: ha de considerarlo. ¿Ana Barceló lo valora? Conociendo a Ana, tan preparada, supongo que lo valora, sí.

Vayamos a la socialdemocracia. Uf, que tibios, dirán los limpios de corazón, los radicales de salón. Fran Sanz tiene labia y tiene tablas. Y un fondo de armario: mucha preparación. Es un abogado que lee. ¿Les parece normal? Pues a mí, no. Me parece una excepción.

Por lo que sé, en el PSPV no consideran que sea un valor. No veo que Ximo Puig o Francesc Romeu lo aúpen. O eso creo. Por su parte, Joan Calabuig y Salvador Broseta lo miran con repelús. Cómo pueden estar tan ciegos. Sólo la mediocridad podría justificar tal actitud. Yo no creo que Calabuig y Broseta sean mediocres. Son como nosotros, como yo: gente del montón con estudios y alguna inquietud.

Fran Sanz es un sólido pilar. Apóyense en él, por Dios. Tiene ideas, tiene experiencia y no es insolidario. ¿Lo pongo en mayúsculas?

Sabe leer.

Sabe escribir.

Sabe discutir.

Es un atento observador que se pone las gafas ahumadas para filtrar mejor. Y es un tipo fiel. ¿Por qué no le aúpan? Hace meses organizó una mesa redonda con Joan Romero y con un servidor. Semanas después preparó otro acto con Anaclet Pons y conmigo: se trataba de discutir sobre Antonio Gramsci. ¿Ustedes creen que el PSOE está sobrado de militantes de esta enjundia?

Pronto tendré un almuerzo con Francesc Romeu: ha tenido la amabilidad de invitarme. He tenido comidas o cenas con Carmen Alborch. Que yo sepa, la nueva dirección de los socialistas locales no cuenta con él: con Fran Sanz. Vamos a ver. Lo voy a decir fuerte, claro y una vez. ¿Ustedes creen que están sobrados de intelectuales? Hay que salir. Hay que reorganizar el PSOE (¿Hay alguien ahí?). Sí que hay gentes preparadas, entregadas. Y hay gente que está siendo ninguneada. Yo no soy militante. A ver si me escuchan: ¿pueden hacer algo para que les vote?

Les propongo una mesa redonda en la que estarían Ximo Puig, Ana Barceló, Francesc Romeu. Y estaríamos Fran Sanz, como militante, y yo como moderador sin militancia.

Ánimo, socialistas.

MagaCim. Cuando viva mi sueño

Por: | 13 de marzo de 2013

MagacimwebUno. Los niños cantan, cuentan, corean. Leen, escuchan música e intervienen. Tararean y parafrasean. Y sueñan con un mundo exterior, de rarezas espaciales y héroes cercanos: con personajes insólitos y con personajes del barrio que son extravagantes y próximos.

A poco que tengan un ambiente hospitalario, las chicas se adueñan del espacio, se incorporan y se hacen presentes. A poco que dispongan de un entorno agradable, los chicos se afirman, se introducen y se plasman.

En Benimaclet, Valencia, se materializa dicho sueño. Desde hace meses, los niños de este barrio valenciano conducen un programa de televisión, un informativo. No es una ficción. Es la pura realidad. Eso sí: con muchos colorines, joviales y serios. ¿Recuerdan la canción When I Live My Dream (1967), de David Bowie?

Diles que tengo un sueño
Y diles que tú tienes el papel principal
Diles que soy un soñador
Y que haré realidad mi sueño
Diles que viviré mi sueño
Diles que se pueden reír de mí
Pero no olvides tu cita conmigo
Cuando viva mi sueño

Dos. El MagaCim es un programa de televisión hecho por esa infancia de Benimaclet: una producción de TheLifeAquaticStudioSessionsZurdosTV, el laboratorio creativo de la productora Barret Films. Todo empezó por petición del Centre Instructiu Musical de Benimaclet. Y ahora se cumple un año. El Taller de Tele, donde se fabrica este programa, pretende dar voz a los vecinos del barrio a través de la gente pequeña, que es la que se encarga de grabar, entrevistar y participar en la ideación de los contenidos del programa. De esta forma aprenden a través del juego a utilizar los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de una forma responsable, defendiendo valores.

Tres. Mientras escribo esto escucho The Life Aquatic (2005), de Seu Jorge, un disco de versiones de David Bowie. ¿Quién tuvo una circunstancia más favorable cuando era un muchacho? ¿David Bowie o Seu Jorge? David Jones (David Bowie) nació en 1947, creció en la dura posguerra del Sur de Londres (ese lugar destruido tras los bombardeos de la Luftwaffe) y confió en sus capacidades creativas. Jorge Mário da Silva (Seu Jorge) nació en 1970 en Belford Roxo, SpaceOddityRío de Janeiro: fue un muchacho de favela y un homeless. Ambos sabían desde niños que querían ser creadores, músicos o comediantes. Ambos querían actuar. No tenían medios, pero se obró el milagro...

El MagaCim pone en marcha una estructura en la que puede participar todo el vecindario. Los muchachos que la realizan aspiran a convertirla en una televisión comunitaria y de barrio, un soporte en el que los propios habitantes de Benimaclet puedan publicar sus vídeos y consultarlos en la web. Recientemente, el MagaCim recogió el premio Tirant Avant Escolar de manos de ACICOM (Asociación Ciudadanía y Comunicación).

Cuatro. El jueves 14 de Marzo se celebra en el Musical de Benimaclet (calle Barón de San Petrillo, 14) a las 20 horas el primer aniversario del Magacim. Presentará la gala la gente menuda del programa. Enseñarán los mejores vídeos de la temporada descubriendo algunos de los secretos del taller de televisión al público que quiera asistir. La entrada es libre y gratuita, y el espectáculo está asegurado. Vean, si no me creen, el vídeo de promoción de la gala.

Por lo que sabemos, David Bowie y Seu Jorge no podrán asistir: son numerosos los compromisos previos. Lástima. Nosotros sí que podemos vivir ese sueño que una vez cantaron Bowie y Jorge.

…Tell them I'm a dreaming kind of guy
And I'm going to make my dream
Tell them I will live my dream
Tell them they can laugh at me
But don't forget your date with me
When I live my dream

Monigotes

Por: | 12 de marzo de 2013

Valencia en Fallas. Aquí tenemos una simpática imagen de la alcaldesa de la localidad levantina con MonigotevalenciaFallas2013unas jóvenes empuñando armas. Parece un gesto agresivo. No lo es... Valencia recibe con los brazos abiertos.


Aderezos. ¿Ha forzado la realidad el autor del montaje fotográfico? Monigote no mira; sospecha... Los hechos verdaderos siempre son más inverosímiles que los datos de la ficción. Lo que ocurre auténticamente no necesita de aderezos; en cambio, lo inventado precisa límites.

Pim-pam-pum. Las jóvenes efectivamente llevan pistolas. No son monigotes. Fue un momento grande de confraternidad que ocurrió tiempo atrás, un agasajo de la policía local. Las falleras se inmortalizaron para dar apoyo y simpatía al cuerpo armado.

Ganar kilos. En la imagen, doña Rita Barberá no es un monigote. Aparece como lo que es: una señora madura (yo también lo soy: quiero decir, un señor maduro) que se rejuvenece con prendas de moda. La munícipe se parapeta tras unas gafas ahumadas y luce un traje de chaqueta bien perfilado. Yo hago lo mismo: sólo visto indumentaria que me estilice, ahora que he ganado unos kilos. Pues de eso se trata: de ganar kilos.

Hombreras. O de ocultarlos debidamente. La ropa con generosas hombreras estilizan la figura de la alcaldesa. No está filiforme, pero conserva su determinación: detrás de un tipo grueso hay un delgado que pugna por salir. Más o menos, lo que me pasa a mí. O al revés: tras estos michelines que ahora adornan mi perímetro, hay un esqueleto magro. No sé.

Rostro. Se trata de eso. De ganarse unos kilos o de velarse la vista para filtrar lo que ocurre. Cuando arde la Falla, un humazo negro lo impregna todo: prácticamente no puede verse nada. Es como si te pusieras una gafas de sol oscurísimas. Aparte de la elegancia, el porte con el que se llevan, este complemento sirve para pasar inadvertido. Supongo que es lo que Rita Barberá desea cuando se parapeta tras esos espejuelos. Yo pienso lo mismo. ¿Qué cosa? Que unas gafas siempre te cambian el rostro: menudo rostro, me digo...

Necrología de un caudillo

Por: | 10 de marzo de 2013

Publiqué dicho texto en 2006. No describía a nadie en particular, pero sus rasgos pueden verse repetidos en tantos y tantos ejemplos antiguos y recientes. Hagan la prueba...

GorradeplatoUn caudillo es un hombre que se sabe providencial, con alguna cualidad irrepetible, con un aura particular que lo distingue. Suele llevar barba o bigote poblado y esos pelos viriles le dan un porte verdaderamente masculino. Es un varón macho, muy macho, bien dotado, con atributos de los que hacer ostentación: con coraje, con un valor incluso temerario que no se le arruga en circunstancia adversa, quizá temporal. Es un guerrero con uniforme de campaña o de gala, con charreteras y medallas: un combatiente, alguien preparado para la declamación castrense y la lucha, para una contienda inevitable en la que siempre están en juego los valores más apreciados a los que no podrá renunciar. Le va la vida en ello. Es un individuo humilde y verbal, gran amante de la oratoria: alguien que tiene a bien exhibir su condición modesta, popular y plebeya, alguien que dice inspirarse en una comunidad a la que le unen vasos comunicantes, lazos firmes y primarios. Es el hombre de la nación en armas.

Hay circunstancias en que el país atraviesa momentos gravísimos que no todos quieren admitir, situaciones de decadencia o de amenaza, de corrupción, situaciones de las que se benefician los enemigos externos, siempre dispuestos a hostigar y a rapiñar lo ajeno. Acechan y vislumbran la debilidad. Hay instantes, en efecto, en que la nación se hunde ante la ceguera del común y la insidia y la traición de los antipatriotas, vendidos a los extranjeros. Es entonces, justo entonces, cuando un puñado de soldados o de combatientes que forman el último pelotón de guerreros corajudos salvarán la patria y la civilización. Guiados por ese hombre providencial, dichos campeones sabrán qué hacer, cuáles son sus objetivos y quién es el enemigo a derrotar. La guerra en la que participaron o en la que ahora anhelan estar no ha concluido, pues la política en la que luchan es el frente de batalla en la que habrán de librar choques cruentos coronados con victorias memorables.

Pero para ello hay que organizarse como vanguardia militar, un comando selecto de bravos soldados entre quienes se alza aquel varón irrepetible y duro, carismático y obsequioso. Como ocurre en la guerra, el general da las órdenes y la tropa cumple: no hay discusión ni hay revocación, sólo obediencia  y ejecución. El combate llama a combate y nuevos seguidores se suman al ejército de los veteranos que empezó y proclamó la movilización: se alistan, son encuadrados y, como los pioneros, hacen de la violencia quirúrgica y sanadora su instrumento de convicción. Al enemigo se le derriba y se le elimina en un frente que es ya toda la ciudad.  Aquellos primeros combatientes no se doblegan ante los tempranos fracasos y, sabedores del declive imparable de su patria, se levantan una vez y otra más, exaltando a quien les tutela y guía con mano firme y penetración. Cuando libra esa batalla, el caudillo, que es instinto y voluntad, no puede pactar ni rendirse, pues la nación injuriada es la deshonra que ha de vengar.

El caudillo logra los primeros triunfos y gana la guerra postrera: pero es ya al principio cuando despliega toda su ferocidad, pues nadie se le podrá oponer. Le organizan desfiles y marchas, exaltaciones y demostraciones, y allí, sobre el catafalco prueba una vez más las dotes oratorias que le dieron fama y que le auparon hasta el final. Hay una exhibición, una escenografía, gestos, dramas que el caudillo representa para ilustración de esa patria que, ahora sí, ve el aura que lo nimba. Él es el jefe de ese puñado de soldados que, a la postre, ha salvado la civilización… Mientras tanto, lo que empezó como un regato de sangre ha acabado inundando el frente y el mar, de un rojo salvador. Lamentablemente y poco a poco, el caudillo declina y la rutina con que lo ensalzan también. Los tiempos cambian y sus súbditos innumerables envejecen buscando seguridad con egoísmo culpable y material: aquellos que lo alzaron ya no ven justificación y sólo la esperanza de su retirada o dulce muerte o prologada agonía es la solución final.  “Es entonces, sólo entonces, cuando la civilización, la auténtica civilización, vuelve a empezar”, dicen los iracundos, los envidiosos, los resentidos… Ya viene, ya regresa un nuevo  conductor que a todos nos salvará.


Publicado en Los archivos de Justo Serna, 11 de diciembre de 2006

Evita Perón y Hugo Chávez. ¿Déjà vu?

Por: | 08 de marzo de 2013

Uno. Leo en El País: "El cuerpo de Hugo Chávez será embalsamado y expuesto". Es una declaración del sucesor, Nicolás Maduro. Se ha dicho que así se mantendrá eternamente como otros casos bien conocidos, entre ellos el de Lenin (algo ajado, por lo que sé). Chávez podrá ser honrado y contemplado. Perder de vista a un caudillo es, sin duda, algo difícil: son tantas las iconografías que lo reproducen que raramente desaparece. Pero si además se mantiene incorrupto el cuerpo del ser reverenciado, entonces el lugar será un centro de culto, de peregrinación. El caso de Lenin, ya digo, es el más citado. Por supuesto podrían citarse ejemplos del santoral católico, con un número importante de cuerpos Santaevita3incorruptos.

El tema de Chávez me ha hecho recordar lo sucedido con Eva Duarte de Perón: Evita Perón. Resulta curioso el ascenso la señora Duarte a primera dama y sobre todo a mito de los pobres, de los descamisados. El populismo fue desde entonces materia prima de la política argentina, justamente en un país en el que la riqueza llega a ser obscena y la pobreza escandalosa. Es España, estamos despertando del sueño. En Europa comienzan a brillar los populismos. En fin…

Dos. Tomás Eloy Martínez escribió una novela titulada Santa Evita (1995), basada en hechos reales aunque ciertamente inverosímiles. Uno no lee una novela para documentarse, pero sí que lee ficciones viendo lo que tienen de transfiguración de lo real. Y con Eva Duarte ocurrió una transfiguración… en la realidad.

Leí Santa Evita en 1995, alertado por un artículo de Mario Vargas Llosa en El País. Celebraba el logro de Tomás Eloy Martínez. Poco tiempo después, un amigo argentino, Miguel Ángel Taroncher, me regalaba La novela de Perón (1991), entonces no editada en España. En ambas obras es pavorosa la radiografía que el escritor hace de su país: un retrato 'kitsch' y desvaído, fantasmal y necrófilo. ¿Literatura fantástica?

Por lo que hemos sabido después, lo sucedido en Argentina supera las expectativas espectrales y las peores pesadillas. Los vaivenes del cadáver, sus idas y venidas. Pero sobre todo hemos visto unas élites desdeñosas, unas masas enfervorizadas, el radicalismo, el terrorismo y el contraterrorismo, las rapiñas financieras, la corrupción y las mordidas... En fin, terrible.

Tres. La literatura basada en hechos históricos –como la que escribió Tomás Eloy Martínez con prosa de reportero y descripciones de cronista demente– es el mejor examen de lo real. No sabemos, eso sí, si sus obras pertenecen al género de terror.

Debería volver sobre ellas. Cuando leí Santa Evita me pareció un experimento narrativo interesante. Incluso muy interesante. La novela no sólo es la historia de una primera dama, amada y vilipendiada, mitificada. Es, además, el proceso de producción y escritura de la ficción, con el añadido de sus resultados.

Alguien llamado “Tomás Eloy Martínez” (igual que el autor, pues) emprende una investigación biográfica: la de Evita Perón, a partir de la historia de su cadáver. Todo ello a lo largo de muchos años. Eso da como resultado dos relatos distintos: el del cadáver mismo y el de sus garantes o guardianes, particularmente el del militar que se ocupó de su cuidado hasta enloquecer fascinado por su amor necrófilo.

Con razón, este libro deslumbró a Gabriel García Márquez. Parece, en efecto, una historia ocurrida en Macondo. Pero no: sucede, y sucede de verdad, en Argentina. ¿Es una historia de muertos? Sin duda, es la novela de un cadáver, literalmente hablando. Pero dicha historia no es más fantasmal que la que nos cuenta Martínez en 'La novela de Perón'. En vida, también Juan Domingo Perón fue un espectro. En su exilio en Puerta de Hierro, en Madrid, el general vivía sumido en añoranzas, cultivando su propio mito y el de Eva Duarte, rodeado y asistido por Isabelita y por José López Rega. Allí, en su retiro español, fue entrevistado por Tomás Eloy Martínez. En 1973, Perón pudo regresar a Argentina. El declive fue imparable. El declive, ¿de quién o de qué?

Cuatro. No sé qué pasará finalmente con el cadáver de . Tampoco qué tratamiento le darán los sucesores. En todo caso, estaremos atentos: puede que en breve se aproxime al catafalco del caudillo venezolano un novelista en ciernes o ya en sazón. Y un embalsamador, por supuesto.

“En junio de 1952, siete semanas antes de que Evita muriera, Perón lo convocó a la residencia presidencial.


--Ya se habrá enterado usted de que mi mujer no tiene salvación –le dijo--. Los legisladores quieren construirle en la Plaza de Mayo un monumento de ciento cincuenta metros, pero a mí no me interesan esas fanfarrias. Prefiero que el pueblo la siga viendo tan viva como ahora. Tengo informes de que usted es el mejor taxidermista que hay. Si eso es cierto, no le va a ser difícil demostrarlo con alguien que acaba de cumplir treinta y tres años.

--No soy taxidermista –lo corrigió Ara— sino conservador de cuerpos…”

El historiador Tony Judt

Por: | 07 de marzo de 2013

TonyJudt2006Uno. ¿Qué es un historiador? Permítanme una pedantería etimológica que he repetido muchas veces y que debo a Émile Benveniste. El origen de la palabra ya lo dice todo: histor, en griego clásico, significa el que sabe, el que ve, el que investiga.

Un histor es alguien que repara y justamente porque repara está en disposición de relacionar hechos: no hay un proceso obvio que los vincule. Siempre es un historiador quien los pone de consuno. Y el historiador es alguien que procura documentarse para tal fin. Es alguien que busca todo tipo de testimonios para obtener versiones de esos acontecimientos. Y es alguien que traza una línea…

El histor sabe que no todos saben lo mismo, que no todos los testigos dicen lo mismo, que no todos los humanos conciben lo mismo. Es por eso por lo que ha de recopilar datos y relatos, versiones y relaciones. ¿Para qué? Para poder ordenar las informaciones y para poder contar las cosas con la mayor probidad posible: con las mayores rectitud y erudición posibles. Con el máximo de rigor, vaya.

Escribe y sabe que escribe. Su texto tiene retórica y tiene referencias exteriores. Tiene soporte estético y tiene un referente externo. Un historiador es un tipo modesto que no construye sistemas ni tiene epifanías o revelaciones. Es, como mucho, una analista de grandes procesos. Lo normal es que reproduzca hechos menores para sacarles un significado y para relacionarlos con otros. Atribuye causalidades y supone casualidades. ¿Para qué? Tener una visión fundamentada del pasado te ayuda a sobrevivir, a soportar mejor lo que pasa o el fin que te espera. Tener un relato documentado de lo pretérito te alivia y te complica. Te alivia porque te hace ver que muchos de tus problemas son equivalentes o parecidos a los de los antecesores. ¿Te vas a morir? Imagina los que te precedieron. Todos calvos. Eso no significa que te consueles. La historia no conforta. Significa que tu crisis o tu dolor o tu muerte no son novedades jamás vistas. Los antepasados tuvieron que soportar ultrajes mayores, estrecheces inconcebibles, persecuciones sin cuento.

Conocer todo eso no te contenta, pues te hace ver los problemas en contexto y en proceso. Pero conocer todo eso, según decía antes, te complica. Cuando crees saber por qué pasa lo que pasa, cuando crees saber cuál es el proceso y el contexto de lo que ocurre, entonces –justamente entonces— descubres que la realidad humana está sometida a factores diversos; descubres que no hay una causa que todo lo explique; descubres que hay una parte previsible en el comportamiento individual y colectivo y que hay un lado azaroso, impredecible, en los actos humanos. Hacemos cosas con un fin, con una meta. ¿Y…? Como hay otros que también las hacen, la composición o el resultado no siempre pueden profetizarse.

Por tanto, el futuro es algo extraño, resistente, insólito. Estamos habituados a porvenires de ciencia-ficción: de tecnología punta y con humanos robotizados, vestidos con indumentarias plateadas o metálicas, con cascos que aíslan. Ustedes me perdonarán, pero digo futuro y pienso en Stanley Kubrick, un director que amo a pesar de ser tan ampuloso. Estamos acostumbrados a pensar el porvenir como algo deshumanizado. La literatura y cine nos han familiarizado con esas utopías negativas, como la que trazaba Kubrick en 2001. En realidad, lo que anticipamos no es más que una suma de miedos bien presentes, un repertorio de males, de perversidades actuales que proyectamos con pánico en un futuro que ya no nos pertenece. A finales de los sesenta del siglo pasado, Kubrick nos presentaba un mundo gélido, un espacio al que nos vamos acercando. 

¿Tienen algo que decir los historiadores cuando vaticinan? O en otros términos: ¿pueden los historiadores anticipar lo que nos va a ocurrir? Si saben tanto del pasado, algo podrán predecir, ¿no es cierto? Los investigadores que han acumulado datos e informes de los hechos pretéritos aventuran un discurrir posible, pero a la vez sospechan del fracaso de sus predicciones. Lo que los humanos hagan dependerá de lo que quieran hacer y sobre todo de la composición y de los efectos imprevisibles que tengan sus actos sumados.

 

UnagranilusionDos. Acabo de leer el último libro de Tony Judt traducido al castellano. Lleva por título ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa (2013). Data de 1995 y, con finura, el autor acierta en casi todas sus predicciones. Es cuestión de tener los ojos bien abiertos. Es cuestión de examinar con cuidado. No es frecuente que los historiadores acierten. Lo normal es que profeticen el pasado con mucho esmero. Leído ahora, leído retrospectivamente, Judt tiene mucho mérito. Sabía de nuestro futuro alemán. Y sabía de nuestra Europa de tendencias populistas.

Aquejado de un gravísimo trastorno neurovegetativo, una esclerosis lateral amiotrófica que lo mató, la vida de Tony Judt se consumió perdiendo toda función motora. Diagnosticada esa enfermedad en 2008, su cuerpo resistió poco tiempo, apenas un par de años, pero su mente se mantuvo firme hasta el final.

En el nuevo número de L’Espill, (42, hivern 2012/2013) hay un apartado titulado ‘Pensadors estimulants’ En esas páginas aparece un artículo mío titulado 'La Suïssa de Tony Judt'. Es una reflexión sobre la fantasía que dicho país representó para este historiador, fallecido en 2010. Estoy muy agradecido a los responsables por haberme pedido un texto sobre Judt. Este historiador fue un judío nacido en Inglaterra, de padres no británicos. Contempló las montañas, los lagos, los parajes, los hoteles, los trenes, la cumbres de ese pequeño país, de Suiza, como un espacio de asiento, de fijación; como un lugar de estabilidad emocional.

Frente al cosmopolitismo, frente al desarraigo, frente a la errabundia, Suiza era para Judt el último destino familiar: allá en donde había sido feliz cuando niño, en largos veranos infantiles; allá en donde estaría con sus hijos ya adolescentes. Poco tiempo después morirá.  Miro a Judt y me pregunto.

 

Lespill42Tres. ¿Es el historiador alguien que mira el pasado? ¿Es posible tal cosa? Lo pretérito no está, se ha consumido y se ha consumado. Por tanto, no puede ser mirado directamente. Lo único que podemos observar son algunos restos que permanecen. ¿A qué restos me refiero? A los documentos, claro. Estamos rodeados, rodeados de documentos, de pruebas históricas. Y la prueba histórica no son papeles viejos. O al menos no son sólo papeles viejos. Todos nosotros somos productores de documentos.

Escribimos artículos, redactamos prospectos, firmamos impresos, remitimos mails, tuiteamos, compartimos experiencias en Facebook, publicamos un post en el blog personal. Mandamos cartas. ¿Alguien manda cartas todavía? Todo eso forma parte del aluvión informativo de nuestros días, pero no es exactamente una novedad. Documentum viene del infinitivo docere, que significa enseñar. La acción es una cosa: el vestigio que dejamos de ella es otra. Pero en muchas ocasiones la acción es la producción documental. Hay actos de habla. Y hay documentos que son huella de acciones que ya se consumaron y se perdieron, versiones. Con unos y otros documentos trabaja el historiador, un modesto erudito que exhuma. Gracias esos vestigios que permanecen, el historiador se informa de la acción, de la reflexión, de la pasión, de la emoción, de la sensación de los antecesores. ¿Cómo recuperar esos patrimonios? Forman parte del hilo y de las huellas.

En principio, los documentos suelen albergarse en los archivos. Los archivos son recintos en los que después podrá ser posible hallar un expediente, un papel, un legajo. ¿Existe mayor goce que el descubrimiento documental? Un día, sin más, sin previo aviso, descubres algo imprevisto. En la rutina casi balnearia del recinto de repente advertimos lo inexplicable o lo imprevisible. Tony Judt lo indica una y otra vez…

Hay archivos que son públicos o privados, administrativos o ya históricos: según la vigencia legal de los documentos y según el período de carencia. Los documentos se conservan en dichos recintos porque son un patrimonio;  y se custodian allí para que puedan ser examinados por los interesados y después por los investigadores. Ya que estos últimos no pueden mirar directamente el pasado, al menos esos legajos y expedientes –pongamos por caso-- les permitirán hacerse una idea de lo ocurrido. Y al consultarlos podrán comprobar y confirmar que en verdad el pasado no está acabado: ni consumido ni consumado. El pasado es una herencia material e inmaterial que nos llega y que hemos de acarrear. Parte de lo que alarmó a nuestros predecesores aún nos preocupa y parte de lo que anhelaron todavía nos inquieta. 

Por tanto, familiarizarnos con el documento es tarea prioritaria, así como con los archivos, la idea y la realidad del archivo. Nos ayuda a comprender que el pasado no existe y a la vez nos permite ver de qué modo podemos aproximarnos a lo pretérito: por una única vía de acceso, la del resto, la de la huella. Estamos rodeados: de documentos, añadía. Pero no necesariamente están albergados en el recinto del archivo. La ciudad en la que residimos, el espacio por el que transitamos, es soporte informativo: saber observar esa topografía documental es un descubrimiento que suele asombrar. Que se nos ponga cara de observadores, siempre atentos a una pesquisa que podríamos desarrollar. La fuente histórica está cerca de nosotros: restos materiales e inmateriales que son muy informativos y a la vez enigmáticos. Como cuando acudo al cementerio. Los restos están allí. A ellos no puedo acceder, pero las lápidas, los panteones, los nichos me informan. Perdonen este regodeo. Tenemos un dato. ¿Qué nos falta? 

Nos hacen falta marcos, criterios de contigüidad y de discriminación para discernir. En eso insistió Tony Judt una y otra vez. Estamos envueltos en una urdimbre de documentos de la que no siempre somos sabedores: las relaciones de las que formamos parte, esas relaciones de las que somos nudo, cruce o intersección. Estamos en medio de fuentes históricas potencialmente aprovechables. Las relaciones humanas son fruto de las capacidades o habilidades reconocidas: cada individuo tiene papeles que ejecutar y funciones que desempeñar. Se establece entre nosotros una red de relaciones que nos ata, red dentro de la cual cada uno realiza sus tareas o servicios. Ejecuta sus roles o desarrollos. Los demás saben o no saben cuáles son nuestras habilidades o capacidades. Por lo general, la sociedad –esa red de redes, esa estructura de estructuras— establece y fija los papeles y las funciones de los individuos, pero esos individuos no son sólo una cosa. Por tanto, tienen múltiples labores que realizar, tareas que no siempre son compatibles, ni sucesivas, ni congruentes. Es por eso por lo que hay contradicciones en la acción humana: por falta de información no siempre sabemos qué hacer; por falta de información no siempre sabemos qué hacen los otros, los actos que emprenden y que pueden reforzar o frenar nuestras acciones; por falta de información no siempre sabemos cuál es el contexto y la estructura de nuestras actividades.

Pero, como decía, los individuos no son sólo una cosa: nos faltan noticias o desechamos la experiencia, aunque a la vez desempeñamos distintos roles en diferentes espacios y eso hace que tengamos frecuentes contradicciones. Si ello no le ocurre a uno solo, sino a todos los individuos, el resultado es ciertamente complejo. Advertir eso y tratar de analizar los actos humanos ya realizados y las consecuencias que se han derivado es tarea del pensamiento histórico. Y Tony Judt dio sobradas pruebas. Pero es imprescindible hallar el contexto adecuado, los marcos de actuación, los procesos en los que insertar las actividades humanas.

A eso podemos llamarlo cultura histórica, que no es forzosamente erudición, sino conocimiento de la ignorancia, de las ignorancias. Una persona culta no es necesariamente la que sabe mucho, sino la que sabe cómo colmar sus lagunas, cómo llenar sus vacíos. En sus libros de memorias, Judt subrayó esto. O por decirlo de otro modo:  culto es quien sabe qué itinerario seguir ante una referencia, un dato o una información que finalmente es enigma. Puede que ignore los pormenores de esa referencia, de ese dato o de esa información, pero sabrá arrancar y sabrá documentarse: precisamente para llegar a un conocimiento suficiente, razonable, útil.

Hay conceptos que aprender, conceptos que son esquemas analíticos que han probado su eficacia entre los historiadores. Son abstracciones, condensaciones y regulaciones: recursos para sintetizar lo real y para preverlo. Y hay destrezas que adquirir, destrezas que son protocolos habituales entre los investigadores: instrumentos que nos permitirán analizar cosas distintas a partir de analogías. La analogía es un recurso fundamental de la historia. Y es un medio habitual del sentido común: las cosas se parecen y las cosas son comparables. Ahora bien, esas mismas cosas tienen circunstancias diversas: es como el juego de las diferencias de cuando éramos niños. Dos viñetas son prácticamente idénticas, pero hay leves o pequeñas variaciones que trastornan los parecidos. Las diferencias son esenciales para poder percibir las similitudes, aquello que hace cotejables dos hechos distintos. Pero esto no es un juego de niños; es un examen adulto, como aquel al que Tony Judt nos sometió.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal